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Naturaleza

Porque mi perro se lame las patas: ¿es normal o hay algo?

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cachorro border collie dos patas

Lamido de patas en perros: causas reales, señales de alarma y soluciones fiables con pautas de higiene, tratamiento y prevención contrastada.

Cuando un perro se lame las patas de forma insistente, lo más habitual es que exista picor o dolor localizado. La piel se inflama por alergias ambientales o alimentarias, por irritantes del suelo, por levaduras y bacterias que aprovechan la humedad, por parásitos diminutos que pasan desapercibidos o por una molestia articular que irradia hacia los dedos. Hay un lamido higiénico, breve y sin consecuencias, y otro que deja rastro: enrojecimiento entre los dedos, olor a “levadura”, calvas, piel engrosada o incluso cojera intermitente. Ese segundo patrón ya no es costumbre: es pododermatitis o dolor que pide un plan.

La respuesta inmediata es sencilla y útil. Lavar con agua tibia o suero, secar bien sin frotar, impedir el lamido continuo de manera temporal con un collar isabelino o un vendaje ligero supervisado, y pedir cita veterinaria si persiste más de 24 a 48 horas, si hay heridas, sangrado, fiebre, apatía o mal olor. También conviene anotar cuándo empeora: tras pasear por césped recién cortado, en jornadas de lluvia con charcos tibios, en primavera con gramíneas en flor, después de un premio nuevo o al regresar de la playa. No se recomiendan cremas humanas ni remedios caseros irritantes. Menos ruido, más método.

Cómo distinguir higiene de prurito de verdad

Un perro sano se lame las patas para retirar barro o polvo tras el paseo. Ese aseo dura poco, no interrumpe el descanso ni genera cambios en la piel. Cuando aparece prurito interdigital, el patrón se rompe: el animal deja de dormir para chuparse, muerde el pelo entre los dedos, lame una y otra vez la misma zona hasta dejarla húmeda, y la saliva tiñe el manto claro de un marrón rojizo por oxidación. Es frecuente que busque esquinas para rascarse o que pruebe a mordisquear la almohadilla con una mezcla de urgencia y alivio momentáneo. A veces se observa un olor dulzón inconfundible, signo de que la levadura cutánea, la Malassezia, ha encontrado un clima perfecto. En pieles oscuras el enrojecimiento se percibe peor, pero la humedad persistente y el engrosamiento de los bordes entre dedos —lo que en consulta se llama liquenificación— delatan el problema.

También el dolor se manifiesta como lamido. La lengua viaja hacia donde molesta. Una pequeña fisura en la almohadilla, un esguince tras un salto, una espiga clavada que forma un trayecto purulento o la irritación por suelos abrasivos pueden comenzar como algo pequeño y convertirse en un círculo vicioso: pica o duele, se lame, la zona se humedece, proliferan bacterias y levaduras, pica más, se lame más. Cuando el origen es articular —codo, carpo, cadera—, el perro a veces lame “más abajo” por confusión sensorial. Si el lamido se centra en una única pata sin signos cutáneos al principio, conviene explorar articulaciones, columna y uñas. Las uñas demasiado largas cambian la pisada y generan molestias que el animal intenta calmar a su manera.

La estacionalidad es otra pista. Brotes en primavera y final del verano, con más días de viento y polen, apuntan a alergias ambientales. Lamido constante todo el año pese a antiparasitarios y baños frecuentes hace pensar en reacción al alimento, irritantes domésticos o una conducta que se ha cronificado. Las razas predispuestas también orientan: bulldog francés e inglés, westie, bichón, labrador, golden, beagle, shar pei o pastor alemán aparecen con más frecuencia en consultas por dermatitis atópica y lamido de manos. No es un destino inexorable, pero suma probabilidades.

Qué hay detrás del lamido persistente

Las causas se entrelazan con facilidad, por eso la clínica eficaz no busca un único culpable sino capas. Primero se limpia la escena —parásitos, irritantes, humedad— y después se identifica el motor de fondo, ya sea alérgico, infeccioso, doloroso o conductual. Aun así, conviene recorrer el mapa con orden.

