Salud
Tabla de alimentos para el acido urico: guía clara y útil

Guía clara para bajar el ácido úrico con una tabla de alimentos útil, menús y trucos prácticos: come rico, reduce purinas y evita brotes hoy.
La idea central no se esconde: una tabla de alimentos para el ácido úrico sirve para decidir rápido qué comer, con qué frecuencia y en qué raciones, cuando el objetivo es reducir purinas, estabilizar la uricemia y prevenir ataques de gota. La estrategia práctica se resume en tres pasos: priorizar proteínas con pocas purinas (lácteos bajos en grasa, huevo, tofu), llenar el plato con verduras, fruta y cereales integrales y reservar para ocasiones contadas los alimentos con purinas altas (vísceras, algunos pescados azules y ciertos mariscos), además del alcohol y los caldos concentrados. No hay trucos. Hay consistencia, cocina sensata y una pauta que funciona con la despensa española.
Conviene precisar expectativas. La alimentación, por sí sola, rara vez “cura” la gota; los medicamentos los marca el cuadro clínico. Pero comer con criterio reduce el riesgo de nuevos ataques, alivia su intensidad y mejora el control a largo plazo. Un patrón tipo mediterráneo-DASH, con lácteos desnatados, aceite de oliva, legumbres, hortalizas y raciones moderadas de carne blanca o pescado blanco, ofrece un terreno seguro y sabroso. Todo ello se encaja sin forzar, sin recetas exóticas y sin gastar de más.
Tabla de alimentos para el ácido úrico, versión práctica
Las categorías se han agrupado por contenido aproximado de purinas y por la frecuencia recomendada. No es una lista de prohibiciones, sino una herramienta de elección. Los rangos de purinas (mg/100 g) son orientativos y varían según variedad, corte o elaboración, pero bastan para clasificar.
Grupo | Ejemplos habituales | Purinas aprox. (mg/100 g) | Semáforo | Ración orientativa | Frecuencia sugerida |
---|---|---|---|---|---|
Lácteos bajos en grasa | Leche desnatada, yogur natural 0–2 %, queso fresco | ~0–10 | Verde | 1 vaso (200 ml), 1 yogur (125 g), 60–80 g de queso fresco | A diario como base proteica |
Huevo | Huevo de gallina | Muy bajo | Verde | 1 unidad | A diario o en días alternos |
Cereales integrales | Pan integral, avena, arroz integral, cuscús integral | 0–50 | Verde | 60–80 g de pan; 60–75 g crudo de cereal | A diario |
Fruta | Manzana, cítricos, kiwi, frutos rojos, melón | Muy bajo | Verde | 2–3 piezas/día | A diario (mejor entera que en zumo) |
Verdura y hortalizas | Tomate, calabacín, pimiento, espinaca, espárrago | 0–80 | Verde/ámbar | 200–300 g | A diario, sin miedo |
Legumbres | Lenteja, garbanzo, alubia, guisante | 50–85 | Ámbar | 60–80 g crudo (150–200 g cocido) | 2–4 veces/semana |
Carne blanca magra | Pollo, pavo, conejo | 110–150 | Ámbar | 100–150 g | 3–4 veces/semana, sin piel |
Carne roja | Ternera, vacuno, cordero, cerdo magro | 110–195 | Ámbar/rojo | 80–120 g | 0–2 veces/semana |
Vísceras | Hígado, riñón, mollejas | 330–825 | Rojo | — | Evitar |
Pescado blanco | Merluza, bacalao fresco, gallo, lenguado | ~70–100 | Ámbar | 120–150 g | 2–3 veces/semana |
Pescado azul moderado | Salmón, trucha | 110–165 | Ámbar | 120 g | 1–2 veces/semana |
Pescado azul alto | Sardina, boquerón/anchoa, arenque | 200–465 | Rojo | — | Ocasional o evitar |
Marisco | Mejillón, cangrejo, gamba | 110–180 | Rojo | 60–100 g | Esporádico |
Caldos y extractos | Consomé concentrado, caldo de carne, extractos | 1.200–3.500 | Rojo | — | Evitar |
Bebidas | Agua, café, vino, cerveza (incluida 0,0), refrescos | — | Verde/rojo | — | Agua y café: OK. Alcohol y refrescos: limitar |
Un uso sencillo de esta tabla de alimentos para el acido urico: montar el menú alrededor de las categorías verdes, utilizar con moderación las ámbar y posponer las rojas para momentos muy puntuales, si acaso. Y un apunte táctico: cuando entra un alimento “ámbar”, conviene que el resto del día sea muy verde. No es un examen; es equilibrio.
