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Cultura y sociedad

¿Cuáles son los bulos más virales sobre la Dana de Valencia?

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bulos más virales sobre la Dana

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La Dana de Valencia dejaron no solo destrozos, también bulos virales sobre presas, ayudas y conspiraciones que conviene desmontar.

La riada de desinformación que siguió al temporal fue casi tan rápida como el agua que anegó calles y polígonos. No se derribó ninguna presa “de Franco” en la provincia de Valencia ni se abrió un embalse para inundar municipios. Nadie “manipuló el tiempo” desde Marruecos —ni existe una tecnología capaz de provocar un episodio convectivo de esas dimensiones a voluntad—. No hubo cadáveres en masa en el aparcamiento de Bonaire y las ayudas directas no son préstamos que haya que devolver en tres meses. También es falso que la Eurocámara se negara a guardar un minuto de silencio por las víctimas. Es el resumen breve, sin adornos. Y conviene repetirlo, porque estos mensajes —unos burdos, otros verosímiles a primera vista— circularon con fuerza, empañando días en los que lo urgente eran los rescates, las reparaciones y la atención a familias que lo habían perdido todo.

La clave está en los hechos. Lo ocurrido fue una depresión aislada en niveles altos (DANA) muy activa, con avisos oficiales que escalaron a rojo y con registros de precipitación extremos en franjas de la provincia. Eso explica los desbordamientos súbitos, los barrancos convertidos en ríos y el colapso de tramos de carretera y servicios esenciales. El resto se sostiene en dos palancas conocidas: imágenes de otros lugares vendidas como locales y relatos políticos o conspirativos que encuentran terreno fértil en la angustia del día después. ¿Resultado? Mensajes que se comparten a golpe de móvil y que, a base de repetirse, parecen verdad. Pero no lo son. Y se pueden desmontar con datos públicos, mapas, partes oficiales y los propios registros meteorológicos de ese día.

DANA: qué es y por qué puede arrasar en horas

Una DANA no es una novedad ni un invento reciente. Es un fenómeno descrito en la literatura meteorológica desde hace décadas: una bolsa de aire frío en altura que se desgaja de la circulación general y, cuando se combina con aire muy húmedo y templado en capas bajas, dispara tormentas muy eficientes. En el Mediterráneo, esa “espita” de humedad suele estar ahí, esperando el detonante. Si, además, hay vientos que reinyectan la tormenta hacia la misma zona —lo que los técnicos describen como sistemas autocontenidos o regenerativos—, la precipitación se encharca sobre el mismo corredor durante horas. Es lo que convierte un episodio adverso en una catástrofe: no son diez minutos de chaparrón, es una máquina de llover anclada donde menos conviene.

En la Comunitat Valenciana, los umbrales de aviso no son una frase al azar en redes sociales. Se fijan por protocolo y se activan cuando la observación y los modelos sugieren que se van a superar ciertos acumulados. El aviso rojo es el máximo y se dispara por encima de unos mínimos definidos en cada zona. Importa entenderlo: ese mínimo no es lo que “va a caer”, es el nivel a partir del cual las autoridades deben activar medidas excepcionales porque el riesgo para la población es alto. Aquella jornada los avisos se activaron y se actualizaron con el paso de las horas, mientras el radar dibujaba un tren convectivo que volvía una y otra vez sobre los mismos municipios. Hubo registros horarios y diarios inusualmente altos, con estaciones superando marcas recientes. Y sí, siempre habrá quien compare mapas y diga que otra agencia extranjera “lo clavó” más que la española. Es un espejismo: un gráfico de un divulgador o una salida de un modelo no es un aviso oficial, y, en todo caso, la realidad pulverizó cualquier cifra prudente que se manejara en la víspera.

Se ha repetido también que “nadie avisó”, como si los partes fueran voluntaristas. Los avisos existen, están publicados y se difunden a través de múltiples canales: web institucional, redes, medios, Protección Civil y servicios municipales. Otra cosa es que, en pleno ruido del día a día, la gente no los vea, o que la percepción social cambie cuando lo que parecía improbable se vuelve real a mediodía. La cultura del riesgo no se improvisa, se construye. Y un episodio de este calibre recuerda que la comunicación de emergencias no puede descansar solo en un tuit: exige hábitos previos, simulacros, educación y una cadena municipal afinada.