En primer lugar, alergias ambientales. La dermatitis atópica canina es la hipersensibilidad a ácaros del polvo, pólenes de gramíneas y árboles o mohos domésticos. La barrera cutánea es más permeable y el sistema inmune reacciona frente a estímulos inocuos. Se manifiesta con picor en cara, orejas, axilas, ingles y patas, y suele debutar entre el primer y el tercer año de vida. En España, aumenta en primavera y, de nuevo, entre el final del verano y el inicio del otoño. La foto clínica casi siempre incluye otitis recurrente y un lamido de patas que no “respeta” el descanso. En cuanto el perro está tranquilo, vuelve a chuparse. La piel roja y húmeda entre los dedos se complica con facilidad por sobrecrecimiento de Staphylococcus pseudintermedius y Malassezia pachydermatis, habitantes normales de la piel que se vuelven problemáticos cuando hay humedad y microfisuras.

A un lado cercano, la alergia alimentaria. No es intolerancia digestiva ni una digestión pesada puntual. Es una respuesta inmune frente a una o varias proteínas de la dieta —pollo, ternera, lácteos, trigo, soja— que puede aparecer a cualquier edad, incluso tras años comiendo lo mismo. El prurito es no estacional, afecta con fuerza a las patas y a menudo comparte lesiones con la atopia, de modo que resulta fácil confundirlas. A veces coincide con heces blandas o flatulencia, pero no es regla. La pista más clara es el fracaso parcial de los tratamientos antipruriginosos que funcionan bien en la atopia y la mejoría cuando se sigue a rajatabla una dieta de eliminación. No hay análisis mágico que lo confirme; la prueba de fuego es la clínica.

Luego están los parásitos. Una sola picadura de pulga basta para desencadenar tormenta en animales sensibilizados a su saliva. En la dermatitis alérgica a la picadura de pulga las lesiones más típicas se sitúan en la zona lumbar y la base de la cola, pero el prurito se generaliza y las patas sufren. Los ácaros merecen mención aparte: la sarna sarcóptica pica mucho y es contagiosa entre perros; la demodicosis —por Demodex— aparece sobre todo en cachorros o adultos con defensas bajas y puede centrarse en las extremidades. También las picaduras de mosquitos o de insectos del suelo irritan almohadillas y espacios interdigitales, especialmente en animales con piel reactiva. Un antiparasitario regular y eficaz cambia la película más de lo que se cree.

En la vida cotidiana, los irritantes de contacto juegan su papel. Limpiasuelos muy perfumados, césped tratado con herbicidas, suelos con sal en zonas frías, arena con restos de hidrocarburos en playas muy transitadas o agua muy clorada pueden disparar un brote. También las espigas —abrojos—, que se clavan entre los dedos y avanzan formando trayectos purulentos dolorosos. Se suele ver en primavera y verano, tras paseos por zonas de campo o parques con gramíneas altas. El perro se lame con desesperación y cojea. Cuanto antes se localice y extraiga, mejor pronóstico.

Con frecuencia, el lamido persistente se complica con infecciones secundarias. La humedad constante y el microtrauma de la lengua rompen la barrera cutánea y facilitan el sobrecrecimiento de bacterias y levaduras. Surgen pápulas, costras, engrosamiento de los bordes interdigitales y ese olor inconfundible. A partir de ahí, el círculo se retroalimenta: la infección pica más, el lamido empeora, la piel se inflama y el alivio es fugaz.

Por último, pero no menos importante, el dolor y la conducta. La artritis, un esguince, una artropatía del carpo, una uña encarnada o una callosidad dolorosa pueden explicar que un perro se centre en una pata concreta. Si la piel no muestra lesiones primarias al inicio y el lamido es tozudo en una sola extremidad, conviene pensar en el sistema musculoesquelético. En paralelo, el lamido por ansiedad o aburrimiento existe. Libera endorfinas y calma a corto plazo. En animales con hipervigilancia, con poca estimulación mental o con ansiedad por separación, la conducta arraiga y acaba en granulomas por lamido, lesiones húmedas y duras que tardan en resolverse si no se actúa sobre el bienestar y la rutina diaria.

