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Se puede andar con el tendón de Aquiles roto: qué debes saber

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se puede andar con el tendón de aquiles roto

Rotura del tendón de Aquiles: qué ocurre si caminas, riesgos al apoyar, recuperación y tratamientos explicados con rigor por expertos, claro.

Lo breve, sin rodeos. Sí, hay quien consigue apoyar y dar unos pasos tras una rotura del tendón de Aquiles. Ocurre porque otros músculos de la pierna “maquillan” la pérdida de fuerza inicial y permiten una marcha torpe. No, no es seguro caminar con normalidad sin protección: agrava el desgarro, favorece el alargamiento del tendón en cicatrización y complica los tiempos de vuelta a la vida activa. La pauta eficaz comienza al minuto uno: inmovilizar el tobillo en flexión plantar (punta del pie hacia abajo), descargar con muletas y utilizar una bota con cuñas cuando lo indique el equipo sanitario. El apoyo, en los protocolos actuales, se autoriza pronto pero dentro de la bota y con progresión medida. Fuera de ese marco, caminar “porque puedo” no es opción.

Esa idea que circula por vestuarios y pasillos —que “si se puede andar, no será para tanto”— tiene truco. La compensación muscular y, a veces, la adrenalina, dan una falsa sensación de control durante horas o incluso un par de días. A la larga, sale caro: más dolor, más inflamación, peor función en el despegue del paso y riesgo de rerrotura. La decisión práctica es tan simple como exigente: proteger primero, diagnosticar después y cargar peso solo dentro del tratamiento. Si el objetivo es volver a caminar bien, el atajo de caminar “como sea” no ayuda.

Qué pasa exactamente cuando el tendón se rompe

El tendón de Aquiles es el cable grueso que conecta los gemelos y el sóleo con el calcáneo. Es la cuerda de arranque del paso y del salto. Cuando se rompe —parcial o completamente— la persona suele notar un chasquido seco, como el latigazo de una goma, seguido de dolor en la parte posterior del tobillo y dificultad para impulsarse. A veces aparece un hueco palpable por encima del talón. Y, aun así, algunos siguen de pie y caminan con una cojera rara. ¿Por qué? Porque el cuerpo, tozudo, activa músculos que también ayudan a empujar el pie hacia abajo: tibial posterior, flexor largo del dedo gordo, peroneos. Esa red de apoyo permite apoyar de forma limitada, pero no sustituye la función del Aquiles. En términos de rendimiento, el tobillo pierde su “turbo”.

El fenómeno no es una anécdota. Los servicios de urgencias ven con frecuencia pacientes que llegan andando tras una rotura. Incluso hay casos célebres en el deporte profesional: atletas que terminan la jugada o se retiran a vestuarios por su pie. No es magia, es compensación y adrenalina. Eso no cambia el dato estructural: el tendón está roto, la continuidad mecánica se ha perdido y la recuperación necesita semanas de cicatrización controlada. Cada apoyo desprotegido, cada dorsiflexión profunda a destiempo, estira un poco más la reparación biológica y siembra el terreno para un tendón alargado, menos potente. Luego, al subir una cuesta o esprintar, se nota: falta empuje.

La anatomía manda. Los fascículos de colágeno que deben unir de nuevo ambos extremos necesitan alinearse y madurar con el tobillo en posición protegida. Por eso los especialistas hablan de equino en las primeras fases: mantener el pie en punta para aproximar los extremos del tendón, reducir tensión y facilitar que “pegue”. Saltarse ese paso —por prisa, por trabajo, por pensar que “ya camina”— es comprometer el resultado.

Caminar sí, pero dentro de un marco de protección

Conviene distinguir dos realidades. Una cosa es poder apoyar y otra es caminar de forma terapéutica. La primera depende de la compensación muscular. La segunda, del protocolo: bota regulable con cuñas que sitúan el tobillo en flexión plantar, muletas para ajustar la carga y un calendario de retirada de cuñas que evita el estiramiento prematuro. En ese contexto, el apoyo temprano no solo es posible; es deseable: evita rigideces, reduce el edema por la acción de la bomba muscular y ayuda a preservar el patrón de marcha. La condición indispensable es la protección. Y disciplina.

Bota con cuñas: por qué funciona y cómo se usa

La bota ortopédica reparte la carga, limita la dorsiflexión y mantiene el tobillo en un rango seguro. Las cuñas —esas piezas de foam o plástico que elevan el talón— se van retirando de forma escalonada (por ejemplo, una por semana, según dolor y control clínico) hasta alcanzar la posición neutra. De noche también se usa; no es un capricho. Dormir con el tobillo en dorsiflexión o moverlo sin control puede tirar de la cicatriz. En la fase inicial, el apoyo de peso es “según tolerancia”, dentro de la bota. Fuera de la bota, no. Esa frase, por sí sola, evita disgustos.

