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En que mano se pone el anillo de casado: no todos lo saben

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en que mano se pone el anillo de casado

La norma en España: alianza en la derecha; Cataluña y Comunitat Valenciana, en la izquierda. Consejos útiles, diferencias y cómo combinarla.

En España, la costumbre dominante es inequívoca: la alianza matrimonial se coloca en el dedo anular de la mano derecha. Lo hacen mujeres y hombres, en ceremonias religiosas y civiles, y se mantiene en la vida diaria sin que nadie levante una ceja. La tradición está muy extendida y forma parte del paisaje social: aparece en los retratos de boda, en las fotos de brindis, en los primeros planos cuando se firma el acta y en las crónicas locales. En que mano se pone el anillo de casado aquí tiene una respuesta clara, reconocible.

Hay una salvedad conocida y asentada. En Cataluña y en la Comunitat Valenciana la alianza suele llevarse en la mano izquierda, también en el anular. No es una moda reciente ni una excentricidad; responde a un uso histórico arraigado, transmitido de familia en familia, que convive con la práctica de la mano derecha predominante en el resto del país. A efectos prácticos, ambas opciones son socialmente correctas. Si alguien busca “mano del anillo de boda” pensando en un viaje, una sesión de fotos o un protocolo concreto, el mapa español queda así: derecha en la mayoría de comunidades; izquierda en Cataluña y la Comunitat Valenciana.

Costumbre mayoritaria en España y sus excepciones

La escena habitual del intercambio de alianzas habla por sí sola. Durante la ceremonia, la persona oficia, se leen votos o se pronuncian palabras solemnes y llega el gesto de la alianza. En Madrid, Andalucía, Galicia, Castilla y León, País Vasco, Aragón, Extremadura, Murcia, La Rioja, Asturias, Cantabria, Navarra o Canarias, lo que se ve es la mano derecha. Está tan normalizado que muchos fotógrafos de boda ajustan el plano pensando en esa mano para captar el brillo del aro en el momento del “sí”. En círculos religiosos se añade una explicación simbólica: la mano derecha como mano de la promesa, del juramento, de la firma. En los juzgados o en ceremonias civiles, sin referencias litúrgicas, se mantiene igual porque se entiende como una costumbre civil compartida.

Cataluña y la Comunitat Valenciana siguen su propio canon: izquierda. Es frecuente que el personal de la parroquia, del registro o de la finca ya pregunte de antemano por la mano elegida si detecta nombres, apellidos o lugares de procedencia que apunten a esa tradición. La singularidad no genera debate. Las parejas de mezcla —pongamos, una persona de Zaragoza y otra de València— suelen acordar si unifican criterio o si cada quien coloca la alianza en su mano de referencia. También se ve, menos, que una pareja que celebra su boda en Barcelona adopte la izquierda por respeto a la costumbre local aun siendo de fuera. Nadie lo cuestiona.

Conviene añadir un matiz práctico que aparece una y otra vez. En España, por pura visibilidad social, llevar la alianza en la mano derecha hace que se vea con más facilidad al saludar o al firmar. No es una regla, pero ayuda a entender por qué la derecha se consolidó en gran parte del país: durante décadas, el saludo de mano y la escritura a pluma dejaban a la vista ese círculo de metal. La costumbre viaja bien con los tiempos y resiste a los teléfonos móviles, a los teclados y a la vida digital.

Compromiso, alianza y el orden en las manos

La alianza matrimonial no llega sola. En muchas parejas hay un anillo de pedida —solitario, media alianza, trilogía— que entra en escena meses antes de la boda. ¿Dónde se lleva? En la práctica española más extendida, la pedida se luce a diario en la mano derecha y se reorganiza el día del enlace. Al terminar la ceremonia, la alianza ocupa el anular derecho y la pedida pasa a la izquierda. Quien prefiera lo contrario —pedida a la derecha, alianza a la izquierda— también encuentra encaje, sobre todo en bodas celebradas en Cataluña y la Comunitat Valenciana, donde la alianza se queda a la izquierda desde el primer minuto.

