Ciencia
¿Qué es y cómo actúa el gen que repara el corazón?

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El gen CCNA2 reactiva la división de cardiomiocitos humanos y apunta a reparar el corazón tras un infarto con una terapia génica específica.
Llega una noticia que rompe un viejo dogma: un equipo de la Icahn School of Medicine at Mount Sinai ha logrado reactivar en células cardiacas humanas un gen llamado CCNA2 (ciclina A2) y con ello impulsar que vuelvan a dividirse. No es un truco cosmético ni un “parche” temporal: en laboratorio, cardiomiocitos adultos que llevaban décadas sin replicarse completaron la citocinesis y produjeron células hijas funcionales, capaces de manejar el calcio y contraerse como músculo. La pieza clave es ese gen, CCNA2, un regulador del ciclo celular que está activo en el desarrollo fetal y se apaga justo tras el nacimiento. Encenderlo otra vez, con precisión, cambia el guion de la regeneración cardíaca.
Lo esencial cabe en dos ideas. Primera: sí es posible que células del corazón humano adulto vuelvan a dividirse si se les da la orden molecular adecuada. Segunda: esa orden, por ahora, solo se ha probado en cultivos, no en pacientes, y requiere un vector viral diseñado para que la terapia génica se exprese casi exclusivamente en cardiomiocitos. La investigación, publicada en la revista npj Regenerative Medicine y liderada por la cardióloga e investigadora Hina Chaudhry, abre una vía donde antes había pared: tratar un infarto o una insuficiencia cardíaca favoreciendo que el propio corazón regenere músculo en lugar de limitarse a convivir con la cicatriz. Ambicioso, sí; pero sustentado en resultados experimentales sólidos y en un plan explícito para buscar autorización regulatoria e iniciar ensayos clínicos.
CCNA2, el interruptor que se apaga al nacer y que ahora vuelve a encenderse
Durante la gestación, los cardiomiocitos proliferan con normalidad. El corazón en construcción crece gracias a programas genéticos que impulsan la entrada y salida del ciclo celular. Entre esos programas está CCNA2, que coordina fases críticas para copiar el ADN y separar la célula en dos. Al nacer, el ambiente cambia: el tejido se expone a niveles de oxígeno más altos, madura su arquitectura contráctil, los cardiomiocitos se diferencian y ese interruptor se apaga. El precio evolutivo es evidente: a partir de entonces, el músculo cardíaco apenas se recambia; cuando un infarto mata millones de células, el hueco se rellena con fibrosis. El tejido cicatricial evita que el ventrículo se rompa, pero no late. De ahí que recuperar la capacidad de dividirse sea el santo grial de la cardiología regenerativa: sin células nuevas, no hay músculo que recupere la fuerza perdida.
La novedad del trabajo radica en demostrar con cardiomiocitos humanos adultos que reactivar CCNA2 basta para empujar esa maquinaria dormida hasta completar la citocinesis, no un simple crecimiento nuclear o un intento fallido. Ese matiz es crucial: en el corazón adulto es relativamente frecuente ver células binucleadas o con ADN replicado sin que la célula se parta en dos; no es regeneración, es atascamiento. Aquí, sí hay división y sí hay dos células hijas que conservan su identidad de músculo y su fisiología eléctrica y de calcio, signos de que no se han desprogramado hacia un estado embrionario inestable. La fidelidad de linaje —seguir siendo cardiomiocitos maduros— es uno de los puntos fuertes del hallazgo.
Lo que se ha hecho exactamente: una terapia dirigida al músculo cardíaco
El equipo de Mount Sinai ha utilizado un vector adenoviral de tipo clínico, no replicativo, como vehículo para introducir una versión funcional de CCNA2 en cardiomiocitos humanos cultivados in vitro. Para dotar de especificidad al tratamiento, la construcción genética se coloca bajo el control de un promotor cardiaco (como el de troponina T), de modo que la expresión del gen se concentra en el tejido diana y se minimiza en otros órganos. El procedimiento, que en el laboratorio se realiza sobre células aisladas y bien caracterizadas, permite medir con lupa qué ocurre: vídeos de lapso de tiempo que capturan la separación celular, marcadores de sarcómeros que certifican la arquitectura contráctil, curvas de calcio que acreditan la funcionalidad.
En términos de ingeniería genética, no se trata de editar el genoma ni de cambios permanentes heredables. Es expresión dirigida de un gen que el corazón ya conocía, temporal y orientada a completar una misión concreta: reactivar la división de cardiomiocitos para sumar tejido contráctil. La estrategia bebe de una idea sencilla, pero poderosa: reactivar de forma transitoria un programa del desarrollo para regenerar sin desdiferenciar. Es un equilibrio delicado que el estudio maneja con prudencia y que la clínica tendrá que validar en condiciones mucho más complejas que una placa de cultivo.
