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Cuantos dientes tenemos y por qué este numero puede variar

Cuántos dientes tenemos y por qué no siempre coinciden: cifras, cordales, dentición infantil y claves prácticas para cuidar bien la boca hoy.
Un adulto sano cuenta con hasta 32 piezas dentales permanentes, repartidas en 8 incisivos, 4 caninos, 8 premolares y 12 molares, incluidas 4 muelas del juicio. Esa es la cifra anatómica máxima. La realidad cotidiana, sin embargo, suele quedarse en 28 dientes porque muchas personas no desarrollan las cordales, estas no erupcionan o se extraen por falta de espacio o por problemas clínicos. En la etapa infantil la cifra es distinta: la dentición temporal suma 20 dientes y actúa como guía del recambio hacia los definitivos.
Dicho con precisión periodística: 28 a 32 piezas en la vida adulta —32 si aparecen y se conservan las cordales; 28 si no existen o se han retirado— y 20 dientes en la infancia. Ese es el dato clave. A partir de aquí entra el contexto: cómo se distribuyen las piezas, qué funciones cumplen, cómo cambia el recuento con la edad, cuáles son las variaciones más frecuentes y qué prácticas ayudan a mantener el mayor número posible durante décadas. Un número sirve para empezar; comprender lo que hay detrás evita confusiones y decisiones precipitadas.
La arquitectura de la dentición permanente
La dentición adulta no es un conjunto caótico, sino un sistema organizado por forma y función. Los incisivos ocupan el frente y cortan; los caninos aportan guía y desgarro; los premolares hacen de puente entre precisión y fuerza; los molares trituran con superficies amplias. En boca completa, el reparto estándar por arcada es simétrico: cuatro incisivos, dos caninos, cuatro premolares y seis molares, con los terceros molares cerrando la retaguardia. El total: 32.
No todas las bocas llegan a esa cifra. Las muelas del juicio —las últimas en formarse y emerger— se llevan buena parte de la variabilidad. Hay quien no desarrolla ninguna; hay quien presenta una, dos o tres; hay quien las tiene incluidas en el hueso toda la vida sin síntomas; y hay quien las erupciona sin historia. Cuando faltan las cuatro cordales, el conteo se estabiliza en 28. Lejos de ser una rareza, es lo más habitual en muchos entornos urbanos y se considera una variante fisiológica sin repercusión por sí sola.
La cronología eruptiva ayuda a entender ciertos malentendidos. Los primeros molares definitivos aparecen hacia los seis años por detrás de los molares de leche y no sustituyen a ninguna pieza temporal; los segundos molares emergen alrededor de los 12 años, y los terceros molares —si existen— pueden asomar entre la adolescencia tardía y la veintena. En medio de ese calendario, los incisivos, los caninos y los premolares sí relevan a sus homólogos temporales. De ahí que algunas personas crean que “no les han salido todas las muelas” cuando, en realidad, lo que no existe es el germen de las cordales.
Más allá del conteo, la función condiciona el desgaste. Los molares soportan fuerzas elevadas, sobre todo en casos de bruxismo. Ese hábito —apretar o rechinar, a menudo durante el sueño— acelera la pérdida de esmalte, predispone a microfracturas y resta altura a las cúspides. El número de dientes no cambia por el desgaste, pero la calidad masticatoria y la estabilidad oclusal sí pueden resentirse, con efectos en cadena sobre articulaciones y musculatura.
Un mapa mental útil sin complicaciones
Para orientarse, basta con dividir la boca en cuatro cuadrantes: superior derecho e izquierdo, inferior derecho e izquierdo. En cada cuadrante adulto “ideal” hay ocho piezas si están presentes las cordales: dos incisivos, un canino, dos premolares y tres molares. Cuando faltan los terceros molares, el cuadrante queda en siete y el total global en 28. Ese mapa simplificado permite ubicar pérdidas, explicarse con claridad en una consulta y evitar confusiones entre premolares y molares, que en el lenguaje coloquial a veces se mezclan.
Existen, además, sistemas de numeración para anotar piezas en los historiales. En la práctica clínica española se usa de forma extendida el sistema FDI, que codifica cuadrantes y posición. No hace falta memorizarlo, pero conocer su existencia facilita la lectura de informes y la comunicación con el profesional.