Cómo organizar el plato sin obsesionarse
El enfoque efectivo no es prohibir, sino desplazar elecciones. Se coloca en el centro lo que sacia y aporta poco o nulo contenido en purinas, y se deja menos espacio —físico y mental— a lo que complica la uricemia. La cocina española, bien entendida, ofrece decenas de combinaciones bajo esta lógica sin que se note una dieta “especial”.
En el capítulo de proteínas que sí, destacan los lácteos bajos en grasa. Leche desnatada, yogur natural sin azúcar, queso fresco: tres pilares fáciles de usar como base de desayunos, meriendas o cenas. El huevo suma; purinas casi nulas, perfil nutricional completo, versatilidad a prueba de agendas. En una cena sencilla, una tortilla francesa con ensalada y aceite de oliva cubre necesidades sin generar ruido metabólico. En cocina de diario ayudan mucho el tofu y la soja texturizada —salteados, guisos, curry suave con verduras—, y de paso rebajan la frecuencia de carne sin perder proteína.
Con la carne, el matiz importa. Mejor cortes magros de pollo, pavo o conejo, raciones de 100–150 gramos, y técnicas sencillas: plancha suave, horno con verdura, estofado corto. Se evita la piel, se tira el jugo excesivamente concentrado de cocciones largas y se sirve con patata cocida, arroz integral o pan para dar saciedad. La carne roja no desaparece, pero migra a la categoría de “evento” o de guiso de domingo en ración pequeña. Entre dos platos similares, gana el que no concentre caldos: las sopas claras o consomés elaborados con carne liberan purinas al líquido y no salen a cuenta.
Capítulo pescado. Se prioriza el blanco (merluza, gallo, lenguado, bacalao fresco) por su menor carga de purinas. Dentro del azul, hay lugar para salmón o trucha en raciones prudentes —120 gramos bastan—, mientras que sardina, boquerón/anchoa y arenque pasan a “ocasional”. ¿Un viernes de terraza? Mejor una merluza al horno con patata y pimiento que una ración grande de sardinas a la brasa; la diferencia no es menor.
Los cereales integrales —pan de buena corteza, arroz integral, avena, cuscús integral— desempeñan un papel silencioso pero esencial: aportan energía sostenida, ayudan a controlar el apetito y dan estructura a los platos. La legumbre se respeta y se disfruta: lentejas estofadas con mucha verdura, garbanzos con espinacas, alubias con pisto. Su contenido en purinas es moderado, pero al ser vegetal y venir acompañado de fibra, se comporta bien en el conjunto. Lo que la encarece son los embutidos o chacinas añadidas; prescindir de ellos no empobrece el sabor si se trabaja con sofritos, especias y un buen fondo vegetal.
Y queda el bloque más agradecido: verduras y fruta. El mito de las “verduras prohibidas” conviene dejarlo atrás. Espinaca, espárrago, guisante o coliflor pueden incluirse con normalidad en raciones generosas. Aportan potasio, vitamina C, folatos, fibra. La fruta, mejor entera que en zumo, ofrece dulzor sin navegar en azúcares libres. Un cítrico al postre, fresas con yogur, melón fresco en verano. Sencillo y eficaz.
Lo que conviene limitar y por qué
El primer sospechoso, el alcohol. Se asocia a peores cifras de ácido úrico y más brotes, con la cerveza como caso particular porque, además de alcohol (si la tiene), aporta purinas; incluso la 0,0 no es inocua en este terreno. Si hay ataque activo, abstinencia. Fuera de ataque, la recomendación razonable pasa por reducir al mínimo y, si se permite alguna bebida en una ocasión social, que sea pequeña y espaciada, con preferencia por vino y siempre dentro de una planificación conjunta.
El segundo invitado que complica, los refrescos azucarados, sobre todo los edulcorados con fructosa. No solo aportan calorías vacías, sino que se han relacionado con más uricemia. En la práctica diaria, sustituirlos por agua fría con rodajas de limón o por infusiones sin azúcar reduce el riesgo y no resta disfrute. Hay incluso quien encuentra acomodo en agua con gas y un toque de lima como “ritual social” más que digno.
