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Diferencia entre resonancia y tomografia computarizada: qué saber

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medica hace una tomografia computarizada

RM y TAC, qué cambia de verdad: rapidez, radiación, contraste y uso clínico en ictus, trauma y cáncer. Guía clara y actual para elegir bien.

La diferencia entre resonancia y tomografía computarizada se entiende con una idea sencilla: cambian la energía que emplean, el tipo de detalle que ofrecen y el ritmo al que entregan respuestas. La resonancia magnética (RM) usa un campo magnético y ondas de radio, no implica radiación ionizante y destaca en tejidos blandos —cerebro, médula, ligamentos, órganos pélvicos— con un contraste exquisito. La tomografía computarizada (TC o TAC) es un barrido de rayos X que reconstruye el cuerpo en cortes en cuestión de segundos: muy rápida, extraordinaria para hueso, pulmón, hemorragias y urgencias. No compiten, se complementan. Cuando un equipo clínico elige, no busca la “mejor máquina” en abstracto, sino la más útil para la pregunta concreta del paciente. Radiación o no radiación. Velocidad o máximo contraste tisular. Disponibilidad inmediata o estudio algo más largo: ahí está el juego.

En la práctica, el TAC va delante en escenarios críticos —un ictus en curso para descartar hemorragia intracraneal al minuto, un politrauma tras un accidente, un dolor abdominal agudo que exige un panorama completo— y la RM entra para afinar: delimita un infarto, caracteriza una lesión hepática dudosa, detecta una rotura de ligamento cruzado o una herniación discal con compresión medular. Si la sospecha es lesión de menisco, endometriosis profunda o tumor hipofisario, la resonancia manda. Si se teme una perforación intestinal, un neumotórax o un tromboembolismo pulmonar, la tomografía manda por ritmo y cobertura. Eso es lo que cambia, y lo que decide.

Qué cambia de verdad entre resonancia y tomografía

La física explica la diferencia con claridad. La resonancia magnética alinea protones de hidrógeno con un imán potente y capta la energía que emiten al relajarse. Esa señal varía según la cantidad de agua, la organización del tejido y el entorno molecular; se traduce en imágenes que separan con finura sustancia blanca y gris, cartílago y líquido, músculo y grasa. De ahí su superioridad en tejidos blandos y su valor en neurología, músculo-esquelético y pelvis. Como no hay radiación, resulta especialmente atractiva en población pediátrica y en embarazos cuando resuelve la misma pregunta clínica que otras técnicas.

La tomografía es otra historia: múltiples haces de rayos X rodean al paciente, el detector recoge la atenuación de la radiación y un algoritmo reconstruye volúmenes tridimensionales a gran velocidad. Su virtud es la rapidez y la resolución espacial: detalles finos de hueso, detección de calcificaciones, lectura de infiltrados pulmonares, evaluación de hemorragias y lesiones viscerales en minutos. Implica dosis de radiación que varían según región y protocolo, pero los equipos modernos han reducido cifras con técnicas de baja dosis y reconstrucción iterativa. La TC ofrece, además, una enorme capacidad de cobertura: tórax, abdomen y pelvis en una sola apnea; traumatismos complejos en un único recorrido de mesa.

La forma de trabajar también cambia. Una RM despliega secuencias distintas (T1, T2, difusión, perfusión, supresión grasa, eco de gradiente), cada una aportando matices funcionales o estructurales. Esa multiparametría permite, por ejemplo, distinguir un hemangioma hepático de una metástasis, estudiar el hipocampo en epilepsia o valorar edema óseo oculto en una rodilla con radiografía normal. La TC, por su parte, juega con fases de contraste yodado (arterial, portal, tardía) para “encender” vasos y órganos, localizar sangrados activos, ver trombosis venosas, medir aneurismas o valorar la vascularización de un tumor antes de operar.

En la conversación pública aparece a menudo la frase de búsquedadiferencia entre resonancia y tomografia computarizada”. La respuesta, dicho de forma directa, encaja en tres ejes: energía empleada (campo magnético frente a rayos X), fortaleza diagnóstica (tejido blando y funciones frente a hueso, pulmón y urgencia) y tiempo (minutos de preparación y adquisición en RM frente a segundos en TC). A partir de ahí se dibuja todo lo demás: seguridad, indicaciones, contrastes y experiencia del paciente.

