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Cuanto pesa una patata: guía de calibres, usos y raciones

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cuanto pesa una patata

Cuánto pesa una patata y cómo calcular raciones sin báscula: rangos por tamaños, calibres reales en España, mermas, cocción y trucos útiles.

La respuesta práctica cabe en una cifra y en su margen de seguridad: una patata mediana cruda pesa entre 180 y 220 gramos. Por debajo, la pequeña suele moverse entre 80 y 120 gramos; por encima, la grande se sitúa entre 250 y 350 gramos, con ejemplares que superan los 400 gramos cuando el calibre es extra. Para convertir a compras o a recetas sin báscula: 1 kilo equivale, de forma fiable, a 5–6 piezas medianas, 8–12 pequeñas o 3–4 grandes. Son rangos reales en el mercado español y permiten planificar raciones, costes y tiempos de cocción sin margen de error incómodo.

El peso final cambia cuando se cocina. En horno, una pieza grande puede perder un 15–20 % por evaporación; en fritura profunda hay pérdida de agua y absorción de aceite que eleva las calorías; en cocción con agua el peso apenas varía si se cuece entera y con piel. El rendimiento real también depende de la merma por piel, que suele rondar el 7–10 % del peso en crudo, y de la variedad: no pesa igual una Monalisa ovalada que una Kennebec harinosa o una Agria alargada. Pero la brújula útil se mantiene: 200 gramos es la medida mental de “una patata mediana”, la más versátil para tortilla, guiso y horno.

Medida rápida: cifras que funcionan

Cuando una receta pide “una patata mediana”, la horquilla razonable es 180–220 g por unidad. Con dos medianas se alcanzan 360–440 g, suficiente para una tortilla fina de cuatro huevos; con tres medianas, 540–660 g, la tortilla sube de grosor para cuatro o cinco raciones. Si en la bolsa predomina el calibre grande, cada pieza suele rondar 280–320 g y con apenas tres unidades se cubre el kilo. Para guarniciones sueltas o asados enteros, la pequeña —esa que cabe holgada en la palma— pesa 90–120 g y funciona bien entera al horno o salteada con piel, con una merma mínima.

El cálculo por ración simplifica el día a día. Una guarnición básica se sirve cómoda con 120–150 g crudos por comensal. Un puré cremoso y estable necesita 180–200 g por persona. En platos donde la patata es protagonista —una tortilla gruesa, patatas a la riojana, una caldereita— la pauta sube a 220–250 g por cabeza. Si el menú incluye otros almidones o pan, puede bajarse un peldaño sin que el plato pierda presencia. Y si lo que se busca es afinar al céntimo, la división es directa: precio por kilo / número de piezas. Dos euros el kilo y 18 piezas en la malla implican unos 167 g por unidad. Con esa cifra, el plan encaja.

Factores que mueven la aguja del peso

La variedad, el calibre y la temporada explican que dos patatas del mismo tamaño visual no marquen lo mismo en la báscula. Hay genética, hay agua, hay materia seca. Y también forma: una Spunta alargada parece más grande de lo que pesa; una redondeada y “rechoncha” puede resultar más pesada con menor longitud aparente. A igualdad de volumen, las variedades de carne más firme y menor materia seca se notan ligeramente más ligeras; las harinosas, con más almidón, más densas.

En campaña, la patata nueva —de piel finísima, primavera y verano— retiene más agua. A primera vista pesa algo menos por pieza si se compara con una de guarda del mismo calibre, aunque la diferencia es discreta. Con el paso de las semanas y un almacenamiento correcto, la patata de guarda pierde una fracción de agua y concentra sólidos, gana densidad y se comporta mejor en fritura y puré. Esta evolución apenas cambia la cifra por pieza a ojo de comprador, pero sí la sensación de peso en mano y, sobre todo, el comportamiento en cocina.

Calibres comerciales y gramajes orientativos

En lonja y en almacén se trabaja con calibres por milímetros de diámetro. Sin entrar en toda la norma, tres franjas ayudan a interpretar lo que se compra. Entre 45 y 55 mm aparece el tamaño “pequeño útil”, que corresponde a 130–180 g por pieza en promedio. En la banda 55–65 mm está la mediana canónica, 180–250 g. Por encima de 65 mm el calibre ya entra en territorio grande, 250–400 g e incluso más cuando el tubérculo es muy voluminoso. La forma altera la lectura: alargadas y ovaladas reparten masa en longitud, redondas y anchas concentran masa en sección. A simple vista, el ojo engaña; la palpa confirma.