Aquí entra el gusto personal. Las joyerías hablan de tres fórmulas consolidadas. La primera: apilar pedida y alianza en el mismo dedo, jugando con anchos y alturas para que encajen como si fuesen un conjunto. La segunda: dividir, con la alianza a la derecha y la pedida a la izquierda (o al revés en las zonas donde reina la izquierda). La tercera: reservar la pedida para ocasiones, una decisión frecuente en trabajos manuales, en sanidad, en hostelería o en quienes buscan discreción. No hay sanciones sociales ni reglas rígidas. Lo único que suele pedirse es coherencia visual el día de la boda: acordar cómo se colocarán ambos anillos para que la secuencia de fotos y vídeo tenga sentido.

Entre hombres se percibe un cambio de tendencia. Cada vez hay más anillos de compromiso masculinos —sellos discretos, bandas finas en oro blanco, titanio o platino— que se llevan antes de la boda en la mano opuesta a la alianza futura. Una vez casados, o bien se mantienen los dos, cada uno en su sitio, o bien la banda de compromiso se guarda. La etiqueta, de nuevo, es flexible. Lo que cuenta es la comodidad y la historia que se quiere contar con esas piezas.

En bodas igualitarias, la pauta es idéntica: la alianza de matrimonio se coloca en la mano que marque la tradición del entorno donde se celebra o la que la pareja haya elegido como propia. A veces se decide por estética —quién tiene tatuajes en una mano, quién toca guitarra, quién padece dermatitis—; a veces por vínculo cultural —familias catalanas, valencianas o de otros países—. Lo relevante es la alineación interna de la pareja y la claridad en el gesto durante la ceremonia.

Lo que marcan las religiones y los ritos

La ubicación del anillo no depende de una normativa legal; es un símbolo social que bebe de ritos religiosos y usos civiles. En el catolicismo español no existe una obligación canónica sobre qué mano debe lucir la alianza. De hecho, la Iglesia acompaña la costumbre local: derecha en la mayor parte de España; izquierda en Cataluña y la Comunitat Valenciana. El rito matrimonial bendice los anillos y los entrega, pero no fija de forma universal la mano de destino.

En tradiciones cristianas ortodoxas es habitual la mano derecha. En judaismo, durante la jupá el anillo puede colocarse inicialmente en el dedo índice de la mano derecha y luego pasar al anular, generalmente de la izquierda, aunque hay diferencias por comunidad y por país. En matrimonios celebrados bajo costumbres musulmanas, la norma no la dicta el derecho civil ni una liturgia concreta del anillo; el uso varía con la cultura local y con la interpretación religiosa —hay escuelas que desaconsejan el oro en hombres, lo que desplaza la elección hacia la plata, paladio o acero—. En bodas civiles, el criterio es 100 % cultural y familiar. Todo se traduce en lo mismo: el “anillo de casado derecha o izquierda” responde a tradiciones heredadas y a decisiones personales, no a instrucciones obligatorias.

Cuando la ceremonia es mixta —una bendición religiosa y un acto civil, una boda con dos culturas distintas— se impone la regla de la claridad. La pareja define antes dónde irá cada anillo, lo comunica a quien oficia y ajusta la entrega para que el gesto sea limpio. No es raro ver ceremonias en las que primero se coloca la alianza en la mano que manda la tradición del lugar y después se hace un gesto simbólico con la otra mano para honrar la costumbre de la familia del otro miembro de la pareja. Es un detalle que las abuelas celebran.

Qué pasa fuera de España: mapa útil y sin dogmas

A escala internacional, el reparto es variado. En buena parte del mundo anglosajón —Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda, Canadá— la alianza se lleva en el anular de la mano izquierda. También es lo frecuente en Francia, Italia y Portugal. En cambio, en países de Europa Central y del Este —Alemania, Austria, Noruega, Polonia, Rusia— es tradicional la mano derecha. Grecia suele optar por la derecha; los Países Bajos, Bélgica o Suiza tienden a la izquierda, con matices regionales. En América Latina prevalece la izquierda en muchos países, influidos por el canon europeo occidental, aunque las costumbres de la diáspora europea y de comunidades concretas pueden matizar el cuadro.

