Cultura y sociedad
¿Por qué el electorado de derechas se mueve hacia el extremo?

Radiografía del giro a la derecha radical en España: juventud, migración y pantallas reordenan el voto y tensan al PP ante el empuje de Vox.
Una parte creciente del voto conservador se ha desplazado en 2025 hacia posiciones de derecha radical por tres razones que se retroalimentan: fatiga con las ambigüedades del centro-derecha tradicional, centralidad del debate migratorio y del orden público, y un ecosistema digital donde los mensajes duros —breves, emocionales, fácilmente compartibles— penetran mejor, sobre todo entre menores de 35 años. Los datos demoscópicos de este año apuntan una dinámica sostenida: el PP sigue encabezando la estimación de voto, pero Vox avanza y captura segmentos jóvenes y desencantados, particularmente sensibles al encarecimiento de la vida, la vivienda inaccesible y la sensación de que “las reglas” ya no protegen a los de siempre.
La fotografía es inequívoca: el voto joven se ha convertido en palanca, la migración ha escalado del puesto sexto al primero o segundo en la jerarquía de preocupaciones en varias autonomías, y la fidelidad de los votantes de la derecha radical resiste mejor los bandazos del ciclo que la del centro-derecha moderado. En Cataluña, el laboratorio de 2025, la combinación de Vox y Aliança Catalana ha destapado una tolerancia social hacia papeletas de derecha radical que se aproxima a una de cada cuatro personas, un dato que, sin ser extrapolable linealmente, advierte de un cambio en el clima de opinión. El resultado: el flanco derecho del PP se ha convertido en su principal fuente de fuga.
Un retrato con números y comportamientos que encajan
El patrón que dibujan los sondeos de 2025 es estable: PP primero, PSOE segundo y Vox tercero con un suelo más alto que el de hace dos años. La novedad no es solo la cifra, sino la composición del voto. En segmentos de 18 a 34 años, la derecha radical ha pasado de comparsa a opción de referencia en intención directa, arrastrando incluso a primerizos que debutarán en las próximas urnas. Entre 18 y 29, los porcentajes se disparan respecto a los tramos de más edad; por debajo de 25, Vox pelea por el podio con socialistas y republicanos en Cataluña, una anomalía que ya no lo es tanto.
Importa comprender la mecánica. La fidelidad de voto en la derecha radical se mantiene por encima de umbrales que rondan o superan ocho de cada diez antiguos votantes, mientras que el centro-derecha alterna semanas de captación con pérdidas hacia su flanco, particularmente cuando el debate público se carga de migración, seguridad o batalla cultural. La “cocina” de los institutos detecta transferencias desde el PP a Vox cuando se impone el marco de “orden” o cuando el partido de Feijóo es percibido como ambiguo. No se trata de una ola súbita, sino de un goteo que, mes a mes, refuerza una idea: la derecha radical no solo compite con el PP en sus núcleos, empieza a reemplazarlo ahí donde el votante demanda certezas rápidas.
Cataluña como laboratorio: señales que se extienden
Cataluña ha actuado este año como un termómetro adelantado. En el barómetro autonómico, la tolerancia hacia papeletas de derecha radical roza el 25 %, con dos expresiones distintas del fenómeno: Vox, de base estatal, y Aliança Catalana, con discurso nítidamente antiinmigración y anclaje comarcal. El dato relevante no es solo la suma, sino la edad: por debajo de 50, Vox aparece tercero en intención de voto; por debajo de 25, compite por el primer lugar. El PP “desaparece” en capas jóvenes, no porque el centro-derecha pierda atractivo per se, sino porque otro actor ocupa su lugar en esa franja. El “laboratorio” sugiere que, cuando migración y seguridad dominan la conversación, y cuando vivienda y salarios se perciben como irresueltos, la oferta de trazo grueso cuaja.
Ese reagrupamiento tiene un patrón territorial: auge en cinturones metropolitanos con alquiler disparado, coexistencia con segmentos obreros que tradicionalmente sintonizaban con opciones de izquierda y arrastre en municipios medianos donde la llegada de población extranjera se ha acelerado. Hay barrios donde la convivencia —o la percepción de ella— se mezcla con la competencia por servicios públicos, y ese clima alimenta relatos de prioridad nacional y control.
