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Cultura y sociedad

PSOE supera al PP, según el CIS ¿hasta qué punto es fiable?

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podemos fiarnos del CIS

El último barómetro reabre el debate: explicamos cómo trabaja el CIS, repasamos sus grandes patinazos y damos claves para leer sus datos bien

La respuesta corta y honesta: el CIS es útil para leer tendencias y clima político, pero no para dictar veredictos. Sirve como termómetro que ordena el debate y aporta series comparables en el tiempo; no es un oráculo que anticipe con precisión quirúrgica quién ganará, por cuánto y con cuántos escaños. Cuando el contexto se acelera, los indecisos pesan y la participación baila, su margen de error crece. Hoy vuelve la discusión con fuerza: el barómetro de octubre sitúa al PSOE 15 puntos por delante del PP y habla de una caída popular de cuatro puntos respecto a septiembre. Es un salto llamativo, rompe inercias recientes y explica por qué se reabre la duda sobre la fiabilidad del instituto público.

Conviene decirlo claro desde el inicio: ninguna encuesta es infalible. El valor del CIS está en la continuidad metodológica, la apertura de microdatos y la capacidad para identificar direcciones de cambio. Su punto flaco aparece cuando se le exige lo que no promete: predecir el domingo electoral a partir de respuestas recogidas días o semanas antes. Ahí es donde pesan la cocina, los supuestos y las incertidumbres. Por eso, ante un dato tan disruptivo como el de este octubre, la interpretación exige cabeza fría: comprobar qué se midió, cuándo se midió y cómo se transformó esa intención declarada en estimación de voto.

Barómetro de octubre: la foto que enciende la duda

Los titulares de hoy apuntan a una ventaja histórica del PSOE y a un retroceso del PP respecto al mes previo. No es una anécdota: obliga a mirar el barómetro con lupa y a encajarlo en la serie. Cuando un instituto público abre una brecha de 15 puntos en su estimación, el primer reflejo es comparar con lo que venían señalando otras encuestas. Si el conjunto del mercado no mostraba una separación de esa magnitud, la pregunta técnica es obvia: ¿qué explica la diferencia? No vale gritar “acierto” o “manipulación”; toca ir a la ficha técnica, a la muestra, al modo de entrevista y a la cocina.

También hay contexto. El CIS mide intención directa (lo que se responde a la pregunta de voto) y la transforma en estimación (lo que el modelo cree que ocurrirá en urna) tras ponderar por edad, sexo, territorio, tamaño de municipio, recuerdo de voto y probabilidad de acudir a votar, entre otras variables. Es en ese puente —de lo que se dice a lo que se proyecta— donde pueden aparecer saltos. Si los cambios de octubre se explican por participación (quién dice que irá y quién realmente irá), por reponderación territorial (provincias o hábitats que pesan más en la muestra real) o por voto oculto (declaraciones que no coinciden con comportamientos), el modelo abre distancia. Si, en cambio, la intención directa ya marcaba una diferencia inédita, estaríamos ante un giro real captado a tiempo. La clave es separar señal de ruido.

Qué es el CIS y cómo cocina sus encuestas

El Centro de Investigaciones Sociológicas es un organismo público que levanta barómetros mensuales y estudios preelectorales. Su mandato es medir opinión pública con continuidad temporal y criterios transparentes. No compite con las empresas privadas en ritmo o marketing; su fortaleza es otra: series comparables y metodología explícita.

¿Cómo trabaja? Empieza por un muestreo polietápico, que selecciona secciones censales, hogares y personas. Alterna entrevistas presenciales y telefónicas según el estudio. Ese detalle importa: el modo introduce sesgos distintos. En presencial asoma la deseabilidad social (tendencia a responder lo “correcto”); por teléfono o online emergen sesgos de cobertura (quién tiene ese canal, quién atiende, quién cuelga). Con los cuestionarios en mano, llega la ponderación: se ajusta la muestra para que refleje la estructura real de la población por variables demográficas y territoriales. Y a partir de la intención directa, se construye la estimación, una “medición por escenarios” que integra simpatía por partidos, recuerdo de voto y probabilidad autoinformada de acudir a las urnas.

El CIS insiste en que su estimación no es una predicción prospectiva, sino una fotografía modelizada del periodo de campo. Esa matización, que parece semántica, es esencial para interpretar cada oleada. Un barómetro puede clavar la tendencia y fallar en magnitud; puede subestimar una irrupción difícil de declarar o sobrerreaccionar a movimientos coyunturales si el modelo sobrepondera ciertas respuestas. La honestidad metodológica —publicación de microdatos y fichas— permite auditar esas decisiones.