Variedades frecuentes en España y pesos reales

Los lineales españoles se repiten, con etiquetas de “freír”, “cocer”, “asar” y, a veces, variedad. Los números acompañan. Monalisa, ovalada y muy versátil, en tamaño medio suele caer entre 160 y 220 g; en calibre grande pasa sin esfuerzo de 250 g. Agria, favorita para fritura por su color y textura, se mueve entre 180 y 260 g en mediano-grande. Kennebec, de pulpa blanca y textura harinosa, querida para cocer y guisos, ronda 180–240 g en mediano, con piezas que superan 300 g en sacos de producción gallega. Spunta, alargada y de piel amarilla, engaña al ojo: calibres largos con pesos que arrancan en 160 g y ascienden a 240–260 g en piezas generosas. Red Pontiac, piel roja y carne blanca, compacta y vistosa en asado o a la sal, ofrece 140–200 g en mediano y 220–260 g en grande. En baby o “mini”, las cifras son otras: rara vez superan 60–70 g por unidad; su merma por piel es bajísima si se cocinan con piel, y el rendimiento por kilo es muy alto para guarnición.

El origen y la fecha de recolección aportan contexto. La nueva andaluza o murciana que abre campaña en primavera suele llegar en calibres contenidos, con 18–24 unidades en una malla de 3 kilos. La patata de guarda gallega o castellana de otoño-invierno se presenta en calibres mayores: 12–16 piezas por 3 kilos con frecuencia. Con esa observación a pie de lineal, el cálculo por unidad se hace sin papel ni báscula.

Cálculos sin báscula: equivalencias útiles en cocina

La cocina doméstica no siempre pesa. La mano y el ojo hacen de báscula cuando la receta habla de gramos. Una patata del tamaño de una naranja grande se aproxima a 200 g. Dos, 400 g; tres, 600 g. En tortilla de patata de sartén de 24 cm y seis huevos, funcionan 600–700 g de patata cruda, equivalentes a tres grandes o cuatro medianas. Quien prefiera tortilla más “patatera” sube a 800 g; quien la quiera fina y jugosa, con 500 g basta. En patatas a la riojana, plato único, la pauta razonable es 250 g crudos por persona; como segundo plato, 180–200 g operan bien. En puré suave con leche caliente y mantequilla, la ración generosa sale con 200–250 g crudos por comensal.

El corte aporta otra escala mental. Un cubo de patata para guiso de 2–3 cm pesa 8–12 g; una rodaja panadera de 5 mm, 8–10 g; un bastón grueso para freír, 12–15 g. Esa microcontabilidad sirve cuando se trocea primero y se decide después si se añade o se resta cantidad: 40 bastones gruesos, por ejemplo, se mueven alrededor de 500–600 g de crudo. La misma patata cortada en paja multiplica bastones sin cambiar el peso total, pero cambia la superficie expuesta y, con ella, la pérdida de agua y la absorción de aceite.

Para compras sin sorpresas, el envase se convierte en regla de tres. Una malla de 3 kg que trae 18 piezas insinúa 166–170 g por unidad; si trae 15, se sube a 200 g; con 12, cada pieza ronda 250 g. De un vistazo, se sabe si un saco compensa para tortilla grande —piezas grandes, menos pelado, mismo kilo— o si convienen baby para asados enteros sin pelar —más piezas, menos merma, estética de guarnición moderna—. Con medio kilo salen dos tortillas pequeñas o tres guarniciones holgadas; con 1 kilo se obtiene una fuente generosa de patatas gajo para cuatro.

Raciones clave en platos populares

En ensaladilla rusa equilibrada para seis, 800 g de patata cruda bastan cuando entran zanahoria, guisante, atún y huevo. Para patata panadera como cama de asados para cuatro, lo habitual son 700–900 g de crudo laminado fino, con horneado que reduce el peso un 15–20 %. En gajos al horno, la guarnición principal queda bien con 200–250 g por persona. En cachelos gallegos, cocidos con piel y sal, la ración por cabeza ronda 180–220 g en crudo; en patatas a lo pobre salteadas, 150–180 g por comensal mantienen el plato como acompañamiento sin desplazar al principal. En bravas, una ración de bar que parece discreta suele esconder 250–300 g crudos antes de freír y salsas.

La economía doméstica lee estas cifras con facilidad. Si una oferta coloca la bolsa de 3 kg por debajo de precio habitual pero trae solo 10–12 piezas, habrá calibre grande y mucho rendimiento por pelado para platos voluminosos. Si la etiqueta sube de precio por kilo pero se trata de mini muy uniformes, el porcentaje comestible roza el 100 % y el coste por ración no se dispara tanto como aparenta el precio por kilo. El dato relevante no es solo el precio del kilo, sino el peso que llega al plato.