Este mosaico importa por dos razones muy concretas. Uno, por viajes y mudanzas. Quien se casa en España y se traslada a Londres o Boston no necesita cambiar de mano para “encajar”; nadie lo exige. Pero si se desea mimetizar con el entorno, no hay impedimento para mover la alianza a la izquierda. Dos, por la familia extendida. Cuando llegan invitadas de Múnich o Cracovia, la foto de las manos entrelazadas dirá “derecha” de forma natural; si aterrizan parientes de París o Lisboa, la reacción será la contraria. Conocer el mapa evita debates estériles y ayuda a explicar a la familia internacional por qué en España la alianza aparece en la mano que aparece.

Es interesante observar cómo la globalización ha suavizado fronteras. Cada vez hay más parejas que adoptan la mano que consideran más cómoda o más estética, sin mirar el pasaporte. En ciudades con mezcla cultural alta, como Barcelona, Madrid o València, conviven sin ruido todos los usos: derecha española tradicional, izquierda mediterránea, combinaciones personales. La etiqueta social se ha hecho más tolerante con estas microdecisiones, siempre que la elección sea coherente con la historia de la pareja.

Cuestiones prácticas que cambian la decisión

Hay quien toma la decisión estrictamente por tradición. Y hay quien la toma por razones mundanas, igual de legítimas. La seguridad laboral es la primera. En oficios con maquinaria o con riesgo de enganche —talleres, obra, agricultura, cadenas de producción— conviene elegir un aro de perfil bajo y valorar cuándo llevarlo. En sanidad o alimentación, donde el lavado de manos constante es rutina, el material y el acabado importan para evitar acumulación de jabón o irritaciones. La mano dominante también pesa: muchas personas diestras prefieren liberar la derecha para evitar golpes, por lo que desplazan la alianza a la izquierda aun viviendo en comunidades donde la derecha es mayoritaria. Nadie lo considera una falta.

El deporte influye. Levantamiento de pesas, escalada, tenis, pádel, crossfit, ciclismo: en disciplinas de impacto, el anillo sufre. El sudor, el magnesio, la fricción con la raqueta o con la barra dejan huella. De ahí que hayan ganado terreno soluciones prácticas: alianzas de entrenamiento en silicona para usar en el gimnasio y guardar la pieza de metales nobles para la vida diaria; o, directamente, acostumbrarse a retirarlo y guardarlo en una funda rígida en la taquilla. Quien corre maratones o practica natación en aguas abiertas añade una consideración extra: el frío reduce el volumen de los dedos y puede facilitar que un anillo holgado se deslice. Un ajuste de talla bien medido ahorra disgustos.

La piel manda. Las dermatitis de contacto y las alergias al níquel —presente en algunas aleaciones de oro blanco de bajo coste— obligan a elegir con cabeza. El platino, el oro de alta ley y el paladio ofrecen buen desempeño en pieles sensibles. El titanio y el acero hipoalergénico han ganado posiciones por su ligereza y resistencia. Los acabados —mate sedoso, satinado, cepillado, brillo espejo, diamantado— cambian la percepción del desgaste. Un acabado mate disimula rayaduras; un espejo las delata, pero luce espectacular nuevo. Elegir bien no es cuestión de moda sino de uso real: manos que manipulan herramientas, teclados o instrumentos requieren decisiones distintas.

