Naturaleza
Porque tiemblan los perros: causas, señales y soluciones

Causas del temblor en perros, señales que delatan riesgo grave y pautas útiles para actuar a tiempo: frío, dolor, hipoglucemia, toxinas, etc.
Los temblores en un perro pueden ser una respuesta normal del organismo o el aviso de que hay un problema que no conviene dejar pasar. El frío, la emoción intensa, el estrés puntual o el sueño profundo provocan sacudidas breves y controladas, con el animal consciente y reactivo. En cambio, el dolor, la fiebre alta, la hipoglucemia, ciertas intoxicaciones y los trastornos neurológicos suelen acompañarse de otros signos: apatía, vómitos, descoordinación, respiración acelerada, encías pálidas, rigidez, colapso. Cuando el temblor aparece de forma brusca, persiste más de unos minutos o llega con esos síntomas añadidos, conviene actuar con rapidez y consultar. No hace falta dramatizar, pero sí mirar el contexto con lupa.
En términos clínicos, el temblor es una contracción rítmica e involuntaria de fibras musculares. Puede afectar a una pata, a la cabeza o al cuerpo entero. No implica, por sí mismo, pérdida de conciencia ni dolor severo. Se diferencia de una convulsión —descarga eléctrica anómala en el cerebro— en que el perro no se “va”, mantiene el contacto con su entorno, responde a la voz y no tiene esos movimientos tónico-clónicos tan llamativos. También es distinto del “sacudirse” breve que muchos canes hacen para descargar tensión tras una situación estresante. Con estas bases claras, por qué tiemblan los perros deja de ser un misterio irresoluble y pasa a ser una pregunta con respuesta ordenada: unas veces es fisiología, otras un aviso que pide atención.
Qué es un temblor (y qué no lo es)
Temblor no es sinónimo de convulsión ni de dolor, aunque pueda convivir con ambos. En el perro, hablamos de temblor cuando hay una oscilación repetitiva, más o menos rápida, que aparece en reposo o con la excitación y que el animal no puede controlar a voluntad. El patrón cambia con la causa: hay temblores finos, casi temblores “de frío”, y otros amplios que hacen vibrar toda la espalda; unos aparecen solo al activar la musculatura, otros en quietud; algunos ceden cuando el perro se concentra en un estímulo. En el lado opuesto están las convulsiones: pérdida transitoria de conciencia, rigidez, caída, movimientos descoordinados de las patas, a veces micción y salivación profusa. Entre medias, existe la mioclonía, una especie de “latigazo” o sacudida brusca que puede repetirse en series. Y luego está la descarga de estrés, ese shake off de segundos con el que el perro parece “resetearse” tras el veterinario o una bronca de parque. Son fenómenos distintos y conviene no mezclarlos.
Una pista útil es la capacidad de respuesta. Si el perro tiembla, pero sigue a la mirada, reacciona al nombre y acepta una golosina, estamos, en principio, ante un temblor. Si el episodio incluye desconexión, mirada fija, rigidez y amnesia breve de lo ocurrido, apunta a convulsión. Otra pista es la duración y el contexto: tiritar diez minutos al salir de un baño frío no se parece a temblar veinte minutos con vómitos y tambaleo.
Motivos habituales y no graves
Hay escenas que se repiten en muchos hogares y no exigen alarma. El frío activa el mecanismo de la tiritona: contracciones rítmicas que generan calor y ayudan a estabilizar la temperatura interna. Es más evidente en razas pequeñas, perros delgados, cachorros y seniors. Basta con secar bien tras el baño, evitar corrientes, ofrecer una cama aislante y, si hace falta, un abrigo funcional durante el paseo. En el extremo contrario, el calor intenso y la deshidratación pueden provocar espasmos musculares o temblores, aunque haga 35 ºC: el organismo se desregula y aparecen calambres. A la primera señal —jadeo excesivo, lengua muy roja, torpeza— toca buscar sombra, agua fresca y enfriar con criterio, nunca de golpe.
La excitación es otro clásico. Al anticipar el paseo, al oír la bolsa del pienso o cuando llega alguien querido, muchos perros vibran literalmente. Es ese “no puedo con mi alegría” que dura poco y se autolimita cuando la novedad pasa. También el estrés activa el temblor: petardos, fuegos artificiales, mudanzas, visitas al veterinario, un ascensor ruidoso. Hay perros que gestionan el ruido tirándose debajo de la mesa y tiritando; otros se sacuden una vez y siguen a lo suyo. Todo entra en lo esperable si el episodio es breve y el animal no pierde funcionalidad.