Una maquinaria afinada para el miocardio
En el laboratorio, los investigadores ven citocinesis completa y células hijas que mantienen sarcómeros. Esa arquitectura, formada por proteínas como actina y miosina, es la que permite que el ventrículo se contraiga con precisión. Perder sarcómeros significaría volver a un estado inmaduro y, probablemente, arrítmico. Mantenerlos, en cambio, indica que la división no borra la identidad funcional. Lo mismo ocurre con el manejo del calcio, el “lenguaje” eléctrico del corazón: transitorios regulares y respuestas a la estimulación que encajan con un músculo sano. No es un detalle estético; es la diferencia entre una proliferación útil y una deriva peligrosa.
Qué midieron para decir que hubo división real
La citocinesis —el último acto de la división, cuando el citoplasma se parte— se documenta con imagen en vivo. Se analizan marcadores de fase del ciclo celular, expresión génica asociada a cromosomas, huso mitótico y anillo contráctil, y se verifica que no hay señales de hipertrofia patológica (ese crecimiento “a lo ancho” que ocurre en la insuficiencia). Es decir, proliferación sin patología. Todo esto, insistimos, en células humanas adultas, aisladas y cultivadas, no en un corazón latiendo dentro de un pecho. Es donde estamos, y no está mal para un campo que hace una década se daba por estancado.
Impacto potencial: más allá del parche, hacia músculo nuevo tras un infarto
Un infarto de miocardio destruye parte del ventrículo por falta de riego. Aunque el paciente sobreviva, la zona muerta se reemplaza por tejido fibroso. El resultado, con el tiempo, es insuficiencia cardíaca: el corazón bombea menos, se dilata, aparecen síntomas como fatiga, disnea, edemas. Los tratamientos actuales mejoran el pronóstico y alivian la carga del ventrículo —desde betabloqueantes a inhibidores de SGLT2, pasando por resincronización o dispositivos de asistencia ventricular—, pero no devuelven cardiomiocitos. Cuando el deterioro progresa, el trasplante es la solución definitiva para unos pocos. Con CCNA2, si la estrategia se confirma en humanos, se abre un camino distinto: reducir la cicatriz y recuperar músculo contráctil desde dentro, con células del propio paciente.
La hipótesis clínica es limpia: si el área infartada o hipocontráctil recibe una terapia génica capaz de activar CCNA2 en cardiomiocitos supervivientes de la zona de borde —o incluso en áreas remotas que compensan—, aumentaría el número de células funcionales y, con ellas, la fracción de eyección y la capacidad de esfuerzo. El beneficio no sería inmediato, como con un stent, sino progresivo, en semanas o meses, a medida que nacen nuevas células e integran su arquitectura en el miocardio. La otra cara de la moneda es la vigilancia de posibles arritmias, inflamación o proliferación desordenada. Nadie regala músculo sin pedir a cambio rigor y control.
Qué hay de nuevo frente a intentos anteriores
Durante años, la cardiología probó terapias celulares que buscaban repoblar el corazón con células madre u otros progenitores. Los resultados fueron modestos, y la interpretación, compleja: más paracrinía —señales que ayudan a cicatrizar mejor— que integración real de nuevas células de bombeo. CCNA2 rompe esa dependencia de injertos. El músculo no recibe “células de fuera”, sino una instrucción para multiplicar las suyas, con fidelidad de linaje. Esa diferencia conceptual es enorme. En paralelo, existen otras rutas en desarrollo: mensajeros de ARN que activan programas proliferativos de forma transitoria, microARN que frenan inhibidores del ciclo, factores de transcripción que “aflojan” la cromatina para permitir una o dos divisiones y se vuelven a silenciar. El avance de hoy se coloca en el centro de esa cartografía con una ventaja: evidencia directa en células humanas adultas de que la citocinesis es posible sin romper la identidad del cardiomiocito.
Un segundo pilar de credibilidad es el historial preclínico del grupo con modelos de cerdo: anatomía y fisiología similares a las humanas, infartos reproducibles, evaluación con imagen avanzada y hemodinámica. Aquellos experimentos, en 2014, ya apuntaron que activar CCNA2 mejoraba la función y reducía la fibrosis en corazones que habían sufrido un infarto. Faltaba el eslabón humano. Ya no falta. El salto de hoy no es todavía un ensayo en pacientes, pero sí es el puente más corto que hemos visto entre la placa de Petri y el quirófano o el box de hemodinámica.
