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Naturaleza

¿Cuánto daño dejó Melissa en Cuba y qué falta por hacer?

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Cuánto daño dejó Melissa en Cuba

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Balance tras Melissa en Cuba: 45.282 viviendas dañadas, 120.000 evacuados y un oriente que reconstruye techo, luz y agua con ritmo incierto.

La cifra está sobre la mesa y ayuda a dimensionar el alcance del desastre: 45.282 viviendas dañadas por el huracán Melissa en el oriente de Cuba, con unas 120.000 personas aún evacuadas entre centros de acogida y casas de familiares. El balance oficial, preliminar, llega tras la reunión del Consejo de Defensa Nacional y dibuja prioridades que no admiten pausa: techo, electricidad, agua segura y retorno en condiciones a las zonas anegadas. No hay víctimas mortales reportadas por las autoridades en la isla, un dato que destaca en un Caribe duramente golpeado por el mismo sistema.

La situación avanza por carriles distintos, con contrastes claros entre provincias. Las Tunas roza el 94,5 % de sus clientes con electricidad restablecida; Holguín se sitúa en torno al 40,5 %, Granma en el 58,7 % y Guantánamo en el 50,4 %. El sector educativo notifica 1.552 escuelas afectadas, de las cuales 200 ya han sido recuperadas, mientras que la sanidad suma 461 instalaciones con daños de diversa magnitud. En el campo, el golpe es severo: 78.700 hectáreas dañadas, con el plátano como cultivo más afectado. A esto se suma el foco de Río Cauto, donde la crecida del río más caudaloso de Cuba dejó inundaciones severas que comienzan a bajar, abriendo la puerta a la evaluación técnica sobre viviendas e infraestructuras.

Mapa del impacto y una clave geográfica: el oriente bajo agua

El relato del daño no se entiende sin la geografía. Melissa atravesó durante casi siete horas el extremo oriental de Cuba como huracán de categoría 3, con vientos cercanos a 200 kilómetros por hora y lluvias de hasta 400 milímetros en algunos puntos. No fue un embate fugaz: la combinación de desplazamiento lento y orografía montañosa convirtió la lluvia en el factor de devastación dominante. A diferencia de otros episodios en los que el viento arranca techos y derriba árboles de un solo golpe, aquí el agua fue el martillo: inundaciones, desbordamientos de ríos y embalses, deslizamientos en laderas saturadas y daños acumulativos en edificios e infraestructuras.

En ese patrón se explica por qué Granma, Holguín, Las Tunas y Guantánamo concentran los mayores problemas. Río Cauto, por ejemplo, tiene una llanura de inundación histórica que, cuando se activa, ocupa barrios enteros y corta caminos. El descenso gradual del nivel permite el ingreso de brigadas de evaluación y limpieza, pero también obliga a protocolos estrictos: revisiones estructurales en viviendas, verificación eléctrica antes de reconectar, cloración del agua en pozos y depósitos, control de puntos críticos como puentes, vados y taludes.

La otra cara es la accesibilidad. En zonas serranas —Sierra Maestra adentro— el daño no solo implica una vivienda: corta pasos, aísla consultorios y entorpece el abastecimiento. De ahí que el retorno sea escalonado, con autorizaciones condicionadas a diagnósticos técnicos y a la estabilidad del terreno. Lo urgente: restituir transitabilidad en vías principales, asegurar pasos sobre ríos y proteger captaciones de agua que alimentan pueblos enteros.

Vivienda y refugios: del recuento al primer ladrillo

Las 45.282 viviendas dañadas son un corte preliminar en un proceso que siempre crece a medida que se accede a parajes aislados y se revisan barrios con calma. Una parte del parque habitacional afectado presenta daños parciales —cubiertas, ventanas, tabiques—; otra, derrumbes que exigen reconstrucción desde la estructura. El retorno de las familias a sus casas, cuando es posible, va acompañado de recomendaciones elementales pero críticas: retirar escombros con protección adecuada, no energizar circuitos sin revisión, ventilar estancias para reducir la humedad atrapada y chequear fisuras vivas.