Diagnóstico con criterio y sin atajos

El camino más rápido suele ser el que parece más lento: ordenar la información y confirmar sospechas con pruebas sencillas. La consulta comienza con una historia clínica detallada —edad de inicio, estacionalidad, respuesta a tratamientos previos, convivencia con otros animales, dieta, entorno, productos de limpieza— y una exploración dermatológica completa. Se revisan axilas, ingles, cara, orejas, base de la cola y, por supuesto, espacios interdigitales y almohadillas. Se valora si hay lesiones primarias —eritema, pápulas— o si ya dominan las secundarias —costras, hiperpigmentación, liquenificación—, porque orientan sobre el tiempo de evolución.

A pie de consulta, las pruebas rápidas marcan la diferencia. Un raspado cutáneo superficial o profundo busca ácaros; un tricograma evalúa la integridad del pelo y ayuda a distinguir rotura por mordisqueo de caída espontánea; una citología con cinta adhesiva o hisopo identifica bacterias y levaduras, determinante para pautar antibióticos o antifúngicos cuando son necesarios. En casos con nódulos, fístulas o sospecha de espiga, la ecografía de partes blandas y la radiografía son aliadas. Cuando la sospecha es ortopédica, la exploración de articulaciones y columna detecta dolor a la flexoextensión o cambios en la amplitud de movimiento.

Si la clínica apunta a alergia alimentaria, la herramienta fiable es una dieta de eliminación de ocho a 12 semanas con proteína novel o hidrolizada, sin premios ni mordedores que no sean compatibles. Se documenta la evolución con una escala de prurito y con fotos de la zona interdigital para reducir la subjetividad. Los test serológicos no diagnostican alergia al alimento con rigor; su papel es limitado. Si, en cambio, la sospecha es dermatitis atópica, las pruebas intradérmicas o serológicas ayudan a diseñar inmunoterapia específica una vez confirmado el cuadro por criterios clínicos. No curan por sí mismas ni sustituyen a la historia clínica: sirven para afinar.

Conviene recordar que no todo lo rojo es alergia. Un perro con lamido unilateral y cojera, uñas demasiado largas, dolor articular o una pequeña fisura en la almohadilla requiere otra ruta. Cuando la piel está limpia y el lamido persiste, mirar más allá evita meses de frustración.

Tratamientos que dan resultado

No existe una única “pomada para patas”. El tratamiento eficaz se estructura por capas lógicas: controlar parásitos, calmar el prurito, tratar infecciones secundarias, proteger la barrera cutánea y, cuando toca, abordar la causa de fondo. Saltarse escalones es la receta para la recaída.

El control antiparasitario es un pilar que a veces se menosprecia. Collares, pipetas y comprimidos de última generación protegen frente a pulgas, garrapatas y, según la molécula, ácaros. En hogares con varios animales conviene tratar a todos y reforzar la limpieza de textiles. En climas templados, suspender el antiparasitario en invierno es abrir una puerta innecesaria a los brotes.

Para el prurito, hay herramientas modernas con perfiles de seguridad conocidos. Los corticoides frenan brotes intensos si se emplean a dosis y tiempos prudentes y con descenso gradual. Oclacitinib, un inhibidor de JAK, actúa rápido contra la picazón y mejora la calidad de vida en pocos días. Lokivetmab, un anticuerpo monoclonal que neutraliza una interleucina clave del picor, ofrece alivio sostenido con pautas mensuales. La ciclosporina modula la respuesta inmune con buenos resultados en atopia crónica si se monitoriza. La elección se personaliza en función de edad, coexistencia de enfermedades, patrón estacional y respuesta previa. El objetivo no es silenciar síntomas a ciegas, sino ganar control mientras se trabaja el fondo.

Cuando la citología muestra bacterias o levaduras, se añaden antisépticos tópicos —champús con clorhexidina o miconazol, sprays, toallitas— y, si la infección es extensa o profunda, antibióticos o antifúngicos sistémicos. Finalizar el ciclo prescrito forma parte del tratamiento: interrumpirlo al primer signo de mejoría es invitar a la recaída y a resistencias. La técnica del baño importa: mojar, masajear entre los dedos, dejar actuar el producto el tiempo indicado, aclarar bien y secar con aire templado. El secado cuidadoso, sin frotar, evita maceraciones.

