Cultura y sociedad
Six Kings Slam: qué es y cuánto paga a las estrella del tenis

El Six Kings Slam reúne en Riad a los mejores del tenis mundial con premios millonarios y un formato que revoluciona el circuito.
El Six Kings Slam es una exhibición de tenis por invitación que reúne durante cuatro días en Riad, capital de Arabia Saudí, a seis figuras de primer nivel. No reparte puntos ATP, pero concentra focos, audiencia global y —sobre todo— una bolsa fuera de escala. La edición de 2025 se celebra del 15 al 18 de octubre en la ANB Arena, con día de descanso el 17 para cumplir con la normativa que impide competir tres jornadas seguidas en exhibiciones. En la pista están Carlos Alcaraz, Jannik Sinner, Novak Djokovic, Alexander Zverev, Taylor Fritz y Stefanos Tsitsipas. Es, en la práctica, un fin de semana largo de estrellas.
El dinero marca la diferencia. Cada invitado cobra 1,5 millones de dólares solo por presentarse —la clásica “cuota de aparición”— y el campeón eleva su cheque total hasta los 6 millones de dólares. La bolsa agregada se sitúa en 13,5 millones. Es la mayor recompensa puntual que puede ganar hoy un tenista en un único evento y explica sin rodeos por qué los mejores hacen hueco en sus agendas para un torneo que no cuenta para el ranking. La emisión corre a cargo de Netflix con señal en directo y bajo demanda, sin coste extra para abonados, en una franja cómoda para España: el primer turno arranca en torno a las 18.30 (hora peninsular), coincidiendo con la tarde europea.
Un formato pensado para el impacto inmediato
El Six Kings Slam nació en 2024 con un concepto simple y televisivo: seis “reyes”, cuadro de eliminación directa, dos cabezas de serie con pase a semifinales y una jornada intermedia sin partidos para respetar las reglas de exhibiciones. Es tenis real —al mejor de tres sets, pista dura bajo techo, jueces de línea electrónicos— empaquetado en una narrativa corta que cabe en tres tardes. En una temporada que llega cargada a octubre, la fórmula reduce el desgaste: dos o tres partidos y a casa. Resulta eficiente para jugadores con calendario apretado y atractivo para una audiencia que quiere choques entre gigantes sin esperar dos semanas.
El diseño de la agenda persigue a conciencia a la franja europea. Miércoles, jueves y sábado hay competición; viernes se para. Este patrón, que se ha normalizado en el ecosistema saudí del deporte, beneficia a quien manda en el reparto televisivo: se evitan solapes con grandes citas del fin de semana y se maximiza la ventana prime time. La pista cubierta, con bote vivo y condiciones estables, favorece los intercambios limpios y el saque ganador. Ya se vio en la edición inaugural: ritmo alto, puntos cortos y finales con sensación de producto premium. Es la estética que manda en 2025.
Quiénes son los seis y qué papel juegan
El cartel habla por sí solo. Carlos Alcaraz llega como número 1 y rostro de presente y futuro. Es un jugador que acelera donde otros frenan, con mano de seda para cambiar alturas y una lectura del punto que desarma a cualquiera. La exhibición le encaja: pista rápida, noches grandes, rivales de su talla. Jannik Sinner, campeón defensor y vigente rey de Wimbledon, aterriza con la confianza por las nubes. Su revés plano y el resto profundo son armas que mutilan tiempos. Hace un año remontó una final espectacular y dejó claro que, aunque no hubiera puntos en juego, aquello iba de verdad.
Novak Djokovic mantiene un magnetismo que atraviesa generaciones. Le sobra oficio para manejar ritmos, congelar a un rival con el cruzado y, cuando hace falta, salir del barro con el segundo servicio al cuerpo. En pista cubierta sufre poco; cuando cierra bien el primer golpe, aún es la vara de medir. Alexander Zverev impone por peso de bola y continuidad: si el primer saque entra, su tenis de martillo pilón encadena juegos sin mirar atrás. Taylor Fritz, rápido de manos, ha dado un salto competitivo notable —resto agresivo, tolerancia al intercambio en pista rápida— y se siente cómodo en escenarios que enfatizan la velocidad. Stefanos Tsitsipas completa la baraja con una derecha que, si prende, incendia el partido. Entró este año como sustituto por lesión de otro invitado y ha asumido el rol con naturalidad: su revés a una mano penaliza menos bajo techo y su juego de ataque, cuando sincroniza, es difícil de desenredar.
