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¿Donde se pone detergente lavadora para un lavado impecable?

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donde se pone detergente lavadora

Guía clara para saber dónde poner el detergente en la lavadora, dosificar bien y evitar restos, olores y averías. Consejos prácticos útiles.

El detergente del lavado principal va en el cajetín marcado con II o 2. Ese compartimento —el más amplio— está diseñado para recibir detergente en polvo, líquido o gel del ciclo que se va a ejecutar. El suavizante se deposita en el hueco con el icono de una flor (lleva un pequeño sifón para liberarlo en el último aclarado), mientras que el espacio I o 1 queda reservado al prelavado cuando se activa esa opción. Con cápsulas monodosis, la ubicación cambia: al tambor, antes de introducir la ropa, nunca en el cajetín. Con esta distribución se evita que el producto se pierda antes de tiempo, se garantiza la dosificación prevista y se protege la lavadora de residuos pegajosos.

La dosis correcta no se improvisa: se ajusta a la suciedad de las prendas, al tamaño de la carga y a la dureza del agua. Excederse no limpia más; al contrario, deja restos, provoca malos olores y dispara la formación de espuma, con ciclos que se alargan para compensar. Quedarse corto, lo de siempre, produce ropa con olor “a guardado” y manchas que se fijan. La señalización del cajetín y las marcas de nivel están ahí por un motivo. Usarlas bien —y mantener limpio el conjunto— marca la diferencia entre una colada normalita y un resultado impecable y homogéneo.

El cajetín, bien entendido

El cajetín es la puerta de entrada del producto al circuito de agua. La guía básica es sencilla y universal: II o 2 para el detergente del lavado principal, I o 1 cuando se activa prelavado y la flor para el suavizante. En la mayoría de lavadoras de carga frontal, el compartimento II ocupa la derecha; el I suele situarse a la izquierda; el suavizante, en el centro, con su pequeño sifón extraíble. Ese sifón mantiene el suavizante retenido hasta que el programa activa el aclarado final, cuando un pico de agua lo derrama al tambor. Por eso no conviene rebasar la línea de máximo: si se supera, el sifón se dispara antes de tiempo y el aditivo se va con la primera toma de agua, sin aportar nada.

Con detergente líquido, muchas bandejas incluyen un inserto (una pieza de plástico que reduce la salida prematura del producto). Colocarlo al usar líquidos evita que el detergente gotee hacia el tubo de entrada antes de que el programa lo necesite. Sin inserto, es preferible la dosificación en tambor mediante una tapa o bola suministrada por el fabricante del detergente: se llena al nivel indicado y se coloca sobre las prendas, nunca pegada a la puerta, para que el chorro inicial reparta el producto de forma homogénea. Con polvo, la operación es directa: se mide, se vierte en II y se cierra el cajetín con un golpe seco que asiente bien la guía.

El prelavado —el compartimento I— solo se utiliza cuando el programa lo incorpora. Actúa como una fase corta de remojo y arrastre que interesa en ropa con barro, grasa antigua, paños de cocina saturados o uniformes de trabajo. No tiene sentido llenar I “por si acaso” si el programa elegido no incluye esa fase: el agua lo arrastrará al inicio y se desperdiciará sin efecto. La distribución práctica cuando se activa prelavado es repartir la dosis total: entre un 20 y un 30% en I y el resto en II. Simple y eficaz.

Cápsulas monodosis: no van al cajetín. Se colocan en el fondo del tambor, antes de introducir la colada, para que el agua las disuelva desde el principio y el gel se distribuya con el movimiento. Si se depositan encima de las prendas o pegadas a la puerta, algunas películas se pegan y dejan cercos gelatinosos. En ciclos muy cortos o con agua fría, conviene elegir cápsulas con cobertura de disolución en frío. Y si se combinan con aditivos en polvo (oxígeno activo), mejor separar ambos puntos de entrada: el aditivo puede ir en II con el detergente en polvo o en una pequeña taza medidora sobre las prendas.

Detergente en polvo, líquido o cápsulas: cómo acertar

Cada formato tiene su lógica. El líquido disuelve bien a bajas temperaturas y funciona de maravilla con manchas de grasa recientes o coladas mixtas a 30–40 °C. El polvo rinde mejor en blancos y con temperaturas medias (40 °C), porque suele incorporar agentes blanqueantes oxigenados y secarburiza menos en aguas duras. Las cápsulas aportan comodidad y dosificación cerrada: menos margen de error, precio por lavado algo superior. Para tejidos técnicos o ropa oscura, interesa evitar blanqueantes ópticos y elegir fórmulas sin enzimas agresivas. Para pieles sensibles o bebés, los hipoalergénicos con perfume moderado minimizan irritaciones. Y las toallas agradecen ciclos sin suavizante: ese aditivo reduce su capacidad de absorción.