La talla de la bota importa. Una bota corta que no abraza bien gemelos y tibia pierde control y permite movimientos de cizalla. Ajustar las correas firme, sin estrangular; vigilar la piel y alternar calcetines técnicos para evitar rozaduras; elevar la pierna en reposo para manejar el edema. Detalles logísticos que marcan la diferencia en la vida a pie de calle.

Muletas, carga progresiva y patrón de marcha

Caminar con bota y muletas no es “arrastrarse”; es entrenar. Al principio, apoyo parcial: dos muletas, pasos cortos, talón que contacta plano sin buscar la punta, cadera y rodilla alineadas. Cuando el dolor lo permite y el equipo lo autoriza, se aumenta la carga hasta el apoyo completo con dos muletas, luego con una, y más tarde sin ellas. Si el patrón se descompone —cojera en “pasos de pato”, cadera que cae, tronco que se desplaza— se vuelve un paso atrás. El objetivo es marcha simétrica aunque sea más lenta; la simetría enseña al sistema nervioso el camino correcto. Hay pacientes que se sorprenden de lo rápido que pierden el miedo cuando el patrón es estable.

Diagnóstico certero y tiempos que importan

La rotura del Aquiles comparte síntomas con un esguince severo, de ahí que se escape alguna en el primer contacto. Para afinar, el examen clínico manda. La prueba de cabecera es el test de Thompson: con el paciente tumbado boca abajo y el pie colgando, se comprime el gemelo; si el tendón está íntegro, el pie flexiona plantar; si no, el pie permanece quieto. Es una maniobra sencilla, de alta fiabilidad, que conviene repetir comparando con el lado sano. Otro signo llamativo: incapacidad para ponerse de puntillas sobre la pierna lesionada. La ecografía musculoesquelética confirma el nivel del desgarro, la retracción y la presencia de hematoma. La resonancia queda para dudas, planificación quirúrgica o lesiones complejas.

Hay trampas. En roturas parciales o cuando hay tejido remanente que transmite algo de tensión, el Thompson puede engañar. También habrá pacientes con tono muscular potente en tibial posterior y flexores largos que “mueven” un poco el pie. Ahí el relato de la lesión (chasquido, latigazo, sensación de “patada por detrás”) y la palpación del defecto —ese surco en el trayecto tendinoso— suman puntos para el diagnóstico. Si pasan las semanas y la rotura no se identifica, aparece la rotura crónica: los extremos se alejan, el músculo se acorta y el problema se vuelve más difícil. Por eso el tiempo importa.

Un apunte de contexto sanitario: la rotura aguda del Aquiles es típica en varones de 35 a 55 años que practican deporte recreacional con cambios de ritmo (pádel, fútbol 7, baloncesto), con antecedentes de tendinopatía o exposición reciente a fluoroquinolonas o corticoides. No es exclusivo de ese perfil, pero se repite. Identificarlo orienta.

Tratamiento: cirugía o manejo funcional bien hecho

Durante años se defendió que operar era la mejor forma de evitar rerroturas. Los datos muestran una imagen más matizada. La cirugía reduce el riesgo de rerrotura, sí, pero aumenta las complicaciones relacionadas con la herida, la infección o la lesión del nervio sural. Cuando el tratamiento conservador se aplica con protocolos modernos —inmovilización en equino desde el inicio, movilización funcional temprana, bota con cuñas y rehabilitación guiada— los resultados funcionales son comparables en una gran parte de pacientes. La elección no es de blanco o negro, sino de perfil de riesgo y expectativas.

Quién se beneficia de operar y quién no

La cirugía cobra sentido en deportistas de alto rendimiento con demandas de potencia explosiva, en avulsiones (cuando el tendón se arranca de su inserción ósea), en roturas proximales con gran diástasis, en pacientes muy activos que requieren un retorno precoz con una planificación más predecible. También si el diagnóstico llega tarde y la rotura se cronifica, porque reconstruir un tendón alargado exige técnicas específicas (injertos, transferencias). En cambio, el manejo no quirúrgico es una opción sólida en roturas medias sin gran separación, en personas con comorbilidades que elevan el riesgo de cirugía, o en quienes prefieren evitar el bisturí asumiendo un plan de rehabilitación disciplinado.

La clave que separa el éxito del tropiezo no es tanto “operar o no”, sino hacer bien el protocolo elegido. Iniciar a tiempo la protección en equino, cumplir los tiempos de retirada de cuñas, controlar la dorsiflexión (evitar estiramientos agresivos antes de la maduración tisular) y entrenar la carga progresiva bajo supervisión.

