Salud
Por qué se hinchan los tobillos: causas reales y alivio eficaz

Lo esencial sobre la hinchazón de tobillos: causas reales, señales de alarma y alivio del edema con hábitos, compresión y tratamiento eficaz.
La hinchazón de los tobillos obedece casi siempre a un fenómeno sencillo de entender: el organismo acumula líquido en los tejidos periféricos —edema— o activa una respuesta inflamatoria local tras una sobrecarga o una lesión. Se manifiesta con marcas del calcetín que no estaban por la mañana, con zapatos que aprietan al atardecer, con esa sensación de pesadez que invita a sentarse. Suele tener explicaciones benignas, como la insuficiencia venosa crónica, el calor, el embarazo o un día interminable sentado. Ahora bien, conviene no banalizarlo: también puede ser el primer aviso de problemas cardiacos, renales o hepáticos, de un trombo en la pierna, de un sistema linfático atascado o de fármacos que retienen líquidos. Detectar el patrón y actuar con criterio marca la diferencia entre un simple ajuste de hábitos y una consulta urgente.
Las medidas básicas funcionan: movimiento cada hora, elevación franca de las piernas por encima del nivel del corazón durante intervalos de 10 a 15 minutos, hidratación adecuada y moderación de la sal. Las medias de compresión graduada, bien indicadas y de la talla correcta, descargan el sistema venoso y mejoran la sensación de pesadez. Señales de alarma que obligan a buscar asistencia el mismo día: aumento súbito y marcado en una sola pierna con dolor y calor local, piel enrojecida y tensa, fiebre, falta de aire o dolor torácico, antecedentes recientes de vuelo largo, inmovilización, cirugía, yeso o toma de anticonceptivos. Si los síntomas son bruscos, intensos o acompañados de dificultad respiratoria, la llamada a emergencias no es negociable.
Por qué se hinchan los tobillos: estos son los motivos
El tobillo es un punto clave en la batalla por el equilibrio de líquidos. La sangre que baja por gravedad debe volver al corazón contra esa misma gravedad con ayuda de las válvulas venosas y de la bomba muscular de la pantorrilla; a su vez, los pequeños capilares filtran líquido hacia el espacio intersticial, mientras que las proteínas del plasma lo “recapturan” y el sistema linfático retira el excedente. Si alguna de estas piezas falla —aumenta la presión en las venas, bajan las proteínas, se altera la permeabilidad capilar o el drenaje linfático se bloquea—, el líquido se queda donde no debe y aparece el edema. Es una ecuación en equilibrio inestable en la que influyen postura, temperatura, hormonas, medicación, edad, peso corporal, antecedentes de lesiones y enfermedades sistémicas.
El patrón temporal da pistas. La hinchazón por estasis venosa suele empezar por la tarde y mejora al acostarse con las piernas en alto; la de origen linfático fluctúa menos, afecta con frecuencia el dorso del pie y con el tiempo deja una piel más dura, acolchada, sin fóvea evidente al presionar. Si el problema es sistémico —insuficiencia cardiaca, renal o hepática—, el edema suele ser bilateral, ascendente y se acompaña de otros síntomas: dificultad para respirar al esfuerzo o al tumbarse, aumento rápido de peso por retención hídrica, orinas espumosas, ictericia o cansancio extremo. En la lesión aguda, en cambio, predomina el dolor localizado, el calor y, a veces, el derrame articular. Un buen interrogatorio y una exploración cuidadosa ordenan el mapa.
Causas frecuentes, de lo cotidiano a lo clínico
La primera parada, por pura prevalencia, es la enfermedad venosa crónica. Cuando las válvulas de las venas de la pierna —esas compuertas que evitan el reflujo— no cierran bien, la sangre se remansa y aumenta la presión en los capilares de los tobillos. Aparecen pesadez, calambres nocturnos, prurito, varices visibles y esa hinchazón vespertina que retrocede al elevar las piernas o al ponerse medias de compresión. No es solo una cuestión estética: con los años pueden aparecer manchas ocres en la piel, eczemas y, en casos avanzados, úlceras venosas que duelen y condicionan la vida diaria. El abordaje escalonado —hábitos, compresión, tratamientos endovenosos o cirugía según el caso— logra mejoras notables cuando se hace a tiempo y con seguimiento.