Prelavado: cuándo suma de verdad

El prelavado no es un atajo ni un reseteo mágico; es una herramienta concreta. Tiene sentido en suciedad sólida y visible (barro, polvo de obra, grasa reseca) o cuando la ropa ha estado mucho tiempo almacenada. Abstenerse en coladas urbanas con uso diario. Si se activa, mejor dosificar con cabeza: un cuarto de la dosis total en I basta para reblandecer y arrastrar la capa superficial; el resto en II hace el trabajo de fondo. En escenarios donde se emplea quitamanchas oxigenado, combinarlo con polvo en II o añadirlo al tambor evita saturar el circuito del cajetín.

Dureza del agua y antical: el factor que se ignora

La dureza cambia la película. Aguas duras “se comen” parte del poder del detergente, porque los sales cálcicos lo inactivan parcialmente. Opciones realistas: subir ligeramente la dosis, elegir detergentes con ablandadores integrados o usar un antical específico. Este último no limpia, pero optimiza el trabajo del detergente y protege la resistencia de la lavadora. Con cápsulas, si se añade un antical en pastilla, mejor colocarlo en un lateral del tambor para que se disuelva de forma progresiva y no interfiera con la disolución de la cápsula.

Señales de sobredosis y de falta de producto

Restos blanquecinos en prendas oscuras, tacto jabonoso al sacar la colada o burbujas persistentes en el último aclarado delatan exceso de detergente. Olor a humedad, grisáceo crónico y manchas que reaparecen indican dosis corta o agua dura sin compensar. La espuma descontrolada que asoma por la puerta en algunas máquinas obliga a la electrónica a añadir aclarados, alargando el tiempo y el consumo. Ajustar un punto y observar el siguiente ciclo suele resolverlo sin necesidad de medidas drásticas.

Autodosificación y carga superior: particularidades que conviene conocer

Las lavadoras con autodosis incorporan depósitos internos para detergente y suavizante. Se llenan cada cierto tiempo y el equipo calcula automáticamente la cantidad en función de la carga, el programa y, en algunos modelos, la dureza del agua predefinida. Con estos sistemas, no se debe añadir producto en el cajetín II cuando la autodosis está activa; basta con mantener lleno el depósito y calibrar la concentración del detergente en el menú (si el producto es concentrado x2, hay que decírselo a la máquina o el sistema sobredosifica). Si se desactiva la autodosis —para un lavado de lana con jabón específico, por ejemplo—, se vuelve al esquema clásico: II para el detergente elegido y flor para el suavizante si se utiliza.

Existen variantes con dos tanques para detergente de color y de blancos, cartuchos de marca con códigos de reconocimiento e incluso sensores de viscosidad. En todos los casos, la lógica de uso cambia con el software del fabricante: conviene revisar el menú de mantenimiento de depósitos, porque las membranas y conductos pueden obstruirse si el detergente se seca.

La carga superior presenta dos mundos. En el modelo europeo, con cajetín bajo la tapa, la señalización es la misma: I para prelavado, II para lavado principal y flor para suavizante. En el estilo estadounidense clásico, sin cajetín lateral, el detergente se vier­te directamente en la cuba mientras entra el agua o en un dispensador del agitador central. Nunca encima de la ropa en seco: conviene que el producto se mezcle con agua antes de tocar el textil, para evitar concentraciones y manchas.

Mantenimiento del cajetín y del circuito de entrada

El cajetín se desmonta. Casi siempre hay una lengüeta o pieza azul que, al presionarla, permite extraer la bandeja completa. Bajo el grifo, con agua templada y un cepillo de dientes retirado del servicio, las guías y esquinas quedan limpias. El sifón del suavizante —esa chimenea que suele estar encajada— debe sacarse y aclararse hasta que no queden restos de biofilm, esa capa viscosa que huele a humedad. Si el sifón no asienta bien, el suavizante se vaciará fuera de tiempo o, al contrario, quedará agua retenida tras el ciclo.

En la parte superior del hueco interior hay inyectores por los que el agua cae al cajetín. Cal y residuos pueden taponarlos. Un bastoncillo y un paño ligeramente humedecido con vinagre —uso puntual, no a chorro y no de forma habitual— despejan la salida. Mantener entreabiertos la puerta y el cajetín tras cada colada facilita la ventilación y corta de raíz los olores. Un ciclo de higiene mensual a 60–90 °C, sin ropa, con detergente en polvo o un limpiador específico, arrastra grasas y restos acumulados en tuberías.

Cuando quedan residuos en el compartimento II tras el lavado, suelen coincidir tres causas: presión de agua baja, obstrucción en inyectores o sobredosificación con polvo muy compacto. Primero, limpieza; después, revisar la dosis; por último, observar si el compartimento I se vacía correcto en un programa con prelavado: si I se vacía y II no, el problema está en la guía del cajetín o en el inserto mal encajado. Ajustarlo resuelve el 90% de casos.