Dentición infantil: 20 dientes que lo condicionan todo
En la infancia el recuento es inequívoco: 20 dientes temporales bien repartidos y tan importantes como los definitivos. Ocho incisivos, cuatro caninos y ocho molares de leche. No son versiones “baratas” de los adultos: permiten masticar, aprender fonación y, sobre todo, conservan el espacio para la erupción posterior. Cuando uno de esos dientes se pierde de manera prematura por caries o traumatismo, el arco tiende a cerrarse y se complica la salida del permanente, con apiñamientos que más tarde exigirán ortodoncia o aparatos mantenedores de espacio.
El calendario acompaña. Los primeros dientes de leche suelen aparecer hacia los seis meses y la dentición temporal completa se consolida alrededor de los dos o tres años. El recambio se inicia en torno a los seis, con la entrada en escena de los primeros molares permanentes sin sustitución previa, y se prolonga hasta los 12 años. La variabilidad es normal: hay adelantos y retrasos que no indican patología por sí mismos. Las señales de alerta, cuando las hay, tienen que ver con asimetrías marcadas, dolor persistente o infecciones.
El cuidado en esta etapa cambia el guion del recuento adulto. Higiene diaria con pasta fluorada ajustada a la edad, uso de hilo o cepillos interproximales cuando los espacios se cierran, selladores de fosas y fisuras en molares jóvenes con anatomías retentivas y revisiones periódicas. Cuanta menos caries en la infancia, mejor pronóstico para la dentición definitiva, menos obturaciones y menos extracciones a lo largo de la vida.
Cordales: cuatro que suman o que desaparecen
Las muelas del juicio fueron diseñadas para un paisaje anatómico distinto al de las dietas actuales, más blandas y más procesadas. Su desarrollo es el más variable. Hay agenesias (piezas que no se forman), inclusiones (quedan atrapadas en el hueso) y erupciones completas sin contratiempos. No existen dos radiografías idénticas, y esa diversidad explica por qué el recuento oscila entre 28 y 32 en la población adulta.
Cuando dan problemas, lo hacen por varios caminos: pericoronaritis si la encía cubre parcialmente la corona; caries de difícil acceso por su ubicación; lesiones en el segundo molar por acumulación de placa o por un contacto anómalo; quistes asociados en casos menos frecuentes. Por eso la extracción ha sido y es una medida habitual. La tendencia actual es individualizar: si la cordal está asintomática, bien posicionada y permite higiene correcta, puede conservarse. Si duele, inflama, destruye tejido vecino o impide un tratamiento ortodóncico, se indica la retirada con planificación adecuada.
Una característica técnica complica algunas intervenciones: raíces con curvaturas marcadas y número de conductos variable. En proximidad al nervio alveolar inferior (en la mandíbula) la decisión exige estudios de imagen que delimitan riesgos. El objetivo es claro: resolver el problema sin generar déficits sensoriales ni lesiones añadidas. El resultado, bien planificado, suele ser predecible.
Variaciones que alteran el conteo: pérdidas, ausencias y dientes “de más”
El número final de dientes en la vida adulta no es un destino inamovible. Los principales motivos de pérdida —más allá de las cordales— son caries avanzadas, periodontitis, traumatismos y fracturas por sobrecargas. La odontología actual ofrece soluciones de reposición fiables: implantes, puentes y prótesis que restauran función y estética. No suman un diente natural al conteo biológico, pero sí devuelven masticación, fonación y soporte facial.
En paralelo, existen variantes congénitas. La agenesia dental (ausencia de uno o varios gérmenes) se observa con frecuencia en incisivos laterales superiores o segundos premolares. En estos escenarios, el plan terapéutico se personaliza: cierre de espacios con ortodoncia, mantenimiento de dientes temporales más allá de su tiempo si son viables, o creación de huecos para implantes cuando finaliza el crecimiento. También aparece el caso contrario, la hiperdoncia: dientes supernumerarios como el mesiodens —un pequeño intruso en la línea media— que obstaculizan erupciones y distorsionan alineaciones. Su manejo suele incluir extracción y reordenación ortodóncica.
