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Cultura y sociedad

¿Qué cambia tras el funeral por la DANA en València?

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funeral por la DANA en València

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Funeral de Estado en València, memoria de 237 víctimas y decreto que fija el 29-O como luto oficial. Claves, tensiones y cambios pendientes.

La jornada del 29 de octubre de 2025 deja un saldo inmediato y visible. La memoria de las 237 víctimas se ha honrado con un funeral de Estado sobrio, laico y centrado en las familias, celebrado en el Museo de las Ciencias de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. El acto, de algo menos de una hora, puso voz y nombre a cada fallecido —229 en la provincia de Valencia, 7 en Castilla-La Mancha y 1 en Andalucía— y culminó con un mensaje institucional que pide aprender de la tragedia. El duelo, en la sala y en la calle, convivió con una exigencia de responsabilidades que no cede.

Lo que cambia desde hoy es doble. Políticamente, el Consell establece el 29 de octubre como jornada de luto oficial en la Comunitat Valenciana, un gesto que fija en el calendario un recordatorio anual y abre un marco para evaluaciones periódicas de prevención, respuesta y reparación. Socialmente, el funeral sella un pacto simbólico: la memoria de las víctimas salta a la primera línea institucional, con los reyes y el presidente del Gobierno arropando a las familias y poniendo foco en las lecciones pendientes. Nada de esto borra el dolor. Tampoco apaga las protestas que acompañaron al president Carlos Mazón, interpelado con gritos dentro y fuera del recinto. El país mira al pasado reciente con una pregunta operativa: qué se va a corregir a partir de ahora.

Un acto de Estado con memoria y nombres

El homenaje fue concebido para que la palabra “víctima” dejara de ser un número. En el Ágora del museo, bajo la luz fría de la arquitectura y con una escenografía mínima, se leyeron uno a uno los nombres de quienes murieron en la DANA del 29 de octubre de 2024. Ese inventario humano, sostenido, quebró el tiempo del protocolo. No hubo liturgias religiosas ni discursos cruzados. Fue un funeral laico, presidido por Felipe VI y la reina Letizia, con Pedro Sánchez y las principales autoridades del Estado en primera fila: la presidenta del Congreso, Francina Armengol; el presidente del Senado, Pedro Rollán; y la presidenta del Tribunal Supremo, Isabel Perelló, entre otros. También se reservó un tramo destacado para tres familiares que hablaron en nombre de todos: Virginia Ortiz Riquelme, Andrea Ferrari y Naiara Chuliá. Cada intervención aportó una capa distinta: denuncia, memoria y la dureza doméstica de explicarle a dos niños que su padre no volverá.

Antes de entrar en el auditorio, los reyes se reunieron en privado con diez familiares. Hubo abrazos, miradas largas, frases cortas. El encuentro no estaba pensado para titulares, sino para escuchar y acompañar. Al terminar el funeral, el adagio del Concierto de Aranjuez puso una música grave a la salida. La reina recibió una rosa de una mujer que se le acercó llorando; varios familiares formaron entonces una fila espontánea. La imagen —esa fila— cuenta más que cualquier adjetivo.

El mensaje de Felipe VI: rigor y serenidad

El discurso del rey fue austero, casi quirúrgico en su tesis: “Rigor y serenidad” para extraer lecciones de lo ocurrido y mejorar la capacidad de respuesta ante grandes emergencias. Agradeció el coraje de las familias, subrayó que la memoria no puede limitarse al duelo y apeló a “evitar o minimizar” en el futuro los efectos de fenómenos extremos. No hubo enumeraciones concretas, pero sí una línea de fondo: analizar causas y procesos con un estándar más exigente, de forma técnica y sin estridencias. Ese tono —contenido, institucional— contrasta con la temperatura política exterior al acto, y a la vez marca un marco de trabajo: no basta con recordar; hay que cambiar procedimientos.

El rey se detuvo también en el lenguaje del afecto, con un pasaje dirigido a quienes “siguen buscando fuerzas en los recuerdos”. No fue retórica. Cuando el Estado ocupa el centro de la escena, el reconocimiento público es una forma de reparación. Pero la textura de la jornada no fue solo la del abrazo: al salir, rompió el silencio helado de la sala una oleada de gritos contra el president valenciano. Allí quedó al descubierto la otra capa del día.