La narrativa dentro de la narrativa es la rivalidad Alcaraz–Sinner. Un año atrás ya firmaron una final de alto voltaje, con un primer set a cara de perro y ajustes tácticos que cambiaron el tono del duelo. Esta vez llegan con roles reforzados —Alcaraz, líder del ranking; Sinner, defensor del título— y con la sensación de que volvemos a caminar hacia un clásico de época. En las semis puede entrar Djokovic como juez inevitable. Y en la otra mitad, Zverev, Fritz y Tsitsipas pugnan por una rendija en la que asomar su mejor versión.
El dinero sobre la mesa: así se reparte y por qué
Lo que diferencia a esta cita de otras exhibiciones no es el tema de la iluminación ni las cámaras al ras de la pista. Es la estructura económica. Los seis invitados firman un fijo de 1,5 millones de dólares por aceptar la invitación. Ganen o pierdan. El campeón añade un plus de 4,5 millones, para un total de 6 millones. La cifra supera el cheque de cualquier campeón de Grand Slam en 2025 y coloca al Six Kings Slam en el centro de una conversación que va más allá del tenis: el deporte-espectáculo como producto global que premia el impacto por encima de la tradición.
Desde el punto de vista del jugador, la ecuación no admite demasiadas vueltas. En dos o tres partidos, sin viaje intercontinental posterior inmediato y sin cargar piernas con cinco sets, se compite por un cheque que en el circuito regular obliga a encadenar días y rondas contra rivales que pelean la vida cada semana. El incentivo es potente. De hecho, varios protagonistas han reconocido con naturalidad que el premio “motiva” y que la exhibición no exige mentalmente como un torneo de dos semanas. Nada de diplomacia hueca: transparencia y foco en la carrera.
Para la organización, la inversión se sostiene en un trípode: cartel, formato corto y distribución moderna. El primero garantiza titulares. El segundo permite comprimir el relato en una miniserie deportiva. El tercero —la ventana global de una plataforma como Netflix— genera alcance internacional y un público que no consume una final a las cuatro de la madrugada. La resultante es obvia: una bolsa de premios extraordinaria que se amortiza como show global.
Comparación con los grandes del circuito
La referencia natural son los cheques de los Grand Slams y las Finales ATP. La tendencia ha sido al alza, sí, pero los 6 millones por el título de Riad pintan una raya nueva en la arena. Un US Open o un Wimbledon recientes han rondado los 3 millones para el campeón. En Turín, las cuentas públicas de la ATP muestran un máximo teórico que también queda por debajo de la cifra saudí. Es una diferencia abismal si el análisis se limita al premio individual por evento. ¿Significa que esta exhibición “paga más tenis” que un grande? No, no es la lectura. Significa que paga más por minuto de show en un envase hecho para pantallas y titulares.
Conviene recordar, por matiz, que el premio bruto no es el dinero que acaba en el bolsillo del jugador. Impuestos y comisiones (equipo técnico, agente, preparadores) mueven la aguja, y la fiscalidad depende de residencias, convenios y contratos. A efectos de conversación pública, sin embargo, las cifras del Six Kings Slam han colonizado los debates por su tamaño y por el contraste con un circuito que discute su reparto de ingresos.
Dónde verlo y qué esperar en la pista
El torneo se ve en directo en Netflix, sin pago adicional, con partidos disponibles al terminar. La señal internacional apuesta por cámaras bajas, repeticiones ágiles y micrófonos que recogen respiraciones y susurros. Es la estética de 2025: menos tiempos muertos, más narrativa sobre la marcha. La ventana horaria encaja con España. Con los primeros partidos a las 18.30 y los segundos a continuación, cabe verlo sin trasnochar. Para quien llegue tarde, el on demand salva el plan: se puede recuperar un duelo concreto o el tramo decisivo de la jornada en minutos.
En lo estrictamente deportivo, la pista dura indoor abre la puerta a intercambios más limpios y a primeros saques que marcan territorio. Ganan peso las devoluciones profundas y las variantes al resto (carrerilla hacia dentro, bloqueo al cuerpo, lectura de segundos). El tie-break aparece a menudo porque las condiciones reducen el desgaste y el servicio manda. Es un contexto que premia a quienes toman la pelota pronto y cambian dirección con naturalidad: Sinner con el paralelo de revés, Alcaraz con la derecha invertida que muerde la línea, Djokovic con el cruzado de control que abre la pista un metro y medio.
