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Por qué hay avispas en la piscina: una historia de agua y calor

El calor, la sed y el olor a cloro convierten tu piscina en atractivo para las avispas. Conoce por qué aparecen y cómo mantenerlas a raya este verano.
Hay algo que no falla cada verano: llenas la piscina, te acomodas en la tumbona, abres un refresco y… zas, ahí está el zumbido. Viene directo, pasa cerca de tu oído, se posa en el borde o, peor, en el agua. Una avispa. O varias. Se pasean con descaro, se acercan a las bebidas, se sientan en la toalla. Y tú te preguntas: ¿por qué hay avispas en la piscina? ¿Qué pintan ahí, si no han pagado entrada?
La respuesta, aunque molesta, es bastante lógica. Tiene que ver con su instinto, con la manera en que se adaptan al entorno y con lo bien que hemos montado —sin querer— el chiringuito ideal para ellas. Porque sí, las piscinas les encantan, y no es por capricho. Es que somos nosotros quienes, sin darnos cuenta, les estamos poniendo todo en bandeja.
Agua, calor y supervivencia: el tridente perfecto para atraerlas
Lo primero que hay que entender es que las avispas no vienen a fastidiarte las vacaciones. No tienen nada contra ti. Vienen porque necesitan agua. Punto. Así de simple.
Cuando suben las temperaturas, las avispas —como muchos otros insectos— buscan hidratarse. Pero no solo beben para sí mismas. También llevan agua a sus nidos, que suelen estar hechos de una mezcla de fibras y saliva. Ese agua la usan para enfriar las larvas y mantener una temperatura estable en el interior. Si el nido se recalienta, las crías mueren. Así que las obreras salen a por agua. ¿Y qué se encuentran en tu jardín o en el patio trasero? Una lámina de agua brillante, grande, fresca, sin depredadores, sin corriente… perfecta.
Y claro, llegan. Algunas beben del borde. Otras se atreven a posarse sobre el agua. Alguna cae, se ahoga. Pero otras muchas se llevan su botín y regresan por más. Es un tráfico constante. Si alguna vez te has parado a observarlas, lo sabrás: no están ahí de paso, están en misión.
Cloro, colores, azúcar y otras tentaciones que nosotros ofrecemos sin pensar
A esto hay que añadirle otro detalle importante. Las piscinas no son solo agua. Son un ecosistema artificial lleno de estímulos: cloro, cremas solares, bebidas azucaradas, fruta, olores dulces… Y todo eso también les atrae.
Las avispas tienen un olfato finísimo. Detectan moléculas aromáticas a distancias enormes. Si estás tomando algo dulce, si hay restos de zumo, si has dejado medio trozo de sandía olvidado sobre la mesa, eso se convierte en una especie de reclamo químico. Ellas no distinguen entre néctar y Aquarius. Solo buscan azúcar. O algo que se le parezca.
Y luego están los colores. No es casualidad que las avispas se vean más atraídas por toallas con estampados florales, bañadores amarillos o rojos, incluso por sombrillas coloridas. Las tonalidades vivas les recuerdan a flores o frutas. ¿El resultado? Se acercan más. Lo cual, claro, puede acabar en picotazo. Aunque ojo, las avispas no pican porque sí. Solo lo hacen cuando se sienten amenazadas. Lo malo es que nuestra reacción natural —gritar, agitar los brazos, intentar espantarlas— es justo lo que las hace sentirse amenazadas.
No todas las avispas son iguales, y no todas hacen lo mismo
Aquí conviene diferenciar. Porque hay muchos tipos de avispas, y aunque a nosotros nos parezcan todas iguales, no lo son.
Las más habituales en verano, en zonas urbanas o residenciales, son las avispas comunes (Vespula vulgaris) o las alemanas (Vespula germanica). Son sociales, viven en nidos con cientos o miles de miembros, y son muy activas. Las verás volar bajo, acercarse al agua, recorrer superficies en busca de alimento.
Hay también avispas solitarias, como las Polistes, que son más estilizadas, menos agresivas y suelen evitar el contacto con humanos. Pero si te acercas a su nido… mal asunto.
Y luego está la avispa asiática, esa especie invasora que ha llegado a España en los últimos años y que, aunque suele estar más en zonas rurales, también puede acercarse a urbanizaciones. Es más grande, más oscura y más agresiva. Su picadura duele más. Y su presencia, sobre todo en el norte del país, preocupa mucho a los apicultores, porque arrasa con las colmenas.
Lo importante aquí es que, seas donde seas, si hay piscina, hay calor, hay comida, las avispas van a venir. Unas más que otras. Pero vienen.
El miedo no ayuda. La prevención, sí
Lo peor de todo esto no es la picadura. Es el miedo. Porque cuando uno no sabe por qué están ahí, tiende a imaginar lo peor. Y reacciona mal. Y ahí es cuando llegan los accidentes.
La clave no está en entrar en pánico, sino en entender qué buscan. Si puedes quitarles el incentivo, probablemente no vendrán. O vendrán menos.
¿Y cómo se hace eso? Bueno, hay muchas formas. Desde crearles una fuente alternativa de agua —una bandeja con piedras y un poco de agua, lejos de la piscina— hasta plantar aromas que las repelen: menta, albahaca, clavo, citronela. También puedes colocar trampas caseras con cerveza o agua azucarada en botellas abiertas, colgadas de los árboles. No es cruel, es control poblacional.
Cubrir la piscina cuando no se usa también ayuda. Lo mismo que mantener las superficies limpias, no dejar comida al aire libre y guardar las bebidas abiertas. Todo esto, combinado, hace que el entorno deje de ser tan apetecible para ellas.
Y si ya hay nidos cerca, visibles, en árboles, tejados o setos, lo mejor es llamar a un profesional. No intentes quitarlos tú. De verdad. No merece la pena arriesgarse a que te ataquen por docenas. Hay empresas que lo hacen bien, rápido y sin peligro.
¿Y si ya han picado?
Si te ha picado una avispa, lo primero es lavar la zona con agua y jabón. Luego, aplicar hielo. Si hay hinchazón, picor o molestia, un antihistamínico tópico o vía oral puede aliviar. Pero si ves que la zona se inflama mucho, o si te cuesta respirar, o notas mareo, dolor de pecho o taquicardia… no lo dudes: urgencias. Las reacciones anafilácticas no son frecuentes, pero existen. Y pueden ser graves.
Tener a mano un autoinyector de adrenalina si eres alérgico no es exagerado, es una medida de seguridad.
No son enemigas, son supervivientes
Una cosa más. Las avispas tienen mala fama. Se las ve como agresivas, molestas, invasivas. Pero cumplen una función en el ecosistema. Controlan plagas, polinizan flores, alimentan a otros animales. Son necesarias. No son enemigas. Son oportunistas. Aprovechan lo que encuentran.
Y si lo que encuentran es una piscina con comida, sombra y bebida fresca… pues claro que van. Yo también iría.
Las avispas no aparecen en la piscina por capricho
Es así. Van donde hay agua, comida, calor y color. Su presencia no es un ataque, sino un acto de supervivencia. Si lo entiendes, puedes anticiparte. Puedes minimizar riesgos. Puedes disfrutar del verano sin sobresaltos ni zumbidos amenazantes.
No se trata de matarlas. Ni de odiarlas. Se trata de convivir con inteligencia. De tomar medidas sensatas. Y de aceptar que, en mitad de un verano seco y abrasador, todos buscamos un lugar donde refrescarnos. También ellas.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y fiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: El Español, Biocisal, Cubriland, Antena 3.

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