Naturaleza
¿Por qué colapsó el glaciar Hektoria? La mitad se desintegra

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El Hektoria rompe récords en la Antártida: medio glaciar se desintegra en dos meses y alerta sobre subidas del mar; claves, datos y contexto.
El glaciar Hektoria, en la vertiente oriental de la Península Antártica, se ha desmoronado a una velocidad que no figuraba en los registros modernos: en apenas dos meses perdió alrededor de 8,2 kilómetros de hielo, con un retroceso de su frente diez veces superior a lo documentado hasta ahora en glaciares terrestres. El episodio, observado a partir de series satelitales y mediciones sísmicas, no fue una mera retirada estacional: la mitad de la superficie que descansaba sobre roca pasó a flotar y terminó fracturándose en un proceso en cascada. El resultado, a la vista de las imágenes y de los datos de teledetección, es inequívoco: se trata del retroceso “en tierra” más rápido registrado en la región desde que hay observaciones de alta resolución.
La importancia no está solo en el récord de velocidad. Hektoria no es una plataforma de hielo flotante cualquiera; es un glaciar que, hasta el momento previo al derrumbe, apoyaba buena parte de su masa sobre un lecho rocoso por debajo del nivel del mar. Cuando ese hielo apoyado se pierde, sí contribuye al aumento del nivel del mar. El caso Hektoria eleva la señal de alerta sobre un mecanismo físico que la comunidad científica intuía y que ahora aparece nítido: si un glaciar asentado sobre una llanura subglacial plana adelgaza lo suficiente y pierde el “andamio” del hielo marino adherido a la costa, puede entrar de golpe en flotación y desintegrarse en cuestión de días. No es teoría; ya ha ocurrido. Y tiene consecuencias prácticas para la vigilancia de otros glaciares con geometrías parecidas.
Dónde está Hektoria y por qué su ubicación pesa tanto
Hektoria drena hacia la parte oriental de la Península Antártica, una zona marcada por cambios abruptos desde finales del siglo pasado. En 1995 colapsó la plataforma de hielo Larsen A y en 2002 le siguió Larsen B, un contrafuerte natural que durante décadas actuó de “freno” para varios glaciares tributarios. Al desaparecer ese dique, los glaciares que vertían hielo a la antigua bahía de Larsen B —entre ellos Hektoria— aceleraron su flujo, adelgazaron y reconfiguraron su frente. No fue un proceso lineal: hubo periodos de aparente calma cuando el hielo marino costero permanecía firme, y fases de retirada cuando esa mordaza natural fallaba. El episodio más reciente, el descrito ahora, se inscribe en esa historia larga, pero con una aceleración sin precedentes.
La cartografía subglacial de la zona ayuda a entender la vulnerabilidad. Hektoria descansa, en su tramo frontal, sobre una superficie plana y profunda —una llanura de lecho por debajo del nivel del mar— que predispone a transiciones muy rápidas entre hielo apoyado y hielo en flotación. Si el glaciar adelgaza por pérdida de masa y, al mismo tiempo, falla el hielo marino adherido que solía amortiguar el oleaje y estabilizar el frente, el sistema entra en una zona de alta sensibilidad: un pequeño empujón basta para que un segmento grande pase a flotar. A partir de ahí, la mecánica cambia por completo.
Qué desencadenó la desintegración: geometría, flotación súbita y grietas que se encuentran
La secuencia física puede explicarse sin jeroglíficos. Durante la última década, Hektoria venía perdiendo espesor y mostrando altibajos en su frente, ligados en buena medida a la presencia o ausencia de hielo marino pegado a la costa. En la campaña 2022–2023, el landfast sea ice —el hielo marino “anclado” a la línea de costa— se fracturó y no logró reconstituirse con la suficiente robustez. Esa “mordaza” ausente dejó el frente del glaciar expuesto a las fuerzas del océano: mareas, oleaje y corrientes. Justo entonces, el adelgazamiento acumulado hizo que un tramo crítico del glaciar se despegara del lecho y empezara a flotar.
En cuanto un bloque que estaba apoyado entra en flotación, se abren grietas ascendentes desde la base —favorecidas por el ataque del agua de mar en fisuras y canales— que terminan uniéndose con las grietas descendentes que se forman por tensiones en la superficie. Esa conexión de grietas es la chispa para el calving masivo: desprendimientos sucesivos de grandes tablones de hielo. En Hektoria, la evidencia de “terremotos glaciares” —pulsos sísmicos característicos que emite el hielo cuando sujeta, se desliza y se rompe— encaja con esa transición brutal de estado. Lo que podría haber sido una retirada paulatina se convirtió en un colapso exprés.