Los tres motores del desplazamiento: economía, identidad y pantallas
El primer motor es material. Vivienda y salarios han sido dos martillos constantes en 2025. Mientras el alquiler sube y el empleo no siempre asegura independencia económica, el relato de protección frente a “los de fuera”, “los abusos del sistema” o “la burocracia de Bruselas” convierte el malestar en voto. La derecha radical no habla de productividad ni de incentivos con tecnicismos; habla de dignidad, de preferencia nacional, de industria y de campo, de “orden y sentido común”. Ese giro semántico permite pescar en aguas donde la izquierda era hegemónica: jóvenes con trabajos frágiles, autónomos machacados por costes fijos, familias que sienten que los servicios públicos se tensan sin que nadie lo explique.
El segundo motor es identitario. La migración ocupa hoy un lugar central. No basta con describir cifras de llegadas; lo decisivo es cómo se codifica políticamente el fenómeno. Cuando se encadena la inmigración irregular con seguridad, vivienda y cohesión, la opinión pública se mueve. Y lo hace rápido si hay episodios que los medios amplifican: riñas, ocupaciones, fraudes, conflictos en centros educativos. Aunque a menudo sean casos puntuales, la cadena imagen-emoción-reacción funciona. La derecha radical ofrece una respuesta sin matices: más policía, más expulsiones, más controles, menos “buenismo”. Cuando el centro-derecha intenta disputarle el terreno sin salirse de su cintura institucional, queda atrapado: si modula, la derecha radical lo acusa de blando; si endurece, el electorado le prefiere el original.
El tercero es la infraestructura digital. TikTok, podcasts, Telegram, Twitch. Ahí gana quien convierte titulares en consignas y emociones en lazos identitarios. El formato corto —vídeos de 30, 60, 90 segundos— favorece antítesis (ellos/nosotros), eslóganes y memes. Con influencers que teatralizan indignación y donde los costes de organización son mínimos, cada móvil es una emisora. La derecha radical ha invertido en ese ecosistema con disciplina de mensaje y una estética combativa que funciona en la lógica del scroll infinito. ¿Resultado? Alcance en audiencias que no consumen informativos ni leen columnas; conversión gracias a mensajes que resuelven el mundo en tres pasos.
El dilema del PP: equilibrios que restan
El Partido Popular encabeza la estimación de voto, pero padece una paradoja: algunos de los vectores que le favorecen —cansancio con el Gobierno, desconfianza económica, demanda de autoridad— alimentan también a Vox, a veces incluso más. El dilema es conocido: necesita retener al votante moderado urbano —pro-UE, pactista, con alergia a los excesos retóricos— y frenar la fuga de un votante que exige líneas rojas en inmigración, seguridad y cultura. Caminar por la cornisa, con viento, desgasta.
Cuando la agenda pública gira en torno a expulsiones, control de fronteras y delitos reincidentes, el PP sufre presión por la derecha. Cuando coloca economía, gestión y estabilidad, resiste mejor, pero no siempre manda en la escaleta. Y a cada giro para no cargar con el coste de imagen de pactos con Vox —o para justificarlos—, aparece la sospecha en un sector de que no hay plan. Si cede en una ley autonómica, desmoviliza centro. Si resiste, engorda al socio-incómodo. Un laberinto.
El caso catalán agrava el cuadro: el PP compite a la vez con un nacionalismo pragmático que se presenta como gestor —Junts— y con derecha radical —Vox y Aliança— que captura barrios donde el “orden” pesa más que el eje nacional. En ese triángulo, la marca popular pierde tracción en jóvenes, mientras Vox ocupa nichos donde el PP apenas llega. Y cuando el discurso migratorio se convierte en piedra de toque, el juego de equilibrios se vuelve casi imposible: si el PP se endurece, se diluye su diferencia; si se modera, pierde a quienes no quieren medias tintas.
Migración y seguridad, el marco que lo cambia todo
El aumento de llegadas por rutas atlánticas y mediterráneas, las tensiones sobre derivaciones a península y la presión sobre servicios municipales han recolocado el tema migratorio en primer plano. La derecha radical ha convertido ese marco en su eje: preferencia nacional en la adjudicación de vivienda pública, fin de “efectos llamada”, tipificación más severa de delitos asociados a mafias, devoluciones más ágiles. Imágenes de pateras, redadas o disturbios multiplican la emoción y anclan la agenda. La réplica técnica —competencias, acuerdos europeos, plazos— no compite en impacto con un vídeo viral.