Las presas y pantanos, el comodín de la mentira

Cada vez que hay inundaciones, aparece el mismo guion: alguien asegura que “han abierto las compuertas” para salvar la infraestructura a costa de los pueblos río abajo; o que “nos quedamos sin pantanos” porque un gobierno demolió “presas de Franco”, y esa supuesta irresponsabilidad agrava las riadas. La historia es seductora, pero no resiste un mínimo de contraste. En la provincia de Valencia no se dinamitaron presas estratégicas, ni se ordenó abrir de forma temeraria un embalse para inundar a nadie. Las grandes presas tienen reglas de explotación, equipos de guardia, aforos, curvas de seguridad y una coordinación con los organismos de cuenca que no cabe en un vídeo de 30 segundos. Si alguien “abre”, lo hace en el marco de una maniobra de seguridad para laminar avenidas y evitar males mayores. Que un bulo convierta esa operación técnica en maldad planificada dice más del bulo que de la hidráulica.

Hay, además, un juego de confusión deliberada con los términos. Un azud no es un embalse. Un azud es una pequeña obra transversal, a menudo vieja, que eleva ligeramente el nivel del agua para riegos o derivaciones locales; apenas almacena. En España se llevan años retirando azudes ruinosos o sin uso por motivos de seguridad y ambientales, con gobiernos de distinto color, en ríos muy diversos y con informes técnicos. Convertir esa política —quirúrgica, de caso a caso— en “destruir pantanos” es puro trampantojo. Y no, aunque se hubiera retirado un azud en un barranco cualquiera, eso no explica un tren convectivo descargando miles de millones de litros sobre una cuenca en pocas horas.

Otro clásico del mismo capítulo fue “Tous al 97%, a punto de reventar”. Sonó en audios que volaron por grupos de mensajería y logró asustar a quienes viven río abajo. La realidad es que los embalses tienen márgenes de seguridad, sistemas redundantes y vigilancia permanente. Los datos de nivel —públicos— reflejan oscilaciones lógicas en episodios intensos, pero no avalan ese relato del “colapso inminente”. Cuando se mira el parte, el bulo se queda sin suelo.

Armas climáticas y Marruecos: relato sin base

El segundo gran bloque de falsedades viaja con un aura de modernidad que impresiona a primera vista: antenas misteriosas, radares, “HAARP”, siembra de nubes, satélites que “abren” y “cierran” la lluvia como quien enciende una lámpara. Tras la DANA, se señaló a Marruecos como supuesto manipulador del tiempo, con mensajes que afirmaban que “dirigieron la tormenta hacia Valencia” para perjudicar a España. No hay ningún respaldo científico para algo así. Programas como HAARP investigan la ionosfera y sus interacciones con las comunicaciones; no son cañones de lluvia. La siembra de nubes, por su parte, existe, pero su efecto es limitado, local y dependiente de condiciones previas; no crea una DANA ni un sistema convectivo estacionario sobre cientos de kilómetros. Y, desde luego, no se “controla” a distancia a voluntad cruzando fronteras como si el cielo tuviera aduanas.

Estas narrativas prosperan porque ofrecen una explicación sencilla para un problema complejo. Pero la dinámica atmosférica de aquel día —gradientes, cizalladura, convergencias, topografía— se explica sin recurrir a maldades exóticas. Importa más una línea de convergencia encajada frente a la costa que mil antenas inventadas. Importa la temperatura de la superficie del mar y la humedad disponible; importan las corrientes en chorro a 500 hPa y cómo encajan el puzle a escala regional. No hay misterios. Hay meteorología, mucha energía disponible y un encadenado de condiciones que convirtió la tormenta en un monstruo de lluvia.

Conviene añadir una derivada: culpar a un tercero externo —“Marruecos lo hizo”— desvía la mirada de las tareas que sí dependen de nosotros: gestión del riesgo, ordenación del territorio, limpieza de cauces, planes de emergencia municipales, protocolos de cierre de infraestructuras subterráneas en horas críticas. Señalar al de fuera alivia durante un rato, pero no evita la próxima inundación.