Las familias: dolor, exigencias y testimonios

La voz de los familiares pesó por encima de cualquier otro elemento. Virginia Ortiz Riquelme, prima de Juan Alejandro Ortiz y vecina de Letur, endureció el foco al hablar de quienes omitieron su deber y con ello habrían derivado en muertes evitables. No apuntó nombres, pero sí estableció una línea de responsabilidad que electrizó la sala: la omisión también cuenta en la cadena de causas. El aplauso dentro del auditorio fue sostenido.

Andrea Ferrari, hija de Eva Canut, pidió lo esencial: verdad, respeto y humanidad. Con el soporte de la voz quebrada insistió en que “mientras exista memoria nunca habrá olvido”. Ese eje —memoria con contenido— es quizá el que mejor define lo que reclaman hoy las familias: no solo un recuerdo ritual, sino una política pública que se reescriba a partir de lo aprendido. No quieren frases huecas, sino que cada octubre el Estado rinda cuentas de qué ha cambiado exactamente.

Naiara Chuliá completó el triángulo con un testimonio íntimo que expuso lo cotidiano del desastre: dos hijos que se convierten en tabla de salvación, la frase imposible de decirles que su padre no volverá, el reloj detenido en un 29 de octubre que ya no es una fecha, sino un paisaje. El público escuchó sin moverse. Cuando el dolor baja a esos centímetros —la pizza que ya no llega a la mesa de siempre, el coche que no entra en el garaje—, el debate público pierde abstracción y gana urgencia concreta.

Esa urgencia no es solo emocional. Las asociaciones de víctimas han cuestionado la presencia del president Carlos Mazón en el funeral. Por ese motivo, el jefe del Consell no participó en el encuentro privado con las familias. Sí estuvo en el recibimiento institucional a Sánchez y, después, a los reyes a la entrada del museo. Que parte del público irrumpiera con gritos de “dimisión” y otras consignas hostiles —«cómplices», «asesinos», «traidores»— habla de un desgarro político que persiste un año después. No es un matiz. Es el clima.

La tensión política: abucheos y responsabilidades

La línea institucional intentó sostenerse sobre un mensaje: no es día para la confrontación. Lo dijo Carlos Mazón en su declaración institucional por el primer aniversario. Y añadió algo más relevante: que el 29 de octubre de 2024 “hubo cosas que debieron funcionar mejor” y que, aun intentando lo mejor en una circunstancia inimaginable, “no fue suficiente”. Ese reconocimiento —parcial, sin entrar en pormenores— importa más de lo que parece. Las familias lo pedían: llamar a las cosas por su nombre.

El Consell movió además una pieza con consecuencias prácticas: declarar el 29 de octubre día de recuerdo a las víctimas de la DANA y jornada de luto oficial en toda la Comunitat Valenciana. El gesto fija una liturgia cívica: cada año se abrirá un espacio institucional para honrar, evaluar y corregir. El president habló de la determinación de su gobierno de “no dejar a nadie atrás”, acelerar la recuperación, reforzar la seguridad y mejorar la prevención. La letra es correcta; la melodía, conocida. La cuestión real —y ahí volverá el foco público— es qué medidas concretas asumirán la Generalitat, los ayuntamientos y la Administración General del Estado en planeamiento urbano, gestión de cauces, comunicación de emergencias y coordinación operativa.

El choque verbal dentro y fuera del museo, con gritos como «Mazón, dimisión», mostró una herida que no se cierra con protocolos. La presencia, o no, de determinadas autoridades en actos de duelo no es un detalle: condiciona la convivencia del homenaje con el legítimo derecho a la protesta. En València, esa fricción fue audible. Y al margen del ruido, la política autonómica queda emplazada a reseñar avances medibles: inversiones ejecutadas, tiempos de respuesta recortados, sistemas de alerta mejor calibrados, puntos negros intervenidos, protocolos actualizados. No un listado para la prensa, sino cambios que se noten.

Las marchas bajo la lluvia: duelo colectivo en l’Horta Sud

A la misma hora, el duelo caminaba bajo la lluvia. Dos columnas —una desde Albal hacia el norte, otra desde La Torre y Sedaví hacia el sur— avanzaron en silencio por la misma vía que cosió los municipios golpeados de la zona cero. Benetússer fue el punto de encuentro, en la plaza de la Chapa, donde la lluvia frustró el programa previsto de intervenciones y música. Ni luces ni altavoces: megáfono en mano, los manifiestos de organizaciones sociales y vecinales se leyeron bajo un aguacero que empapó pancartas y chaquetas. La escena —un megáfono que se acopla en una plaza llena— es parte de la memoria de este aniversario.