Riesgos, rerrotura y sobrealargamiento

Las rerroturas aparecen sobre todo en los primeros meses, cuando la tentación de acelerar es alta. El otro gran enemigo es el sobrealargamiento: si el tendón cicatriza “largo”, el sistema pierde palanca. No duele tanto como una rerrotura, pero roba potencia. Se nota al subir escaleras, en cuestas y en cambios de ritmo. Prevenirlo exige respetar el rango: nada de dorsiflexión profunda en las primeras seis a ocho semanas salvo indicación explícita. En esa etapa, los estiramientos de gemelo y sóleo se aparcan.

Rehabilitación práctica y plazos realistas

La recuperación del Aquiles es un maratón con metas volantes, no un sprint. El calendario cambia según la persona, pero hay hitos razonables que sirven de referencia. Los dos primeras semanas mandan el control del dolor y del edema: pierna en alto, bota todo el día, pasos justos dentro de casa con muletas, ejercicios suaves de rodilla y cadera para que el resto del miembro no se oxide y movilizaciones isométricas de glúteos y cuádriceps. La pantorrilla lesionada se deja en paz salvo indicaciones específicas. Higiene del sueño y pauta antiinflamatoria si corresponde.

Entre la tercera y la sexta semana, el foco está en normalizar el patrón de marcha dentro de la bota, mejorar el equilibrio, despertar el sóleo con ejercicios en carga controlada y comenzar la retirada de cuñas si el dolor lo permite. En consulta, el fisioterapeuta trabaja movilizaciones pasivas dentro del rango seguro, masoterapia para el edema y educación del movimiento. En casa, series cortas, varias veces al día, con descansos. Importante: las rutinas demasiado “creativas” a esa altura —saltitos, estiramientos fuertes, “pruebas” de puntillas— son el camino corto a la frustración.

Hacia la octava a la duodécima semana, se prepara el paso de bota a calzado con alza de talón. Primero dentro de casa, luego en superficies previsibles. La puntilla bilateral (levantarse sobre ambos pies) aparece antes que la unipodal; no hay que perseguirla a cualquier precio. Aquí entran los ejercicios de fuerza específicos: elevaciones de talón en rango corto y medio, trabajo de sóleo en flexión de rodilla, excéntricos progresivos, estabilidad del pie y cadena posterior (glúteos, isquios). Los isométricos siguen siendo un gran recurso para cargar sin irritar.

El retorno a la carrera suave se valora, si todo marcha, alrededor del quinto o sexto mes. Se empieza con trotes cortos sobre superficies lisas, con descansos amplios, y se alterna con caminatas para enseñar al tendón a tolerar impacto. Los cambios de dirección y la velocidad llegan más tarde. Algunos necesitarán nueve meses para sentirse verdaderamente confiados. No es derrota: es fisiología. En deportistas profesionales, se ven regresos espectaculares a los ocho meses; también hay historias discretas de quienes nunca recuperan el pico de potencia anterior. En población general, el objetivo es una vida activa sin limitaciones: subir y bajar escaleras sin dolor, andar a buen ritmo, volver al gimnasio con sentido, jugar un partido de pádel recreacional sin miedo.

Del descanso activo a la fuerza específica

No todo es pantorrilla. Una rehabilitación que funciona trabaja el conjunto: cadera fuerte para estabilizar, core para transferir fuerza, control del pie (dedos, arco, apoyo del primer radio) para que el empuje sea eficiente. Los exercices cambian de apellido con el tiempo: isometrías al principio, concéntricos y excéntricos en rango medio después, excéntricos largos cuando la cicatriz está madura. El volumen manda sobre el heroísmo: más series cortas que sesiones maratonianas que irritan. Un detalle útil en la calle: elegir un calzado con drop generoso en las primeras semanas de vida sin bota ayuda a mantener a raya la dorsiflexión profunda.

Volver a correr, saltar y trabajar

Conducir con cambio automático suele ser compatible en la cuarta o quinta semana si el pie lesionado no es el de los pedales y el equipo lo autoriza. Con cambio manual, paciencia: frenar de emergencia exige una respuesta explosiva que tal vez aún no está. En trabajos sedentarios se puede volver pronto, subiendo la pierna en ratos de reposo. Los empleos que implican estar de pie muchas horas (hostelería, comercio, sanidad) se benefician de jornadas reducidas o descansos pautados durante un tiempo. La obra y la logística con cargas pesadas necesitan un retorno más tarde y escalonado.

Complicaciones que conviene vigilar

La inmovilización de la pierna, las cuñas y la reducción del movimiento elevan el riesgo de trombosis venosa profunda (TVP). No es motivo de alarma diaria, pero sí de atención. Hay programas que prescriben profilaxis en pacientes con factores de riesgo (antecedentes de trombosis, tabaquismo, anticonceptivos, viajes largos, cirugías recientes). Las señales de alerta son conocidas: aumento del perímetro de la pantorrilla respecto al lado sano, dolor localizado, calor y enrojecimiento. Ante esa combinación, consulta inmediata. Mejor comprobar que angustiarse en casa.