A esto se une la ergonomía. Un aro “comfort fit”, ligeramente abombado por dentro, se siente más cómodo en usos prolongados. El ancho debe dialogar con la mano: en dedos finos, bandas de 2 a 3 milímetros; en manos anchas o con nudillos marcados, 4 a 5 milímetros o más, según gusto. Las alianzas planas de perfil minimalista caben mejor bajo guantes. Los bordes pulidos o biselados evitan roces. Todos estos detalles ayudan a que la pregunta troncal —dónde va la alianza y en qué mano va el anillo de matrimonio— se resuelva sin olvidarse de lo cotidiano.

El juego con el anillo de compromiso exige precisión de taller. Si se van a apilar pedida y alianza, conviene coordinar alturas, pavé, garras y anchos. Un solitario con garra alta puede engancharse en tejidos si se coloca junto a una banda lisa; una media alianza con diamantes en carril encaja mejor con otra banda de borde pulido que con una de cantos vivos. Cuando el conjunto está bien pensado, el resultado parece una sola pieza articulada que se reordena según la ocasión.

Un apunte sobre grabados. Fechas, iniciales, coordenadas de un lugar, palabras cortas. En alianzas muy estrechas, grabar en el interior obliga a limitar caracteres; en bandas de 4 o 5 milímetros, la libertad es mayor. Si se prevé cambiar de talla, los grabados demasiado cerca de la zona de ajuste pueden sufrir. Las joyerías serias planifican el grabado pensando en posibles futuros ajustes y entregan el diseño con tipografía legible, no extravagante. Se agradece con los años.

La logística del gran día también cuenta. Quien decida llevar la alianza en la mano izquierda en un entorno donde la derecha es la norma —o al revés— debería comunicárselo a la persona que oficia y a quien haga de maestro de ceremonias. Evita confusiones en el momento clave. Los cojines de anillos, los portaalianzas o las cajas gemelas se preparan con antelación: mejor que el gesto sea rápido, limpio y sin dudas.

Protocolo visual en el gran día

La alianza es pequeña, pero el relato visual del día gira a su alrededor en varios momentos. En la preparación, los fotógrafos suelen captarla sobre una página del libro de familia, una invitación, un ramo o una tela con textura. Luego llega el intercambio: primer plano fijo sobre las manos, enfoque en el aro y el gesto de quien lo coloca. Si la pareja ha elegido la mano derecha, el plano clásico funciona; si ha elegido la izquierda por tradición catalana o valenciana, basta con cambiar el ángulo. Nadie debería improvisar aquí; avisar antes asegura una secuencia limpia.

El brindis y el corte de la tarta repiten el motivo. En la copa, el gesto de la mano con la alianza añade información en silencio. En el baile, las manos entrelazadas muestran, sin necesidad de palabras, que la vida cambia de capítulo. Si existe anillo de compromiso, decidir si aparece junto a la alianza o si se redistribuye permite coherencia entre fotos. Cuando la pareja opta por una estética muy minimalista —bandas lisas, anchos medios—, los detalles cobran importancia: manicura neutra, manos hidratadas, sin joyas que distraigan del símbolo principal.

Hay parejas que completan el conjunto con un sello familiar, un anillo heredado o una pieza de estética contemporánea. El criterio aquí no es protocolo, es narrativa. Si una abuela dejó un sello de oro rosa y la familia quiere que aparezca en la boda, cabe llevarlo en la mano opuesta a la alianza para que cada pieza tenga su lugar. En un entorno fotográfico, esa asimetría funciona bien y respeta el protagonismo de la alianza.

El primer día después de la boda llega otra pequeña decisión: ¿se duerme con la alianza puesta? Quienes mueven mucho las manos mientras duermen prefieren retirarla, al menos al principio, para evitar pequeñas marcas o enganches en sábanas finas. Quienes no notan nada se la dejan. Ni correcto ni incorrecto. Lo verdaderamente útil es fijar rutinas claras: un platito siempre en la misma mesilla, una caja en el cuarto de baño, una funda en la mochila. Un anillo perdido por despiste no entiende de costumbres regionales.

