Salud
Porque se aflojan los tornillos de los implantes dentales: causas

Holgura en tornillos de implantes: causas mecánicas, soluciones clínicas y prevención con torque preciso, retorque y oclusión bien ajustada.
La holgura en el tornillo de un implante dental tiene una explicación concreta y, sobre todo, una respuesta clínica clara. La pérdida de precarga en la unión tornillo–pilar–implante, sumada a cargas masticatorias mal dirigidas, desencadena el aflojamiento. Sucede cuando el par de apriete inicial no fue el indicado, cuando las superficies se “asientan” tras los primeros días de uso o cuando la oclusión reparte la fuerza donde no toca. Ese tornillo, tarde o temprano, gira micras y se libera. La solución pasa por revisar la interfaz, limpiar, aplicar el torque exacto con llave calibrada, repetir el apriete tras unos minutos para compensar el asentamiento y equilibrar la mordida. Si el tornillo está fatigado o marcado, se cambia; si el diseño protésico actúa como una palanca, se rediseña. Es sencillo de enunciar y muy técnico de ejecutar.
Lo urgente, cuando aparece el problema, es restituir la estabilidad sin improvisaciones. Desmontar, inspeccionar, sustituir si procede, retorquear a los 5–10 minutos y ajustar oclusalmente. Sin olvidar lo preventivo: control de bruxismo con férula cuando está indicado, elección de la conexión adecuada, diámetros coherentes con la anatomía, coronas con mesas oclusales contenidas y cero cantiléver gratuitos. Bien hecho, el conjunto resiste masticaciones fuertes, hábitos apretadores y la rutina del día a día sin “desatornillarse”.
Mecánica real: la precarga que lo gobierna todo
Conviene fijar el concepto principal. El tornillo no “sujeta” por simple contacto; lo hace por precarga, esa tensión interna que aparece cuando aplicamos el torque y el vástago del tornillo se alarga elásticamente. Ese alargamiento genera fricción entre las superficies del pilar y del implante. Mientras la fricción supere los esfuerzos de la masticación, la unión permanece estable. Cuando la precarga cae, por par insuficiente, por suciedad en la rosca, por lubricación errática o por el famoso efecto de asentamiento, la barrera de fricción se reduce y el tornillo inicia un microgiro acumulativo.
En clínica, esto se traduce en casos que llegan con una corona que “baila” ligeramente, un clic al morder o un acceso oclusal que empieza a filtrar. El profesional identifica un patrón mecánico: el torque aplicado fue menor del recomendado, la llave no estaba calibrada o el tornillo ha sufrido demasiados ciclos de apretar–aflojar y ya no rinde igual. El exceso también perjudica: superar el par recomendado acerca el metal a su límite elástico; el tornillo se deforma plásticamente y pierde capacidad de recuperar su longitud, con lo que la precarga útil se desploma. Quedarse corto o pasarse tiene el mismo final: holgura.
La fricción buena —la que sostiene la unión— depende del estado de las superficies. Partículas de arenado, restos de cemento, saliva o incluso alcohol mal evaporado alteran esa fricción y roban precarga. Una secuencia ordenada ayuda: irrigar, secar, comprobar roscas, verificar asiento de la cabeza del tornillo y, entonces sí, torquear. Es el tipo de rutina que no luce en redes sociales pero evita consultas repetidas.
Efecto de asentamiento y la necesidad del retorque
Tras el primer apriete, las superficies del pilar y del implante se acomodan microscópicamente. Ese microacomodo —inevitable— consume parte de la tensión inicial. La fórmula clínica para compensarlo es directa: esperar unos minutos y volver a torquear al mismo valor. No es un gesto opcional ni una manía; reduce de forma tangible la probabilidad de que el tornillo se libere en las primeras semanas. En rehabilitaciones unitarias, sobre todo en sectores posteriores con fuerzas elevadas, el retorque a los 5–10 minutos marca la diferencia.