Las lesiones y la sobrecarga son otra fuente habitual. Esguinces por torsiones del pie, microtraumatismos repetidos en corredores, impactos directos en el maléolo al tropezar con la mesa. El proceso inflamatorio hincha los tejidos, sube la temperatura local y duele al apoyo. Suele ser unilateral y con antecedentes claros, aunque a veces el “me lo hice caminando normal” esconde una inestabilidad crónica del tobillo que conviene rehabilitar. El manejo inicial clásico —reposo relativo, hielo en fases tempranas, compresión elástica y elevación— sigue vigente, pero una vez pasada la fase aguda importa activar pronto, trabajar la propiocepción y valorar si hubo lesión ligamentosa que precise fisioterapia dirigida o, en contadas ocasiones, intervención.
El linfedema plantea otra película. No se trata simplemente de “agua acumulada”, sino de linfa que no se drena adecuadamente por malformaciones congénitas, secuelas de cirugías oncológicas o radioterapia, infecciones repetidas o una obesidad marcada que comprime los vasos linfáticos. La piel puede engrosarse, el dorso del pie se abomba, el calzado deja de sentar como antes y, con el tiempo, aparece esa consistencia más gomosa que no deja fóvea clara con la presión del dedo. Su tratamiento no gira en torno a diuréticos —no hacen gran cosa—, sino a una terapia descongestiva compleja que combina drenaje linfático manual, vendajes multicapa, ejercicio terapéutico, medias específicas de compresión y cuidado meticuloso de la piel para evitar infecciones.
Ciertos medicamentos hinchan los tobillos por mecanismos bien descritos. Los bloqueadores de los canales de calcio empleados en hipertensión —amlodipino, nifedipino— dilatan arteriolas y facilitan la extravasación de líquido; los antiinflamatorios no esteroideos retienen sodio; los corticoides, a dosis moderadas o altas y en pautas prolongadas, alteran el balance hídrico; algunos antidiabéticos, como las tiazolidinedionas, y tratamientos hormonales con estrógenos también pueden sumar. La solución pasa por revisar con el profesional la pauta, ajustar dosis, cambiar de molécula o añadir compresión cuando procede. Suspender por cuenta propia no es buena idea: conviene evaluar el conjunto y decidir con criterio.
El embarazo concentra varios factores que favorecen el edema periférico: aumento del volumen plasmático, relajación de la pared vascular por hormonas y compresión del retorno venoso por el útero a medida que avanza la gestación. Se nota especialmente a última hora del día y en ambientes calurosos. La recomendación pasa por caminar a diario, evitar estar mucho tiempo de pie o sentada, elevar las piernas, hidratarse y usar compresión si está indicada. Alerta solo cuando aparecen signos de alarma como dolor intenso en una sola pierna, cefalea severa con alteraciones visuales, tensión arterial elevada o dolor torácico.
La patología sistémica merece mención aparte. En la insuficiencia cardiaca, el corazón bombea con menos fuerza, aumenta la presión venosa y el líquido se escapa a los tejidos, sobre todo en zonas declives. El edema es bilateral, asciende a las piernas y puede acompañarse de ortopnea —dormir con más almohadas—, disnea paroxística nocturna, fatigabilidad y edemas que también afectan la pared abdominal. En la enfermedad renal, el riñón retiene sodio y agua, y si hay pérdida de proteínas en la orina, disminuye la presión oncótica que “mantiene” el líquido dentro de los vasos; es típico notar hinchazón matutina en párpados además de tobillos. En la enfermedad hepática avanzada, la menor síntesis de albúmina reduce esa presión oncótica y predispone a edemas y ascitis. Escenarios distintos con un nexo común: el tobillo como barómetro de un desajuste mayor.
Existen, menos frecuentes, causas endocrinas como el hipotiroidismo, que puede acompañarse de un edema más duro al tacto por depósito de mucopolisacáridos en la piel, junto a piel seca, voz ronca, somnolencia y tendencia al frío. También procesos inflamatorios articulares —gota, artritis reumatoide— y la celulitis bacteriana, que cursa con dolor agudo, enrojecimiento bien delimitado y fiebre. Y, por supuesto, la trombosis venosa profunda: una pierna que se inflama más que la otra, con dolor en la pantorrilla al caminar o al apretar, calor local y a veces una vena palpable es un cuadro que no admite esperas. La confirmación se realiza con ecografía Doppler y el tratamiento, si procede, es la anticoagulación pautada.
