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¿Qué promete ‘Viva la Madness’ con Ritchie y Statham?

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Guy Ritchie y Jason Statham lanzan ‘Viva la Madness’, thriller de J.J. Connolly: rodaje en enero de 2026 y ventas internacionales en el AFM.
Guy Ritchie regresa al terreno donde mejor se mueve —el crimen con ironía— y lo hace junto a Jason Statham, su socio más reconocible. “Viva la Madness”, basada en la novela de J. J. Connolly, avanza como thriller criminal con Ritchie a los mandos del guion y la dirección y Statham como protagonista y productor. El proyecto se ha puesto en circulación para compradores internacionales y tiene rodaje previsto para enero de 2026, con el foco puesto en un lanzamiento global al ritmo que marquen las preventas y la postproducción. Lo esencial, hoy, es claro: hay material de partida sólido, hay equipo creativo con marca y hay una hoja de ruta ya en marcha.
También conviene fijar una idea que ordena expectativas: aunque bebe de la secuela literaria de “Layer Cake”, la película se está posicionando como título autónomo, no como continuación oficial de la cinta de 2004. Esa decisión —creativa y también práctica— abre juego en el casting y evita dependencias directas con personajes o ramales narrativos de aquella película. Traducción rápida: Statham encabeza un universo criminal de nuevo cuño, con códigos y resonancias familiares para quien ha visto cine de Ritchie, pero sin deberes previos.
Lo esencial ahora mismo
La fotografía actual del proyecto encaja en un patrón conocido del cine comercial británico con músculo internacional. Ritchie escribe y dirige; Statham protagoniza y produce. El paquete se ha presentado a compradores con la vista puesta en cerrar territorios, consolidar financiación y ordenar calendarios. El plan operativo marca el arranque del rodaje en enero de 2026 —fecha que sirve de ancla para todo lo que viene detrás— y sitúa la entrega final a distribuidores cuando la postproducción haya avanzado lo suficiente como para enseñar primeras piezas de campaña. No hay reparto anunciado más allá de Statham ni una sinopsis oficial detallada para la película, pero sí una brújula temática y tonal: crimen organizado, dinero que cambia de manos a toda velocidad, traiciones que muerden, humor seco.
Ese conjunto ya permite dibujar las primeras consecuencias. La primera, de orden creativo: Ritchie retorna a su ecología natural, la del hampa británica con ramificaciones globales, donde puede desplegar montaje nervioso, diálogos que chispean y una estructura coral que encadena estafas, venganzas y alianzas frágiles. La segunda, industrial: con Statham al frente, el film se asegura tracción comercial en mercados donde su nombre es sinónimo de acción de alto octanaje. Y la tercera, estratégica: al no venderse como secuela oficial de “Layer Cake”, el proyecto gana libertad para reimaginar personajes y escenarios sin chocar con la película de 2004, manteniendo al mismo tiempo el imán del material de Connolly.
El material de partida y su pulso criminal
“Viva la Madness” es la continuación literaria de “Layer Cake”. En el libro, Connolly amplía el tablero: el protagonista anónimo, ese operador frío y metódico que sueña con retirarse a un paraíso soleado, se ve arrastrado a un circuito aún más turbio, con operaciones de blanqueo, fraudes tecnológicos, intermediarios financieros y un mapa que salta del Caribe a Londres. La sensación de ir y venir entre la promesa del retiro y la gravedad del negocio domina el pulso de la novela. Y ese vaivén —la tentación de salir, la imposibilidad de hacerlo— es gasolina para un cineasta como Ritchie, que disfruta cuando los destinos colisionan.