Cuando las dos marchas confluyeron, el silencio se rompió con consignas: «Mazón dimisión», «No son muertos, son asesinados», «Ni olvido ni perdón». Sonó “La Procesó de la Memòria”, con tambores y dulzainas, y se levantó un castillo humano al ritmo de la Muixeranga. No fue un acto improvisado, sino una liturgia civil que ha ido madurando durante el año: velas en balcones, camisetas con lemas como «cómplices, asesinos, traidores» y «la verdad siempre vence», minutos de silencio en patios de colegio y fábricas. El luto comunitario se expresa con una gramática propia.

Los portavoces de los colectivos pusieron el tiro en las políticas “temerarias y negacionistas” que, a su juicio, habrían convertido a l’Horta Sud en una “trampa”: más asfalto, más superficie impermeable, más áreas industriales sin el drenaje suficiente. Señalaron una geografía crítica —el barranco, los polígonos, los accesos— y reclamaron responsabilidades políticas y penales. No es unívoco el diagnóstico técnico, pero el mensaje social está claro: reclaman cambios estructurales, no parches.

En paralelo, la política local —alcaldías y plenos municipales— empieza a pisar el acelerador: revisiones de planes generales, estudios de hidráulica urbana, auditorías de bombeos y limpiezas de cauces con calendario. El reto es clásico y difícil: cómo compatibilizar actividad económica y seguridad en una comarca densa, atravesada por tránsitos diarios y con zonas inundables bien conocidas por la memoria popular. El aniversario devuelve esos mapas a la mesa.

Lecciones prácticas para evitar otra tragedia

El discurso de las autoridades y la calle converge en un mismo punto: aprender rápido y actuar mejor. Las lecciones no son abstractas; están sobre el terreno. La primera, evidente, es la comunicación de riesgos. En un episodio con lluvias torrenciales, cada minuto cuenta. La población necesita mensajes claros, coordinados y tempranos, con instrucciones operativas (qué vías evitar, qué zonas elevar, cuándo no coger el coche, dónde localizar puntos seguros). Las alertas tienen que llegar a móviles, radio, paneles de tráfico y redes sociales con un único mando de mensaje y horarios precisos. Es clave ensayar la comunicación en simulacros y medir su eficacia: qué porcentaje de población recibió la alerta a tiempo, cuántos respondieron, qué barreras aparecieron.

Segunda lección: cartografía viva y gestión de puntos críticos. Los mapas de zonas inundables, drenajes saturables y pasos inferiores necesitan hoy capas actualizadas y una lectura operativa: dónde se corta primero, qué itinerarios alternativos se activan, quién tiene la llave de cada barrera física, qué bombeos arrancan de forma remota y con doble alimentación eléctrica. No es solo ingeniería; es procedimiento y mantenimiento. Los barrancos y colectores deben tener planes de limpieza programados y verificados con actas públicas. Una rejilla sin hojas no hace titulares, pero salva vidas.

Tercera lección: coordinación interadministrativa. En una emergencia, Generalitat, Delegación del Gobierno, Diputación, ayuntamientos, policía local, Guardia Civil, Bomberos, SAMU y Protección Civil tienen que hablar el mismo idioma. Eso implica protocolos compatibles, centros de mando con interoperabilidad real, canales redundantes y mandos claros. Cuando las decisiones viajan por cuatro ventanillas, se pierde tiempo. Cuando hay un responsable por zona, los equipos pisan primero.

Cuarta lección: urbanismo y agua. La huella impermeable se expande con cada nave y cada aparcamiento. Las soluciones son conocidas, aunque no siempre se ejecutan con vigor: Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible (SUDS), tanques de tormenta, laminación en origen, verde funcional que no es decorativo sino infraestructura. La licencia de un gran proyecto industrial no debería salir sin su plan de escorrentía medible. Y los pliegos de obra pública pueden exigir permeabilidad, pendientes controladas, aliviaderos y monitorización. Todo ello forma parte de una prevención moderna que ya no se reduce a “limpiar el barranco”.

Quinta lección: movilidad y autoprotección. Si hubiera que grabar una sola pauta en la memoria colectiva, sería esta: no circular en coche por pasos subterráneos, túneles o zonas anegadas en un episodio severo. La mayoría de los rescates se concentran ahí. La movilidad durante una DANA exige cerrar a tiempo puntos bajos, lanzar rutas alternativas con señalización física, desplegar agentes y voluntarios en nodos clave y comunicar en tiempo real con mapas oficiales. La autoprotección —elevar a plantas altas, cortar electricidad en zonas comprometidas, no atravesar corrientes— debe repetirse como tabla de multiplicar, con campañas estacionales.