Donde se tuerce: gaffes que marcaron la serie

La reputación demoscópica no la hacen los buenos meses, sino las noches en las que pasó lo contrario a lo esperado. Al CIS se le recuerdan varios episodios en los que la estimación no clavó el tablero final o ordenó mal a los actores dentro de cada bloque.

Andalucía 2018 es la estación obligatoria. Aquel ciclo supuso la entrada de Vox con mucha más fuerza de la anticipada. No fue un fallo exclusivo del CIS; casi todo el mercado infravaloró la irrupción. Tres fuerzas empujaron ese desvío: voto oculto (declarar Vox tenía coste simbólico), movilización asimétrica (el elector con ánimo de castigo acudió más) y modelos pensados para un sistema de cinco partidos que empezaba a parecerse a otra cosa. La lección fue dura: cuando aparece un actor nuevo con estigma, la intención directa engaña y la cocina llega tarde.

La Comunidad de Madrid en 2021 dejó otra cicatriz. El CIS detectó victoria de la presidenta del PP, pero no calibró con precisión el sorpasso de Más Madrid al PSOE dentro del bloque de la izquierda. La explicación técnica es conocida: campaña corta e intensa, voto estratégico que se concentra al final y un cierre de trabajo de campo que se quedó antes del último giro. La foto era razonable una semana antes; el domingo la película había cambiado.

Castilla y León 2022 reforzó el patrón: subestimación de un tercer actor a la derecha, participación desigual por provincias y efecto umbral en circunscripciones pequeñas. Una desviación de uno o dos puntos en voto se tradujo en saltos grandes de escaños por el reparto de D’Hondt. Allí donde el sistema electoral castiga quedarse por debajo de cierto listón, los errores porcentuales se agrandan en escaños.

Un apunte más, igual de pedagógico: en las generales de noviembre de 2019, el CIS amortiguó la caída de una formación que acabó desplomándose. La memoria de voto —variable clave en muchas cocinas— dejó de servir cuando la fuga se aceleró. Moraleja: cuando una marca entra en espiral descendente, los indicadores “estructurales” pierden poder explicativo frente a la dinámica de campaña.

Estos tropiezos no anulan la utilidad del instituto; matizan su alcance. Cuando el tablero es estable, el CIS ordena bien las fuerzas. Cuando hay volatilidad, voto vergonzante o cambios de última hora, la probabilidad de desvíos crece. Por eso, cuando un barómetro como el de octubre abre una ventaja descomunal, la duda reaparece.

Factores técnicos detrás de los desvíos

El error nunca tiene una sola causa. Suele ser una cadena.

La no respuesta pesa más cada año. Contestan menos personas y no contestan por igual todos los perfiles. Quien no está disponible o no quiere participar queda infrarepresentado; la ponderación repara parte del sesgo, no todo. Si esa ausencia se correlaciona con una opción política, la estimación se inclina.

La deseabilidad social distorsiona. Hay opciones que cuesta declarar o identidades políticas que se ocultan en público. Lo mismo ocurre con la abstención: decir “no votaré” puede incomodar. El resultado es una intención directa maquillada. Las cocinas usan variables proxy (simpatía, ideología, recuerdo) para compensar ese maquillaje. A veces funciona; a veces sobrecompensa.

El late swing es el agujero negro de cualquier barómetro. Miles de personas deciden en los últimos días. Si el trabajo de campo cerró antes de un debate que mueve expectativas o de un evento que reagrupa a los indecisos, la foto no lo verá.

La participación es la variable maldita. La gente sobreestima su disposición a acudir. Decir “iré seguro” no siempre se traduce en presencia real en urna. Los modelos cruzan probabilidad autoinformada, interés por la política y voto pasado para estimar quién entra y quién no. Un punto de error en esa compuerta puede transformar un empate en ventaja holgada.

Los modelos importan. El CIS aplica un enfoque de escenarios que combina intención, simpatía e inercia. Otras casas usan regresiones bayesianas, paneles con calibración dinámica o agregadores que promedian fuentes. No hay algoritmo perfecto: todos son supuestos. Si el supuesto central no se cumple (por ejemplo, estabilidad del recuerdo de voto o linealidad en la participación), la proyección sesga.

La traducción de votos a escaños amplifica errores. En provincias con pocos diputados, un partido que cae bajo ciertos umbrales se queda fuera. Un desvío de dos puntos puede significar ocho escaños más o menos. Por eso la sensación de “gran pifia” suele ser mayor cuando se miran asientos y no porcentajes.

Pautas para leer un barómetro sin engañarse

Para sacar partido al CIS —también al de octubre— basta con cambiar el foco.

Primero, separa intención de estimación. La intención directa te dice qué quiere decir la gente en el cuestionario; la estimación te dice qué cree el modelo que hará esa gente en urna. Si entre ambas hay brechas notables, la cocina está empujando. Ese empuje debe poder explicarse.

