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Naturaleza

¿Qué es el Acelerador de Ciudades Frescas contra el calor?

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Qué es el Acelerador de Ciudades Frescas

Diseñado por Freepik

33 ciudades lanzan un plan contra el calor extremo: refugios, sombra, techos fríos, alertas, con plazos y métricas para proteger más la vida.

Las grandes urbes han dado un paso concreto para que el próximo verano —y los siguientes— no llegue con aceras a 50 grados, noches interminables y hospitales saturados. Treinta y tres ciudades de todo el mundo acaban de lanzar el Acelerador de Ciudades Frescas, una iniciativa global que fija medidas urgentes y coordinadas para proteger la salud, garantizar acceso a refrigeración en emergencias y rediseñar el espacio urbano con sombra, vegetación y materiales que no disparen la temperatura. El anuncio ha llegado en la Cumbre Mundial de Alcaldes del C40 en Río de Janeiro, a las puertas de la COP30 de Belém. La coalición agrupa a ciudades que representan a unos 145 millones de personas y se estructura con metas a dos velocidades: acciones inmediatas en un horizonte de dos años y transformaciones físicas más profundas en cinco.

No es un manifiesto; es un compromiso operativo. Los ayuntamientos firmantes —entre ellos Barcelona, Londres, París, Nueva York o Phoenix— publicarán informes de progreso bianuales, compartirán datos y replicarán soluciones contrastadas en barrios reales. El objetivo es reducir las muertes por calor extremo, salvaguardar la economía urbana en picos térmicos y adaptar infraestructuras críticas —red eléctrica, transporte, hospitales— a episodios cada vez más largos e intensos. El Acelerador nace bajo el paraguas del C40 y suma apoyo filantrópico y técnico de la Fundación Rockefeller, ClimateWorks, Robert Wood Johnson Foundation, Z Zurich Foundation y el Ministerio de Asuntos Exteriores de Dinamarca, entre otros. El mensaje de fondo es inequívoco: el calor extremo es el fenómeno meteorológico más letal en la actualidad, con casi medio millón de muertes anuales a escala global, y ya no basta con improvisar.

Qué cambia exactamente con el Acelerador

El Acelerador de Ciudades Frescas establece un marco común de gobernanza, financiación y evaluación para la adaptación urbana al calor. En la práctica, exige que cada ciudad designe una autoridad clara para el calor —una figura tipo chief heat officer o una unidad interdepartamental— con capacidad real de coordinar salud pública, protección civil, espacios verdes, vivienda y energía. Esa autoridad deberá activar sistemas de alerta comprensibles, que traduzcan términos técnicos en niveles de riesgo y recomendaciones directas, e identificar refugios climáticos con horarios ampliados cuando suba el termómetro: bibliotecas, centros cívicos, pabellones, escuelas, cualquier edificio público con condiciones de confort y acceso sencillo. La información deberá ser geolocalizada, accesible en tiempo real y con especial énfasis en mayores, personas con enfermedades crónicas y quienes trabajan al aire libre.

La segunda capa es estructural. En un plazo de cinco años, las ciudades se comprometen a endurecer códigos de edificación con criterios de confort de verano, aislamiento térmico, ventilación natural y materiales reflectantes; a desplegar techos fríos o verdes en edificios públicos y promoverlos en el parque residencial con ayudas a la rehabilitación; a transformar el viario con pavimentos de menor absorción térmica y corredores de sombra —árbol y sombra construida— en ejes peatonales, ciclistas y paradas de transporte. También se incluye la expansión medible de la cubierta arbórea con mantenimiento y riego eficiente, no solo plantaciones simbólicas. Todo ello, con métricas comunes que permitan comparar avances entre ciudades y ajustar la inversión hacia los barrios con islas de calor más acusadas.