Ese segundo apriete no debe “corregir” hacia arriba el valor. Debe igualar el especificado por el fabricante para ese tornillo y esa conexión. Una llave bien calibrada —revisada periódicamente— se convierte aquí en herramienta de garantía. El “tacto” de la mano no sustituye a un instrumento que mide Newton centímetro por Newton centímetro.
Materiales, tratamientos y lubricación: lo que el manual sí cambia
No todos los tornillos son iguales. La aleación de titanio, los tratamientos superficiales y la geometría de la cabeza modifican el coeficiente de fricción y el rango elástico, y con ello la precarga efectiva que se consigue con el mismo torque. Un tornillo con superficie optimizada para un deslizamiento controlado suele ofrecer más tensión útil sin necesidad de aumentar el par. A veces, el fabricante prescribe el uso de un lubricante específico o desaconseja lubricar. Seguir esa instrucción importa, porque la lubricación baja la fricción y, con ello, aumenta —o puede falsear— la precarga. Seco donde debe ir seco; lubricado si está diseñado para ello.
También cuenta el número de reutilizaciones. Cada ciclo de atornillado y desatornillado altera la microtopografía de la rosca y cambia el comportamiento. Hay sistemas que toleran más ciclos; otros recomiendan el reemplazo tras pocas manipulaciones. El sentido común y la inspección mandan: si hay marcas, deformaciones o cabezas redondeadas, se sustituye sin dudar.
Factores clínicos que disparan el aflojamiento
La biomecánica del implante es distinta a la del diente natural. No existe ligamento periodontal, ese amortiguador biológico que reparte cargas y avisa con sensibilidad. El implante transmite las fuerzas de forma más directa a la unión protésica. Si la oclusión reparte mal —mesas oclusales anchas, contactos excéntricos, guías ausentes— o si hay parafunciones (bruxismo nocturno, apretamiento diurno), el riesgo de aflojamiento crece. La secuencia es conocida: una sobrecarga lateral repetida empuja el conjunto fuera del eje, se generan micromovimientos en la interfase y el tornillo cede.
La tipo de conexión influye en esa estabilidad. Las conexiones internas cónicas muestran, en la práctica clínica cotidiana, una estabilidad superior frente a micromovimientos y microfiltraciones en comparación con los antiguos hexágonos externos. No es una cuestión de marca, sino de geometría y sellado. Un cono bien ajustado actúa como cuña y mejora la fricción efectiva, protegiendo al tornillo de la danza milimétrica que, sumada, termina en giro.
El diámetro del implante y la angulación del pilar cierran la ecuación. Un implante estrecho soporta peor las cargas laterales; un pilar muy angulado desvía la fuerza. Si a eso se añade un cantiléver en un puente, el brazo de palanca hace el resto. En coronas unitarias en zonas molares, las mesas oclusales sobredimensionadas aumentan el momento de la fuerza y, con él, la probabilidad de que el tornillo pierda su precarga tras ciclos de masticación reales, que rara vez son ideales.
También importa el tipo de prótesis. Las unitarias atornilladas, si están bien ajustadas, permiten mantenimiento rápido y control de la unión. En estructuras múltiples, la ferulización reparte cargas, pero si el ajuste pasivo no es excelente, ese reparto puede volverse contra el conjunto: pequeñas tensiones acumuladas en el armazón se convierten en fuerzas laterales sobre tornillos específicos.
Conexión y geometría: más que un encaje elegante
Elegir conexión no es estética ni moda. Es decidir cómo se comportará la unión cuando la función real empiece. Un buen cono interno, con tolerancias ajustadas, reduce micromovimientos y estabiliza la línea de fuerza. Con hexágono externo, la estabilidad depende más del tornillo; cualquier descentraje aumenta la palanca sobre la cabeza. Como regla práctica, en sectores posteriores y en pacientes apretadores, optar por una conexión que aisle al tornillo de esfuerzos innecesarios aporta paz a medio plazo.
