Salud
¿Quién ganó el Premio Nobel de Medicina 2025 y por qué?

El Nobel de Medicina 2025 premia a Brunkow, Ramsdell y Sakaguchi por tolerancia inmunitaria periférica; claves e impacto clínico y contexto.
Mary E. Brunkow, Fred Ramsdell y Shimon Sakaguchi han sido distinguidos con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina 2025 por sus descubrimientos sobre la tolerancia inmunitaria periférica, el sistema de seguridad que impide que nuestras defensas ataquen los propios tejidos. La Asamblea Nobel del Instituto Karolinska anunció el fallo este lunes 6 de octubre de 2025 en Estocolmo. El galardón reconoce tres hitos que cambiaron la inmunología moderna: la identificación de un tipo específico de linfocitos reguladores, el vínculo genético que explica su desarrollo y la demostración de su función como freno fisiológico de la respuesta inmune. La dotación es de 11 millones de coronas suecas, a repartir a partes iguales.
Dicho de forma directa y sin rodeos: la respuesta a quién ganó el Premio Nobel de Medicina 2025 son estos tres investigadores porque explicaron cómo el organismo evita la autoinmunidad. En 1995, Sakaguchi describió un subconjunto de linfocitos T con capacidad supresora; en 2001, Brunkow y Ramsdell localizaron la mutación clave en el gen FOXP3 en un modelo murino con inflamación fulminante y la conectaron con un síndrome autoinmune humano; en 2003, el propio Sakaguchi consolidó la pieza molecular que faltaba: FOXP3 es el interruptor que “programa” a las células T reguladoras (Treg). A partir de ahí, la biomedicina dispuso de un mapa claro para entender por qué, la mayor parte del tiempo, el sistema inmunitario acierta.
Un veredicto claro: los galardonados y el motivo
El jurado ha premiado un mecanismo fisiológico con consecuencias clínicas inmediatas. Shimon Sakaguchi, catedrático de la Universidad de Osaka, demostró que dentro del ejército de linfocitos T existe una subpoblación reguladora —CD4+CD25+ en su firma clásica— cuya misión es contener respuestas desbocadas. Aquello rescató del descrédito la antigua noción de “células supresoras” y le dio base experimental sólida. Mary E. Brunkow y Fred Ramsdell cerraron el círculo al identificar FOXP3 como el factor de transcripción sin el cual estas células no se forman o no funcionan. Cuando FOXP3 falla, el freno desaparece y el sistema entra en motín: autoinmunidad sistémica en ratones y, en humanos, el síndrome IPEX (inmunodisregulación, poliendocrinopatía, enteropatía ligada al cromosoma X), una enfermedad devastadora de inicio temprano.
El mérito no es solo ordenar piezas sueltas, sino proporcionar una explicación mecánica de la tolerancia periférica —lo que ocurre fuera del timo, donde se realiza la primera criba de linfocitos— y convertirla en palanca terapéutica. En lenguaje llano: gracias a estos trabajos, la medicina entiende mejor cuándo y cómo bajar el volumen de la respuesta inmunitaria en autoinmunidad o trasplante, y elevarlo en la lucha contra el cáncer, donde los tumores secuestran ese freno para blindarse.
Tolerancia inmunitaria periférica: qué es y por qué importa
El sistema inmunitario convive con un dilema cotidiano: reconocer y eliminar amenazas —virus, bacterias, células tumorales— sin destruir los tejidos propios. La tolerancia central depura parte del problema al eliminar en el timo los linfocitos con receptores peligrosos, pero el filtro no es perfecto. La tolerancia periférica asume el resto: mecanismos en ganglios, bazo y tejidos que amortiguan, reeducan o bloquean respuestas indebidas. Las Treg son el componente estrella de ese engranaje.