Indicaciones clínicas que marcan la diferencia

En enfermedad cerebrovascular aguda, el circuito español de código ictus ha estandarizado una entrada: TC craneal sin contraste para descartar hemorragia de forma inmediata y, si está indicado, angio-TC para ver si hay una oclusión de gran vaso. La RM con difusión es más sensible a infartos tempranos y a lesiones sutiles, y se usa para precisar extensión, penumbra y secuelas cuando la logística lo permite. No es una batalla de equipos, es una cadena de decisiones con reloj.

En trauma mayor, el TAC de cuerpo completo acorta decisiones: localiza lesiones viscerales, cuantifica hemorragias, identifica fracturas complejas y guía el traslado al quirófano o la UCI. La RM entra con ventaja cuando la pregunta es por compresión medular, desgarros ligamentarios o hematomas intramedulares. En columna, una TC delimita muy bien la arquitectura ósea y la alineación tras una fractura; si el problema es radiculopatía por hernia discal, la RM describe el conflicto disco-raíz, el edema, la inflamación y el impacto sobre la médula.

En tórax y abdomen, la TC es el caballo de batalla. Valora neumonías, embolias pulmonares, neumotórax, disecciones aórticas y abdómenes agudos con rapidez y cobertura. La oncología la usa para estadificación toracoabdominal, seguimiento de adenopatías y control de metástasis. La RM, sin embargo, ofrece ventajas claras en órganos concretos: hígado (con secuencias y contrastes específicos), páncreas (colangiopancreatografía por RM), pelvis femenina (endometriosis profunda, cáncer de cérvix), recto (estadificación local), riñón (caracterización de masas complejas) o próstata, donde el protocolo multiparamétrico ha cambiado el manejo diagnóstico y terapéutico.

En músculo-esquelético, la regla es estable: tejidos blandos y cartílago se ven mejor en RM; geometría ósea y fracturas complejas se delinean con precisión en TC. Una rodilla con sospecha de rotura meniscal, un tobillo con esguince que no mejora, un hombro con posible lesión del labrum o del manguito rotador son territorio natural de la resonancia. La tomografía, con sus reconstrucciones multiplanares y 3D, resulta clave para planificación quirúrgica en fracturas articulares, osteotomías o prótesis.

En cabeza y cuello, la RM es la herramienta para la hipófisis, el ángulo pontocerebeloso, los pares craneales y las órbitas. La TC domina en senos paranasales, oído (huesecillos), traumatismos faciales y calcificaciones. En cardiología, conviven varias vías: TC coronaria para ver estenosis y calcificación en pacientes seleccionados; RM cardiaca para función ventricular, viabilidad miocárdica, miocarditis y miocardiopatías. El mapa es amplio, pero las líneas maestras no se mueven: cada técnica brilla donde su física le presta ventaja.

Hay ámbitos de cribado con nombre y apellidos. La TC de baja dosis se emplea en programas de detección precoz del cáncer de pulmón para poblaciones de alto riesgo. No es un capricho: los protocolos de baja dosis permiten identificar nódulos con una exposición ajustada, y se acompañan de sistemas de puntuación y seguimiento. La RM no compite en pulmón por física pura —al menos hoy—, pero sí ha ganado espacio en hígado, próstata y mama, donde su papel es de caracterización y problemas complejos, no de cribado general.

Seguridad, radiación y contrastes

Hablar de radiación sin alarmismo exige contexto. Una TC diagnóstica típica puede moverse en un rango de milisieverts que, en números redondos, va desde exposiciones bajas (como las usadas en cribado de pulmón) hasta dosis más altas en estudios abdominales multifase. Es una horquilla amplia porque depende del área explorada, del equipo, del tamaño del paciente y del protocolo. La política que guía a los servicios de radiología es clara: ALARA (tan baja como razonablemente sea posible). Esto significa ajustar voltaje, corriente, pitch, activar modulación automática y utilizar reconstrucción iterativa para mantener la calidad diagnóstica con menos radiación. Esa optimización es cotidiana, no eslogan.

La ausencia de radiación en RM pesa en decisiones concretas: niños, gestantes cuando la técnica responde la pregunta clínica, pacientes con muchas exploraciones en su historia. No convierte a la resonancia en la respuesta universal. Si hay que descartar una hemorragia inminente o valorar una perforación intestinal con urgencia, la TC ofrece una relación beneficio–riesgo mejor porque resuelve ya lo que cambia el tratamiento ya. Ese es el equilibrio que trabaja la medicina moderna: justificación de la prueba y uso de la técnica adecuada.