La altura de la plataforma respecto a la cresta y la emergencia del pilar también alteran la palanca. Emergencias demasiado vestibulares o perfiles prominentes fuerzan rutas de inserción complicadas y zonas de contacto oclusal más anchas de lo necesario. El resultado vuelve a ser el mismo: más carga fuera del eje, más tendencia al aflojamiento.
Discrepancias oclusales y diseño de coronas
La oclusión es la gran olvidada cuando se habla de tornillos. Contactos puntiformes en céntrica, liberación cuidadosa en lateralidades, guía anterior que desocluya posteriores cuando procede y mesas oclusales contenidas en implantes estrechos son decisiones que sostienen la estabilidad mecánica. En un paciente con desgaste generalizado y bruxismo, instalar una corona sobre implante con contactos fuertes y distribuida como si fuera un molar natural con ligamento es una invitación a la holgura.
En puentes sobre implantes, los cantiléver son tentadores por estética o por evitar cirugías adicionales. Pero cada milímetro extra añade momentos flectores que alguien pagará: casi siempre, el tornillo del pilar más cercano. Si no hay alternativa, cantiléver cortos y controlados, con oclusión “amable” y ajuste pasivo probado, reducen el riesgo.
Protocolos que funcionan en consulta y laboratorio
La diferencia entre una rehabilitación que no da problemas y otra que vuelve a la consulta se escribe con protocolos. Nada heroico, pura disciplina.
Recepción y diagnóstico. Ante una corona que se mueve o un acceso aflojado, desmontaje limpio, inspección con lupa, radiografía si hay dudas de ajuste, evaluación del tornillo: cabeza, rosca, integridad. Limpieza minuciosa de la rosca del implante y del alojamiento del pilar. Si hay restos de cemento en rehabilitaciones mixtas, se eliminan. Comprobación de fisuras en cerámica o en composites.
Montaje controlado. Tornillo nuevo si hay marcaje, deformación o demasiados ciclos previos. Torque al valor recomendado por el fabricante, con llave calibrada. Espera breve para que el conjunto asiente, retorque al mismo valor. Sellado del acceso con material que permita accesos futuros sin dañar la cabeza (PTFE y resina fluida o cementos temporales de calidad). Registro de mordida y ajuste oclusal meticuloso en céntrica y en dinámica con papel fino, corrigiendo contactos fuertes y excéntricos.
Mantenimiento y seguimiento. Cita de control temprano en casos de riesgo (pacientes bruxistas, cantiléver, implantes estrechos). Revisión de oclusión tras unas semanas: la boca cambia, el paciente se adapta, y volver a comprobar evita sorpresas. En bocas con parafunciones confirmadas, férula de descarga confeccionada con criterio, no como comodín, y revisada periódicamente.
Coordinación con el laboratorio. Ajuste pasivo del armazón en prótesis múltiples, prueba de estructura antes de terminar estética, verificación de asentamiento con técnicas fiables. Diseño de canales de tornillo que permitan accesos limpios y emergencias correctas. Las soluciones digitales ayudan, pero la clave sigue siendo el ajuste real en boca.
¿Cuándo cambiar el tornillo y cuándo rediseñar?
Sustituir el tornillo no es derrota, es mantenimiento responsable. Cabezas redondeadas, roscas mordidas, marcas en la zona de asiento, cualquier señal de deformación… eso se cambia. Si, pese a protocolo impecable, el aflojamiento se repite, la pregunta ya no es el tornillo: es el diseño. Conviene revisar la oclusión de forma amplia, valorar la conexión, pensar en reducir la mesa oclusal, eliminar contactos excéntricos y acortar cantiléver. En ocasiones, la solución pasa por aumentar el número de implantes o cambiar la estrategia restauradora.
Ajuste pasivo: cómo se detectan tensiones que no se ven
El ajuste pasivo evita que la prótesis “empuje” los pilares cuando se atornilla. Tensar una estructura para que “entre” es sembrar el problema. Pruebas de ajuste y, en su caso, seccionado y soldadura láser o rehacer el armazón cuando el desajuste es evidente. Cuesta tiempo, pero ahorra visitas y tornillos dañados.