Cuando una Treg entra en escena, no dispara, modula. Consume interleucina-2 —combustible que otras células activadoras necesitan—, libera citoquinas antiinflamatorias como IL-10 o TGF-β, y reprograma células presentadoras de antígeno para rebajar la intensidad de la respuesta. Es la diferencia entre una defensa inteligente y una tormenta autodestructiva. Esta lógica explica por qué la autoinmunidad aparece cuando hay déficit cuantitativo o funcional de Treg y por qué un exceso local de su actividad puede proteger tumores frente al ataque inmunitario.
Las T reguladoras y FOXP3, el eje del premio
El marcador FOXP3 no es un simple distintivo: define la identidad Treg. Es un factor de transcripción —una proteína que enciende y apaga genes— que reorganiza el programa de la célula y la orienta a la supresión. En el ratón scurfy, con una mutación en Foxp3, el sistema colapsa en una inflamación multisistémica casi universal. En niños con IPEX, FOXP3 está alterado y el cuadro clínico es igual de contundente: diarrea crónica, endocrinopatías, dermatitis severa, infecciones recurrentes. La relación causa-efecto es tan nítida que FOXP3 se enseña hoy como llave maestra de la inmunorregulación.
El salto conceptual es enorme. Si FOXP3 es el interruptor y las Treg el circuito, la medicina tiene dos diales para actuar: favorecer Treg cuando la inflamación sobra (autoinmunidad, rechazo de trasplante) o neutralizarlas en el microambiente tumoral cuando protegen al cáncer. El Nobel premia, en esencia, esa capacidad de intervenir con precisión en el balance entre ataque y tolerancia.
Del modelo animal al paciente: cronología de un hallazgo
La historia tiene fechas concretas y experimentos replicables. En 1995, Sakaguchi y su equipo identificaron en roedores una población CD4+CD25+ con actividad reguladora; retirar esas células provocaba autoinmunidad severa. A finales de los 90, distintos grupos afinaron métodos para aislarlas y expandirlas. En 2001, Mary E. Brunkow y Fred Ramsdell, tras un rastreo genético meticuloso del cromosoma X en los ratones scurfy, ubicaron el gen Foxp3 como responsable del fenotipo inflamatorio. Ese mismo año, FOXP3 se vinculó en humanos al síndrome IPEX. En 2003, se demostró que FOXP3 “programa” el linaje Treg: forzar su expresión convierte linfocitos T convencionales en células con función reguladora, y su ausencia impide su desarrollo.
Lo relevante no es solo el orden de los hallazgos, sino su convergencia. Una pista inmunológica (una subpoblación con función supresora) encaja con una pista genética (un regulador maestro) y culmina en una explicación fisiopatológica de enfermedades humanas. Ese triángulo —fenotipo, gen, enfermedad— es la razón por la que la tolerancia periférica dejó de ser una hipótesis elegante para convertirse en piedra angular de la práctica clínica.
Los laureados, además, trabajaron desde ámbitos distintos. Sakaguchi construyó la base conceptual en la academia; Brunkow y Ramsdell, formados en biotecnología, aportaron la cartografía genética y el puente traslacional hacia la clínica. La fotografía final refleja cómo se hace hoy la gran biomedicina: academia, industria y hospitales alineados en torno a un mecanismo.
Lo que cambia en la práctica clínica
Desde que el binomio Treg–FOXP3 se consolidó, la estrategia terapéutica se ha hecho más nítida. En autoinmunidad, el objetivo es templar la respuesta inmune sin apagarla del todo. Una vía es favorecer la expansión de Treg con interleucina-2 a dosis bajas; otra, terapias celulares que consisten en extraer Treg del propio paciente, expandirlas ex vivo y reintroducirlas para restablecer el equilibrio. En patologías como lupus, vasculitis o enfermedad injerto contra huésped, este enfoque intenta reducir brotes y ahorrar corticoides, una vieja demanda clínica. En trasplante, reforzar Treg persigue minimizar el rechazo y permitir inmunosupresión menos tóxica a largo plazo.