En pantalla, ese mapa transnacional ofrece textura. Si se filma parte en Reino Unido y parte en exteriores cálidos (o en interiores que los simulen con solvencia), el contraste visual puede reforzar el tono: lujo húmedo de costa frente a gris londinense; dinero que entra en shorts y sale en traje a medida. La literatura sugiere también un ecosistema de secundarios con peso —capos con modales de banquero, brokers de la noche, ejecutores silenciosos— que pide un casting de personalidades. Ritchie suele afinar en ese terreno: personajes que entran, dejan marca y desaparecen tras dos escenas memorables. Con un guion que destile Connolly en una narración de dos horas, el film tiene margen para alternar set pieces secos, humor a cuchilla y una trama que sube la presión sin abandonar la claridad.
Una pareja con identidad propia
Ritchie y Statham han construido una alianza que, con el tiempo, se ha ido cargando de sentido. “Lock, Stock and Two Smoking Barrels” y “Snatch” marcaron un lenguaje que muchos espectadores asocian automáticamente al cine criminal británico de fin de siglo: relojería coral, slang afilado, violencia breve. “Revolver” ensayó un giro más abstracto, con resultados discutidos. Y el reencuentro ya en los 2020, con “Wrath of Man” y “Operation Fortune”, mostró dos caras recientes de la dupla: una vertiente oscura y sobria, donde Statham compone un justiciero lento que contiene la rabia, y otra más ligera y lúdica, de espionaje con guiño.
“Viva la Madness” sugiere, de partida, una síntesis. La materia de Connolly pide convicción criminal, turba moral, dinero sucio; la gramática del Ritchie más reconocible empuja hacia el ingenio verbal y la travesura narrativa. Si el film toma la carretera central, veremos estafas encadenadas, negociaciones que son trampas, una banda sonora que corta el plano en seco y un montaje que respira por capítulos. Y Statham, en su registro más eficaz: economía gestual, ironía seca, físico que impone sin levantar la voz. El “contrato” tácito con el público —se espera ese resultado— juega a favor de taquilla y de ventas internacionales.
Entre la estela de “Layer Cake” y la autonomía
La sombra de “Layer Cake” es larga. Aquel debut en la dirección de Matthew Vaughn fijó un tono de gánster británico premium que dejó huella: ascenso criminal, timo encadenado, antihéroe que sueña con dejar el negocio pero descubre que el negocio no le suelta. Además, fue pieza clave en la consolidación de Daniel Craig antes de James Bond. Adaptar la secuela literaria siempre abría dos caminos: anclarse a aquella película —con las ataduras que implica— o despegarse y reimaginar el material para una nueva película con vida propia. La segunda vía es la elegida, lo cual tiene lógica industrial y creativa.
Esa autonomía ayuda a varios niveles. En marketing, permite vender “Viva la Madness” como un thriller original de Ritchie con Statham, apoyado en un libro de culto, sin colocarse bajo el rótulo “Layer Cake 2” que podría encoger su público a la nostalgia. En guion, habilita cambios de nombres, arcos y relaciones sin necesidad de cuadrarlos con la continuidad de 2004. Y en producción, despeja posibles nudos de derechos vinculados a la película de Vaughn, circunscribiendo las obligaciones al material literario. Si se mantienen ecos —un protagonista metódico, operaciones financieras como hilo conductor, Londres como eje— funcionarán como guiños de familiaridad, no como cadenas.
Producción y calendario: qué se puede esperar
Con enero de 2026 como fecha de arranque, la preproducción entra en su fase decisiva: cierre de casting, diseño de producción, localizaciones, planificación de dobles unidades si el rodaje salta entre continentes. En cuanto haya vestuario y primeros decorados, es esperable el clásico still oficial de Statham que sirva de carta de presentación visual: un plano medio con el personaje ya definido —traje, reloj, gesto— que alimente la pieza de anuncio de rodaje. A partir de ahí, el ritmo de comunicación lo marca la mesa de ventas y la estrategia de distribución.