Segundo, ficha técnica en mano. Muestra, modo de encuesta, distribución territorial, fechas. El modo introduce sesgos distintos y las fechas marcan si el barómetro puede haberse quedado viejo frente a un evento reciente.

Tercero, lee la serie. Un salto aislado puede ser ruido; dos o tres meses en la misma dirección, tendencia.

Cuarto, contrasta con otras casas sin convertirlo en un plebiscito. La comparación te ayuda a detectar outliers (estimaciones que se salen del carril). Cuando el CIS desentona, pide coherencia: ¿sus microdatos sostienen el salto?

Quinto, trata los escaños como escenarios, no como veredicto. Mueve mentalmente un punto arriba o abajo y mira cómo cambian las mayorías. Entenderás por qué una diferencia pequeña en votos voltea parlamentos enteros.

Sexto, vacuna contra el sesgo de confirmación. Si “te gusta” el barómetro, sospecha. Si “te enfada”, también. La demoscopia describe; no está para consolar ni para asustar.

Qué podría explicar el salto de octubre

Hay hipótesis razonables —no excluyentes— para un diferencial tan grande en la estimación.

Una es la participación estimada. Si el modelo detecta que quienes dicen “seguro que voy a votar” se concentran más en un bloque que en otro y corrige en esa dirección, la distancia se abre. Bastaría un ajuste de uno o dos puntos para desencadenar cinco o seis de diferencia en estimación, según cómo se reparta el resto.

Otra plausible es la reponderación territorial. Si el trabajo de campo terminó con más casos en provincias donde el PSOE rinde históricamente mejor y menos en entornos favorables al PP, la estimación bascula. La afijación intenta evitarlo, pero la muestra efectiva manda, y las ponderaciones nunca son perfectas.

Tercera, voto oculto y deseabilidad social. Es posible que un segmento del voto conservador deje más blanco el cuestionario o oferte respuestas socialmente más aceptables en presencial, mientras que una parte del voto socialista declare con menos fricción. Si la cocina sobrecorrige ese patrón, la diferencia se amplifica.

Cuarta, eventos recientes que hayan movido indecisos en la recta final del trabajo de campo. Un debate, una crisis, un anuncio económico o un choque interno pueden reordenar flujos a gran velocidad. Si el cierre de campo captó ese reagrupamiento y otras encuestas aún no, el CIS podría estar adelantando un giro real.

Quinta, memoria de voto con fatiga. En entornos de alta volatilidad, la gente reinterpreta su voto pasado. Si un modelo pesa demasiado esa variable —y el recuerdo no es fiable—, la proyección hereda el sesgo.

Con este abanico, no es sensato descartar de entrada la posibilidad de que el CIS haya captado una ola real. Tampoco lo es abrazar sin matices una ventaja de 15 puntos como si fuera el escrutinio. La prudencia es doble: esperar confirmación en la serie y exigir coherencia en los microdatos.

Cómo aprovechar el CIS sin caer en trampas

La utilidad del CIS no depende del color del titular, sino de cómo lo leemos. El barómetro de octubre es un buen caso de estudio. Sirve para afirmar que la tendencia apunta a un PSOE reforzado y un PP a la baja respecto al mes anterior, con reordenamiento dentro del bloque de la derecha. No sirve para asegurar que esa ventaja de 15 puntos se mantendrá o que se traducirá en un número concreto de escaños. Ese salto debe pasar por el filtro de la serie y por el contraste con otras fuentes.

El CIS, bien usado, aporta tres bienes públicos: continuidad (series que permiten comparar otoños con otoños, crisis con crisis), transparencia (fichas y microdatos que se pueden auditar) y método estable (posibilidad de identificar cuándo una cocina empuja más de lo razonable). Su talón de Aquiles no se arregla con un tuit; requiere mejoras persistentes en captación de muestra, en modos mixtos que minimicen sesgos y en modelos que separen con más finura intención, participación y tendencia latente.

El debate público gana si dejamos de pedirle a un barómetro lo que no puede dar y le exigimos lo que sí: rigor, consistencia interna, claridad en los supuestos y prudencia en la comunicación de resultados. Con eso en la mano, el dato de octubre se vuelve útil: señala dirección, alerta de una posible brecha y nos recuerda que, en política, las fotos engañan si se confunden con la película. Queda el trabajo técnico: revisar los engranajes de la cocina, seguir la serie en las próximas oleadas y entender si la brecha fue ruido o inicio de tendencia. Esa es la parte que importa. Y sí, es menos ruidosa que un titular de 15 puntos, pero más valiosa para quien toma decisiones con datos.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: CIS, RTVE, RTVE Noticias, Europa Press, Onda Cero, EL PAÍS, Congreso de los Diputados, Maldita.es.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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