Vídeos fuera de contexto que incendiaron las redes

La gasolina de casi todos los bulos fueron vídeos espectaculares compartidos sin contexto o directamente inventados. Una calle convertida en torrente en otra ciudad se vendió como barrio valenciano. Un desagüe a plena carga se convirtió en “presa abierta para inundar”. Un tramo urbano de América Latina se atribuyó a una población de l’Horta con total impunidad. En el fragor del scroll infinito, nadie tiene un minuto para comprobar matrículas, rótulos o la disposición de edificios. Y la imagen, por impactante, vence a las palabras.

El caso que más daño hizo, por insistencia y morbo, fue el del aparcamiento del centro comercial Bonaire. En cuestión de horas ya corrían mensajes que hablaban de “centenares de muertos” atrapados en el subterráneo, de “camiones frigoríficos” llegando de noche, de tickets que supuestamente demostraban la entrada de “700 coches”. La policía revisó los vehículos anegados y no halló víctimas. El parking es gratuito, así que esos “tickets” no probaban nada. A pesar de ello, el relato siguió vivo días después, alimentado por perfiles con mucho altavoz y por vídeos que reciclaban las mismas imágenes con textos cada vez más gruesos. No hubo cuerpos en el aparcamiento. Costó que la realidad se impusiera, porque el rumor viaja más rápido que cualquier desmentido oficial.

Otra pieza de ese dominó fue la afirmación de que el Parlamento Europeo había impedido un minuto de silencio por las víctimas. Se dijo, se replicó y se usó como prueba del “desprecio” de Bruselas. No fue así: el minuto se guardó, como corresponde en una tragedia de gran impacto. El daño, sin embargo, ya estaba hecho. Cuando un mensaje encaja con lo que un grupo quiere creer, el algoritmo ayuda a que corra; cuando la verdad exige matices, sufre para remontar.

En paralelo se movieron imágenes de supuestas donaciones tiradas a vertederos o “secretos” sobre la Cruz Roja abandonando el terreno para “centrarse en Gaza”. Los servicios municipales y la propia ONG explicaron un procedimiento básico: lo que queda inservible por barro y humedad se retira como residuo, mientras se clasifica lo recuperable y se reparten materiales adecuados. Un vídeo de una cinta de clasificación de residuos no prueba abandono, prueba que se está limpiando lo que ya no se puede entregar.

El aparcamiento de Bonaire, radiografía de un bulo

Merece un apunte propio por lo que revela. El bulo de Bonaire condensa la anatomía de la desinformación en emergencias: empieza con un mensaje anónimo (a menudo un audio), gana tracción con un vídeo impactante y salta a cuentas con gran alcance que le dan el empujón final. A partir de ahí, se multiplica con pequeñas variaciones: un nuevo texto, una foto nocturna, un “me lo ha dicho un amigo que trabaja allí”. La negativa oficial llega y se etiqueta de “censura” o “encubrimiento”. Mientras tanto, familias y trabajadores del centro comercial viven con angustia un rumor que invoca a sus propios seres queridos. Nadie pedía heroicidades, bastaba con una regla sencilla: no viralizar algo tan grave sin una confirmación mínima. Fue pedir demasiado. Y el daño —emocional, reputacional— ya estaba hecho cuando la verdad aterrizó.

Ayudas y trámites: falsedades que frenaron la recuperación

En las semanas posteriores, cuando tocaba recomponer negocios y hogares, apareció un tipo de bulo más discreto pero igual de tóxico: el que te vacía el bolsillo o te deja sin ayuda. Circularon audios de supuestas gestoras de banco que advertían de que la ayuda directa de 6.000 euros era en realidad un préstamo que había que devolver en tres meses, “con intereses”. Es falso. Una ayuda directa es una subvención, no un crédito. Lo único que contemplan las normas de subvenciones es la obligación de reintegro si se incumplen las condiciones o si hay fraude. Presentarlo como “te la van a colar” tuvo un efecto claro: desalentar solicitudes, generar desconfianza y retrasar el flujo de dinero que permite comprar electrodomésticos, mobiliario o material de trabajo elemental para volver a arrancar.