Si el calendario no se mueve, un teaser breve —30 a 60 segundos, montaje de tono, música, dos frases de Statham— podría asomar en la segunda mitad de 2026, con un tráiler más generoso cuando el montaje tenga músculo. La campaña ideal, vista la naturaleza del título, combinaría spots de precisión (mercados donde Statham arrastra público de forma automática) con piezas digitales que exploten el ingenio verbal del cine de Ritchie y su estética de relojería criminal. Nada de saturación: este tipo de producto vende mejor cuando sugiere que cuando explica.
En términos de equipo técnico, cabe esperar colaboradores habituales del director en fotografía, montaje y música o perfiles con afinidad estética. La fotografía suele jugar con temperaturas contrastadas —neones fríos para la urbe, cálidos para los refugios del dinero— y el montaje seccionado por capítulos no es un capricho: ayuda a ordenar tramas paralelas y a inyectar velocidad sin confundir. El apartado sonoro, clave en las películas de Ritchie, cuida tanto el diseño de efectos (golpes secos, puertas, el clic de un arma) como la selección musical que puntúa giros o ironiza sobre ellos.
Cómo puede llegar a España
En España, un thriller criminal británico con Statham y Ritchie tiene dos vías naturales. La primera, estreno en salas con una campaña de alcance medio y fecha de calendario que evite choques frontales con colosos de estudio. La segunda, venta a plataforma —con o sin paso acotado por cines— donde el título pueda ascender rápido a las listas de visionado si la promoción arranca con escenas de gancho y titulares claros. La decisión depende de variables que se negocian ahora mismo: la intensidad de las preventas, el empuje del socio local que adquiera los derechos, la ventana que se pacte y, por supuesto, el presupuesto final.
Hay otro factor: la sinergia de marca. Tras el éxito global de “The Gentlemen” en televisión, el nombre de Ritchie vuelve a estar caliente. Esa visibilidad ayuda a la venta en plataforma —el algoritmo reconoce los apellidos y empuja— y también a la cartelera si el distribuidor español decide apostar por una fecha con hueco para un público adulto que responde al crimen estilizado. De fondo, un patrón que se repite en el mercado: si el coste de marketing para cines no promete retorno, la ruta directa o casi directa a streaming gana puntos; si la película enseña set pieces con empaque y una estrella que moviliza, la sala se defiende.
El material de partida y su encaje visual
La novela de Connolly no solo aporta trama; aporta textura. En pantalla, esa textura se traduce en dinero en movimiento: maletines, transferencias, criptolenguaje de brokers, habitaciones frías donde un teléfono lo cambia todo. Ritchie, cuando trabaja cómodo, convierte ese material en coreografías narrativas: información que se guarda, planos-gancho que tejen trampas, secundarios que parecen chiste y terminan siendo detonadores de la historia. Es probable que veamos geometrías de montaje —líneas temporales que se abren y se cierran— y una puesta en escena que combina realismo sucio (clubs, almacenes, despachos sin glamour) con lujo ostentoso (yates, villas, hoteles).
Si el guion respeta la ambición internacional del libro, se abrirá la puerta a localizaciones cálidas que no requieren gran despliegue pero sí buena dirección de arte para evitar el cartón piedra. La otra cara es Londres, donde Ritchie ha demostrado olfato para filmar calles secundarias, mercados, polígonos y convertirlos en tablero dramático. Ese contraste refuerza un tema del género: nadie está a salvo del teléfono equivocado. Ni en la playa.
Posibles líneas de casting
El hueco que dejan Statham y el guion para el resto del elenco es jugoso. El film necesita, por el tipo de trama, antagonistas con carisma —no necesariamente “villanos” de manual— y aliados con doble fondo. Ese equilibrio suele funcionar con intérpretes británicos de gran carácter, capaces de sostener un diálogo que cambia de dirección dos veces en un mismo plano. También cabe el cameo de figura internacional que empuje un territorio clave de ventas; si el presupuesto lo permite, es una carta habitual. Al mantenerse como película autónoma, no hay obligación de convocar a rostros de “Layer Cake”, lo cual abre la puerta a un casting fresco.