Por qué el calor manda en la agenda urbana

El calor extremo no golpea solo por las temperaturas máximas del día. La humedad, las noches tropicales que impiden el descanso y la duración de los episodios multiplican el riesgo. Los picos térmicos afectan al sistema cardiovascular, descompensan tratamientos, agravan enfermedades renales y cognitivas, y encadenan impactos económicos: baja la productividad en la construcción o el reparto, se dispara la demanda eléctrica por aire acondicionado y aumentan averías en equipos y redes. La población mayor, las personas que viven solas, quienes trabajan al sol y los hogares sin aislamiento cargan con la parte más dura. Es, además, un fenómeno que crece: en las principales capitales, el número de días por encima de 35 ºC ha aumentado de forma notable en las últimas dos décadas. Proyecciones razonables anticipan que, si no se actúa, la exposición urbana peligrosa podría multiplicarse por cinco para 2050.

De ahí la urgencia de pasar de los planes a la obra. Las ciudades concentran la mayor parte de la población y la actividad económica, y por tanto el riesgo sanitario y operativo cuando llegan las olas de calor. Un sistema de alerta temprana bien diseñado, acompañado de servicios de refrigeración de emergencia y protocolo laboral en episodios críticos, salva vidas y reduce costes. Con el Acelerador, esta lógica se convierte en estándar y gana escala global.

Medidas con calendario: del aviso al ladrillo

La hoja de ruta inmediata fija tres frentes. Primero, gobernanza: una autoridad del calor con mandato formal, presupuesto y capacidad para tomar decisiones rápidas en episodios de riesgo. Segundo, alertas: mensajes claros, multicanal, con lenguaje sencillo y indicaciones operativas —qué hacer, dónde acudir, cómo identificar síntomas— y con coordinación sanitaria para ajustar turnos, reforzar urgencias y desplegar equipos móviles en los barrios más expuestos. Tercero, protección directa: refugios climáticos y puntos de hidratación activados por umbrales objetivos, con horarios ampliados y transporte garantizado para quien lo necesite.

El escalón de cinco años se centra en el entorno construido. Edificios públicos con techos blancos o verdes, patios escolares renaturalizados, centros de salud preparados para picos de demanda, marquesinas que dan sombra real, calles con arbolado bien orientado y pavimentos que no “queman” al atardecer. Los códigos de obra incorporarán coeficientes de reflectancia solar mínimos para cubiertas, protecciones solares exteriores en fachadas y ventilación cruzada. La rehabilitación energética de viviendas se orientará también al verano, a menudo olvidado hasta ahora, con incentivos claros en barrios vulnerables. Y, para equilibrar el sistema, el Acelerador promueve refrigeración sostenible: reducir la necesidad (sombra y aislamiento) y mejorar la eficiencia de los equipos de climatización que sí se usen, para evitar picos de demanda que comprometan la red.

En paralelo, se impone una infraestructura de datos. Mapeos térmicos de alta resolución, sensores de temperatura-humedad y viento a nivel de calle, e indicadores de temperatura aparente por distrito permitirán dirigir acciones donde más bajan la sensación térmica. Las ciudades deberán publicar datos e hitos de forma periódica: cuántas personas han usado los refugios, cuántos metros cuadrados de techo frío se han instalado, cuánta sombra se ha ganado en ejes críticos, cómo se ha reducido la mortalidad durante episodios de alerta respecto a años anteriores.

Dónde están las pruebas: experiencias que ya enseñan el camino

Varias ciudades llevan ventaja y funcionan como laboratorios vivos. Ahmedabad (India) puso en marcha en 2013 un plan de acción contra el calor tras un episodio mortal en 2010. La combinación de alertas, pintura reflectante en cubiertas de barrios vulnerables, formación sanitaria y coordinación interinstitucional se ha asociado con reducciones medibles de mortalidad en los veranos posteriores. El programa se ha replicado en decenas de ciudades del país, con adaptaciones locales.

Sevilla se convirtió en pionera al clasificar y nombrar olas de calor (“Zoe”, “Yago”…), una herramienta de comunicación que aumenta la percepción del riesgo y activa respuestas sanitarias y sociales más rápidas. La evaluación de esas campañas muestra mejor llegada a población mayor y mejores decisiones en servicios públicos durante episodios críticos. La lógica es sencilla: si el riesgo es extremo, necesita un lenguaje que lo haga tangible.