Otro foco fueron los requisitos y plazos. Se exageraron hasta el absurdo, como si el trámite fuera un laberinto imposible. Los formularios existen —no pueden no existir—, pero la administración autonómica y la estatal habilitaron ventanillas específicas, anticipos y equipos de atención a personas mayores o con dificultades. Afirmar que “nadie puede acceder” o que “rechazan todas las solicitudes” fue, sencillamente, mentira. ¿Quedaron expedientes atascados? Por supuesto; el volumen y la complejidad de los daños no se resuelven en una mañana. De ahí a declarar inútil todo el sistema, hay un salto que los bulos cruzaron con gusto.

También se jugaron cartas con el reparto de donaciones. Que si “la ropa va al vertedero”, que si “lo tiran todo porque no quieren trabajar”. La realidad es prosaica: la ropa empapada y contaminada por barro no es utilizable y se gestiona como residuo; y las ONG priorizan material nuevo o en buen estado porque la logística en emergencias no puede convertirse en limpiar miles de prendas estropeadas. No es un desprecio. Es eficiencia.

Y, otra vez, se puso en duda lo que estaba a la vista: se habló de “miles de muertos” o de cifras desorbitadas escondidas “para no alarmar”. Los balances oficiales se actualizan conforme avanzan los trabajos de rescate, identificación y registro. Tienen sus tiempos, que son judiciales y forenses, no los del trending topic. El dolor de las familias no necesita exageraciones para ser real.

Hechos firmes tras el ruido

El temporal dejó barrios enteros embarrados, comercios con la persiana arrancada, huertos arrasados, familias rotas. No necesita aditivos para conmover. Lo que sí necesita es una verdad clara que permita aprender, prevenir y reconstruir con cabeza. A estas alturas, lo que sabemos con solidez es sencillo de enunciar: no se demolieron presas que explicaran la magnitud de la inundación; no hubo una mano exterior manipulando el tiempo; no aparecieron cadáveres en el aparcamiento de Bonaire; las ayudas directas no son préstamos; la Eurocámara sí honró a las víctimas. También sabemos que Aemet activó avisos y que el episodio convectivo superó lo que cualquier predicción prudente se atreve a fijar en la víspera. Sabemos que los vídeos fuera de contexto y los audios anónimos vuelven a colarse, que las redes magnifican lo llamativo y que una minoría ruidosa puede convertir una falsedad en clima social.

Queda, por delante, el trabajo que no quita titulares: revisar mapas de riesgo, acelerar planes municipales, mantener limpios los cauces y bocas de tormenta, clasificar qué infraestructuras subterráneas deben cerrarse con aviso rojo, exigir a garajes y centros comerciales protocolos de alarma y evacuación automáticos, invertir en radares y sensores que permitan decidir a tiempo y, sobre todo, armar cadenas de comunicación fiables que, en el minuto crítico, pesen más que un bulo. No es épico, pero salva vidas. La próxima DANA no entiende de discursos, entiende de metros cúbicos por segundo y de decisiones tomadas cuando toca. La desinformación, en cambio, sí entiende de clics. Frenarla es una parte más —ineludible— de la gestión de emergencias.

Una última constatación que esta vez ha quedado en evidencia: las mentiras cuestan dinero. Retrasan ayudas, elevan primas de seguros por litigios innecesarios, obligan a distraer recursos públicos en desmentidos y saturan líneas de emergencia con llamadas que preguntan por fantasmas. No es inocuo. Tampoco es inevitable. Bastan tres preguntas básicas antes de compartir: quién lo dice, qué prueba aporta y dónde se puede comprobar. No hace falta ser especialista; hace falta parar un segundo. El mismo segundo que separa un vídeo viral de un daño real.

Lo demás, lo esencial, está al alcance de cualquiera: mirar el cielo, escuchar los avisos y no dejar que el barro digital se nos meta en casa otra vez. Porque la próxima tormenta no necesita ayuda para hacer daño; los bulos, en cambio, solo dañan si les damos altavoz.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: AEMET, Ministerio de Sanidad y Protección Civil, EFE Verifica, Maldita.es, Las Provincias, Levante-EMV.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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