En el plano femenino, la tradición del noir reciente —también en el cine de Ritchie— ha ido ampliando espacio a socias, rivales, abogadas, contables que operan con agenda propia, lejos del estereotipo decorativo. Dado el peso del dinero financiero y de la ingeniería del fraude en la novela, es lógico pensar en personajes con capacidad de decisión dentro de empresas pantalla o despachos de lujo, algo que también ayuda a airear el tono y a escapar del cliché de club nocturno y almacén.
Qué tipo de acción cabe esperar
Statham es un especialista en acción física limpia, coreografiada con lógica espacial —se entiende dónde está cada personaje y por qué— y con violencia seca, sin ralentís excesivos ni florituras que distraigan. Ritchie, cuando se acerca a la acción pura, prefiere los golpes contundentes y breves a las set pieces interminables. En un thriller criminal con dinero, traición y engaño, la tensión suele construir las escenas y la explosión se reserva para momentos clave: una persecución, un asalto, una ejecución que lo cambia todo. Si “Viva la Madness” sigue ese manual, tendremos picos de adrenalina que no rompan el tejido del relato.
La otra forma de acción es la verbal. El cine de Ritchie funciona cuando el diálogo es herramienta y arma. Frases que casi no se oyen, medias sonrisas, un apodo que humilla, un silencio que condena. Statham se mueve bien ahí: economiza. No necesita un monólogo para decir que la mesa ha cambiado de dueño. Y cuando Ritchie calibra bien los contrapuntos cómicos, la escena arranca aplausos sin perder intensidad.
La música como metrónomo
Un aspecto menos visible en la conversación previa, pero crucial en la sala, es la curaduría musical. La mezcla de cortes contemporáneos, rescates retro y temas originales que subrayan golpes de guion ha sido marca de la casa. En un relato que une costa y ciudad, dinero viejo y tecnología nueva, la banda sonora puede servir de pegamento y también de comentario irónico. No es casual que muchas secuencias del cine de Ritchie se recuerden por la canción que las sostiene. Un tema ancla —el que se asocia mentalmente al plan maestro o al antihéroe cuando cruza la calle— ayuda a fijar el recuerdo y a empujar la campaña.
Economía del proyecto y punto de equilibrio
Aunque no se han comunicado cifras, este tipo de thriller británico de alcance global opera en una franja presupuestaria que busca eficiencia: invertir donde el espectador lo ve (el rostro protagonista, el diseño de producción que luce, una o dos secuencias de acción con empaque) y ajustar en lo que la puesta en escena puede sugerir sin arruinarse (interiores que duplican localizaciones, vuelos de equipo reducidos). Con el nombre de Statham y el sello de Ritchie, el punto de equilibrio mejora gracias a ventas internacionales sólidas y a la buena salida en plataformas. Si la película entrega lo prometido, el long tail —televisión de pago, digital, catálogos— hace el resto.
Lo que ya se puede afirmar sin hipérboles
A día de hoy, las certezas son pocas pero robustas: “Viva la Madness” avanza con Ritchie y Statham al frente, rodaje en enero de 2026 y una presentación comercial activa que ordena las próximas decisiones (casting, localizaciones, calendario de campaña). La naturaleza autónoma respecto a “Layer Cake” sitúa al film en un espacio de libertad creativa atractivo. Y la materia literaria de Connolly ofrece un lienzo ideal para el estilo del director: trama enmarañada, humor afilado, violencia con pulso.
Por el camino habrá ajustes. Pasa con todos los proyectos de este tamaño. Un actor que entra o sale, una localización que cae, un incentivo fiscal que mueve el mapa dos semanas. Pero el esqueleto es claro y la pareja creativa tiene un historial que invita a pensar en eficiencia narrativa y comercial. No hace falta adivinar el futuro; basta con constatar que el tablero está bien colocado.