Phoenix, una de las ciudades más castigadas de Estados Unidos, ha institucionalizado la agenda con una oficina específica, un plan de sombra que mezcla árbol y sombra construida, y corredores frescos en barrios con ingresos bajos, donde los mapas de calor suelen calcar los de renta. El enfoque es de equidad térmica: más inversión donde más sube la temperatura aparente y menos capacidad de adaptación tiene la población.

Atenas ha creado una jefatura del calor, ha desplegado refugios climáticos y ha tejido una red de información pública con categorías de riesgo que permiten activar servicios con anticipación. Barcelona avanza con una red de refugios en escuelas, bibliotecas y centros cívicos, simulacros para escenarios críticos y un trabajo de renaturalización de patios escolares que se enmarca en su estrategia de supermanzanas y pacificación del tráfico. Son piezas distintas que encajan en el Acelerador y que ahora podrán escalar con financiación y metodología compartida.

Quiénes se han subido y qué implica para España

La coalición contra el calor extremo reúne a 33 ciudades de perfiles y climas muy diferentes: Ámsterdam, Atenas, Barcelona, Boston, Buenos Aires, Chicago, Fortaleza, Guadalajara, Londres, Melbourne, Milán, Bombay, Nueva York, París, Phoenix, Río de Janeiro, Roma, San Salvador, Tokio, entre otras. El valor está en esa diversidad: urbes con veranos húmedos, desérticos, oceánicos o mediterráneos que comparten datos y soluciones y aceleran el aprendizaje mutuo.

Para España, la noticia tiene dos lecturas. Una, visibilidad y tracción: formar parte del núcleo de lanzamiento conecta proyectos locales a un ecosistema global de financiación, asesoramiento y evaluación que puede acelerar obras y mejorar el diseño. Dos, exigencia: los hitos bianuales obligan a medir avances, a priorizar en los presupuestos y a justificar qué funciona y qué no. Barcelona —presente en la lista— gana un marco para consolidar su red de refugios, multiplicar sombra en ejes duros de calor y acelerar rehabilitaciones orientadas al verano. Sevilla, que ha marcado tendencia en comunicación de riesgo, dispone de una plataforma para extender su enfoque más allá de los avisos hacia normas de edificación y pavimentos fríos. Y otras ciudades españolas que no figuran en el primer grupo encuentran aquí una hoja de ruta replicable: autoridad del calor, umbrales de activación, tipologías de sombra, estándares de obra y métricas.

Emisiones, economía y la ventaja municipal

La semana de Río también ha dejado un dato relevante: las ciudades están recortando emisiones más rápido que los estados. Con datos hasta febrero de 2025, el 73 % de las cien ciudades del C40 ya han pasado su pico de emisiones y las están reduciendo. Estocolmo y Copenhague han recortado alrededor del 40 % tras picos entre 2012 y 2014. Atenas, Londres, Milán, París, Salvador, San Francisco, Sídney, Washington y Yokohama registran bajadas del 30 %. En paralelo, se recuerda el peso específico de las urbes: alrededor del 70 % de las emisiones globales se asocian a actividades urbanas.

Este dato no es accesorio. La adaptación al calor y la mitigación de emisiones se retroalimentan. Más sombra y aislamiento significan menos aire acondicionado; menos aire acondicionado mal regulado significa menos picos eléctricos, menos fugas de refrigerantes y menor estrés sobre una red envejecida. La agenda del Acelerador incluye criterios de refrigeración eficiente, una pieza clave para evitar que enfriar la ciudad se traduzca en calentar el planeta.

En lo económico, la apuesta se justifica por sí sola. Cada euro en prevención sanitaria, sombra urbana o eficiencia evita costes en ingresos hospitalarios, días de baja, averías y pérdidas comerciales en calles impracticables a 3 de la tarde. Los barrios vulnerables concentran el mayor retorno social de la inversión: el riesgo térmico y el riesgo de pobreza energética suelen ir de la mano, y una rehabilitación bien diseñada reduce ambos.