Los contrastes añaden matices. En TC, el contraste yodado permite estudiar vasos y perfusión, localizar sangrado activo, ver estenosis y trombosis. Puede provocar reacciones alérgicas y, en pacientes con función renal comprometida, elevar el riesgo de deterioro renal asociado al contraste; por eso se selecciona a quién, cuánto y cómo, con hidratación, revisión de medicación nefrotóxica y alternativas cuando procede. En RM, los agentes de gadolinio han evolucionado hacia compuestos macrocíclicos con mejor estabilidad. Persisten precauciones en insuficiencia renal avanzada para evitar la fibrosis sistémica nefrogénica —hoy muy rara— y se vigila el uso acumulado en pacientes con múltiples pruebas, sin caer en alarmismos infundados. La regla es idéntica: indicar bien, usar la menor cantidad necesaria y registrar alergias previas para planificar con seguridad.

Los implantes y metales merecen un capítulo aparte. Durante años, marcapasos y desfibriladores fueron casi un “no” automático para RM. Eso ha cambiado. Existen equipos y protocolos de seguridad que hacen posible realizar resonancias en pacientes con dispositivos cardiacos compatibles o valorados como condicionales por cardiología y radiología, con monitorización y listados detallados de materiales. No significa vía libre para cualquiera ni en cualquier sitio, pero sí que la contraindicación no es absoluta y que se decide caso a caso. También se revisan clips quirúrgicos, prótesis articulares, stents, válvulas y bombas de infusión. El cribado es exhaustivo y forma parte del trabajo bien hecho.

En el día a día aparecen dudas recurrentes: tatuajes, brackets, prótesis dentales. Los tatuajes muy recientes pueden requerir prudencia; los antiguos rara vez causan problema. La metalización dental puede generar artefactos que se gestionan con ajustes de secuencia. La seguridad en RM no se agota en la máquina: necesita circuitos de acceso, formación, listados y una cultura de prevención de incidentes que en España se ha reforzado en los últimos años con auditorías internas y protocolos validados.

Experiencia del paciente y logística

La experiencia no es menor, porque condiciona la tolerancia a la prueba y su calidad. Un TAC suele ser un trámite breve: preparación, canalizar una vía si se va a usar contraste, apnea corta y listo. Ideal en dolor, dificultad para permanecer quieto o urgencias donde cada minuto importa. Una RM necesita tiempo: entre 15 y 40 minutos típicos —más en estudios complejos— dentro de un túnel que hace ruido rítmico. La claustrofobia no es anecdótica; se maneja con información, tapones, música, gafas prismáticas, acompañamiento de enfermería y, si es necesario y está indicado, sedación supervisada.

La disponibilidad también marca diferencias. Por duración y complejidad, una RM agenda menos pacientes por franja horaria que un TAC. En hospitales con gran demanda se observan listas de espera más largas para resonancia, sobre todo en estudios con sedación o protocolos multiparamétricos. Eso explica decisiones que, a pie de pasillo, parecen extrañas: un TAC hoy para resolver lo urgente y una RM después para completar la información. No es capricho: es gestión clínica y logística. En España, además, la extensión de circuitos de urgencia con TC 24/7 es amplia, mientras que algunas RM trabajan en ventanas más acotadas, según centro.

El capítulo de comodidad incluye detalles prácticos: acudir con ropa sin metal y sin joyas, avisar de alergias, de enfermedad renal, de implantes y prótesis, llevar informes de cirugías previas y tarjetas de dispositivos. En TC, beber agua y seguir las instrucciones sobre ayuno y evitar metales acelera el flujo. En RM, el inmovilizado y la cooperación durante las apneas y secuencias largas marcan la diferencia entre una exploración excelente y otra con artefactos que obligan a repetir tomas.

Hay un apartado que despierta curiosidad: la resonancia abierta. Su objetivo fue mejorar la tolerancia en claustrofobia. Ofreció soluciones en perfiles muy concretos, pero su menor potencia y calidad de imagen limitaron indicaciones. La tendencia ha sido apostar por RM cerradas más anchas y con mejor ventilación, que suavizan la sensación de encierro sin sacrificar resolución. Cuando se necesita de verdad un equipo abierto, se deriva a centros que lo mantienen con protocolos específicos.