Seguridad es el otro pilar. El discurso que asocia delincuencia a inmigración irregular, aun siendo estadísticamente discutible en términos agregados, ha ganado terreno. La presencia de agrupaciones vecinales que piden más patrullas, la judicialización de ocupaciones conflictivas y resoluciones sobre reincidencia alimentan narrativas punitivas donde la derecha radical ofrece “orden ahora”. En barrios periféricos y en localidades de tamaño medio, ese mensaje convence incluso a votantes de tradición socialista o abstencionista que no se sienten representados por ninguna institución.
Juventud, precariedad y redes: la ecuación ganadora de Vox
El voto joven es decisivo en 2025. Precariedad, precios y vivienda son palabras que lo atraviesan. Han crecido cohortes que no esperan ascenso social por la vía clásica (estudio, empleo, hipoteca) y que perciben que el sistema estima más la retórica que los resultados. Vox no les habla como a “jóvenes”, sino como a “olvidados”. Y despliega formatos acordes: clips de 30 segundos con consignas claras, directos en Twitch con invitados que mezclan humor y rabia, podcasts donde un tema complejo —presupuestos, PAC, reglamentos europeos— se cuenta como si fuera una pelea por el patio. Funciona.
Ese idioma convive con símbolos que rearman identidad: bandera como pertenencia, policía como protección, familia como fortaleza, campo como orgullo. La idea de que el Estado protege a minorías organizadas —“lobbies”— y olvida a la mayoría silenciosa funciona en autónomos, transportistas, agricultores, hostelería. Cuando además se abre el grifo de ayudas o de bonificaciones percibidas como focalizadas, el relato de agravio se multiplica.
¿Tiene techo la derecha radical?
La tolerancia potencial en Cataluña —en torno al 25 %— sugiere que existe margen. ¿Hasta dónde? Depende del marco de campaña y de si el centro-derecha logra reconstituir una oferta creíble que no suene a copia. Hay tres variables capaces de frenar el ascenso: un ciclo económico que reduzca ansiedad (empleo estable, inflación controlada, alquiler moderado), una gestión visible y eficaz de la llegada de migrantes (ordenada, con coordinación autonómica y municipal, y comunicación transparente), y un relato alternativo desde el PP que ofrezca autoridad sin renunciar al centro.
Por el contrario, tres aceleradores elevarían el listón: que migración y seguridad sigan monopolizando titulares, que el debate público se bronquice en torno a batallas culturales, y que el PP continúe oscilando sin fijar límites claros ni prioridades. En ese escenario, Vox tiene un suelo alto y fidelidad para capitalizar la ola.
Europa arrastra… y contamina la conversación
El ciclo europeo es determinante. Francia, Alemania e Italia empujan la agenda hacia migración y orden. Con gobiernos y oposiciones compitiendo en marcos duros, las propuestas antes marginales han saltado al mainstream: controles reforzados, reformas del asilo, prioridad nacional en prestaciones, endurecimiento penal. Ese clima viaja a España y reduce el coste social de identificarse con opciones radicales. Cuando los informativos abren con asaltos fronterizos o macrodispositivos en el centro de Europa, el votante español conecta con escenas que parecen propias. Y responde.
La UE, además, ha transformado su pacto migratorio en una negociación permanente sobre cuotas, reubicaciones y financiación exterior. La derecha radical lo traduce con eficacia: “Bruselas manda, España acata”. En ese marco, la defensa del control nacional suena lógica, aunque pase por alto interdependencias económicas y jurídicas. Esa es la clave: el discurso se construye en tiempos de televisión y pantalla vertical, no de informes.
Programas, no solo gestos: la oferta que hoy seduce
A veces se confunde la estética con el programa. El votante de derecha radical no acude solo por gestos; reconoce propuestas que, ordenadas, parecen un plan: rebaja fiscal selectiva (combustible, autónomos), endurecimiento penal (reincidencia, multirreincidencia), preferencia nacional en acceso a vivienda pública y ayudas, inversión en seguridad (plantillas, medios, presencia), reforma educativa con énfasis en autoridad y contenidos básicos, reindustrialización vía alivio regulatorio y proteccionismo selectivo. Se podrá discutir su eficacia, pero el menú es comprensible y coherente con el marco emocional que lo sostiene.