En oncología el guion se invierte. Muchos tumores reclutan Treg y construyen a su alrededor un escudo de tolerancia. Desactivar ese escudo —de forma local y controlada— se ha convertido en una de las líneas complementarias a los inhibidores de puntos de control (PD-1, CTLA-4). El reto es quirúrgico: neutralizar Treg en el tumor sin precipitar una autoinmunidad sistémica. Se investigan anticuerpos y fármacos dirigidos a receptores específicos de Treg o a vías metabólicas que estas células explotan en el microambiente tumoral.
Más allá de fármacos y células, la medición también ha cambiado. Hoy, FOXP3, la frecuencia de Treg, su estado de activación y su trajectoria en sangre y tejidos funcionan como biomarcadores útiles para estratificar pacientes, monitorizar respuesta y anticipar toxicidades. Una medicina que mide bien suele tratar mejor.
No hay que obviar las precauciones. Subir Treg de forma inespecífica puede favorecer infecciones persistentes o enmascarar lesiones premalignas; bajarlas en exceso puede desencadenar colitis, tiroiditis u otros eventos autoinmunes. Por eso la selección de dianas, la dosis y, sobre todo, dónde actúan importan tanto como el “qué”. El premio no vende una panacea; delimita un mapa donde la precisión manda.
España observa estas líneas con interés práctico. La implantación de unidades de terapias avanzadas en hospitales de referencia, la participación en ensayos multicéntricos europeos y el despliegue de plataformas de datos para seguimiento de pacientes abren la puerta a un aterrizaje ordenado de estrategias pro-Treg en trasplante y autoinmunidad. El país dispone de experiencia clínica en patologías autoinmunes complejas y en inmunoterapia oncológica, un terreno fértil para traducir esta base mecanística en protocolos que reduzcan efectos adversos y mejoren desenlaces.
Un nuevo mapa para la biomedicina
El reconocimiento a Brunkow, Ramsdell y Sakaguchi devuelve al primer plano la regulación como elemento tan valioso como la activación del sistema inmune. Durante años, la atención mediática —y la inversión— se centraron en encender la respuesta: vacunas más potentes, CAR-T, inhibidores de checkpoint. Ese impulso ha salvado vidas; ahora, el foco se equilibra. Entender cuándo frenar y cómo hacerlo con quirófano molecular es igual de decisivo. La tolerancia periférica, lejos de ser un capítulo oscuro, es herramienta clínica y oportunidad industrial.
Para la industria biotecnológica, el Nobel legitima tres rutas. Primero, terapias celulares reguladoras con producción estandarizada y criterios de calidad comparables a otras células terapéuticas. Segundo, moduladores de IL-2 y de vías asociadas a FOXP3, con diseños de ensayo que prioricen biomarcadores y criterios clínicos duros —remisión, brotes, necesidad de corticoides, hospitalizaciones—. Tercero, agentes “anti-Treg” locales en tumores sólidos, integrados en combinaciones racionales con terapias existentes para evitar toxicidades superpuestas. La propiedad intelectual ya refleja este giro: más patentes sobre targets de Treg, vectores de entrega tisular y diagnósticos complementarios.
El ecosistema investigador gana también buenas preguntas. ¿Cómo varía el punto de equilibrio de la tolerancia según el tejido —intestino, piel, pulmón— y su microbiota? ¿Qué señales metabólicas mantienen el fenotipo Treg in situ y se pueden modular sin impacto sistémico? ¿Es posible reprogramar Treg de forma transitoria para resolver un brote autoinmune y devolver luego el sistema a su estado basal? La respuesta a estas cuestiones, ahora, cuenta con una base conceptual sólida y métodos de laboratorio y clínicos maduros.
En el plano formativo, el premio empuja cambios curriculares. Treg y tolerancia periférica pasan de ser notas al margen a ocupar capítulos troncales en grados de medicina, biomedicina y farmacia. Las comisiones de ética y los comités de ensayos también toman nota: modular la inmunidad altera susceptibilidades, patrones de infección y, potencialmente, cursos evolutivos de neoplasias incipientes. El seguimiento a largo plazo y los registros robustos serán parte del estándar.