La ortodoncia puede modificar deliberadamente el recuento mediante extracciones terapéuticas —a menudo de primeros premolares— para descomprimir apiñamientos y lograr una oclusión estable. Se reduce el número total, sí, pero mejora la salud periodontal, la higiene y la estabilidad a largo plazo. La decisión no responde a una moda: se apoya en diagnóstico, medidas cefalométricas y planificación digital o analógica.
Diagnóstico que aclara: mirar más allá del espejo
Contar dientes frente al espejo aporta una primera orientación, pero no detecta piezas incluidas ni lesiones ocultas. La radiografía panorámica ofrece una visión global de ambas arcadas, identifica cordales ocultas, caninos retenidos, pérdidas antiguas camufladas por prótesis y lesiones que podrían pasar inadvertidas. En situaciones concretas, una tomografía de haz cónico (CBCT) brinda información tridimensional para evaluar trayectorias, proximidades nerviosas y volumen óseo. Esa imagen no solo resuelve el “cuántos”, también orienta el “qué hacer”.
Salud periodontal, bruxismo y dieta: los factores que deciden si el número baja
Sostener 28 o 32 piezas a lo largo del tiempo depende menos de la suerte y más de hábitos sostenidos. La enfermedad periodontal es el enemigo silencioso que afloja los cimientos: primero inflama y sangra la encía, después pierde altura el hueso y, si no se detiene, se entra en movilidad dental y extracciones. La buena noticia es que responde al tratamiento: higiene profesional, raspados y alisados radiculares, control del biofilm y mantenimiento con periodicidad ajustada al riesgo. Menos inflamación, menos pérdidas.
El bruxismo desgasta y fractura. Su manejo combina férulas de descarga bien ajustadas —no todas protegen igual, la clave está en la oclusión equilibrada—, fisioterapia cuando hay dolor muscular y estrategias de control del estrés. Proteger el esmalte no aumenta el número de dientes, pero evita fracturas que acaben en endodoncias o extracciones.
La dieta inclina la balanza. Azúcares de absorción rápida y bebidas ácidas —tomadas en pequeños sorbos durante horas— mantienen el pH bajo y favorecen caries. Cambios sencillos —agua entre comidas, evitar exposición ácida sostenida, tentempiés menos pegajosos— reducen el riesgo. La saliva es una aliada infraestimada: limpia, amortigua y remineraliza. Medicaciones que disminuyen el flujo salival elevan la susceptibilidad; ajustar rutinas e informar en consulta marca la diferencia.
El tabaco merece mención aparte. Aumenta la prevalencia y severidad de la periodontitis, altera la respuesta al tratamiento y empeora la cicatrización tras cirugía. Su impacto no es solo estético; acelera la pérdida. Reducir o abandonar el consumo se traduce en piezas conservadas a medio plazo.
Etapas vitales con necesidades específicas
Hay momentos en los que las encías cambian de comportamiento. Durante el embarazo, por ejemplo, se intensifica la tendencia a la gingivitis por la modulación hormonal. Un control preventivo y medidas de higiene evitan sustos. Tratamientos oncológicos que afectan a la mucosa y a las glándulas salivales exigen pautas personalizadas para prevenir caries rampantes y infecciones. En portadores de implantes, el mantenimiento regular evita mucositis y periimplantitis, dos procesos que, si progresan, comprometen la pieza implantada.
Cuántos dientes tiene cada persona: método práctico y decisiones informadas
La pregunta general se responde con un número; la realidad individual necesita un pequeño protocolo. Conteo visual con buena luz, anotación de piezas ausentes y de sustituciones protésicas, y confirmación radiográfica cuando existe duda o se planifica tratamiento. Con ese mínimo, se perfila el mapa: piezas presentes, piezas incluidas, espacios que pueden cerrarse o crearse para reposición, riesgos en cordales y prioridades clínicas.
En planificaciones ortodóncicas, el recuento no es un dato suelto: determina estrategias. Con apiñamientos severos en arcadas pequeñas, la extracción de primeros premolares puede optimizar la alineación sin comprometer la estética facial. En casos con falta de incisivos laterales superiores, mantener caninos temporales o preparar espacios para implantes tras el crecimiento evita improvisaciones. La clave es que cada movimiento tenga justificación funcional y estética.