Durante el sueño profundo, en la fase REM, los perros sueñan. Mueven las patas como si corrieran, emiten sonidos, chasquean la mandíbula, tiemblan a golpes. Es normal. De hecho, es más intenso en cachorros y en mayores. Si a uno le incomoda, puede llamar suavemente al perro y comprobar que despierta orientado. Si despierta descolocado, con mirada perdida y sin reconocer el entorno durante un minuto, mejor comentarlo en consulta.
Señales de alerta que sí cambian el guion
Hay temblores que obligan a actuar. El criterio práctico es simple: temblor de larga duración o que se repite sin causa clara, acompañado de otros signos, pide veterinario. Esas “otras cosas” son el faro. Fiebre (temperatura rectal por encima de 39,4 ºC), decaimiento marcado, vómitos o diarreas repetidos, respiración acelerada en reposo, rigidez de una o varias patas, cojera sin golpe aparente, ataxia (marcha de borracho), encías pálidas o azuladas, pupilas muy dilatadas, salivación intensa, desmayo o colapso. Un temblor que no cede en unos minutos o que vuelve en rachas a lo largo del día, sin frío ni emoción, también justifica consulta. Y si aparece tras ingestas dudosas —basura, chocolate, chicles sin azúcar, restos mohosos, trampas para babosas, plantas—, no hay debate: es una urgencia.
Medir la temperatura ayuda. El rango canino normal se mueve, de forma orientativa, entre 38,0 y 39,2 ºC. Por encima de 39,4, febrícula alta; por encima de 40, alerta. Un detalle: la hipotermia también existe, sobre todo en cachorros o perros mojados que han pasado frío. Empieza con tiritona y puede progresar a somnolencia, torpeza y, en casos serios, cese del temblor (malo) y lentitud extrema. En ambos extremos —hipotermia y golpe de calor— la pauta es intervenir sin brusquedades y trasladar al centro.
Causas médicas de fondo: del dolor a las toxinas
Dolor y procesos inflamatorios. El dolor muscular, articular o visceral hace temblar. No siempre hay quejidos. A veces se nota como temblor fino, postura encorvada, respiración rápida sin esfuerzo, rechazo a subir al sofá, rigidez al levantarse, mirada tensa. Un esguince, una crisis de artrosis en mayores, un dolor abdominal, una otitis severa… el catálogo es largo. El temblor, aquí, es un síntoma más del sistema de alarma. Si palpamos y el perro protege una zona, mal asunto: hay dolor.
Fiebre e infecciones. Muchos cuadros infecciosos cursan con escalofríos. Las bacterias y virus disparan citoquinas, el termostato se reajusta y el músculo tiembla para generar calor. Se ve en infecciones cutáneas, urinarias, respiratorias o sistémicas. En los cachorros sin pauta vacunal completa, el moquillo (distemper) es un enemigo serio: empieza con signos respiratorios y digestivos y puede acabar en mioclonías y alteraciones neurológicas. Deja, además, secuelas motoras en algunos supervivientes. No es teoría: en España, donde todavía circula, vacunar no es un capricho.
Alteraciones metabólicas. La hipoglucemia provoca temblores, debilidad, mirada perdida, tambaleo y, si progresa, convulsiones. Se da en cachorros de razas mini, en diabéticos tratados con insulina, tras esfuerzos intensos sin haber comido o en perros que se saltan comidas cuando hace frío. Una pista es la hora: si coincide con el pico de acción de la insulina o tras mucho juego, sospecha razonable. Otras alteraciones que generan tiritonas son la hipocalcemia (típica en perras lactantes, la llamada eclampsia), los desequilibrios electrolíticos con vómitos y diarreas, o la insuficiencia suprarrenal. La eclampsia llega con nerviosismo, rigidez, temblores y marcha inestable dos o tres semanas después del parto. Es una urgencia real: necesita calcio intravenoso y hospitalización.