Riesgos y preguntas que exigen respuestas antes de llegar a la cabecera
Ninguna terapia génica se lleva a la práctica sin un expediente de seguridad exhaustivo. Aquí, los puntos a resolver están claros y el propio equipo los verbaliza con transparencia. Primero, la inmunogenicidad: los adenovirus —aunque sean no replicativos— pueden despertar respuestas del sistema inmune y limitar la posibilidad de redosificar si hiciera falta. Además, existe el riesgo teórico de inflamación miocárdica. Segundo, el control espacial y temporal de la expresión: el promotor cardiaco aporta especificidad, pero en un organismo complejo habrá que verificar biodistribución, fuga a otros tejidos y duración del efecto. Tercero, la seguridad electrofisiológica: más células no debe significar más desorden eléctrico. Se necesitarán mapas de activación, pruebas de inducibilidad de arritmias y seguimiento prolongado. Cuarto, la dosis: demasiada expresión podría causar proliferación excesiva o alterar la madurez; poca, no tendrá impacto clínico.
Otra cuestión es la vía de administración. En un corazón vivo, ¿cómo se entrega la terapia al área que interesa? Hay opciones plausibles: infusión intracoronaria durante un cateterismo, inyecciones intramiocárdicas guiadas por imagen, aplicación epicárdica en el contexto de una cirugía. Cada una tiene logística, riesgos y ventajas. También entra en juego el momento: cabe pensar que las primeras horas o días tras un infarto —cuando el tejido de borde aún es plástico— podrían ser una ventana óptima. Pero eso hay que probarlo. Y no todos los pacientes con insuficiencia serán candidatos: los ensayos definirán criterios de inclusión con precisión (edad, tamaño de infarto, fracción de eyección, comorbilidades).
Qué significa para España si la terapia llega a fase clínica
España dispone de una red de cardiología intervencionista excelente, un sistema de emergencias que identifica códigos infarto con rapidez y un liderazgo histórico en trasplantes. Si CCNA2 o terapias afines demuestran seguridad y eficacia, nuestras UCI y salas de hemodinámica estarían en buena posición para ensayos multicéntricos y, si procede, implementación. La experiencia en terapias avanzadas —desde CAR-T en hematología hasta terapias génicas en enfermedades raras— ha obligado a montar circuitos de farmacovigilancia, manufactura y bioseguridad que encajarían con una terapia dirigida al corazón. El reto será gestionar costes, escala de producción y criterios clínicos con equidad territorial y priorización transparente.
Desde el punto de vista del paciente, el itinerario podría cambiar. Hoy, tras un infarto, la cadena incluye revascularización, fármacos a dosis objetivo, rehabilitación cardíaca y monitorización. Con una terapia de regeneración auténtica, la hoja de ruta incorporaría un hito adicional: administración dirigida de la instrucción molecular que ordena dividirse a una parte de sus cardiomiocitos. No desplaza lo demás —angioplastia, estatinas, control de la presión, abandono del tabaco—; lo complementa con algo que ningún fármaco hace hoy: añadir células donde falta músculo.
Qué vendrá ahora: documentos, reguladores y la primera curva de aprendizaje
El siguiente paso anunciado por el equipo es solicitar a la agencia del medicamento de Estados Unidos (FDA) autorización para un primer ensayo en humanos. Eso exige completar paquetes preclínicos: toxicología de dosis única y repetida, biodistribución, genotoxicidad, eventos adversos graves en animales grandes y datos de manufactura (GMP) que garanticen pureza, potencia y estabilidad del vector. Después, si la FDA da luz verde, un estudio de fase inicial con pocos pacientes y dosis ascendentes. Se mirará seguridad ante todo y señales de beneficio: biomarcadores, imagen con resonancia, fracción de eyección, capacidad funcional, ingresos por insuficiencia.
Ese primer ensayo, si se pone en marcha, resolverá pocas dudas definitivas, pero marcará la curva de aprendizaje: qué dosis expresa lo suficiente sin provocar efectos indeseados, qué vía llega mejor al miocardio, qué ventana temporal rinde más. A partir de ahí, fases II y III compararán frente a estándar de tratamiento y medirán eventos duros: mortalidad cardiovascular, reingresos, calidad de vida. En paralelo, empezarán preguntas de política sanitaria: coste-efectividad, selección de candidatos, centros acreditados para administrar la terapia y registro nacional de resultados.