Y el trío de alimentos “rojos”: vísceras, sardina/boquerón/arenque y caldos concentrados. Las vísceras no ofrecen margen de negociación: su densidad de purinas es muy alta. La sardina, la anchoa y el arenque, delicioso patrimonio culinario, pueden reservarse para catas puntuales, cuidando que el resto del día sea ultraverde. Por último, los caldos y extractos de carne concentran purinas en el líquido; un tazón de consomé potente puede aportar más purinas que una ración moderada de carne. Mejor cremas de verduras o caldos vegetales suaves.
Un detalle menos obvio: salsas y jugos de asado. Esa reducción brillante que tanto gusta —el “jugo” que queda en la bandeja— concentra purinas. Si se quiere un toque sabroso, un fondo hecho con verduras asadas y hierbas logra un efecto parecido sin ese peaje.
Un menú semanal con sabor español
Un esquema de siete días, flexible, que se adapta a horarios y apetitos. No pretende ser una pauta cerrada; es una plantilla para moverse sobre seguro y modificar al gusto.
El lunes arranca con pan integral tostado, tomate rallado y aceite de oliva, más un yogur natural desnatado y café. A mediodía, una ensalada templada de alubias blancas con pimiento asado, cebolleta y atún al natural escurrido, cuidando la ración de pescado. De noche, crema de calabacín y una tortilla francesa de dos huevos con ensalada de brotes. Hidratación repartida: vasos de agua antes y después de cada comida.
El martes se apoya en fruta entera con kéfir desnatado por la mañana; al mediodía, arroz integral con salteado de verduras (calabacín, zanahoria, puerro) y tofu dorado en plancha. Por la noche, merluza al horno con patata panadera y pimiento verde, ensalada sencilla. Para quienes trabajan fuera, este día muestra bien el juego de tuppers: arroz con tofu en el almuerzo; crema de verduras que viaja bien para la cena.
El miércoles pide un cuenco de avena cocida en leche desnatada con fresas troceadas. Para comer, potaje ligero de garbanzos con espinacas, zanahoria y laurel, sin chacina. De cena, ensalada de tomate de temporada, pepino y queso fresco con hierbas, un trozo de pan integral y una fruta. Un día de legumbre bien resuelto derriba prejuicios: sacia y es amable con el ácido úrico cuando se cocina limpio.
El jueves propone tostada integral con aguacate y huevo poché de desayuno. A mediodía, pavo a la plancha con pisto y cuscús integral. De noche, crema de calabaza y un yogur natural. Ajuste fácil: si hay entrenamiento o trabajo físico, se sube ligeramente la ración de cereal integral; si el día es más sedentario, se reduce.
El viernes entra con fruta y yogur. La comida, lentejas estofadas con cebolla, pimiento y zanahoria, reposadas para que espesen sin necesidad de chacina. Cena de salmón al papillote con calabacín y limón, ración prudente (alrededor de 120 gramos), patata cocida y ensalada. Si aparece plan de terraza, la elección más estable es agua con gas con rodaja de lima o una infusión helada casera, sin azúcar.
El sábado trae un desayuno de requesón con frutos rojos y cucharadita de miel si se desea un matiz dulce. Comida de paella de verduras preparada con un fumet suave de hortalizas, azafrán y buen sofrito, prescindiendo del caldo de carne concentrado; se obtiene sabor sin sumar purinas. La cena desemboca en ensalada completa con huevo duro, maíz, zanahoria, espinacas baby y vinagreta suave.
El domingo permite un asado de pavo con patata y ensalada verde para la comida principal. Antes o después, un aperitivo con encurtidos y aceitunas evita caer en las anchoas si la uricemia está alta. El día se cierra con una crema de zanahoria y un yogur natural. Un domingo clásico, sin excentricidades ni restricciones que resten vida social.
Este menú tipo demuestra que una dieta baja en purinas no es sinónimo de aburrimiento. Se apoya en la cocina de siempre —sin atajos ultraprocesados— y se sostiene con pequeños gestos: raciones moderadas, evitar caldos concentrados, alternar fuentes de proteína y hidratar con intención.