Intoxicaciones. Aquí los temblores son muy frecuentes. El xilitol —edulcorante de chicles y caramelos “sin azúcar”— puede disparar una hipoglucemia fulminante y dañar el hígado. El chocolate (teobromina) excita al sistema nervioso y al corazón; cuanto más puro, más peligroso. Los cebos para babosas y caracoles con metaldehído provocan hipersensibilidad, temblores que empeoran con estímulos, hipertermia y convulsiones. Los alimentos mohosos (pan, nueces, restos del compost) contienen micotoxinas tremorgénicas capaces de causar vómitos, ataxia y sacudidas persistentes. Y cada vez se ven más perros que llegan con intoxicación por cannabis: somnolencia, ataxia, incontinencia, a veces temblores. En todos estos casos, no hay remedios caseros: tocaría descontaminar, estabilizar, controlar temperatura, administrar fármacos específicos y observar en hospital.
Trastornos neurológicos. El síndrome vestibular —el “oído interno” que se descompensa— se manifiesta con cabeza ladeada, pérdida de equilibrio, nistagmo (ojos que “bailan”), vómitos y temblores por el esfuerzo de sostenerse. El síndrome del temblor generalizado (conocido antaño como “white shaker”) aparece en perros de muchos tamaños y colores, no solo en los blancos. Responde a corticoides en un alto porcentaje, lo que sugiere una base inmunomediada en parte de los casos. Otro fenómeno curioso y, por lo general, benigno es el temblor idiopático de la cabeza (bobbing): episodios breves en los que la cabeza oscila vertical u horizontalmente con el perro consciente. Suele ceder al distraerlo con comida o una orden sencilla. Es llamativo, pero no implica dolor ni deterioro.
Qué hacer en casa y qué no hacer nunca
Ante un perro que tiembla, lo razonable es observar y contextualizar. Si cuadra con frío tras el baño o emoción por la llegada de alguien, basta con dar calor o bajar revoluciones. Si sospechamos hipoglucemia —cachorro mini, diabético, ejercicio en ayunas— y el animal está consciente, se puede aportar glucosa según la pauta acordada con su veterinario, vigilar y acudir si no cede. Con temblor tras ruido intenso —una noche de San Juan, la mascletà de Fallas, un paso de Semana Santa con tambores—, toca reducir estímulos, habilitar un refugio interior, música neutra, feromonas si ya las usa, y, si el problema es recurrente, planificar un protocolo con fármacos ansiolíticos recetados. En casos de hipotermia leve, secar, envolver con mantas y calentar gradualmente funciona. En golpe de calor, enfriar con agua tibia (no helada), ventilación y traslado.
Lo que no debe hacerse en ningún caso es administrar analgésicos humanos por cuenta propia. Ibuprofeno, paracetamol, naproxeno, aspirina: todos pueden resultar tóxicos en perros a dosis relativamente bajas. Tampoco es buena idea “probar” con hierbas, aceites esenciales o remedios milagro que circulan por redes. Nada de inducir el vómito sin criterio: hay sustancias (corrosivas, hidrocarburos) que no se deben devolver y otras que, si han pasado cierto tiempo, ya no aportan. Si se sospecha intoxicación, lo más útil es decir exactamente qué y cuánto pudo ingerir, cuándo ocurrió y el peso del perro.
La prevención se construye con rutinas. Comidas regulares, especialmente en perros pequeños y cachorros. Acceso constante a agua fresca y sombra en verano; abrigo y superficies secas en invierno. Basura inaccesible. Bolsos, mochilas y mesas despejadas de chicles, chocolates, edulcorantes, fármacos, uvas y pasas, cebos para babosas, trampas de roedores. Vacunación y desparasitación al día. En zonas con procesionaria del pino, máxima atención en paseos invernales y de primavera: no tanto por temblores, pero sí por la necrosis que provoca en la lengua y el dolor agudo, que también puede desencadenar temblor. Y, por supuesto, enriquecimiento ambiental: ejercicio físico razonable, juego de olfato, pautas de descanso. Un perro con vida equilibrada gestiona mejor el estrés y tiembla menos por nervios.