Coste y eficiencia para el sistema

El TAC es, por costo por exploración y velocidad, la herramienta más eficiente para grandes volúmenes de urgencias y seguimientos oncológicos toracoabdominales. Produce mucha información en poco tiempo y optimiza recursos cuando la pregunta clínica es amplia: ¿hay hemorragia? ¿hay perforación? ¿hay metástasis o progresión? La resonancia cuesta más y necesita más minutos, pero compensa cuando evita pruebas invasivas, reduce cirugías innecesarias o aporta un detalle que cambia el plan terapéutico. No se trata de ahorrar por ahorrar, sino de indicar con pertinencia. Un TAC innecesario expone a radiación sin beneficio y consume recursos; una RM mal indicada ocupa un equipo y un radiólogo que otros pacientes necesitan.

En salud pública, el cribado de cáncer de pulmón con TC de baja dosis ilustra cómo una técnica con radiación puede ser la opción correcta si reduce mortalidad en poblaciones de alto riesgo y se aplica con protocolos estrictos, interpretación estandarizada y seguimiento. El número aislado de mSv pierde dramatismo cuando se traduce en vidas y años de calidad ganados. Lo mismo ocurre con el ictus y el trauma: la rapidez del TAC permite decisiones que salvan cerebro y órganos. La RM, por su parte, concentra valor añadido en vías donde el detalle evita tratamientos agresivos o guía cirugías de precisión.

La tecnología no se queda quieta. Los equipos de TC integran detector volumétrico de alta cobertura, sincronización cardiaca mejorada y herramientas de reducción de dosis cada vez más finas. Las RM aceleran secuencias —incluida difusión en cuerpo entero—, mejoran relación señal/ruido y despliegan algoritmos de reconstrucción que limpian artefactos. Aun así, lo decisivo sigue siendo el protocolo y el equipo humano. Saber cuándo no inyectar contraste, qué secuencias priorizar y cómo colocar al paciente bate, en impacto real, a cualquier salto menor de hardware.

El debate económico añade una pieza: accesibilidad territorial. En provincias con dispersión geográfica, el TAC se usa como primera línea por disponibilidad y formación de equipos. Las derivaciones a RM se concentran en hospitales de referencia, con tiempos que se intentan amortiguar priorizando casos oncológicos, neurológicos y pediátricos. Es un equilibrio permanente entre necesidad clínica, equidad y sostenibilidad del sistema.

Elegir bien en cada caso

La diferencia entre resonancia y tomografía computarizada no es una carrera por ser “la mejor”, sino por ser la adecuada. La resonancia es el instrumento de máximo contraste de tejidos y de función sin radiación; decide en cerebro, médula, articulaciones, pelvis y en la caracterización fina de muchas lesiones. La tomografía reina cuando se necesita velocidad, panorama y resolución ósea o pulmonar: urgencias, trauma, tórax, abdomen. Los contrastesyodado en TC, gadolinio en RM— se manejan con criterio y prevención; los implantes se evalúan con checklists y protocolos que, hoy, permiten RM incluso en portadores de dispositivos cardiacos seleccionados. El mensaje de fondo es simple y operativo: indicar bien, proteger, acelerar cuando toca y profundizar cuando hace falta.

Un ejemplo cierre de círculo. Un dolor abdominal sin diagnóstico con analítica confusa puede encontrar respuesta en un TAC contrastado en minutos. Un ictus arranca con TC para descartar sangrado y planificar reperfusión; la RM afina después. Una rodilla que “falla” desde hace meses con radiografía normal tiene su luz en la RM: meniscos, ligamentos, cartílago y edema óseo quedan al descubierto. Un hígado con lesión indeterminada en TC encuentra apellido con RM específica. Son escenas reales, repetidas a diario en hospitales españoles. Y resumen la idea matriz: dos técnicas distintas, dos fortalezas complementarias, una sola pregunta que se responde con criterio clínico.

A la hora de decidir entre RM y TAC, importan tres cosas que no cambian: qué se busca, en cuánto tiempo hay que saberlo y qué condición acompaña al paciente. Con esas variables, la elección deja de ser un debate de “máquinas” y se convierte en una decisión clínica bien fundada. Cuando el calendario aprieta y la seguridad manda, la TC ofrece respuestas inmediatas; cuando la precisión del tejido define el camino, la RM ilumina lo que no ve ningún otro método. Ese es el matiz que conviene guardar en la cabeza cuando se habla —con propiedad— de la diferencia entre resonancia y tomografía computarizada.


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Este artículo se ha elaborado con información contrastada y vigente procedente de organismos y sociedades científicas españolas. Fuentes consultadas: SERAM, AEMPS, SEPAR, SERAU.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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