España, un territorio con dos puertas abiertas
Si el socio local decide apostar por sala, la clave será elegir fecha con hueco entre grandes franquicias y apuntar a capitales y ciudades medianas con una campaña que no prometa lo que no es: ni blockbuster de set pieces cada cinco minutos ni drama policial de festival. Si se opta por plataforma, la ventaja es la tracción inmediata que tiene el binomio Ritchie–Statham en el carrusel de recomendaciones. En ambos casos, la pieza de anuncio de rodaje y un teaser breve bien montado marcan la diferencia.
No se trata solo de marketing. En la recepción, el mercado español responde cuando la propuesta está clara: un thriller ágil, con ingenio y músculo, que no se pierde en subtramas complacientes. Y ahí el nombre de Ritchie funciona como promesa. Si el montaje respeta la claridad del relato —capítulos nítidos, tensión sostenida, estallidos bien colocados—, el boca-oreja hará su trabajo.
Qué significaría para la filmografía de Ritchie
Después de un recorrido que ha saltado de la comedia criminal al blockbuster y vuelta —incluida la buena recepción de su aventura televisiva con “The Gentlemen”—, “Viva la Madness” puede consolidar el tramo actual de su carrera: proyectos anclados en el crimen británico, escalados al gusto global, que mantienen la firma personal pero no espantan a la audiencia masiva. En ese carril, Statham es un socio natural. Y el regreso a un universo Connolly-adjacent supone, más que un déjà vu, una puesta al día: el mundo del dinero sucio en 2026 no es el de 2004, ni en tecnología, ni en velocidades, ni en silencios.
Por qué interesa incluso a quien no leyó a Connolly
Aunque la novela sea de culto, la película se construye para funcionar por sí sola. Un espectador que llegue sin referencias debería encontrar un thriller compacto que explica lo necesario con rapidez, que deja la exposición al mínimo y que confía en la inteligencia del montaje. El incentivo extra, para quienes sí vieron o recuerdan “Layer Cake”, estará en los ecos: una forma de hablar del negocio, un tipo de relación entre piezas del tablero, la melancolía del que querría estar al sol y no puede.
Puntos que siguen abiertos
Reparto completo, localizaciones definitivas, sinopsis y posicionamiento de campaña son preguntas que se responderán a medida que el rodaje arranque y la maquinaria promocional coja temperatura. No es un vacío, es la fase natural del proceso. Cuando la silla del protagonista ya esté ocupada —lo está—, lo siguiente en el carril suele ser firmar secundarios, ajustar fechas de rodaje y decidir primeras imágenes. Hay margen para sorpresas, claro, pero el marco ya está trazado.
Horizonte próximo para ‘Viva la Madness’
Con el mapa tal y como está, “Viva la Madness” se perfila como la siguiente parada lógica en la alianza entre Guy Ritchie y Jason Statham: un relato criminal con vocación global, construido desde una novela potente y armado para viajar bien en ventas y en pantallas. La autonomía respecto a “Layer Cake” despeja ataduras y permite que Ritchie componga su propia partitura sobre el tema de Connolly. Y la fecha de enero de 2026 como inicio de rodaje coloca el proyecto en velocidad de crucero: preproducción intensa, primeras imágenes a lo largo del año y una campaña que, si acierta el tono, activará el entusiasmo de quienes asocian estos apellidos a un placer muy concreto.
Queda por ver quiénes completan el tablero y dónde se juega cada tramo, pero el corazón ya late. Un director que domina el idioma del delito con humor de navaja. Un protagonista que entiende la cámara como pocos. Y una historia que, por fondo y formas, tiene madera para convertirse en la pieza criminal más comentada de la próxima temporada. Si el plan se mantiene, habrá que seguirle la pista: el golpe está en marcha. Y suena a grande.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de medios fiables y publicaciones con datos contrastados. Fuentes consultadas: El Séptimo Arte, Variety, Hobby Consolas, Decine21, Screen Rant.

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