Cómo aterriza en la calle: lo que verán los barrios

La adaptación al calor no es un “macroproyecto” abstracto. Se percibe en detalles acumulativos que bajan grados y mejoran el bienestar, en especial durante las horas punta. Árboles plantados en la cara de la acera que sombréa a mediodía, marquesinas con sombreados laterales en paradas de bus, toldos y velas tensadas en plazas, fuentes y vaporizadores en itinerarios de alta exposición, pavimentos con baja inercia térmica que liberan calor antes del anochecer, patios escolares con suelos permeables y láminas de agua puntuales, cubiertas públicas pintadas de blanco o plantadas de verde con mantenimiento real y riego eficiente. También se notará en horarios adaptados: obras, reparto de última milla o eventos al aire libre reorganizados cuando el índice de calor supere umbrales de riesgo.

El transporte adquiere protagonismo. A las olas de calor se responde con sombra en andén y marquesina, ventilación en estaciones, pavimentos fríos en pasarelas y, en caso de alerta, refuerzos de frecuencia para reducir esperas al sol. El urbanismo táctico —actuaciones rápidas con pintura, toldos y mobiliario— permite proteger itinerarios escolares o sanitarios mientras llegan obras de mayor calado.

Datos, métricas y transparencia

La promesa del Acelerador se ancla en la medición. No basta con plantar árboles; hay que saber dónde y para qué. Por eso, las ciudades deberán cartografiar sus islas de calor con sensores a pie de calle, datos satelitales y modelización microclimática. Con esa base, se priorizan calles y plazas donde una intervención —árbol, toldo, marquesina, pavimento— reduce de verdad la temperatura aparente en horas críticas. En el plano sanitario, las series históricas de mortalidad y morbilidad por calor servirán para evaluar impacto de las alertas y los refugios climáticos.

La transparencia es otra pieza. Informes públicos cada dos años con indicadores homogéneos —número de refugios, horas de apertura, afluencia, metros cuadrados de techo frío, hectáreas de sombra nueva, reducción de ingresos hospitalarios por golpe de calor— permiten comparar y corregir. La cooperación entre ciudades es la vía rápida para evitar errores repetidos y escalar lo que funciona.

Salud pública y trabajo al aire libre

El calor extremo es, sobre todo, un problema de salud pública. Los protocolos clínicos —hidratación, ajuste de medicación, identificación de síntomas— se activan junto con las alertas. Centros de día, residencias y atención domiciliaria intensifican seguimiento a personas solas o dependientes. La coordinación con emergencias y servicios sociales resulta clave cuando la sensación térmica supera umbrales en barrios con edificios antiguos, últimos pisos mal aislados y poca ventilación.

El trabajo al aire libre —construcción, limpieza viaria, reparto, agricultura periurbana— requiere adaptaciones: pausas obligatorias en horas de alto riesgo, zonas de sombra, agua disponible, equipos y ropas adecuadas, y, si es necesario, reprogramación de turnos. El Acelerador fomenta que estas medidas queden formalizadas y vinculadas a niveles de alerta, no a decisiones improvisadas.

Financiar la adaptación sin romper la hucha

Las ciudades pueden combinar presupuestos locales con fondos filantrópicos y vehículos de inversión climática para acelerar obras. La priorización por impacto —invertir primero donde la temperatura aparente y la vulnerabilidad social son más altas— estira cada euro. La contratación pública puede exigir criterios de enfriamiento —índices de reflectancia, albedo, sombra efectiva— en licitaciones de pavimentos, mobiliario y edificios. Y las tasas urbanísticas o incentivos fiscales a la rehabilitación orientada al verano ayudan a mover al sector privado sin perder calidad.