El papel del hielo marino adherido, el “andamio” que faltó cuando más falta hacía
Conviene detenerse en el hielo marino adherido a la costa porque suele pasar desapercibido y, sin embargo, marca la diferencia. Cuando ese cinturón helado está firme y continuo, actúa como un “tapón” que frena la liberación de icebergs, amortigua las olas y reduce las tensiones en el frente. Es un andamio temporal: no detiene el adelgazamiento si el glaciar pierde masa por fusión o dinámica, pero dificulta los desprendimientos. En la temporada crítica de Hektoria, ese andamio se vino abajo. Y al caer, el frente quedó a la intemperie. La corriente y el oleaje remacharon la transición a flotación allende la línea de apoyo y empezaron los desgarros. Cuando el mar te arranca el suelo y no hay mordaza que sujete, el desenlace es casi siempre el mismo: rotura en bloque.
Qué dicen los datos: cifras, cronología y señales en la banda sísmica
El episodio no se entendió a partir de una única imagen ni de un instrumento aislado. El equipo que ha analizado el caso combinó imágenes ópticas y radar de satélite, altimetría para reconstruir cambios de elevación, y registros sísmicos capaces de detectar los “golpes” que producen los grandes desprendimientos. Esa mirada densa en el tiempo permitió coser una cronología detallada: entre enero de 2022 y marzo de 2023 Hektoria retrocedió alrededor de 25 kilómetros, con el pico de más de 8 kilómetros concentrado en dos meses, y saltos diarios de cientos de metros en las jornadas más extremas. No es una cifra extraída de una sola fotografía al final de temporada, es una película de alta cadencia que capta el pulso de cada jornada.
Las superficies de apoyo (las llamadas grounding lines) también se cartografiaron con precisión. En vez de una única línea nítida, Hektoria mostraba múltiples zonas donde el hielo alternaba entre estar apoyado y estar a flote. Esa topografía “a escalones” sobre un lecho plano y bajo el nivel del mar resulta especialmente inestable cuando el espesor cae por debajo de ciertos umbrales. De nuevo, el guion se cumplió: zonas que un día parecían ancladas aparecían a flote pocos días después, y desde ahí el frente siguió rompiéndose en cascada. La banda sísmica aportó el contrapunto perfecto: pulsos sincronizados con los desprendimientos mayores, señal de que no estábamos ante una lengua flotante rompiéndose lejos de la costa, sino ante hielo terrestre que acababa de perder su apoyo.
Esta precisión en la cronología no es un capricho académico. Si un glaciar puede morder hacia el interior varios kilómetros en cuestión de semanas, los sistemas de vigilancia no pueden basarse en una imagen mensual o en campañas estivales aisladas. Hacen falta series casi continuas en temporadas críticas y modelos que incorporen estos saltos discretos junto a las tendencias suaves. La lección es clara: la velocidad de muestreo importa, porque el sistema responde en escalas de tiempo muy cortas cuando la geometría lo permite.
Qué implica para el nivel del mar: hielo apoyado que suma, hielo flotante que no
Uno de los malentendidos más frecuentes cuando se habla de Antártida es pensar que todo lo que se rompe eleva el nivel del mar por igual. No. El hielo que ya flota —plataformas y tablones derivados— está en equilibrio con el océano, como un cubito en un vaso: su fusión no cambia el nivel. El hielo apoyado sobre roca, en cambio, sí añade masa cuando se desancla y se va al mar. Hektoria pertenece a esta segunda categoría durante la mayor parte del episodio: lo que se perdió estaba apoyado y, por tanto, contribuye al aumento del nivel del mar.
¿Es un salto dramático por sí solo? No, Hektoria no es de los gigantes por tamaño. Pero el mecanismo físico que lo empujó a la desintegración sí puede operar en cuencas más grandes si comparten geometría: lechos planos por debajo del nivel del mar, múltiples zonas de apoyo, adelgazamiento sostenido y temporadas sin hielo marino adherido. Si varios glaciares mayores sufrieran episodios de colapsos relámpago como este, el aporte al océano se aceleraría por encima de lo que estiman los modelos que solo captan tendencias graduales. El ritmo es la clave: pequeñas sorpresas sumadas acortan plazos.
Hay otra derivada operativa: la predicción costera que guía inversiones públicas y privadas se apoya en rangos de subida del nivel del mar. Si los mecanismos de retirada súbita se multiplican —no a diario, pero sí de forma recurrente en décadas activas—, los escenarios centrales pueden quedarse cortos. Dicho de manera llana: no basta con promedios si la física permite saltos. Hay que monitorizar dónde puede saltar la trenza y cuándo es más probable que lo haga, y eso solo se consigue con vigilancia dirigida y modelos que representen bien la geometría subglacial.