Claves científicas que sustentan la promesa (sin humo)
La fortaleza del avance no está en un eslogan, sino en detalles verificables: citocinesis completa en cardiomiocitos humanos adultos, mantenimiento de sarcómeros, manejo del calcio coherente con células funcionales, vector no replicativo con promotor cardiaco para especificidad, transcriptomas que señalan activación temporal de rutas proliferativas sin hipertrofia patológica y una narrativa traslacional que enlaza con grandes mamíferos. En conjunto, dibuja una oportunidad real y, al mismo tiempo, delimita con precisión sus márgenes: nada de prometer lo que un cultivo no puede cumplir, todo por demostrar en clínica.
¿Es esto una solución inmediata para la insuficiencia cardíaca? No. ¿Es el primer indicio serio de que el corazón humano adulto puede recuperar capacidad replicativa con una orden correcta y seguir latiendo como músculo maduro? Sí. Esa diferencia cambia la conversación. De “curar síntomas” a “devolver células” hay un salto de categoría que, si la seguridad acompaña, podría traducirse en menos trasplantes, menos dispositivos, más autonomía. No es magia. Es biología del desarrollo aplicada con quirúrgica precisión.
Vías de entrega y combinaciones plausibles en un corazón vivo
Traer la terapia del cultivo al miocardio infartado obliga a pensar en cómo se mueve el vector entre arterias coronarias, intersticio, membranas celulares y núcleo. La permeabilidad vascular de una zona de borde, la inflamación y la matriz extracelular cambian con los días. Eso sugiere ventanas distintas para infusión intracoronaria guiada por presión y flujo, o inyecciones intramiocárdicas con catéteres de mapeo que eviten cicatrices y tejido isquémico inerte. Más adelante, combinaciones con biomateriales que retengan el vector en el sitio o fármacos que modulen el entorno inmune podrían potenciar la integración de las nuevas células. Y no es descabellado que se combine con revascularización: abrir la arteria primero, activar CCNA2 después, monitorizar con imagen el crecimiento de músculo.
También habrá que explorar cuánto y cuándo: una dosis única para provocar un “empujón” proliferativo controlado podría ser suficiente. O quizá hagan falta pulsos cortos, separados por semanas, que eviten la tolerancia inmune. El diseño aleja la tentación de expresiones sostenidas; la transitoriedad aporta seguridad. A cambio, exige medición fina y biomarcadores que nos digan cuándo parar.
Lectura clínica realista: dónde podría encajar primero
Es razonable imaginar tres escenarios iniciales. Pacientes con infarto reciente, estabilizados tras revascularización, con disfunción ventricular que no remonta. Pacientes con insuficiencia isquémica crónica, con cicatriz amplia y síntomas pese a tratamiento máximo. Y pacientes puente a trasplante o a dispositivo de asistencia, en quienes ganar músculo podría evitar o demorar esos recursos. En todos, la selección tendrá que ser quirúrgica: tamaño y localización del infarto, viabilidad miocárdica demostrada por imagen, riesgo de arritmias, perfil inmunológico. La medicina de precisión llega aquí como nunca: no bastará con un diagnóstico de “insuficiencia”; habrá que mapear el corazón para decidir dónde y cómo se intenta fabricar células nuevas.
Para los clínicos, otro reto práctico: cómo medir el éxito. La fracción de eyección es útil, pero ciega a cambios regionales. La resonancia magnética con realce tardío, mapas T1/T2, strain y técnicas de tagging permitirán visualizar si la cicatriz se retrae, si aumenta el grosor de segmentos, si la contractilidad regional mejora. En paralelo, biomarcadores como NT-proBNP darán un termómetro sistémico, y pruebas de esfuerzo cerrarán el círculo funcional.
El horizonte que se abre con CCNA2
El descubrimiento de que reactivar CCNA2 puede forzar a cardiomiocitos humanos adultos a dividirse sin perder su identidad contráctil no resuelve hoy la insuficiencia cardíaca, pero cambia el mapa de lo que es posible. Hasta ayer, el corazón adulto era un órgano renuente a regenerar; hoy, existe una demostración directa de que ese freno se puede liberar con una señal precisa. Falta lo más difícil: probar seguridad y beneficio clínico en pacientes. Si esa prueba prospera, la práctica cardiológica sumará una herramienta que ningún fármaco ofrece: añadir músculo donde solo había cicatriz. Y eso —dicho sin grandilocuencia— merece ser seguido de cerca. No por esnobismo científico, sino porque cada punto de fracción de eyección ganado, cada reingreso evitado, cada vida que no depende de una bomba mecánica o de un órgano escaso, importa. Aquí hay una ruta para intentarlo con rigor. Y ya está en marcha.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo se ha elaborado con información contrastada y reciente de publicaciones y comunicados oficiales. Fuentes consultadas: npj Regenerative Medicine, Mount Sinai, Science Translational Medicine, El País, La Vanguardia.

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