El paso siguiente es la reparación prioritaria de techos —la envolvente manda—, porque la protección frente a nuevas lluvias decide si la casa vuelve a ser habitable. En paralelo, albergues instalados en escuelas o locales comunitarios mantienen a decenas de miles de personas bajo techo con alimentos preparados, asistencia sanitaria básica y turnos para baños y duchas. La rotación es constante: cada vivienda que se asegura libera camastros para otras familias, y cada barrio que se seca permite acortar la lista de evacuados.

La logística de materiales marca el ritmo. Planchas, puntales, cementos, cables, pintura, herramientas. En zonas con mercado local más activo, la oferta privada complementa la distribución estatal. Donde el suministro es más frágil, se depende de convoyes y depósitos municipales. En cualquier caso, la prioridad social —hogares con niños, mayores, personas con discapacidad— se traduce en turnos y asignaciones específicas para evitar que la reconstrucción reproduzca desigualdades.

Un retorno que cambia la rutina

Dormir bajo un techo propio —aunque sea con plásticos y maderas provisionales— dispara una recuperación anímica que se nota en la calle. Reabren panaderías con horarios recortados, vuelven mercados y ferreterías con inventario limitado, arranca transporte en rutas esenciales. El registro de daños casa por casa, imprescindible para ordenar ayudas y prioridades, va de la mano de la supervisión técnica y de una pregunta básica: ¿es segura esta vivienda? Si la respuesta es sí, el barrio respira; si no, la estancia en el refugio se alarga y la lista de tareas crece.

Electricidad, agua y salud: la tríada que define la normalidad

El restablecimiento eléctrico es el termómetro del día a día. Las Tunas, con un 94,5 % de clientes con servicio, marca el ritmo más alto ahora mismo. Holguín (40,5 %), Granma (58,7 %) y Guantánamo (50,4 %) avanzan con trabajos tramo a tramo, especialmente donde la humedad impide maniobrar con rapidez y donde las inundaciones han comprometido postes y transformadores. Cada reconexión pasa por revisar aisladores, sustituir crucetas, podar árboles en contacto con líneas y secar equipos críticos. Se prioriza lo que sostiene la vida diaria: hospitales, acueductos, plantas de bombeo, alumbrado en cruces peligrosos.

El agua segura va pegada a la luz, aunque no dependa solo de ella. En escenarios de inundación, el riesgo de contaminación en pozos y redes se dispara. Se intensifican cloraciones, se establecen puntos de suministro alternativos y se recomiendan hervidos en hogares con cocina operativa. La basura acumulada y las aguas estancadas abren la puerta a brotes; por eso la recogida en barrios bajos y la limpieza de zanjas son trabajos de primer orden, no secundarios.

La sanidad lidia con una doble cuenta. Por un lado, 461 instalaciones afectadas —entre hospitales, policlínicos, consultorios y farmacias— que exigen reparaciones rápidas, sellados de techos, revisión de grupos electrógenos y reposición de equipamiento sensible a la humedad. Por otro, vigilancia epidemiológica sostenida, con atención a enfermedades derivadas de la exposición al agua, heridas mal curadas, problemas respiratorios por moho y la salud mental de familias que han perdido parte de su patrimonio. Una campaña bien engranada —información clara, brigadas móviles, vacunación al día— reduce daños silenciosos que no salen en la foto.

Educación en pausa parcial: aulas que son refugios

El sistema educativo presenta una fotografía compleja: 1.552 centros dañados y 200 ya recuperados. Parte de esas escuelas funcionan como refugios, de modo que la vuelta a clases será asimétrica y se programará por municipios. Las autoridades educativas hablan de calendarios flexibles, dobles turnos donde sea viable y espacios alternativos cuando el edificio haya quedado comprometido. Todo pasa por una idea sencilla: no hay aula sin seguridad estructural, y no hay aula si aún es dormitorio.

En barrios menos afectados, algunos colegios ya retoman actividades con horarios que acomodan limpieza y reparaciones. En núcleos más golpeados, se evalúa el uso de módulos temporales y aulas móviles en patios o canchas cuando el clima lo permite. Los 200 centros ya rehabilitados muestran que la cadena de obra funciona, pero la magnitud del número total demuestra la ruta larga que queda. En paralelo, se organiza la entrega de materiales escolares perdidos en el agua: cuadernos, libros, uniformes, mochilas.