Sexta lección: datos y auditoría. Un año después, los tiempos de respuesta y las llamadas al 112, los cierres de carreteras, los rescate por municipios, los puntos con mayor lámina de agua deberían figurar en un informe público con indicadores replicables. La auditoría no es un castigo; es un manual de mejora continua. Lo sensato sería publicar cada octubre —coincidiendo con el día de recuerdo— un balance con gráficos sencillos y metas cuantificadas: tiempo medio de alerta, porcentaje de población alcanzada, número de simulacros realizados, inversiones ejecutadas y obras en curso. Sin datos, todo se disuelve.

Séptima lección: acompañamiento a largo plazo. Las emergencias dejan lesiones visibles y heridas invisibles. La red pública y concertada de salud mental, los servicios sociales y las oficinas de atención a víctimas han aprendido en esta década que la atención psicológica y la tramitación de ayudas requieren ritmos distintos. El aniversario es también un recordatorio de que la burocracia debe ir por detrás del dolor, no por delante: ventanillas únicas, plazos razonables, gestores de caso que no cambien cada mes. La reparación material es imprescindible, pero la reparación humana es la que tarda más.

Memoria y prevención, las dos palabras que quedan

Hay días que ordenan el calendario. Este 29 de octubre lo hace con una liturgia sobria —un funeral de Estado— y con miles de personas caminando bajo la lluvia por los pueblos más castigados. Queda una fecha con contenido: cada 29-O la Comunitat recordará a las 237 vidas perdidas y, por obligación moral y legal, rendirá cuentas de lo aprendido. La política autonómica, interpelada por los gritos y también por su propia declaración, admite que no todo funcionó y se compromete a mejorar. Es un punto de partida, no de llegada.

El acto en València deja escenas que pesarán: el listado de nombres, el abrazo silencioso de los reyes a los familiares, la rosa entregada a la reina, el adagio de Rodrigo rebotando en el techo, el pasillo de personas que quisieron acercarse a consolar y ser consoladas. Y también deja un debate vivo: si la presencia de autoridades en el funeral debía ser o no, si era oportuno, si se debía separar luto y protesta. La respuesta no es sencilla, pero el hecho es tozudo: la memoria convive con la exigencia de responsabilidades.

La calle habló con dulzainas, con antorchas y con consignas ásperas. El Palau habló con un decreto y con una frase autocrítica. El Jefe del Estado habló de rigor y serenidad. Tres planos, un mismo resultado: o hay cambios medibles o el aniversario se convertirá en un ritual hueco. Cambios medibles no es una consigna: son protocolos reescritos, simulacros anuales, puntos de riesgo mitigados, plazos de obra cumplidos, canales de alerta probados y datos públicos para contrastar.

Queda una provincia —Valencia— que arrastra 229 duelos con nombres propios. Quedan familias en Castilla-La Mancha y Andalucía que han viajado a València para escuchar, quizá por primera vez, el nombre de los suyos dicho desde el escenario del Estado. Queda una comarca, l’Horta Sud, que ha decidido convertir el dolor en movilización cívica. Y queda un gobierno autonómico que ya no puede sostenerse solo en grandes palabras: deberá explicar, con fechas y obras, qué ha cambiado.

El funeral no ha cerrado nada. Ha ordenado el dolor y ha señalado tareas. Cuando dentro de un año se vuelva a encender la jornada de recuerdo, el examen será simple: ¿han mejorado los tiempos de alerta? ¿se han intervenido los puntos negros? ¿existe un informe público con indicadores claros? Las familias no buscan épica. Buscan que no se repita. Y que, si llega otra tormenta extrema, la respuesta sea más rápida, más clara y más segura.

Entre tanto, la memoria descansa en dos palabras que se han repetido hoy: memoria —para no olvidar lo ocurrido y a quién se llevó— y prevención —para que el próximo temporal encuentre a la Comunitat más preparada. Lo demás es ruido. Y el ruido, también hoy, ha tenido su lugar. Pero no es lo esencial. Lo esencial está en ese listado de 237 nombres que se escuchó en València y en el compromiso, verificable, de que aprendimos algo. Porque el 29-O ya no es una fecha cualquiera: es el día en que la memoria pide cuentas.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: RTVE, Generalitat Valenciana, EFE, El País, DOGV.

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