Hay otros actores que elevan el riesgo de rotura o de problemas en la cicatrización. La familia de antibióticos fluoroquinolonas (ciprofloxacino, levofloxacino, entre otros) arrastra desde hace años advertencias por su relación con tendinopatías y roturas de tendones, especialmente en mayores, en combinación con corticoides o en personas con trasplantes. Las infiltraciones con corticoides cerca del tendón también se han vinculado a roturas. No significa demonizar fármacos útiles; significa ponderar riesgos y beneficios con el médico y, si hay que tomarlos, respetar las pautas.

Las rigideces de tobillo y el dolor residual al iniciar la marcha diaria son comunes los primeros meses y suelen responder a higiene de cargas, cambios de calzado y progreso ordenado de la fuerza. El tendón “que cruje” al tacto (crepitación) en fases intermedias no es, por sí solo, un mal signo; sí lo es si duele y limita. En todo caso, las revisiones programadas permiten ajustar el tiro.

Señales de alarma y cuándo acudir

Hay momentos en que no conviene esperar. Fiebre, enrojecimiento que se extiende y secreción en la zona quirúrgica si hubo cirugía; dolor súbito con sensación de latigazo que podría sugerir rerrotura; hormigueo o pérdida de sensibilidad persistente en borde externo del pie (posible irritación del nervio sural); una cojera que no mejora pese a la bota y a la progresión pautada. En cualquiera de esos escenarios, visita al equipo cuanto antes. La respuesta temprana ahorra semanas.

Un marco temporal que ordena expectativas

Queda el calendario, el gran juez de la paciencia. Conviene asumir una franja razonable: la mayoría de personas con protocolos bien ejecutados están caminando con normalidad (sin bota, con alza al principio) hacia las ocho-diez semanas, vuelven a un gimnasio sin impacto alrededor de las doce y tantean la carrera entre el quinto y sexto mes si han recuperado fuerza y control. De ahí al deporte con cambios de dirección hay un tramo que depende de la potencia y de la confianza. En algunos, nueve meses. En otros, algo más. Y hay casos en los que la sensación de “empuje pleno” nunca vuelve al cien por cien. No es una derrota personal; es una limitación conocida en esta lesión.

Durante todo ese tiempo, hay preguntas que se repiten. ¿Se puede andar con el tendón de Aquiles roto? Se puede apoyar, a menudo sí; se debe caminar protegido, absolutamente. ¿Cuándo quitar las cuñas? Cuando la función lo permite y el control clínico lo confirma, no cuando el calendario de la nevera lo marca. ¿Estirar para aflojar? No al principio. ¿Subir y bajar escaleras? Con bota, con paciencia, agarrándose al pasamanos y prestando atención a la dorsiflexión. ¿Cinta de correr? Más tarde, cuando el patrón de marcha sea estable y la fuerza lo respalde. Es un camino lleno de matices, pero con método todo encaja.

Caminar sí, pero dentro del tratamiento

Lo importante queda claro tras separar el mito del hecho. Andar tras una rotura del Aquiles es posible en muchos casos, pero eso no convierte la situación en inocua. En realidad, caminar solo suma cuando forma parte de un plan terapéutico con bota, cuñas, muletas y progresión bien trazada. El resto, postureo. Proteger pronto, diagnosticar sin retrasos y respetar la biomecánica de cicatrización son decisiones que cambian el desenlace: menos rerroturas, menos tendones “largos” que no empujan y más vidas activas recuperadas. El impulso de salir andando “para demostrar que no es nada” es comprensible, pero engañoso. La vuelta a caminar bien vale más que caminar antes.

Quien se rompe el Aquiles y actúa con esa lógica —equino inicial, apoyo con bota, cuñas que bajan a su ritmo, rehabilitación que sube a su tiempo— suele contar después una historia parecida: el miedo del principio, la rutina de la bota, la sorpresa de volver a pisar firme sin dolor, la paciencia recompensada cuando la puntilla unipodal por fin sale. Mientras tanto, sentido común. Y un recordatorio que no caduca: andar no es un test de salud del tendón; andar es una herramienta dentro del tratamiento. Cuando se usa bien, acelera. Cuando se usa mal, frena.


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Este artículo se ha redactado con información médica contrastada y actual, procedente de fuentes oficiales y clínicas españolas. Fuentes consultadas: AEMPS, Portal del Medicamento de Castilla y León, SECOT, Clínica CEMTRO, Reumatología Clínica.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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