El centro-derecha propone gestión y estabilidad, reformas graduales y compatibles con Bruselas. Pero explica peor esos beneficios en el lenguaje de ahora. Si el “cómo” no acompaña al “qué”, la promesa compite en desventaja frente a eslóganes ejecutables en un minuto. Ahí está parte de la explicación del desplazamiento.
Lo que enseña el caso catalán sobre reemplazo de nichos
La “desaparición” del PP en capas jóvenes catalanas no es una excepción absoluta, pero sí un aviso. Donde el centro-derecha había empezado a recuperar nichos —barrio obrero que votó a Ciudadanos, profesional joven que rompió con el procés—, Vox y Aliança han ocupado la parcela. No solo compiten; reemplazan. Y lo hacen con un mapa de municipios donde la vivienda aprieta y la migración se vive en escala cotidiana. La lección para el ámbito estatal es clara: si el tema 1 es migración y el tema 2 es orden, y si el precio de la vivienda sigue por las nubes, la derecha radical crecerá si no encuentra en su derecha una oferta creíble que no suene al “original”.
Factores que podrían invertir la tendencia
Nada está escrito. Tres palancas podrían revertir el movimiento hacia el extremo:
Primera, resultados tangibles en vivienda: más suelo, agilización de licencias, colaboración público-privada, bonos de alquiler que no expulsan demanda al alza. Si baja la ansiedad por el techo, pierde atractivo el relato de preferencia nacional.
Segunda, orden en el sistema migratorio con pactos visibles entre Estado, autonomías y ayuntamientos, refuerzo de acogida y retorno bien comunicados, y política de integración con responsabilidades claras. Si cambia la percepción —de caos a gestión—, varía la urna.
Tercera, un lenguaje renovado en el centro-derecha: autoridad sin excesos, seguridad sin estigmas, reformas contadas en formato digital y con medidas medibles. Si el PP logra marcar agenda en economía, servicios públicos y calidad institucional, reducirá la tentación de buscar atajos.
Qué explica la velocidad del cambio: narrativa y urgencia
La política acelera cuando aparece una narrativa compacta y un enemigo claro. La derecha radical ha encontrado su guion: élites desconectadas, lobbies con privilegios, burocracia ineficiente, fronteras desbordadas, calle insegura y familia desprotegida. Frente a ello, “orden” y “preferencia”. Pocas palabras, mucha potencia. El PP ha tratado de disputar parte del guion sin romper su anclaje centrista. Difícil. Cuando endurece, homologa el marco; cuando modera, parece indeciso. Así, Vox capitaliza la urgencia con mejor tono, ritmo y canales.
El aprendizaje de 2025 es que los marcos —no solo las medidas— deciden qué noticias importan y cómo se cuentan. Si migración y seguridad se quedan arriba, la geografía de la derecha seguirá movida hacia el extremo. Si economía cotidiana y servicios recuperan protagonismo, el centro gana aire.
Qué se juega el centro-derecha a partir de ahora
Aquí y ahora, la derecha española se mueve en un tablero que ya no se parece al de 2019. Vox ha pasado de ser socio tolerado a opción con identidad propia y arraigo generacional. El PP conserva la primacía, pero se ve obligado a decidir qué prioriza: si neutraliza el marco migratorio con gestión y tono, o si intenta emular parte del discurso duro con el riesgo de engordar al rival. En paralelo, Cataluña anticipa reemplazos en nichos jóvenes que podrían extenderse si vivienda y salarios no encuentran respuestas visibles.
El desplazamiento hacia el extremo no es una fatalidad, pero tampoco un espejismo. Responde a hechos verificables —precios, alquileres, llegadas, sensación de inseguridad— y a relatos eficaces que conectan con emociones. Si los partidos tradicionales quieren recomponer sus mayorías, necesitan menos tácticas y más soluciones medibles, contadas en lenguaje comprensible y canales de 2025. Sin eso, la fatiga seguirá empujando a una parte del electorado hacia quienes prometen cambios veloces. Y cuando ese voto se consolida en cohortes jóvenes, la tendencia deja de ser un sobresalto y se convierte en paisaje.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Agencia EFE, EL PAÍS, CIS, Real Instituto Elcano, CIDOB.

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