Perros jóvenes, mini y seniors: particularidades que cuentan
Los cachorros y las razas mini —chihuahua, yorkshire, pomerania, bichón— consumen glucosa a gran velocidad y tienen reservas pequeñas. Saltarse una comida, jugar sin parar una mañana fría o sufrir una diarrea leve puede precipitar una bajada de azúcar. La escena es típica: temblor fino, mirada vaga, patas que no obedecen. Aquí la rapidez manda. Glucosa según pauta, calor y consulta si no remite. Una vez resuelto el episodio, tiene sentido ajustar raciones y horarios para que no vuelva a ocurrir. En camadas, no olvidar a la madre: la eclampsia —déficit de calcio en lactancia— irrumpe con nerviosismo, jadeo, rigidez y temblores. Suele aparecer a las dos o tres semanas del parto. Es una urgencia y no se arregla con “suplementos caseros”.
En perros mayores, la artrosis cambia el umbral de dolor y el comportamiento. Un salón que para un adulto robusto resulta templado puede ser frío para un senior delgado, con menos masa muscular. Es normal que, al levantarse, tirite un poco hasta que entra en calor. También vemos más casos de síndrome vestibular geriátrico: inicio brusco, cabeza ladeada, náuseas, desorientación, temblores por el enorme esfuerzo de mantenerse en pie cuando todo “gira”. La mayoría mejora en días con soporte y reposo, pero conviene descartar otras causas con una exploración completa. En este grupo, los fármacos mal ajustados —sedantes, algunos antiepilépticos, hipoglucemiantes— pueden causar temblores o debilidad; revisar medicaciones en consulta evita sustos.
Hay, además, fenómenos benignos que asustan mucho sin merecerlo. El temblor idiopático de la cabeza impresiona: la cabeza “asiente” o “niega” durante segundos o minutos, el perro está consciente y suele parar si se le distrae con una chuche, el clic de la correa o una orden. No responde a corticoides ni precisa tratamiento. Se vigila, se graba el episodio (vídeos muy útiles para el veterinario) y se descartan otras causas si cambian la frecuencia o la intensidad. En el otro extremo, un temblor generalizado con rigidez y mirada perdida, o el colapso, ya entra en terreno de urgencias. Los perros con trastornos del sueño REM pueden “actuar” sueños con violencia; si los movimientos son tan intensos que se golpean o caen, toca valorar.
Intoxicaciones que se ven en España y cómo reconocerlas
El capítulo de toxinas merece espacio propio porque explica un porcentaje notable de temblores en consulta de urgencias. El xilitol encabeza la lista moderna: presentes en chicles, caramelos, dentífricos y productos “sugar free”, provoca hipoglucemia en pocas horas y, en dosis altas, daño hepático. Los signos arrancan con vómitos y temblores, siguen con debilidad y pueden culminar en convulsiones. El chocolate es otro viejo conocido: cuanto más negro y puro, peor; con 70 % de cacao, cantidades pequeñas ya generan nerviosismo, taquicardia y temblores en perros pequeños. Los cebos metaldehído (babosas y caracoles) o los restos de compost con mohos son fuente de temblor tremorgénico: el perro está hiperreactivo, el temblor empeora si lo tocas o si hay ruido, la temperatura sube. Las uvas y pasas no siempre desencadenan temblores, pero sí vómitos, letargo y daño renal: ante la duda, urgencias. En viviendas donde se consume cannabis, sea fumado o en “edibles”, hay perros que llegan somnolientos, con ataxia, incontinencia y, a veces, temblores; la evolución suele ser favorable con soporte, pero exige observación. Y, aunque menos frecuente, el contacto con plaguicidas o disolventes puede producir temblores, hipersalivación y dificultad respiratoria.
No existe una regla mágica que lo distinga todo en casa. El antecedente lo es casi todo: acceso a la basura, paseo por zonas con cebos, fiesta con dulces al alcance, una bolsa rota en el salón. Guardar envases y decir la marca ayuda en urgencias.
Tratamientos que funcionan (y bajo qué criterios)
No hay un fármaco “para quitar el temblor” en abstracto. Se trata la causa. En cuadros leves y pasajeros —frío, emoción, sueño—, el tratamiento es acompañamiento y sentido común. En fiebre, el plan pasa por diagnóstico (exploración, pruebas cuando toca) y medicación dirigida; reducir la temperatura a lo loco sin saber por qué sube no arregla el problema. En dolor, existen antiinflamatorios y analgésicos veterinarios seguros, con dosis y controles definidos. En hipoglucemia, el protocolo combina aporte de glucosa, alimento y ajuste de tratamiento en diabéticos. En intoxicaciones, descontaminación (si procede y es seguro), fluidoterapia, control de náuseas, sedación cuando hay temblor tremorgénico y medicación anticonvulsiva si aparecen crisis. En el síndrome del temblor generalizado, los corticoides suelen mejorar el cuadro en pocos días; después se ajusta pauta para evitar recaídas. En el temblor idiopático de la cabeza, la receta es tranquilidad, registrar episodios y descartar otros procesos si cambia el patrón.
