Salud
Rizolisis que es: funcionamiento, ventajas y cuando hacerla

Alivio del dolor facetario sin cirugía: la rizólisis qué es, cómo se hace, candidatos, riesgos y duración de efecto, explicado de forma útil.
La rizólisis —también escrita rizolisis— es un procedimiento mínimamente invasivo que desactiva temporalmente pequeños nervios encargados de transmitir el dolor desde las articulaciones facetarias de la columna. Se realiza introduciendo una aguja muy fina bajo control de imagen y aplicando radiofrecuencia térmica en el punto exacto donde discurre la rama medial del nervio dorsal. El objetivo es claro y acotado: disminuir el dolor facetario y con ello mejorar la capacidad funcional durante un tiempo que suele medirse en meses. No repara la artrosis, no “solda” nada, no es una cirugía abierta; modula la señal que mantiene encendido un dolor de base.
Está indicada en lumbalgia o cervicalgia crónica de origen facetario cuando han fallado medidas conservadoras razonables —ejercicio terapéutico pautado, fisioterapia basada en evidencia, analgésicos bien indicados— y, sobre todo, tras un bloqueo diagnóstico positivo de la rama medial. Esa infiltración previa con anestésico local sirve como filtro: si el dolor se apaga durante unas horas, la fuente es muy probablemente facetaria y la denervación por radiofrecuencia tiene sentido. En pacientes seleccionados, la neurotomía de ramas mediales consigue un alivio relevante que permite retomar programas de ejercicio, reducir medicación y ganar calidad de vida. No es una promesa universal. Sí, un recurso preciso cuando la causa está bien delimitada.
Dolor facetario: dónde nace y cómo se reconoce
La columna no es una estructura maciza; es un mecanismo complejo donde conviven cuerpos vertebrales, discos y dos pequeñas articulaciones por nivel, las cigapofisarias o facetarias. Son bisagras posteriores que estabilizan y guían el movimiento. Con la edad, la sobrecarga o la predisposición, esas bisagras pueden inflamarse y degenerar, generando un dolor axial, profundo, que suele localizarse en la línea media o paravertebral y, a veces, se irradia de forma corta hacia las nalgas o los hombros sin recorrer la pierna o el brazo. La clínica típica empeora con la extensión de la espalda (ponerse erguido, mirar hacia arriba) y mejora levemente al flexionar o sentarse. No hay déficits motores ni hormigueos extensos; si están presentes, probablemente no se trate de facetas.
Ese dolor nace en fibras nerviosas de la rama medial que inervan la cápsula articular y estructuras vecinas. Son finas, superficiales, accesibles a una aguja guiada por fluoroscopia o tomografía. La rizólisis apunta justo ahí. Lo importante, para no mezclar causas, es no confundir dolor facetario con dolor discogénico, con síndromes miofasciales o con radiculopatías. Un buen examen físico, una historia clínica detallada y la correlación con pruebas de imagen ayudan, pero la prueba que inclina la balanza es el bloqueo diagnóstico: si tras anestesiar la rama medial la persona pasa de dolor alto a dolor muy bajo durante el tiempo que dura el anestésico, el origen facetario queda prácticamente demostrado.
La resonancia y las radiografías aportan contexto —artrosis, hipertrofia de facetas, osteofitos—, aunque el grado de artrosis en la imagen no predice por sí solo la respuesta clínica. Hay facetas muy gastadas que apenas duelen y facetas con cambios moderados que amargan la jornada. Por eso, en las unidades de dolor con práctica madura, la selección se apoya más en clínica + bloqueo que en “ver mucho” en la resonancia. Cuando esa selección se hace con rigor, la radiofrecuencia de facetas maximiza sus opciones de éxito.
Cómo se realiza una rizólisis
La intervención es ambulatoria. La persona llega al área de procedimientos en ayunas cortas, firma un consentimiento informado tras resolver dudas y pasa a una sala con fluoroscopia o a un quirófano de procedimientos. Se coloca en decúbito prono (boca abajo) para la zona lumbar o en posición adecuada para cervical. Se desinfecta la piel, se prepara un campo estéril y se infiltra anestesia local en la trayectoria prevista. Puede emplearse sedación ligera si se desea un mayor confort, aunque no es imprescindible; conviene que el paciente pueda colaborar durante los test de estimulación.