La barrera cutánea se cuida con emolientes ricos en ceramidas y ácidos grasos, con alimentos formulados para piel sensible y con disciplina en el control de la humedad. Un perro que sale a la lluvia y se queda con las patas húmedas horas está invitando a la Malassezia a la fiesta. Los bálsamos específicos para almohadillas ayudan en suelos abrasivos o muy secos, y el corte regular de uñas corrige pisadas que irritan.

En dermatitis atópica confirmada, la inmunoterapia específica —inyectable u oral— puede reducir la dependencia de fármacos y estabilizar el curso a medio plazo. Requiere meses y constancia, pero ofrece resultados sólidos en un porcentaje significativo de perros cuando se selecciona bien.

Cuando el motor es alergia al alimento, la dieta es el tratamiento. Sin atajos. Mantenerla estable, evitar premios fuera de pauta y reintroducir con método para confirmar sospechas ahorra recaídas. En paralelo, los suplementos con omega-3 y omega-6 pueden apoyar la integridad cutánea, sin sustituir a lo esencial.

Si hay dolor, se trata el dolor: antiinflamatorios bajo supervisión, fisioterapia cuando procede, corrección de rutinas de ejercicio y, si hay espiga o cuerpo extraño, extracción y drenaje cuanto antes. En lamidos con componente emocional, el plan incluye enriquecimiento ambiental, rutinas predecibles, descanso de calidad y, si hace falta, terapia farmacológica ansiolítica ajustada por un veterinario con experiencia en comportamiento. El collar isabelino protege la piel mientras cicatriza, pero por sí solo no soluciona la causa.

Cuidado en casa y prevención diaria

Las decisiones pequeñas sostienen el plan. Lavar con agua templada las patas al volver del parque arrastra polen y polvo, y secar sin frotar corta la humedad que alimenta a las levaduras. Si se usan limpiadores perfumados en el hogar, conviene enjuagar con agua las zonas de paso y elegir productos neutros. Las alfombras acumulan ácaros; aspirarlas a fondo y, en temporada alta, retirarlas si es posible reduce exposición. Cambiar de ruta en las semanas de espigas evita sustos: cuando las gramíneas están altas y secas, un paseo por aceras tranquilas es mejor plan que un prado tentador.

Las almohadillas agradecen mantenimiento. Cuando se agrietan, pican y duelen, y el lamido se dispara. Un bálsamo específico aplicado con regularidad suaviza y repara, sobre todo en climas secos. El pelo entre los dedos se puede recortar si forma mechones que atrapan humedad y arena. Las uñas a la longitud justa —sin tocar suelo al estar de pie— normalizan la pisada y descargan articulaciones.

Cortar el círculo vicioso de saliva e inflamación es clave en los brotes. No se trata de castigar al animal, sino de dar tregua a la piel mientras el tratamiento hace efecto. Calcetines para perros durante periodos cortos y supervisados dentro de casa, camisetas protectoras bien ajustadas o el clásico collar isabelino por ventanas de tiempo pautadas son recursos útiles. Siempre que se usan, conviene reforzar con estimulación mental —juegos de olfato, masticación adecuada, rutinas de trabajo ligero— para que el perro no “ponga” toda su energía en la zona prohibida.

En cuanto a remedios populares, conviene prudencia. El vinagre, las sales o los aceites esenciales pueden irritar, sensibilizar o resultar tóxicos por ingestión al lamerse. Los baños continuos sí ayudan, pero con productos adecuados y la técnica correcta; mojar sin secar con cuidado es receta para levaduras. Cambiar de pienso cada semana en busca de una solución mágica no aporta. La piel se calma con constancia y con un plan que suma piezas, no con volantazos.

Patrones por raza, edad y clima

No hay determinismos, pero sí tendencias que afinan la sospecha. En razas como el bulldog francés, el west highland white terrier, el bichón, el labrador, el golden, el beagle, el shar pei y el pastor alemán se observan más casos de dermatitis atópica y pododermatitis recurrente. Su piel, más sensible, acusa con rapidez la humedad y los alérgenos. Los galgos y perros muy activos pueden presentar microtraumatismos en suelos abrasivos que terminan en fisuras o quemaduras por fricción en almohadillas, un disparador evidente de lamido.