Agricultura y abastecimiento: del plátano a la cesta básica

El campo aparece con 78.700 hectáreas afectadas, un golpe que se concentra en el plátano, cultivo particularmente vulnerable al viento sostenido y a la inundación prolongada. La foto agraria tras un huracán incluye suelos saturados, caminos agrícolas cortados, canales con sedimentos y sistemas de riego alterados. El primer movimiento es salvar lo salvable —cosecha adelantada donde se pueda, poda de plantaciones— y preparar el terreno para resembrar cuando el suelo lo permita. Los tiempos de recuperación no son inmediatos: dependen de la logística, de insumos básicos y de la mano de obra disponible.

En mercados y puntos de venta, el impacto se notará en las próximas semanas. La elasticidad de la oferta es limitada a corto plazo, de modo que precios y disponibilidad de algunos alimentos frescos pueden moverse mientras se reequilibran inventarios entre provincias. Si la carretera aguanta, llegarán productos desde regiones menos afectadas; si no, serán los comedores comunitarios, las raciones y los programas sociales los que alivien el bache. Mientras tanto, el rebrote del plátano y las siembras rápidas (hortalizas de ciclo corto) servirán como puentes para que la cesta vuelva a estabilizarse.

Infraestructura rural: cuando el barro marca la agenda

La limpieza de canales, la restitución de pasos y el bombeo en zonas bajas son trabajos que deciden si una vaquería o un conuco vuelve a producir. En terrenos anegados durante días, hongos y plagas aprovechan la debilidad de las plantas, por lo que la asistencia técnica a productores resulta crucial: qué tratar, cuándo podar, cuándo arrancar para sembrar de nuevo. En fincas medianas y cooperativas, la coordinación para compartir equipo pesado —retroexcavadoras, motobombas— acorta plazos que, de otra forma, se miden en meses.

Lo que explica la severidad: un huracán lento y muy húmedo

En la dinámica de Melissa hay elementos ya conocidos: aguas muy cálidas, atmósfera que permitió organización del sistema y un paso lento por el oriente cubano. La intensidad del viento explica parte del daño, pero el volumen de lluvia —con picos de 400 milímetros— y la persistencia sobre una franja territorial relativamente estrecha son las claves que llevaron a inundaciones y deslizamientos. En esos escenarios, el peligro no siempre es visible durante la tormenta: llega después, con corrientes que bajan cargadas, terrenos que ceden, muros que se ablandan y estructuras que han sufrido durante horas sin descanso.

La respuesta institucional —evacuaciones tempranas, uso de centros escolares como refugios, priorización de servicios críticos— ayuda a explicar por qué no se han reportado fallecidos. El trabajo seguirá siendo quirúrgico en los próximos días, con reconexiones eléctricas secuenciadas, control de calidad del agua, limpieza de calles y retiro de árboles y escombros. El retorno de miles de familias a viviendas revisadas y protegidas frente a nuevas lluvias será el indicador más claro de avance.

Las próximas jornadas: del parte preliminar a la reconstrucción

En las semanas que vienen, el registro global de viviendas dañadas se desgranará en categorías útiles para operar: derrumbe total, daño estructural severo, afectación de techos, daño interior por inundación, perdida de pertenencias. Ese detalle por municipios permite ordenar cuadrillas, materiales y presupuestos sin improvisación. A la vez, el porcentaje de clientes con luz seguirá subiendo en el mapa eléctrico, moviendo la barrera del barro y abriendo zonas donde hasta ahora no se podía entrar con seguridad.

El calendario escolar sumará aulas recuperadas y ajustará horarios según avance el cierre de albergues. La sanidad consolidará arreglos de cubiertas y redes internas, y reforzará la vigilancia en barrios donde el agua quedó estancada. En agricultura, se programarán replantaciones y se coordinarán transportes para sacar producción de zonas sanas hacia mercados golpeados, con el objetivo de evitar desabastecimientos puntuales. La evaluación de puentes y carreteras aparecerá como capítulo aparte: hay obras que se hacen con urgencia, y otras que requieren proyectos y licitaciones. No es lo mismo cambiar una loseta que recalcular un vano sobre un río crecido.