La ANB Arena, un pabellón moderno integrado en la Riyadh Season, acompaña el guion. La proximidad del público a la pista y la iluminación tipo “teatro” convierten cada punto en fotograma. Al espectador que aterriza sin contexto se le enseña enseguida quién es quién: planos cortos, rótulos claros, datos pertinentes. El espectáculo quiere ser amable sin perder pureza competitiva. Sorprende menos de lo que uno cree: cuando hay nivel en la pista, la realización vuela sola.
Reglas propias de una exhibición que no jugó con la improvisación
Aunque no sea un evento ATP, no hay nada improvisado en su normativa. Los partidos se disputan al mejor de tres sets con tie-break tradicional; no se aplica el formato de sets cortos ni las locuras de laboratorio que a veces aparecen en exhibiciones. La jornada de descanso obligatoria no es un capricho: responde a una regla de las exhibiciones que impide a los jugadores competir tres días seguidos fuera del circuito oficial. Por eso el calendario se escalona y por eso la final cae en sábado.
El cuadro de seis tiene su intríngulis. Dos cabezas de serie (este año, Alcaraz y Djokovic) arrancan en semifinales. Los otros cuatro se cruzan en dos cuartos de los que salen los rivales para jueves. La práctica lo deja claro: llegar con menos kilómetros, como hacen los del “bye”, se nota si las semifinales se juegan a ritmo alto. Pero la pista dura indoor no perdona desconexiones; en treinta minutos te puedes ver un set abajo y contra la pared. En 2024 ya ocurrió: Sinner se dejó el primero y a partir de ahí cambió alturas y tiró de restazos sobre el segundo saque de Alcaraz para girar el partido.
Arabia Saudí y el tablero que se redibuja
El peso saudí en el deporte ya no admite discusión. El país ha tejido una red de grandes eventos que va del fútbol al golf pasando por el motor y, claro, el tenis. Dentro de la raqueta, la Next Gen ATP Finals se mudó a Yeda y las WTA Finals sellaron un acuerdo plurianual con Riad. El Six Kings Slam es otra pieza de ese engranaje: un escaparate global que combina nombres gigantes, infraestructura nueva y una apuesta comercial de largo recorrido.
Hay críticas y hay aplausos. Voces del tenis femenino, leyendas del circuito y parte de la opinión pública han señalado el contexto político y social del país. Otros se limitan a considerar el evento como lo que es: una exhibición de altísimo nivel que paga cifras que el circuito tradicional no alcanza en un fin de semana. En el vestuario conviven perfiles. Quien necesita ritmo busca dos partidos serios en buenas condiciones. Quien está justo de gasolina prefiere no estirar la cuerda. Quien hace números mira el calendario, el cansancio y el cheque, y decide. No hay verdad única.
Para el negocio del tenis, el caso saudí es un laboratorio. ¿Puede una exhibición sin puntos competir en atención con un Masters 1000? A veces, sí. ¿Es sostenible a medio plazo? Dependerá del retorno de imagen, de la audiencia internacional y de la capacidad para generar historias que perduren más allá del fogonazo del fin de semana. Por ahora, el experimento funciona: conversación global, métricas en plataformas, entradas agotadas y jugadores que, sin rubor, admiten que el dinero pesa. No es un delito decirlo. Es transparencia.
Claves de juego y posibles cruces que se palpan
El drive de Alcaraz abre pista como pocos. Si llega a semifinales con piernas, ese primer golpe desde la zona de revés invertida puede marcar la diferencia. Sinner, por su parte, ha aprendido a romper ritmo con alturas medias y a chocar desde el revés paralelo cuando le flotan el cruzado. Su evolución en el resto ha sido notoria: pisa dentro, acorta el backswing y obliga a jugar a la defensiva desde el segundo golpe. Djokovic, con toda la cinta del mundo en la cabeza, domina el intercambio largo y el arte de arrugar al rival con un par de pelotas al cuerpo bien medidas. Si llega al sábado, el partido sube de coeficiente táctico.
En la otra parte del cuadro, Zverev vive de encadenar primer saque + derecha sin concesiones. Cuando el porcentaje cae, el partido se le complica. Fritz ha crecido en la devolución: bloquea con firmeza, llega pronto a la pelota y, si abre pista con el primer golpe, se convierte en un rival muy incómodo. Tsitsipas necesita que el drive le corra y que el revés no quede expuesto en diagonal larga; si encuentra el slice de presión y acorta el punto con subidas ocasionales, puede atragantarse a cualquiera.