Atornillada o cementada: la decisión no exime al tornillo
La prótesis cementada puede parecer inmune a los tornillos porque estos quedan ocultos. No lo está. Las cargas siguen viajando por la interfase; el tornillo sufre del mismo modo si el diseño oclusal y el ajuste no son correctos. La ventaja de la atornillada es el mantenimiento: permite acceder, retorquear, limpiar y volver a sellar con facilidad. En escenarios de riesgo mecánico, suele ofrecer más control a medio plazo.
Errores habituales y cómo se corrigen
Hay tropiezos que se repiten. Usar una llave sin calibrar durante años asumiendo que “marca bien” lleva a pares imprecisos. No retorquear tras el primer apriete deja la precarga a merced del asentamiento. Introducir el tornillo con la rosca sucia convierte parte del torque en fricción parásita. Reutilizar tornillos más allá de lo razonable aumenta la probabilidad de fallo. Elegir componentes genéricos que no respetan tolerancias finas complica el ajuste. Diseñar coronas anchas sobre implantes estrechos o colocar cantiléver largos por comodidad termina llegando a la consulta con un “otra vez se ha aflojado”.
La corrección tiene un guion reconocible: herramienta calibrada, protocolo de limpieza, retorque, ajuste oclusal, reemplazo de tornillos cuando hay desgaste, elección de componentes compatibles y verificados. En bruxistas, férula de descarga bien hecha y revisada. En puentes con tensiones, rehacer lo que haga falta para recuperar el ajuste pasivo. Y, cuando la anatomía o el espacio protésico complican la ecuación, aceptar límites: mesas oclusales contenidas, formas de cúspides más planas, cargas axiales favorecidas.
Cuando el aflojamiento es síntoma de algo mayor
A veces, el tornillo que se suelta avisa de otro problema. Un armazón que no asienta y obliga a “llevar” la estructura al cierre con el torque, una conexión dañada, un pilar con holgura en su cono interno, un implante estrecho que soporta una corona voluminosa, o un hábito parafuncional no diagnosticado que machaca el conjunto cada noche. El episodio aislado puede resolverse con limpieza, tornillo nuevo y ajuste. La recidiva exige más: radiografías, evaluación del ajuste, prueba de estructura, revisión exhaustiva de oclusión y, si toca, rediseño.
Las señales de alarma son claras: varios aflojamientos en el mismo sector en pocos meses, sonidos metálicos al morder que regresan tras cada intervención, fractura de tornillo o de cerámica sobre el mismo pilar, pérdida repetida de sellado en el acceso oclusal. En esas circunstancias, insistir en apretar sin más es poner un parche. Lo razonable es replantear la mecánica.
Gestión del bruxismo: impacto real sobre la estabilidad
El bruxismo no se cura con una llave dinamométrica. Si hay apretamiento nocturno o diurno, las fuerzas pico sobrepasan las esperadas. La férula de descarga, bien ajustada, reparte cargas y protege; no es un talismán, pero reduce episodios de aflojamiento y fracturas. Educar en hábitos —evitar masticar hielo, abrir envases con los dientes, roer bolígrafos— es lo menos glamuroso y lo más efectivo a largo plazo.
Rehabilitaciones extensas: decisiones que blindan la unión
En arcadas completas, la tentación de reducir implantes por simplificar la cirugía o abaratar el tratamiento suele salir cara en mecánica. Número y posición mandan: cuantos más pilares bien distribuidos, menos palancas y menos dependencia de cada tornillo. Un armazón metálico con rigidez adecuada, ajuste pasivo comprobado y oclusión planificada (sin contactos traseros pesados, sin guía incontrolada) disminuye el goteo de incidencias. Si se detecta tensión en el atornillado, se corrige. Si hay que rehacer, se rehace. Es un asunto de fiabilidad, no de orgullo.