Con control de rayos X (o de tomografía), el especialista dirige una aguja de radiofrecuencia hacia el punto de paso de la rama medial. Las referencias anatómicas están bien descritas: en lumbar, el target suele situarse en la unión de la apófisis transversa con la apófisis articular superior; en cervical, las dianas cambian pero el concepto es el mismo. Antes de aplicar energía, se hacen pruebas de estimulación sensitiva y motora con baja intensidad. Si la persona percibe un cosquilleo local sin contracciones musculares alejadas, estamos en el camino; si aparece respuesta motora que no toca, se rectifica la trayectoria. Luego, una pequeña infiltración de anestésico en la zona, y arranca la radiofrecuencia térmica: temperatura controlada (habitualmente 80 °C durante segundos) para crear una lesión del tamaño de una lenteja alrededor de la punta activa de la aguja.
Cada articulación facetaria recibe inervación de dos ramas mediales (del nivel correspondiente y del inmediato superior), por lo que se tratan al menos dos niveles por lado cuando el dolor es bilateral. En ocasiones se realizan lesiones contiguas para “abrazar” mejor el nervio y aumentar la superficie efectiva. Finalizada la aplicación, se retira la aguja, se coloca un pequeño apósito y la persona se marcha caminando al cabo de un rato, tras una breve observación.
Antes, durante y después
La preparación incluye revisión de medicación (anticoagulantes, antiagregantes), alergias, comorbilidades y dispositivos implantables como marcapasos o desfibriladores, que requieren coordinación específica. El día del procedimiento conviene llevar ropa cómoda, informar de cambios recientes de salud y resolver temores con el equipo. Durante la intervención, la sensación es de presión y calor local, a veces un leve calambre durante la estimulación, controlable con pausas y comunicación. Tras la rizólisis puede aparecer dolor posprocedimiento de tipo quemazón o agujetas durante 48–72 horas, más marcado en algunas personas. Se maneja con hielo local, analgesia pautada si procede y movilización suave. No se recomiendan esfuerzos intensos esa semana, pero sí caminar y retomar actividad progresiva. El alivio clínico suele asomar entre la primera y la cuarta semana, cuando cede la irritación local.
Quién es candidato y quién no
El candidato tipo presenta dolor lumbar o cervical crónico de predominio axial, sin signos claros de radiculopatía (dolor que baja por la pierna o el brazo con irradiación distal, hormigueos extensos, déficit motor). La exploración reproduce el dolor con extensión y rotación de la columna. Las pruebas de imagen descartan otras causas prioritarias (fractura, infección, neoplasia, estenosis severa con claudicación neurológica, hernia compresiva manifiesta). La persona ha completado un programa de ejercicio terapéutico y medidas conservadoras con adherencia suficiente, pero la limitación persiste. Y, fundamental, ha tenido alivio claro tras uno o dos bloqueos diagnósticos de rama medial, realizados con técnica precisa y control de imagen.
No es buena candidata quien presenta síndrome radicular definido, dolor predominantemente muscular, dolor discogénico con signos compatibles o dolor de articulación sacroilíaca sin criterios facetarios. Tampoco quien no puede colaborar por problemas cognitivos severos, quien no puede suspender temporalmente determinados anticoagulantes cuando sea imprescindible, o quien arrastra infección activa. Aun en estos supuestos, la decisión se individualiza en consulta, sopesando riesgo/beneficio y alternativas.
Una nota que evita malentendidos: en informes y presupuestos aparecen múltiples nombres para lo mismo. Denervación por radiofrecuencia, neurotomía de ramas mediales, ablación por radiofrecuencia de facetas, incluso rizotomía en algunos documentos. Cambia el rótulo, no el concepto. La técnica apunta a las ramas mediales del nervio dorsal que inervan las facetas. Cuando alguien habla de radiofrecuencia pulsada, está describiendo una modalidad no térmica con picos de energía por debajo del umbral lesivo; se emplea en otros cuadros neuríticos, pero para dolor facetario la evidencia clínica más consistente respalda la radiofrecuencia térmica convencional.
Resultados esperables y duración del alivio
La pregunta clave no es si la radiofrecuencia “cura” (no lo hace), sino cuánto alivia y durante cuánto tiempo en personas bien seleccionadas. La respuesta, con honestidad, es variable, pero con un patrón reconocible. Lo más frecuente es alcanzar un alivio significativo —que reduce escalas de dolor y mejora la función— durante varios meses, con picos de beneficio que rondan entre medio año y, en bastantes casos, cerca de un año. La reaparición progresiva del dolor tiene lógica: las fibras nerviosas tienden a regenerarse. Si el perfil clínico no ha cambiado y el bloqueo diagnóstico fue positivo en su día, repetir la rizólisis vuelve a ser una opción razonable.