¿Puede repetirse en otros glaciares? Pistas y zonas a vigilar
Hektoria pone en el mapa un patrón de vulnerabilidad. No es la única cuenca con llanuras subglaciales por debajo del nivel del mar. Varias regiones de la Antártida —desde sectores de la Península hasta áreas del mar de Weddell y, por supuesto, cuencas del sector del mar de Amundsen— combinen esa topografía con glaciares de marea que terminan en el océano. No se trata de decir que todos van a colapsar igual, porque el sistema depende de un cóctel de factores: temperatura y salinidad del agua que llega a la plataforma continental, vientos que compactan o dispersen el hielo marino adherido, mareas y mecánica interna del hielo. Pero las pistas están claras para priorizar esfuerzos: buscar llanuras planas, identificar múltiples líneas de apoyo, reconstruir la historia del hielo marino local y seguir el espesor con alta cadencia.
Los glaciares más grandes de la Antártida occidental —los nombres propios son conocidos y no necesitan epitafios— llevan años en el punto de mira por su apoyo sobre lechos profundos que retroceden hacia el interior. El caso Hektoria no los sentencia, pero refuerza la idea de que un sistema que adelgaza y pierde mordazas puede responder con saltos. A escala continental, las plataformas de hielo —cuando existen y están sanas— ejercen una función similar a la del hielo marino adherido: amortiguan, reparten tensiones, fijan. Su pérdida o debilitamiento abre la puerta a aceleraciones aguas arriba. Es una cadena: se rompe el dique, cede la mordaza, el frente se expone, entra en flotación una franja crítica y el calving toma el mando.
Conviene añadir una dosis de prudencia empírica: no todos los años son iguales, ni todas las temporadas ofrecen el mismo caldo de cultivo. Hay variabilidad interanual en los vientos que compactan el hielo marino, en la llegada de aguas más cálidas a la plataforma, en las mareas que amplifican o no las fuerzas de tracción. Por eso la vigilancia tiene que ser persistente y regionalmente específica. Las grandes bases antárticas, los centros de teledetección y las misiones satelitales ya están ajustando protocolos para no perder de vista este tipo de episodios acelerados que un muestreo pobre podría pasar por alto.
Cómo se reconstruyó el episodio con tanta precisión: una película, no una foto
El salto cualitativo de esta investigación no está solo en el qué sino en el cómo. La reconstrucción del caso Hektoria se apoya en un mosaico de sensores: imágenes ópticas de alta resolución para ver los bordes y las texturas de la superficie, radar para atravesar nubosidad y oscuridad, altimetría para rastrear milimétricamente los cambios de elevación, y sismología para escuchar lo que el hielo “dice” cuando se desprende o resbala. Con todo ese material, los investigadores montaron una línea temporal densa, con pasos de días o pocas horas en momentos clave. Eso captura saltos que se perderían si solo mirásemos antes y después del verano.
Esa metodología ofrece dos ventajas operativas. Primero, permite atribuir causas con más seguridad: si la rotura del hielo marino adherido precede a un salto y la elevación cae justo antes de que la línea de apoyo se mueva, el relato físico se sostiene. Segundo, abre la puerta a sistemas de alerta temprana: si aprendemos a reconocer patrones —una combinación de adelgazamiento, pérdida de mordazas y tensiones acumuladas—, podemos anticipar cuándo un frente entra en zona de riesgo de flotación súbita. No es adivinación, es estadística apoyada en física.
Todo esto, contado desde un escritorio en Europa, podría sonar abstracto. No lo es para quienes han volado sobre la zona y han visto desde el aire el vacío que dejó la mitad del frente arrancada. Esas misiones de verificación —años después de la caída de Larsen B, con una cuenca transformada— confirman lo que dicen los píxeles y las trazas sísmicas. La inmensidad del hueco impresiona incluso a quienes llevan décadas mirando hielo. Y el impacto visual, aunque no sea un dato por sí mismo, ayuda a dimensionar la escala del proceso.
Lo que cambia a partir de ahora: modelos, vigilancia y prioridades
Con Hektoria ya en los registros, la agenda técnica se aclara. Los modelos de proyección del nivel del mar que alimentan informes y decisiones necesitan representar mejor la geometría subglacial (en particular, llanuras planas por debajo del nivel del mar), la posibilidad de múltiples líneas de apoyo y la interacción con el hielo marino adherido. No se trata de tirar lo hecho, sino de afinarlos para que capturen saltos como los observados. En paralelo, los sistemas de observación deben priorizar las cuencas con esa firma geomorfológica y aumentar la cadencia en temporadas en las que falla el hielo marino o se intuyen aguas más cálidas en plataforma.