Cuándo hay que actuar rápido
Hay señales que elevan el listón y piden respuesta médica en el día. Hinchazón súbita, muy marcada y de un solo lado con dolor que no deja apoyar, enrojecimiento llamativo y piel tensa: sospecha de trombosis o de infección. Acompañantes que preocupan: fiebre, escalofríos, aparición de líneas rojas que ascienden por la pierna, antecedentes cercanos de inmovilización, cirugía, reposo prolongado, fracturas, parto reciente o uso de anticonceptivos hormonales según el contexto. La combinación de edema en piernas, falta de aire al reposo o con esfuerzos mínimos, tos nocturna y ortopnea obliga a pensar en descompensación cardiaca. Si se suma dolor torácico o sensación de palpitaciones caóticas, la evaluación urgente es la vía.
Las asimetrías ayudan a decidir. Edema bilateral, de progresión lenta, que empeora al final del día y mejora por la noche orienta hacia estasis venosa o efecto del calor. Edema matutino en párpados y aumento de peso con piernas hinchadas sugiere componente renal. Ictericia, astenia y pérdida de masa muscular junto a tobillos marcadamente hinchados hacen mirar al hígado. Piel brillante con aspecto acolchado y dorso del pie comprometido en una hinchazón que no deja hoyuelo —o lo deja poco—, con cambios cutáneos progresivos, apunta al linfedema. La cronología, el contexto y la exploración definen la urgencia y la profundidad del estudio.
Lo que sí ayuda en casa (y lo que no conviene)
Moverse es la primera medicina. La bomba plantar y la contracción de los gemelos están diseñadas para impulsar el retorno venoso. Cada hora de trabajo sedentario, cinco minutos de caminar, flexiones y extensiones de tobillo, rotaciones sencillas y una mini rutina de puntillas-talon punta activan el sistema. Elevar los pies por encima del corazón tres veces al día durante 10 o 15 minutos, con el tronco cómodo y las rodillas ligeramente flexionadas, reduce la presión hidrostática y mejora la sensación de bulto y pesadez. Hidratarse con regularidad evita la retención paradójica que genera el miedo a beber; el cuerpo, cuando percibe escasez, retiene. Moderar la sal, sin obsesiones, ayuda en cuadros sensibles al sodio.
Las medias de compresión graduada son una herramienta potente. Bien prescritas, con la presión adecuada y la talla correcta, favorecen el retorno y limitan el edema en enfermedad venosa crónica y en algunos linfedemas. Importa ponérselas por la mañana, antes de que la hinchazón progrese, y retirarlas por la noche. No todas las compresiones sirven para cualquiera: en personas con arteriopatía periférica significativa, neuropatías o heridas isquémicas hay que individualizar. También conviene aprender a colocarlas con técnica —guantes de goma, donning aids— para que no se conviertan en un tormento diario. La adherencia depende mucho de la comodidad y de la estética: hoy hay opciones discretas que no parecen “ortopedia”.
El frío local tras un traumatismo reciente mitiga el edema inflamatorio, pero tiene poco papel en la estasis venosa crónica. El calor excesivo agrava la vasodilatación; termas y saunas no son los mejores aliados de unos tobillos que protestan por estasis. Masajes vigorosos sin indicación o realizados sobre un trombo sospechado son una mala idea. Los diuréticos de venta libre no son inocuos: alteran electrolitos, deshidratan y, sin un motivo médico concreto, aportan poco en el edema por falla venosa o linfedema. Ante un dolor o una hinchazón llamativos, la automedicación con antiinflamatorios puede complicar la función renal o interferir con otros tratamientos; primero la valoración, luego la pauta.
El peso corporal influye. La obesidad eleva la presión en las venas, dificulta el drenaje linfático y añade una carga mecánica brutal a las articulaciones del tobillo. Una pérdida paulatina y sostenida de peso suma beneficios en circulación, articulaciones y capacidad de movimiento. Elegir un calzado con horma generosa, amortiguación equilibrada y sujeción adecuada del retropié evita que el tobillo “baile” dentro del zapato y se sobrecarguen ligamentos. Los tacones altos desplazan el centro de gravedad y acortan gemelos y Aquiles; mejor moderación.