La ganancia no se mide solo en números. Se traduce en poder entrenar con menos interrupciones, trabajar sin estar pendiente cada minuto de un latigazo axial, dormir mejor por reducción de despertares por dolor, ajustar a la baja la dosis de analgésicos de base. En muchas unidades se observa un efecto en “ventana de oportunidad”: la radiofrecuencia ofrece meses con el volumen del dolor más bajo, y en esa ventana se consolidan hábitos (fuerza, movilidad, higiene del sueño, pérdida ponderal si procede) que actúan como antídoto indirecto contra recaídas intensas. Cuando esa ventana se aprovecha, el beneficio global se prolonga más allá del efecto estrictamente nervioso.
Conviene mantener expectativas realistas. Existen personas que obtienen alivios discretos o transitorios, y otras, una mejoría superior a lo esperado. Factores que parecen pesar: ajuste fino del diagnóstico (bloqueo verdaderamente positivo), ejecución técnica meticulosa (colocación exacta de la aguja, número de lesiones correctas), perfil articular (grado de artrosis, alineación), condición física y adherencia al plan de ejercicio posterior. No hay porcentajes mágicos válidos para todos; sí un mensaje claro: cuando encaja el caso, la probabilidad de beneficio clínico es relevante.
Riesgos, límites y falsas expectativas
La seguridad de la rizólisis en manos entrenadas es alta, pero no absoluta. Los efectos secundarios más frecuentes son leves y transitorios: dolor local de tipo quemazón, hematoma pequeño, sensación de tirantez. A veces aparece una neuritis pasajera con dolor eléctrico los primeros días, que cede con antiinflamatorios pautados y medidas locales. Las complicaciones serias —infección profunda, lesión neurológica, quemadura cutánea— son poco habituales cuando se respeta la técnica, se usan equipos homologados y se cumplen protocolos de asepsia. La coagulación debe estar controlada; anticoagulantes y antiagregantes se ajustan según guías y siempre bajo supervisión. Quien porta marcapasos o dispositivos similares requiere coordinación con cardiología para minimizar interferencias.
La lesión nerviosa que provoca la radiofrecuencia es selectiva: se aplica sobre ramas sensoriales; no bloquea nervios motores principales, no “deja coja” la pierna ni “cae” el brazo. Tampoco elimina toda la sensibilidad cutánea; lo que se busca es interrumpir la señal dolorosa de la faceta. Es relevante evitar falsas expectativas: la rizólisis no sustituye al ejercicio ni a la modificación de hábitos que sobrecargan la columna. Quien confía todo el resultado a la aguja, sin plan posterior, reduce sus posibilidades de éxito sostenido.
En el plano organizativo, algunas aseguradoras establecen límites de repetición por región y año, más por uso racional que por seguridad intrínseca, y piden documentar bloqueos positivos y respuesta clínica previa. La práctica hospitalaria pública y privada converge en lo esencial: indicación prudente, selección rigurosa y ejecución estandarizada.
Rizólisis bien indicada, menos dolor y más margen
Cuando se explica sin humo, la rizólisis deja de ser un término críptico y se muestra como lo que es: una herramienta precisa para reducir el dolor facetario y abrir margen funcional. El itinerario que funciona se repite con pocas variaciones. Primero, duda razonable de origen facetario por clínica y exploración. Después, bloqueo diagnóstico de rama medial con alivio claro. Luego, radiofrecuencia térmica aplicada con técnica cuidada. Y, a partir de ahí, aprovechar la ventana: reforzar musculatura lumbar y glútea, mejorar el control del movimiento, cuidar el descanso, ajustar cargas en el trabajo, rebajar medicación cuando sea posible. Se trata de sumar eslabones, no de oponer procedimientos a cambios de estilo de vida.
Hay espacio para matices. En cervical, el abordaje es más exigente por la cercanía de estructuras vasculonerviosas y el rango articular; los principios no cambian. En dorsal, menos frecuente, el control de imagen cobra un papel mayor. En lumbar, que concentra la mayoría de casos, la combinación de diagnóstico fino + técnica marca la diferencia. También pesa la comunicación: informar sin eufemismos, acordar expectativas, registrar la respuesta en las semanas siguientes y decidir si repetir cuando reaparece el dolor y el perfil se mantiene.
El lenguaje clínico a veces confunde y el mercado multiplica nombres. En este terreno conviene quedarse con lo esencial: denervación por radiofrecuencia de las ramas mediales que inervan las facetas. Si el dolor crónico de espalda tiene origen facetario probado, esta técnica ofrece meses valiosos para vivir con menos dolor y más autonomía. Y en un mundo donde el dolor apaga rutina y ánimo, ganar meses útiles no es un detalle menor; es, con frecuencia, la diferencia entre aguantar y recuperar un trozo de vida cotidiana.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Sociedad Española del Dolor, SciELO España, Elsevier España, Centro Médico Teknon.

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