En pacientes con pérdidas múltiples, priorizar pilares clave —primeros molares, caninos— y reconstruir la oclusión devuelve la masticación. No se trata de llenar huecos a toda costa, sino de recuperar estabilidad y reparto de cargas. Un plan escalonado, con tratamientos conservadores cuando es posible, reduce costes biológicos y preserva tejido.
Mitos y confusiones habituales
Persisten ideas equivocadas que complican el panorama. Llamar “muelas” a toda pieza posterior —incluidos los premolares— distorsiona el recuento y la percepción del problema. Creer que “las cordales siempre hay que quitarlas” no responde a la evidencia: la indicación se valora caso a caso. Pensar que “si un diente no duele, está sano” olvida que la periodontitis avanza en silencio y que las caries interproximales pueden progresar sin síntomas hasta fases avanzadas. Y el clásico “si me falta una muela, no pasa nada” se lleva mal con la sobrecarga del antagonista y con la extrusión de la pieza opuesta, que desordena la oclusión.
Mantener el número y la función: rutina realista, resultados medibles
Higiene minuciosa dos veces al día con pasta fluorada, hilo o cepillos interproximales a diario y limpiezas profesionales ajustadas al riesgo periodontal forman la línea base. Añadir selladores en molares recién erupcionados con fisuras profundas disminuye caries en jóvenes. Férula de descarga en bruxistas protege estructura. Reducir tabaco, controlar diabetes y mejorar dieta son decisiones sistémicas que sostienen la boca.
El seguimiento periódico —anual en bocas sanas, semestral cuando hay historial de periodontitis o caries recurrente— cambia el final. Detectar una lesión incipiente permite sellarla o remineralizarla; encontrar una bolsa periodontal a tiempo evita cirugía; controlar una cordal incluida previene urgencias. Una boca con 28 piezas estables funciona con eficiencia; una con pérdidas mal resueltas puede resignar alimentos, acortar comidas y empeorar la digestión. El número importa, pero la función manda.
Cuando se pierde una pieza: impacto real más allá del espejo
La pérdida de un molar no solo crea un hueco visible o invisible. Disminuye la superficie masticatoria, redistribuye fuerzas a dientes vecinos y favorece desplazamientos. El antagonista puede extruirse, los contiguos inclinarse y aparecen contactos que retienen biofilm. Con el tiempo, más caries, más inflamación y más movilidad. Reponer el diente —con implante o puente según el caso— no es un capricho estético: restaura función y previene efectos en cadena.
En situaciones de pérdidas múltiples, la prótesis removible puede ser una solución transicional o definitiva bien planificada. La estabilidad oclusal, el soporte labial y la claridad del habla mejoran. No es el “número natural”, pero sí la capacidad de masticar variado, con beneficios claros sobre nutrición y calidad de vida.
Número contado, boca entendida: el dato y lo que hay detrás
La cifra está sobre la mesa: 32 es el máximo anatómico en la vida adulta, 28 es el conteo más común por la ausencia o la extracción de las muelas del juicio, y 20 es el total infantil. Ese número no camina solo. Resume genética, hábitos, decisiones clínicas y circunstancias. Una boca con 28 piezas sanas y bien alineadas mastica, pronuncia y luce sin limitaciones. Otra con 24, si faltan pilares clave y no hay reposiciones, pierde eficiencia, selecciona alimentos y la oclusión se descompensa.
El camino práctico es conocido y no exige heroicidades: identificar el recuento real con exploración y radiografía básica, establecer riesgos (periodontales, caries, cordales incluidas, desgaste), priorizar tratamientos conservadores y programar mantenimientos. Cuántos dientes tenemos es una pregunta simple con una respuesta precisa; conservarlos es una tarea asumible con rutinas realistas y decisiones informadas. El resultado se nota donde importa: en lo que se come, cómo se habla y la confianza con la que se sonríe.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo se ha redactado con información contrastada de entidades sanitarias y sociedades científicas de España. Fuentes consultadas: Asociación Española de Pediatría, GuíaSalud, Consejo General de Dentistas de España, SEPA.

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