Qué esperar en los próximos años
El calendario ofrece varias novedades cercanas. En autoinmunidad, se abre paso la IL-2 en microdosis optimizadas (ajustadas por peso, biomarcadores de consumo de IL-2 y señales de activación Treg) para patologías como lupus, dermatitis atópica o esclerosis múltiple (esta última, en subgrupos bien definidos). En trasplante, los ensayos con terapias celulares Treg buscarán desenlaces duros: reducción de rechazo crónico, menor nefrotoxicidad y mejores tasas de supervivencia del injerto. En oncología, los diseños priorizarán combinaciones: desarmar Treg en el tumor y, a la vez, activar linfocitos efectores con inhibidores de checkpoint u otras plataformas.
La medicina personalizada afina el tiro. No todos los pacientes con la misma etiqueta diagnóstica comparten mecanismo dominante. Habrá perfiles donde la autoinmunidad esté impulsada por déficit de Treg y otros por hiperactivación de vías inflamatorias independientes. En los primeros, reforzar Treg tiene sentido; en los segundos, puede no tenerlo. La estratificación por firma transcriptómica, epigenética y metabólica permitirá seleccionar a quienes se benefician y evitar terapias innecesarias.
La seguridad seguirá mandando. Las autoridades regulatorias exigirán farmacovigilancia reforzada y cortafuegos para terapias celulares —interruptores suicidas, límites de persistencia, control de migración—. La logística es otro frente: producir Treg estables, puras y funcionales a escala clínica, con costes sostenibles y accesibilidad real, determinará la velocidad del despliegue. En paralelo, la investigación en entrega localizada —nanopartículas, vehículos virales de tropismo tumoral— puede desbloquear la modulación selectiva en cáncer.
El premio también ordena el debate público. La posibilidad de modular la tolerancia despierta preguntas sobre vacunación, enfermedades emergentes y envejecimiento. Nada sugiere que reforzar Treg de forma bien dirigida comprometa la protección vacunal a gran escala, pero la vigilancia será indispensable en colectivos concretos. En mayores, donde la inmunosenescencia convive con inflamación crónica de bajo grado, ajustar la balanza podría repercutir en fragilidad, sarcopenia o comorbilidades; un campo por explorar con rigor.
Tolerancia inmunitaria: la nueva pieza que faltaba
Estocolmo no ha descubierto una moda; ha consagrado un mecanismo que llevaba décadas pidiendo su sitio. Mary E. Brunkow, Fred Ramsdell y Shimon Sakaguchi reciben el Nobel de Medicina 2025 por haber mostrado cómo el sistema inmune se contiene a sí mismo y por haber anclado ese conocimiento en un gen —FOXP3— y en una célula —las T reguladoras— que hoy sirven de brújula clínica. El impacto es tangible: autoinmunidad que se puede apagar con mayor precisión, trasplantes con horizonte de menos toxicidad y cáncer enfrentado con estrategias que desmontan la cobertura que los tumores construyen a su medida.
Queda camino, claro. Afinar dianas, localizar efectos, evitar compensaciones biológicas que resten eficacia. Pero la dirección es inequívoca. Cuando un hallazgo ofrece explicación fisiológica, vinculación genética y promesa terapéutica verificable, suele permanecer. Este Nobel lo confirma. Y, en la práctica, acerca a la medicina un ideal tantas veces repetido: tratar la causa, no solo los síntomas. Con Treg y FOXP3 en el centro del tablero, la tolerancia inmunitaria deja de ser un concepto abstracto y se convierte en pieza operativa de la clínica del siglo XXI. En eso consiste el premio de hoy. Y por eso ellos.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de medios españoles de referencia y publicaciones recientes. Fuentes consultadas: EL PAÍS, RTVE, La Vanguardia, El Confidencial, AS.

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