Pruebas, diagnósticos y tratamientos posibles
El camino diagnóstico empieza con una historia clínica bien armada. Preguntas básicas: cuándo empezó la hinchazón, si es bilateral o unilateral, qué la empeora y qué la alivia, si hay dolor, fiebre, disnea, antecedentes de viajes largos, cirugías, inmovilizaciones, esguinces repetidos, varices, enfermedades cardiacas, renales o hepáticas, medicación habitual y cambios recientes. En la exploración, la inspección evalúa simetrías, cambios de color, temperatura y lesiones cutáneas; la palpación comprueba fóvea —ese hoyuelo que deja el dedo—, dolor localizado y consistencia de los tejidos; se mide perímetro a distintas alturas. Con esa base, las pruebas se eligen con puntería.
La ecografía Doppler venosa es la herramienta clave ante sospecha de trombosis o para valorar enfermedad venosa crónica. Permite visualizar el flujo, la compresibilidad de las venas y la presencia de trombos. En patologías articulares, una ecografía musculoesquelética detecta derrames, tenosinovitis, roturas parciales o engrosamientos ligamentarios. Si el cuadro orienta a causas sistémicas, el análisis de sangre y orina busca anemia, función renal y hepática, proteínas, hormonas tiroideas y presencia de proteínas en orina; una radiografía de tórax o un ecocardiograma se solicitan cuando la clínica lo pide. En el linfedema, además de la clínica, pueden emplearse linfogammagrafía o resonancia en centros especializados, aunque no siempre son necesarias para iniciar tratamiento.
El abanico terapéutico depende de la causa. En la insuficiencia venosa leve a moderada, la piedra angular son hábitos, compresión, ejercicio y control del peso. En casos seleccionados con reflujo significativo, los tratamientos endovenosos —ablación con láser o radiofrecuencia, esclerosis con espuma, adhesivos— y la cirugía de varices alivian síntomas y previenen progresión. En la trombosis, la anticoagulación guiada por protocolos bien definidos evita complicaciones mayores; el seguimiento ajusta la duración del tratamiento según factores de riesgo. En la celulitis, antibióticos y elevación; en la gota, antiinflamatorios pautados, colchicina o terapias uricemiantes según la fase. En la insuficiencia cardiaca o renal, los diuréticos se emplean con control estrecho, junto a los fármacos de base que mejoran función y pronóstico.
El linfedema exige una estrategia a medio y largo plazo. La terapia descongestiva compleja arranca con una fase intensiva —drenaje manual, vendajes multicapa, ejercicios— y continúa con mantenimiento mediante medias o prendas a medida, autocuidados y revisiones periódicas. La piel debe tratarse con mimo: hidratación diaria, higiene cuidadosa, atención a pequeñas heridas o picaduras que pueden ser puerta de entrada a infecciones. En algunos casos, la cirugía reconstructiva linfática —anastomosis linfáticovenosas, trasplantes de ganglios— ofrece opciones, aunque su indicación es selectiva y requiere equipos experimentados.
En el embarazo, el tratamiento es conservador: caminar, nadar o practicar ejercicios de bajo impacto, pausas regulares para mover los tobillos, elevación al descanso y compresión si está indicada. Después del parto, la situación suele normalizarse. Con los fármacos que provocan edema, el ajuste individual hace milagros: cambiar de familia antihipertensiva, reducir dosis o añadir compresión según tolerancia.
Cuidar las piernas a largo plazo: hábitos que funcionan
La prevención pisa sobre terreno firme. Alternar periodos de bipedestación con movimiento dinámico evita el “efecto columna de agua” que actúa sobre los tobillos. Quien pasa horas sentado puede planificarse pequeñas rutas: cada llamada de trabajo, de pie; cada correo largo, pausas activas; la impresora lejos para obligarse a caminar. Las escaleras superan al ascensor cuando el cuerpo lo permite; subir dos o tres plantas al día activa gemelos y glúteos, fortalece el retorno y mejora la resistencia. Las pedalinas bajo escritorio y las plataformas de balanceo son útiles si fomentan constancia, aunque nada sustituye a levantarse y andar.