En formatos cortos como este, el tie-break pesa como una losa. La estadística reciente dice que Sinner y Alcaraz han aprendido a administrar los desempates con frialdad: saque a la “T”, segundo al cuerpo, resto profundo, siguiente golpe a la esquina. Djokovic no necesita manuales. Zverev, si llega al 6-6 con porcentaje alto de primeros, suele tener medio set en el bolsillo. Fritz, con su estilo directo, se siente como en casa en esa moneda al aire. Tsitsipas, cuando la derecha entra franca, huele la sangre desde la devolución.
Lo que hay detrás del espectáculo: producción, público, legado
El Six Kings Slam se vende como experiencia premium: acceso ágil, iluminación teatral, animación contenida entre puntos, realización que explica sin interrumpir. El público se sienta muy cerca, se escucha la respiración en la red, la cámara lenta prolonga un gesto técnico medio segundo más de lo habitual. A veces se olvida que esa envoltura importa porque facilita la entrada a quien no ve tenis cada semana. El equilibrio es delicado; aquí, de momento, se sostiene porque la sustancia está. Cuando dos jugadores del top 5 se cruzan, sobran los trucos.
Luego está el apartado legado. Más allá del fin de semana, el evento deja infraestructura y aprendizaje técnico. La ANB Arena se integra en un corredor de grandes recintos que Arabia Saudí exhibe como escaparate. Y el circuito observa: formatos cortos, realización que manda al móvil, horarios milimetrados. No es descabellado pensar que algunas de estas piezas se filtren, con matices, al calendario tradicional. Ocurre siempre que un producto nuevo capta atención: los demás toman nota.
Pregunta incómoda, respuesta cruda: ¿qué gana el tenis con esto?
Gana visibilidad en audiencias que no se iban a quedar de madrugada para ver un torneo en otro huso. Gana ingresos para los protagonistas. Gana un escenario en el que los grandes se cruzan sin esperar al sorteo de un Slam. ¿Pierde algo? El marco competitivo que da sentido al ranking no está aquí; el cara a cara no cuenta. También existe el riesgo de saturación: más viajes, más impactos, más obligaciones de promoción. Y hay un debate que no se va: el contexto geopolítico del país anfitrión. Todo eso convive con una evidencia: cuando el nivel en pista es alto, el producto funciona. Y el nivel, con este cartel, se presupone.
Los propios jugadores empiezan a verbalizarlo sin rodeos. Varios han admitido que el cheque pesa, que el formato no fatiga mentalmente como una gira larga y que es compatible con llegar fresco a las últimas paradas del año. Otros, lesionados o en reconstrucción, prefieren mantenerse al margen. Nadie está obligado; el Six Kings Slam es voluntario. Precisamente por eso, el hecho de reunir a seis top en octubre tiene lectura: el incentivo económico ha cambiado las reglas no escritas del calendario.
Un epílogo muy claro: cifras, juego y lo que viene
El Six Kings Slam no pretende ser un Grand Slam ni falta que le hace. Es otra cosa: un evento de impacto, comprimido, con 6 millones esperando al campeón y 1,5 millones asegurados para todos. Se juega del 15 al 18 de octubre, con descanso el 17, en una pista dura indoor pensada para el espectáculo, y se ve en Netflix a una hora amable para España. El cuadro reúne a Alcaraz, Sinner, Djokovic, Zverev, Fritz y Tsitsipas, suficientes nombres para garantizar dos o tres noches de tenis grande. El precedente de 2024 dejó una final notable y la sensación de que el formato funciona cuando hay talento.
De fondo, se mueve un tablero mayor. Arabia Saudí refuerza su apuesta por el deporte; el tenis, necesitado de ventanas que rejuvenezcan su audiencia, encuentra una plataforma ruidosa y bien producida. Habrá debate —y debe haberlo— sobre el calendario, las prioridades y el contexto de quien paga. Pero los hechos del presente son incontestables: los mejores han dicho “sí”, el público tiene un plan claro para encender la tele a las 18.30, y el dinero, guste o no, ha dejado de ser un tabú a la hora de explicar decisiones. Lo que venga después dependerá de si este tono de espectáculo se integra con naturalidad en el curso del circuito o si se queda como isla luminosa en mitad del calendario. Por ahora, en Riad, el relato es sencillo: jugar bien, levantar el trofeo y llevarse el cheque más grande del año.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: MARCA, El Mundo, Diario AS, ABC.

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