El mantenimiento es sencillo, pero hace milagros en la percepción con los años. Un baño de ultrasonidos en joyería devuelve el brillo original a oro y platino; una revisión anual de garras en anillos con piedras evita sustos. El paladio y el platino resisten muy bien los arañazos; el oro blanco requiere renovar el rodio cada cierto tiempo si se busca ese tono frío de “a estrenar”. El oro amarillo envejece bonito: gana pátina sin perder dignidad. La plata, en alianzas, es menos habitual por su tendencia al oscurecimiento, aunque con lacados modernos ha mejorado. Todo suma para que la alianza —esté en derecha o en izquierda— siga contando lo mismo dentro de diez o veinte años.

Una curiosidad que hoy aflora más. Hay parejas que, por trabajo o por deporte, deciden usar dos alianzas: la “de diario”, robusta y sin filigranas, y la “de ceremonia” o “de vestir”, más delicada. A veces la de diario es de titanio o acero, más barata y resistente; la de vestir, de oro o platino. Puede parecer un lujo, pero resulta pragmático: se preserva la pieza más sentimental y se usa sin miedo la funcional. En ambos casos, la mano del anillo de matrimonio se mantiene; lo que cambia es el modelo según el plan del día.

Y una última cuestión de etiqueta social que se pregunta a menudo, aunque no siempre en voz alta. ¿Qué sucede tras un divorcio o ante la viudedad? No hay norma. La alianza puede guardarse, reconvertirse en otra pieza —un colgante, un charm— o seguir en el dedo durante un tiempo. La decisión es íntima. En contextos formales, nadie interroga sobre ello, y las personas encuentran su propio ritmo para reconfigurar sus manos.

Tradición nítida, margen para elegir

La respuesta corta queda fijada desde el principio: en España, el anillo de casado se lleva de forma abrumadoramente mayoritaria en el anular de la mano derecha; en Cataluña y la Comunitat Valenciana, en el anular de la izquierda. Esa es la pauta que verán las cámaras, los invitados y las actas. A partir de ahí, todo ese territorio práctico —el peso del anillo de compromiso, el tipo de trabajo, la mano dominante, la sensibilidad de la piel, las raíces familiares, los viajes— abre un margen legítimo para ajustar la decisión sin dramatismos.

Quien busque resolver en que mano se pone el anillo de casado con precisión encontrará en estas líneas un esquema útil y realista. No hay sanciones si se opta por la mano contraria por comodidad o por un vínculo cultural distinto. Tampoco si se decide mover la pedida a la izquierda y dejar sola la alianza a la derecha; o si se apilan ambas; o si se reserva una pieza para ocasiones. El símbolo sigue diciendo lo mismo: compromiso, vínculo, proyecto compartido. La mano cambia el gesto; no cambia el significado.

Por eso el mejor consejo —llamémoslo así, a falta de una palabra más elegante— es doble y sencillo. Uno: respetar la tradición del lugar donde se celebra la boda ayuda a que todo fluya, desde la ceremonia hasta las fotos. Dos: elegir pensando en la vida real de cada día evita fricciones innecesarias. Si la derecha es la mano que manda en tu teclado, o si la izquierda es la que se acerca al paciente, o si la joya de la abuela solo encaja en un dedo concreto, esa información vale más que cualquier norma no escrita.

Al final, la alianza es un pequeño círculo que narra algo grande. La mano que la lleva forma parte de esa narración. En España, el relato tiene un código fácil —derecha aquí, izquierda en Cataluña y la Comunitat Valenciana—, pero deja espacio para variaciones con sentido. Tradición clara, margen de elección, coherencia con la propia historia. Quien entiende eso no necesita nada más para acertar. Y sí, cuando dentro de años mires una foto y veas tu mano con la alianza, sabrás que la llevabas donde tocaba: en la mano que elegiste. Con intención, con criterio, con esa normalidad que resiste el paso del tiempo.


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Este artículo se ha elaborado con información contrastada en medios y páginas especializadas de España. Fuentes consultadas: Bodas.net, El Corte Inglés, HuffPost España, Vanitatis.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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