Puntos finos que cambian el resultado
Hay aspectos que, bien ajustados, elevan el “coeficiente de sostenibilidad” del plan y hacen que tabla de alimentos para el acido urico no sea solo una etiqueta SEO, sino una pauta viva en la cocina real. Las verduras “ricas en purinas” (espinaca, espárrago, coliflor, guisante) no se han asociado a más ataques en la práctica, de modo que la consigna es comer verdura sin miedo. Su fibra y su densidad de micronutrientes pesan más que el número bruto de purinas. Una menestra bien armada, una crema de espinacas con yogur o un salteado de espárragos con tofu encajan en la semana sin segundas.
La hidratación marca diferencias. Beber agua de forma repartida durante el día facilita la excreción de uratos. Truco útil: vincular un vaso de agua a rutinas fijas (al despertar, antes de cada comida, al terminar una tarea). Algunas personas encajan bien agua con gas; otras prefieren infusiones o café solo. El objetivo no es contabilizar mililitros con obsesión, sino garantizar una señal de sed controlada y orinas claras.
El peso corporal también cuenta. La pérdida de 5–10 % del peso inicial, cuando hay sobrepeso, suele traducirse en mejoría de uricemia y menos brotes. No hace falta un plan drástico. Basta con recortar calorías líquidas (refrescos, alcohol), ajustar raciones y mover el cuerpo de forma regular. El ejercicio no tiene que ser heroico: caminatas firmes, bicicleta urbana, algo de fuerza para mantener músculo. Todo suma.
No conviene olvidar el sodio. Las comidas muy saladas favorecen la retención de líquidos y complican el control de la tensión arterial; no es el foco directo del ácido úrico, pero forma parte de la misma ecuación de salud cardiometabólica. Cocinar en casa con hierbas, especias, cítricos y un uso inteligente del aceite de oliva mantiene el sabor sin inflar el salero.
Otra palanca útil, la cocina del día siguiente. Preparar más legumbre de la que se necesita, asar verdura en bandejas grandes, cocer patata y arroz integral para dos jornadas. La nevera se convierte así en un aliado: se reduce la tentación de improvisar con embutidos o comidas de sobre y se refuerza el patrón que conviene.
Café, vitamina C, ayuno y peso corporal
El café aparece en varias cohortes como aliado probable, asociado a menor riesgo de gota en consumidores habituales. No es una prescripción, pero sí una luz verde para quienes lo disfrutan y lo toleran bien. Lo razonable: uno o dos cafés al día, preferiblemente solo o con leche desnatada, evitando añadir azúcar.
La vitamina C ha mostrado capacidad para reducir modestamente el ácido úrico en ciertos ensayos. Mejor centrar su aporte en alimentos —cítricos, kiwi, fresas, pimiento— que en megadosis de suplementos. La suplementación puede tener sentido en contextos concretos, pero no sustituye el enfoque dietético global.
En la conversación pública ha entrado el ayuno intermitente. ¿Pertinente aquí? Puede ayudar a gestionar calorías si se hace con cabeza, pero no conviene forzar ayunos prolongados en personas con gota inestable, porque los cambios bruscos de balance energético pueden actuar como desencadenantes en algunos casos. Si se opta por una ventana de alimentación más corta, mejor sostenerla con comidas completas y evitar atracones.
Una última coordenada: medicación y adherencia. Cuando un profesional prescribe alopurinol, febuxostat u otros, la dieta no compite; coopera. Comer bien reduce la variabilidad de la uricemia y suaviza los picos, lo que mejora la eficacia del plan farmacológico y el confort cotidiano. El mensaje realista es este: alimentación + fármacos + hábitos componen la tríada que mantiene a raya la gota.
Un plan sostenible que cabe en cualquier cocina
La “dieta para el ácido úrico” no tiene por qué sonar a penitencia. Se sostiene con buen pan integral, verduras generosas, lácteos desnatados, huevo cuando apetece, pescado blanco frecuente, legumbres bien tratadas y carne blanca en su justa medida. Nada de listas interminables en la puerta del frigorífico. Una tabla de alimentos para el ácido úrico —o, si se prefiere, esa tabla de alimentos para el acido urico buscada en la red— es la brújula: verde la mayoría de días, ámbar con criterio, rojo cuando toque brindar por algo muy especial. La cocina española lo pone fácil; la constancia, más aún. Bastan unas semanas de práctica para notar estabilidad, menos sobresaltos y una relación con la mesa que vuelve a ser lo que siempre debió: sencilla, sabrosa, saludable.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Clínica Universidad de Navarra, Sociedad Española de Reumatología, AESAN, Ministerio de Sanidad.

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