El entrenamiento de fuerza merece su espacio. Cuádriceps, glúteos y gemelos potentes descargan las articulaciones del tobillo y mejoran el sistema venoso profundo. Dos o tres sesiones semanales con ejercicios sencillos —sentadillas adaptadas, elevaciones de talones, zancadas controladas, trabajo de estabilidad del tobillo sobre superficies inestables— cambian el día a día. El trabajo de propiocepción tras esguinces reduce recaídas: equilibrio a una pierna, tablero de Freeman, saltos suaves con control. La flexibilidad cuenta: gemelos y sóleo acortados tensan la cadena posterior y alteran la mecánica de la marcha, favoreciendo sobrecargas.
La alimentación suma con pasos pequeños: control de sal razonable —especialmente en personas sensibles al sodio—, proteínas suficientes para mantener una buena presión oncótica, frutas y verduras que aporten potasio y fibra, y una hidratación distribuida a lo largo del día. Beber de golpe por la noche no compensa lo que no se ha bebido por la mañana. El alcohol, en exceso, contribuye a la deshidratación y puede empeorar la función cardiaca o hepática; la cafeína, según el umbral personal, no es la protagonista del edema, pero conviene no abusar.
El cuidado de la piel no es accesorio. Piel seca y tensada por el edema se fisura y pica, y el rascado abre puertas a infecciones. Hidratantes ricos aplicados con masaje suave ascendente favorecen el retorno. Revisar a diario entre los dedos del pie y los bordes del calzado evita sorpresas. Los calcetines con compresión ligera —sin goma que estrangule— y las costuras planas son aliados discretos. El zapatero importa: alternar pares, permitir que el calzado se seque por completo, usar plantillas si hay pie plano o valgus ayuda a la mecánica del tobillo.
El descanso también juega: levantar ligeramente los pies de la cama con tacos o un alza bajo las patas del somier no está indicado para todo el mundo, pero en algunos casos de estasis venosa ayuda a que la noche sea más “drenante”. Dormir con demasiadas almohadas bajo las pantorrillas, en cambio, flexiona en exceso la rodilla y puede comprimir el hueco poplíteo; mejor elevación desde el muslo con soporte amplio y ergonómico.
Pasos firmes para evitar recaídas
El edema maleolar no es un misterio insondable ni una fatalidad inevitable. Es un síntoma con múltiples caras que a menudo responde a medidas sencillas y a una lectura cuidadosa del contexto. La hoja de ruta cabría en pocas líneas: identificar el patrón (simétrico o no, doloroso o no, nocturno o vespertino, con o sin disnea), activar el cuerpo cada hora, elevar las piernas con intención, moderar la sal sin dogmas, escoger bien el calzado, trabajar fuerza y propiocepción, considerar la compresión —indicada y a medida— y revisar medicación cuando toca. Si la película cambia de tono —dolor súbito en una pierna, fiebre, falta de aire, peso que sube demasiado rápido, piel que se enrojece y arde—, toca consulta prioritaria.
Queda un último apunte que rara vez se destaca: la constancia vence al “atajo”. Unas medias bien puestas cada mañana protegen más que un spray milagroso, diez pausas activas al día superan al fin de semana de sofá y hielo, un ajuste sensato de fármacos pesa más que una lista interminable de suplementos. En quienes arrastran varices, el consejo temprano y el seguimiento evitan que la piel se deteriore; en supervivientes de cáncer con linfedema, el programa de mantenimiento sostiene calidad de vida; en pacientes con cardiopatía o nefropatía, el manejo integrado mejora síntomas y, sobre todo, pronóstico.
No hace falta vivir pendientes del tobillo. Basta con entender su lenguaje: es un barómetro del retorno venoso, de la carga linfática, de la función de órganos mayores. Cuando se hincha, habla; a veces susurra cansancio, otras grita una alerta. Saber leerlo y responder a tiempo —con movimiento, con compresión bien indicada, con una valoración profesional cuando toca— permite volver a pisar con seguridad. Y sí, con los zapatos de siempre. Con los calcetines sin marca. Con la rutina en paz. Con la certeza de que, a partir de hoy, cada paso cuenta.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Fundación Española del Corazón, Sociedad Española de Medicina Interna, Asociación Española Contra el Cáncer, Junta de Castilla y León, Revista Angiología (SEACV).

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