La fisioterapia y el ejercicio controlado ayudan en problemas musculoesqueléticos: fortalecer, estirar, mejorar la propiocepción. En perros con miedo a ruidos, los protocolos de desensibilización y contracondicionamiento funcionan bien con tiempo y constancia; si se suman feromonas o fármacos ansiolíticos bajo control veterinario, la mejora es clara en semanas. En seniors, los suplementos con ácidos grasos, condroprotectores y la pérdida de peso cuando toca reducen dolor de base y, con ello, tiritonas secundarias.
Un apunte que nunca sobra: nada de automedicarse. A veces llega a urgencias un perro que, por un dolor de pata, ha recibido “medio ibuprofeno” en casa y entra con vómitos y hemorragia digestiva. No es anécdota aislada. Los tiempos cambian, pero esa mala costumbre sigue apareciendo. Los medicamentos humanos no son atajos inofensivos.
Una guía de acción sencilla para no perderse
La pregunta de fondo —por qué tiembla un perro concreto en un momento determinado— se responde con tres pasos mentales que cualquiera puede aplicar sin tecnicismos. Uno, contexto: ¿hace frío, hay ruido, acaba de despertarse, hay emoción? Si la escena cuadra y el perro está consciente, orientado y funcional, lo normal es que ceda en minutos. Dos, acompañantes: ¿aparecen vómitos, ataxia, fiebre, dolor marcado, respiración rara, encías pálidas, salivación excesiva? Si sí, esa combinación no es normal. Tres, evolución: ¿dura más de lo esperable, vuelve en rachas, empeora? En cualquiera de esos escenarios, consulta. No hace falta heroísmo, ni diagnósticos en casa; basta con reconocer el patrón y mover ficha.
Grabar vídeos cortos de los episodios ayuda mucho a los veterinarios, porque el examen clínico suele ocurrir cuando el temblor ya pasó o cambió. Anotar hora, actividades previas, comida ingerida y cualquier medicamento recibido la última semana abre camino. Si se sospecha toxina, llevar el envase acelera decisiones.
Lo esencial para convivir con las tiritonas sin ansiedad
Los perros tiemblan por muchos motivos, desde respuestas normales del cuerpo hasta enfermedades que requieren intervención. Frío, emoción, estrés y sueño REM explican una buena parte de los casos y no precisan más que cuidados básicos. Dolor, fiebre, hipoglucemia, intoxicaciones y trastornos neurológicos dibujan el lado serio, ese que pide mirada clínica y, con frecuencia, tratamiento. Entre ambos extremos hay matices: razas mini con bajones de azúcar, seniors con artrosis madrugadora, perras lactantes con eclampsia, ruidos festivos que disparan nervios, veranos que agotan. Un perro que tiembla no es, por sí mismo, una emergencia; un perro que tiembla y además vomita, colapsa, respira mal o no se mantiene en pie, sí lo es. Con esa brújula, la convivencia es más serena y, sobre todo, más segura.
La clave práctica es no confundir lo fisiológico con lo patológico y no minimizar lo que no encaja. Abrigo y agua cuando tocan, basura a salvo, dulces y chicles lejos, paseos en horas frescas, vacunación al día, rutina para perros sensibles al ruido y un plan consensuado con el veterinario para noches complicadas. Si hay diabetes, medir y registrar; si hay artrosis, ejercicio suave y constante; si hay miedos, trabajo de conducta con profesionales. Y un último recordatorio: en casa no hay “medicina de ensayo”. La línea que separa la buena intención del problema añadido es más fina de lo que parece.
Con esa combinación de observación, criterio y apoyo profesional, entender por qué tiemblan los perros deja de ser motivo de angustia y se convierte en un mapa de decisiones claro. Se trata de mirar menos el temblor como enemigo y más como mensaje. El cuerpo avisa; nosotros le ponemos contexto.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: AniCura, CUAS Formación Veterinaria, Ladridos, Sinapsis Neurología Veterinaria.

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