La edad también dibuja pistas. Los cuadros alérgicos suelen arrancar en adultos jóvenes; la alergia alimentaria puede aparecer a cualquier edad. Cuando un perro senior comienza a lamer una sola pata con insistencia, sin patrón estacional y con piel aparentemente normal, conviene pensar en dolor localizado, neoplasias cutáneas aisladas o cuerpos extraños que han pasado desapercibidos. A falta de lesiones primarias, la exploración ortopédica y la imagen cobran más peso.

El clima de cada zona ajusta el foco. En buena parte de España, primavera y final del verano concentran picos de prurito por pólenes y ácaros. Tras días de lluvia y calor, la piel macerada favorece el sobrecrecimiento de levaduras; en olas de calor, el asfalto y los adoquines elevan su temperatura y pueden quemar almohadillas en minutos, con el consiguiente lamido por dolor. En municipios costeros muy transitados, la arena puede esconder microirritantes —restos de hidrocarburos, pequeñas astillas— que incomodan. La rutina de lavado y secado a la vuelta del paseo y la elección de horarios más suaves marcan diferencias.

Un mes para revertir el círculo del lamido

Un calendario concreto ayuda a pasar de la teoría al cambio real. Día 1: lavado cuidadoso, secado metódico, barrera física para cortar el lamido y antiparasitario al día. Observación y registro: cuándo, dónde, con qué intensidad. Si hay cojera, heridas, mal olor o fiebre, consulta veterinaria sin esperar. Primera semana: con diagnóstico preliminar, se inicia el plan. Si hay infección secundaria, se cumplen los ciclos pautados; si el prurito es alto, se actúa con antipruriginosos modernos para devolver el sueño. Se ajusta el entorno: rutas sin espigas, suelos menos agresivos, limpiadores neutros, alfombras fuera de juego si acumulan polvo. Se incorporan baños con técnica correcta y se seca de verdad.

Semanas 2 y 3: ya debería empezar a bajar la intensidad del lamido. Las almohadillas mejoran de textura, el enrojecimiento retrocede y el olor se atenúa. Si la sospecha es alergia alimentaria, la dieta de eliminación se mantiene sin trampas. Si el cuadro es atópico, se valora inmunoterapia a medio plazo y se ajusta la pauta de control del prurito para evitar picos. Se refuerza el enriquecimiento ambiental: juegos de olfato, masticación controlada, rutinas predecibles. El collar isabelino se usa como una herramienta temporal, no como muleta permanente.

Semana 4: toca revisar. Si el lamido ha cedido de forma clara, se consolidan hábitos: baño y secado con cadencia lógica, antiparasitario mensual, cuidado de uñas y almohadillas, rutas inteligentes según temporada. Si persisten brotes pese a cumplir el plan, se replantea el diagnóstico: citología de control, búsqueda de espiga oculta, revisión ortopédica, tratamiento del dolor si estaba infravalorado, ajuste de fármacos o inicio de inmunoterapia si aún no se ha hecho. Cuando la causa principal es la ansiedad, los avances se miden en semanas y dependen de la consistencia en las pautas de convivencia y del apoyo profesional.

La escena cambia cuando el plan se aplica con rigor. La mayoría de perros con lamido crónico de patas mejoran de forma sostenida al controlar parásitos, calmar el prurito, tratar infecciones secundarias, cuidar la barrera cutánea y actuar sobre el motor del problema, sea alérgico, doloroso o conductual. El objetivo es una vida corriente: paseos sin urgencia por lamerse, siestas completas, almohadillas elásticas y limpias, oídos tranquilos. Nada heroico, todo concreto. Identificar la causa y trabajar por capas devuelve la calma a la piel y al hogar. Y sí, se nota: menos ruidos de lamidos en mitad de la noche y más silencio de descanso. Un cambio pequeño en apariencia que, día a día, se convierte en rutina de salud.


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Este artículo se ha redactado con información de fuentes españolas solventes y actualizadas. Fuentes consultadas: AEMPS, CIMA Vet, Clínica Veterinaria Multimédica, AniCura España.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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