Mantenimiento que sí cambia la historia
No todo pasa por el sillón del día del cementado o del atornillado. Revisiones periódicas permiten detectar microholguras cuando todavía no han generado daño. Un acceso oclusal que empieza a manchar o un leve crujido al masticar se resuelven con una visita corta. El calendario depende del caso, pero una pauta razonable —control temprano y revisiones programadas— ahorra disgustos. Y en cada revisión, rutina: comprobar sellado, palpación y auscultación de contactos, inspección del estado de la cerámica o de los composites, radiografía si algo no cuadra.
La documentación de torque aplicado, tipo de tornillo instalado y fecha de reemplazo facilita el mantenimiento. Saber qué se usó, cuánto se apretó y cuándo se cambió permite actuar con precisión si aparece una incidencia.
Qué hacer, paso a paso, si la corona ya se ha soltado
El procedimiento que funciona repite un patrón. Se retira la corona con cuidado, se inspecciona el tornillo; si hay desgaste o marcas, se sustituye. Se limpia la rosca del implante con irrigación y aire libre de aceite, se revisa el asiento del pilar y de la cabeza del tornillo para comprobar que no existan rebabas. Se monta y se aplica el torque exacto. Se espera unos minutos para el efecto de asentamiento y se retorquea. Se ajusta la oclusión, se sella el acceso con material que permita un desmontaje futuro sin lesión, y se programa una revisión breve para confirmar que el conjunto mantiene estabilidad. Si en la revisión hay cambios, se interviene; si se repite el aflojamiento, se investiga el origen mecánico.
En escenarios donde el acceso ha sido manipulado varias veces y el material de sellado ha contaminado la cabeza, merece la pena renovar la corona o el tapón de acceso para evitar que el siguiente mantenimiento sea una batalla. Es detalle, pero se agradece en el siguiente episodio.
Un apunte sobre calidad de componentes
La compatibilidad real entre tornillo, pilar e implante no se resume en “entra y sale”. Las tolerancias de fabricación, la calidad del mecanizado, el tratamiento de las superficies y la exactitud del cono o del hexágono determinan cómo se comporta la unión bajo carga. Componentes genéricos de baja precisión, aunque engañen en el banco, acumulan micromovimientos en boca. Con los tornillos, eso se paga rápido. Elegir componentes verificados que respeten la geometría de la conexión para la que fueron diseñados es una decisión que, literalmente, compra estabilidad.
Lo que mantiene el tornillo en su sitio a largo plazo
Si hubiera que resumir la receta, sería esta: precarga suficiente y estable, diseño protésico que favorezca cargas axiales, oclusión ajustada con criterio y mantenimiento programado. Alrededor, decisiones que empujan en la misma dirección: conexión que reduzca micromovimientos, evitar cantiléver innecesarios, controlar hábitos parafuncionales, emplear tornillos de calidad y reemplazarlos cuando den señales de fatiga. Nada heroico; puro oficio. Y sí, funciona.
Estabilidad que dura: la suma de pequeñas decisiones
El tornillo de un implante no se afloja por azar. Hay causas concretas y soluciones precisas. Cuando se respeta el torque del fabricante, se limpia la interfase, se retorquea tras el asentamiento y se alinea la oclusión con la realidad masticatoria del paciente, el conjunto se vuelve predecible. Si el diseño evita palancas —mesas oclusales contenidas, cantiléver controlados, conexiones estables— y el mantenimiento no se deja para mañana, la probabilidad de que el tornillo dé guerra cae a mínimos razonables.
El reto, en el día a día, está en no saltarse pasos. Una llave dinamométrica revisada a tiempo, una rosca libre de restos, un retorque disciplinado, un ajuste oclusal fino y una férula bien indicada pesan más que cualquier promesa de material milagroso. Porque la mecánica no negocia: o hay precarga y fricción suficientes, o el tornillo tenderá a girar. A partir de ahí, cada caso exige criterio. Y cuando éste guía las decisiones, la estabilidad deja de ser un deseo para convertirse en rutina.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Elsevier España, COEM, SEPA, SEPES.

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