Programas y temperatura: el lugar correcto no lo es todo

Colocar bien el detergente es la base, pero el programa elegido y la temperatura determinan cuánto rinde esa base. Eco 40–60 es el caballo de batalla moderno para algodón que tolera desde 40 hasta 60 °C. Tarda más tiempo, sí, pero compensa con fases de remojo y agitaciones que ahorran energía. Con polvo, las blancas ganan brillo; con líquido, el resultado es muy bueno, aunque la acción blanqueante disminuye. Para sintéticos y mezcla, un 30–40 °C con líquido sobra en el día a día.

Los ciclos rápidos (15–30 minutos) tienen su papel. Resuelven urgencias con poca suciedad y requieren poca dosis. No pueden desincrustar como un programa completo; no es su misión. En el otro extremo, los antialergias o higiene elevan temperatura y aclarados. En esos casos, el detergente sigue en II, pero la dosis se modera porque el propio programa aporta más agua y tiempo de aclarado. Bien encuadrado, el resultado es más amable con la piel.

El vapor se presenta como asistente. No es un lavado. No requiere dosis extra de detergente; su objetivo pasa por relajar fibras, disminuir arrugas y reducir olores. Añadir producto adicional en II “para que el vapor potencie” satura tejidos y complica el aclarado. En mantas, edredones y volúmenes grandes, la distribución del detergente importa: si se usa bola dosificadora, mejor situarla en una zona céntrica, no entre pliegues que la atrapen.

Los tejidos especiales exigen jabones específicos. Lana y seda se lavan con detergentes menos alcalinos y enzimas suaves. Se depositan en II o en bola, no se sustituyen por champú ni gel de ducha: el pH y los aditivos de estos últimos no son aptos para textil. En prendas impermeables o softshell, las fórmulas sin suavizantes mantienen la transpirabilidad. Cuando la repelencia cae, la solución no es cambiar de compartimento, sino reimpermeabilizar con productos dedicados.

Dosis con criterio: medir, observar, ajustar

El envase del detergente incorpora tablas con rangos para carga, suciedad y dureza. Son un punto de partida útil. A partir de ahí, medir con el tapón o cacito, observar la colada y ajustar medio paso al alza o a la baja afina el resultado. En altas eficiencias —prácticamente todas las lavadoras actuales—, menos es más: espuma excesiva equivale a más aclarados y mayor consumo. Cuando el olor persiste pese a dosificar bien, el problema suele estar en agua dura, programas demasiado cortos para la suciedad real o cargas muy apretadas que impiden circular el agua. Reducir la carga y elegir un programa algo más largo a 40 °C con polvo devuelve el blanco perdido y estabiliza los colores.

Suavizante: útil para reducir electricidad estática y aportar tacto en algodón y tejidos mixtos. Contraproducente en toallas —reduce absorción— y en deportivas —cierra poros y disminuye transpirabilidad—. Si se busca suavidad sin aditivos, un aclarado extra o programas con más agua cumplen sin comprometer prestaciones.

Quitamanchas oxigenado y blanqueantes: funcionan mejor combinados con temperatura moderada y con polvo. En color delicado, mejor evitar cloro y recurrir a oxígeno activo. Nunca al depósito del suavizante para “liberarlo al final”: atasca el sifón y huele mal con el tiempo. Cada producto, a su sitio.

Ropa limpia sin complicarte: método práctico para cada lavado

La limpieza eficaz de la colada no tiene misterio cuando se respeta un método sencillo. Detergente en II, prelavado en I solo si el programa lo incluye, suavizante en la flor hasta la marca, cápsulas al tambor. Dosis medida con arreglo a carga, suciedad y dureza del agua. Cajetín limpio, inyectores despejados y puerta entreabierta al terminar para ventilación. La elección del formato —polvo, líquido o cápsulas— se hace por el tipo de colada y la temperatura más habitual en cada hogar. El resto son ajustes finos que se afianzan con la observación.

Cuando algo falla, las pistas están a la vista: restos en el cajetín, espuma desmedida, olores que no marchan, toallas que absorben menos, cápsulas que no se disuelven. Cada síntoma remite a una corrección concreta: limpieza y nivelado del cajetín, rebajar dosis, subir un punto la temperatura, ampliar aclarado, evitar suavizante en textiles que lo penalizan. Mover una bola dosificadora a un punto más centrado también evita concentraciones en edredones y prendas voluminosas.

Colocar el detergente en su sitio, dosificar con cabeza y seleccionar bien el programa resume el oficio doméstico de lavar. No hace falta complicarse con mezclas raras ni atajos dudosos. Con estas coordenadas claras, la colada sale limpia, sin residuos ni olores, los tejidos duran más y la lavadora trabaja desahogada. Un hábito que se automatiza y que empieza siempre en el mismo gesto: llevar el producto correcto al compartimento correcto. El resto fluye y la diferencia se nota, a simple vista y al tacto.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Balay, OCU, Bosch Home, Siemens.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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