Hay también un plano logístico y operativo. La Antártida es inmensa, y no todo puede vigilarse a la vez. Por eso es clave jerarquizar: glaciares con lechos planos, zonas con historial de pérdida de mordazas, áreas que tras el colapso de una plataforma (como ocurrió con Larsen B) quedaron expuestas y llevan años adelgazando. En esos puntos, cada imagen adicional y cada estación sísmica suman. Y cuando se detecta un patrón de riesgo, hay que tener capacidad de respuesta: más pasadas satelitales, misiones de radar interferométrico, vuelos lidar cuando el tiempo lo permite. La rapidez con la que ocurrió todo en Hektoria obliga a esa agilidad.
Una derivada menos visible, pero decisiva, es la coordinación internacional. Ninguna institución por sí sola puede cubrir la Antártida con el detalle temporal que demanda esta nueva realidad dinámica. La compartición de datos en tiempo casi real, el intercambio de algoritmos y la validación cruzada entre equipos son palancas para pasar de sorpresas a anticipación informada. Si el pasado reciente es guía, episodios de retirada súbita no serán cotidianos, pero volverán. Y mejor que nos pillen con redes más finas.
Señales de fondo: clima, océano y un sistema cada vez más conectado
El telón de fondo ayuda a encajar la pieza. La Península Antártica ha sido uno de los rincos del planeta donde más claro se ha visto el calentamiento del aire en la segunda mitad del siglo XX. El océano Austral acumula calor con una eficiencia que sorprende y lo redistribuye hacia profundidades que atacan la base de plataformas y bañan los frentes glaciares. Los vientos que gobiernan la presencia de hielo marino han mostrado variaciones que, en años concretos, reducen el hielo adherido en tramos costeros clave. No hace falta invocar ninguna “tormenta perfecta” para explicar Hektoria, pero sí reconocer que el sistema se ha vuelto más sensible. Cuando geometría y forzamientos se alinean, el paso de apoyado a flotante puede ser cuestión de horas.
Esta sensibilidad no augura un desastre inminente ni una cadena interminable de colapsos. Significa, eso sí, que los márgenes polares responden más deprisa de lo que nos acostumbramos a pensar cuando el foco estaba solo en tendencias suaves. La gestión del riesgo costero, que hoy maneja horizontes de inversión a décadas vista, debe incorporar la posibilidad de saltos episódicos en la descarga de hielo. No es dramatismo; es realismo físico respaldado por observaciones.
Señal desde el extremo sur: una historia que adelanta el próximo capítulo
Hektoria enseña varias cosas a la vez. Primero, que no hace falta un gigante para que el sistema deje huella: un glaciar relativamente pequeño, si se asienta sobre una llanura de lecho plana por debajo del nivel del mar y pierde mordazas, puede desarmarse a un ritmo que recordaríamos de los finales de las glaciaciones, no de un presente supuestamente estable. Segundo, que el detalle temporal importa tanto como el detalle espacial: ver la película —con satélites, radar, altimetría y sísmica— cambia las conclusiones frente a mirar solo las fotos fijas. Tercero, que hay pistas claras para priorizar vigilancia: geometrías planas, múltiples líneas de apoyo, historial de hielo marino inestable.
Y hay un mensaje operativo que ya nadie discute: cuando un frente entra en zona de flotación súbita, todo va muy rápido. Ese “muy rápido” se mide en días, no en décadas. Quien planifica observación o modeliza futuros del nivel del mar necesita incorporar esa escala de tiempo. No para multiplicar titulares, sino para afinar decisiones.
El glaciar Hektoria no inaugura una era, pero marca un umbral. La física que lo explica es conocida; lo nuevo es la claridad con la que la hemos visto operar y la escala temporal en la que se ha desencadenado. Cuando el lecho es llano, el espesor cae y la mordaza desaparece, la flotación llega de golpe y el hielo se parte. Ocurrió aquí y puede ocurrir allí donde la geografía subglacial rime. Esa es, hoy, la lección útil. Y el trabajo que toca ahora —vigilar con cabeza y modelizar con precisión— ya no admite excusas.
En suma, Hektoria no es un monstruo; es un recordatorio contundente de que, bajo ciertas condiciones, la dinámica glacial moderna es capaz de respuestas explosivas. La buena noticia es que sabemos qué señales mirar y dónde buscarlas. La exigencia es evidente: poner los ojos —y los oídos— donde la geometría y el mar se conjuran. Porque la próxima retirada súbita, si llega, no debería pillarnos mirando al otro lado.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo se ha elaborado con información contrastada y actualizada de medios y organismos de referencia. Fuentes consultadas: Agencia EFE, El País, Nature Geoscience, NASA Earth Observatory, CIRES (Universidad de Colorado), Cadena SER, La Razón.

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