La gestión de residuos es otro frente. Tras un huracán de estas características, las ciudades y pueblos quedan con volúmenes extraordinarios de madera, metálicos, plásticos y escombros. Separar troncos aprovechables, retirar rápidamente materiales que puedan soltar fibras o partículas peligrosas y liberar cauces secundarios reduce riesgos ante nuevas lluvias. Con temperaturas altas, lo que hoy es un montón inerte mañana puede ser foco de plagas.

Datos que ordenan la actuación pública

Más allá del parte humano, las cifras ayudan a decidir dónde poner cada cuadrilla y cada camión. 45.282 viviendas no requieren el mismo tipo de intervención. Un techo arrancado pide materiales y mano de obra rápida; un muro de carga fisurado exige ingeniería. 120.000 evacuados no se reducen todos a la vez: bajar la cifra dependerá de que bajen las aguas y de que suba la oferta de materiales. 1.552 escuelas obligan a un calendario educativo vivo; 461 instalaciones sanitarias introducen urgencias que no admiten cola. Y los porcentajes eléctricos94,5 % en Las Tunas, 40,5 % en Holguín, 58,7 % en Granma, 50,4 % en Guantánamo— sirven para medir dónde concentrar brigadas y repuestos.

Si algo enseña la experiencia, es que los balances preliminares crecen en los días siguientes. No porque se cuenten peor, sino porque se cuentan más: caseríos a los que hoy no se llega, barrios donde el agua no permite aún entrar, zonas donde los vecinos todavía no han podido revisar su casa habitación por habitación. Con ese movimiento, las decisiones se vuelven más finas: quién necesita lona y madera, dónde conviene levantar muros de contención, qué transformadores deben elevarse para evitar que el próximo episodio repita el daño.

Pie de contexto: una temporada que no da tregua

La temporada ciclónica ha mostrado episodios de intensificación rápida y precipitaciones extremas en varias cuencas. En Melissa, ese patrón de rápida organización y potencia se combinó con un paso lento sobre una zona particularmente expuesta. Cuando un sistema así coincide con ríos de gran cuenca, como el Cauto, la probabilidad de inundaciones severas aumenta. En términos operativos, esto se traduce en alertas que deben adelantarse, evacuaciones que hay que completar a tiempo y reservas de materiales estratégicos que conviene tener cerca de los puntos críticos.

Este episodio refuerza una idea que en la práctica se traduce en obras: elevar equipos eléctricos sensibles, proteger depósitos de agua, diseñar bordes de carreteras con drenajes dimensionados para avenidas más intensas, mantener en buen estado los canales que alivian barrios bajos. La resiliencia deja de ser una palabra abstracta cuando un poste extra y un metro más de cota evitan que un transformador clave quede bajo agua.

Prioridades inmediatas: techo, luz y agua

Cuba entra en la fase más difícil: pasar de la contabilidad del daño a la reparación cotidiana. El retrato de hoy es claro: 45.282 viviendas dañadas, 120.000 personas todavía evacuadas, un sistema eléctrico que se recupera por zonas, una red escolar a medio gas con 1.552 centros tocados y 200 ya listos, 461 instalaciones sanitarias en proceso de arreglo y un campo con 78.700 hectáreas afectadas donde el plátano se lleva la peor parte. Lo que sigue no es un eslogan, sino una lista corta que ordena el trabajo: asegurar techos, expandir reconexiones eléctricas con criterio de servicios críticos, garantizar agua segura y acelerar la vuelta escalonada a las viviendas que lo permitan.

Hay avances medibles —la electricidad en Las Tunas casi completa, el descenso del agua en Río Cauto, las 200 escuelas ya reparadas— y tareas aún abiertas que no se resuelven en un día. El andamiaje institucional y comunitario volverá a marcar la diferencia: brigadas que saben por dónde empezar, vecindarios que organizan limpieza y apoyos inmediatos para quienes no pueden valerse por sí mismos. Si algo dejan claro las cifras de este lunes, es que las prioridades están definidas y que cada porcentaje que sube y cada familia que vuelve a su casa son la medida real del éxito. En ese camino, techo, luz y agua no son consignas: son objetivos concretos que, uno a uno, devuelven la normalidad al oriente de la isla.


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Este artículo se ha elaborado con datos oficiales y reportes periodísticos contrastados. Fuentes consultadas: Agencia EFE, El País, Granma, Cubadebate, Reuters.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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