La cofinanciación con compañías eléctricas y gestores del agua tiene sentido: menos picos de demanda y demand response bien diseñada reducen riesgos operativos y costes. En zonas con estrés hídrico, la sombra y los pavimentos fríos mejoran el balance: menos evaporación descontrolada y riego más eficiente bajo copa.

Tecnología con propósito, no como fin

La tecnología es útil si sirve a decisiones. Sensores urbanos, redes de estaciones meteorológicas de barrio, cámaras termográficas en campañas puntuales, modelos de flujo de aire entre edificios… Todo suma cuando el resultado es elegir mejor dónde plantar, qué pavimento colocar o qué cubiertas pintar. Pero el ladrillo y el árbol siguen mandando. El Acelerador lo asume: tecnología para diagnosticar y evaluar, inversión física para cambiar el microclima.

Un apunte clave: mantenimiento. Sin riego, sin poda y sin conservación de toldos, marquesinas y pavimentos, la curva vuelve a subir. La adaptación no es un corte de cinta; es gestión continua.

Qué papel juegan las normas y el mercado inmobiliario

Nada de esto funcionará si los códigos de edificación y las normas urbanísticas siguen pensando solo en el invierno. Incorporar criterios de verano —protección solar exterior, ventilación cruzada, control de ganancias internas— es barato en proyecto y caro si se corrige después. La promoción pública puede liderar con estándares exigentes en escuelas, centros de salud y vivienda asequible. En el privado, bonificaciones ligadas a resultados —temperatura interior máxima sin aire acondicionado, por ejemplo— alinean intereses y reducen alquileres de sufrimiento térmico.

El mercado ya está reaccionando: edificios con buen confort de verano mantienen valor y costes bajos en operación, un argumento que asegura hipotecas y reduce morosidad en episodios energéticos extremos. La planificación urbana debe empujar en esa dirección con incentivos claros y sanciones cuando toque.

Gobernanza multinivel y el peaje de la coordinación

Las ciudades pueden y están actuando. Pero hay límites. Normativa estatal, financiación autonómica, marcos regulatorios de energía o agua… todo influye. La COP30 se presenta como el espacio para alinear objetivos y recursos. El Acelerador ofrece el catálogo de medidas y la prueba de que la implementación local funciona. Falta que los gobiernos acompañen con normas, fondos y seguridad jurídica para que lo excepcional —activar un refugio o pintar una cubierta— se convierta en política pública estable.

En esa ecuación, el sector privado no es enemigo. Fabricantes de materiales reflectantes, empresas de pavimentos fríos, viveros especializados, gestores energéticos y aseguradoras ven en la adaptación urbana un campo natural de inversión. El reto es evitar modas y concentrarse en soluciones con evidencia de reducción térmica y coste razonable.

El verano que viene puede ser distinto

El calendario está claro. En dos años, las ciudades del Acelerador deberían tener nombrada una autoridad del calor, alertas que lleguen a quien más lo necesita y refugios que se abran sin burocracia cuando el índice de calor cruce el umbral. En cinco, la calle tendría que notar techos fríos en colegios y centros de barrio, sombra consolidada en avenidas y paradas, pavimentos menos agresivos y edificios públicos con confort de verano sin depender de aparatos ineficientes. Lo medible —mortalidad evitada, hospitalizaciones reducidas, grados menos en superficie— será lo que cuente.

Lo que se ha firmado en Río habla de acción inmediata y transformación sostenida. La promesa es clara: menos riesgo para la salud, economías locales más resilientes y barrios donde volver a caminar a las seis de la tarde no sea una temeridad. Si la cooperación entre ciudades se mantiene y la financiación acompaña, enfriar la ciudad dejará de ser un eslogan para convertirse en infraestructura cotidiana. Esa es la diferencia entre sobrevivir a las olas de calor y vivir en ciudades que las sobrellevan sin quebrarse.


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Este artículo se ha redactado con información contrastada de fuentes oficiales y confiables. Fuentes consultadas: EFE, C40 Cities, Ayuntamiento de Barcelona, City of Phoenix, Arsht-Rock Resilience Center, El País, European Environment Agency.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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