Cocción, merma y almacenamiento: lo que cambia

La patata es agua y almidón en su mayor parte, con proteínas, fibra, vitaminas y minerales en menor proporción. Cocinar altera agua y almidón; la báscula lo registra. En cocción con agua (pelada o con piel), el peso final tiende a mantenerse o a ganar levemente si la cocción es larga y la difusión de agua hacia el interior compensa la piel. Al pelar después de cocer, la merma por piel7–10 %— recorta esa posible ganancia. En cocción pelada en trozos, parte del almidón superficial migra al agua y el peso final de los trozos suele quedar muy cerca del inicial menos piel, con oscilaciones pequeñas.

En horno, la película es la evaporación. Una patata entera y grande, asada una hora larga a temperatura moderada-alta, pierde 15–20 % del peso. Si se trocea en gajos o láminas finas y se sube la temperatura, la superficie expuesta multiplica la pérdida. En plancha con poco aceite, el agua sale y el peso desciende; la absorción de grasa es mínima si se usan temperaturas correctas y aceite justo. En fritura profunda, la ecuación combina gran pérdida de agua (hasta 25–40 % en cortes finos) y absorción de aceite. Unas patatas fritas caseras hechas en dos tiempos —blanqueo y dorado— suelen retener 8–12 % de aceite respecto al peso final. Por eso, 150 g de patata cocida aportan alrededor de 120–140 kcal, mientras que 150 g de patata frita pueden rebasar 300 kcal en función del método.

Hay un segundo efecto menos visible: el almidón resistente. Al enfriar patata cocida (y recalentar después si se desea), parte del almidón se reorganiza en una forma que no se digiere como glucosa, comportándose como fibra fermentable. No altera el peso en plato de forma significativa, pero sí el perfil glucémico y la saciedad. En la práctica, el número que importa sigue siendo el de la báscula: el peso crudo planifica tiempos y raciones; la técnica de cocción define pérdidas y rendimiento.

En la merma no culinaria entran la piel, los brotes y el verdín. Una patata mediana con piel fina pierde al pelar, en promedio, 14–20 g por cada 200 g crudos. En piezas muy pequeñas, ese porcentaje sube, porque la superficie relativa es mayor. Cuando aparece verdín (clorofila por exposición a luz), se retira con generosidad por solanina en la piel; la merma crece, pero la seguridad alimentaria se impone. Con brotes avanzados, el recorte debe ser amplio y conviene valorar si la pieza conserva textura y aroma. En muchos asados y guarniciones —lavado a fondo, piel incluida— la merma por piel desaparece casi por completo y el rendimiento comestible ronda el 100 %.

El almacenamiento mueve gramos, poco a poco. En casa, a temperatura templada y ambiente seco, la patata pierde humedad con el tiempo y puede brotar antes; en sitio fresco, oscuro y ventilado, mantiene peso y calidad en el margen razonable de consumo doméstico. El refrigerador no ayuda: el frío convierte almidón en azúcares simples, oscurece en fritura y altera sabor. Tampoco interesa el sol directo, que acelera verdín. Una caja de madera o una bolsa transpirable en un bajo armario aireado mantiene a raya pérdidas, brotes y sorpresas.

Finalmente, la forma de corte condiciona tanto peso como percepción de cantidad. En bastón grueso (1,2–1,5 cm) hay menos piezas por patata; en paja, el número se dispara. El peso es el mismo, pero la sensación de “cunde/no cunde” cambia, como también lo hace el tiempo de cocción y la merma por evaporación. Chascar en guisos no altera el peso de forma relevante, pero libera almidón que espesa la salsa y da la impresión de plato más abundante con la misma cantidad.

Números claros para cocinar sin sorpresas

La cocina se vuelve previsible cuando las cifras están fijadas. La regla de oro no falla: pequeña 80–120 g, mediana 180–220 g, grande 250–350 g. Con esa guía, 1 kilo se traduce en 5–6 medianas, 8–12 pequeñas o 3–4 grandes. La variedad y la temporada desplazan el peso unos gramos arriba o abajo; la cocción añade o resta agua, y la fritura incorpora aceite. La merma por piel ronda el 7–10 %, salvo que se aproveche piel limpia y tensa, donde el rendimiento es casi total. A partir de ahí, todo encaja: una tortilla con 600–700 g de patata sirve cuatro o cinco raciones; un guiso de cuchara sostiene plato único con 250 g por cabeza; una guarnición ordenada se mueve en 120–150 g crudos. Son hechos medidos en cocina y repetibles.

Hay margen, claro. La mayoría de recetas tolera ±10 % en la cantidad de patata. Si falta peso, se corrige tiempo y sal; si sobra, se alarga cocción y se ajusta líquido. La disciplina útil no es pesar al milímetro cada día, sino manejar equivalencias que eviten sorpresas. Cuando la malla llega a la encimera, conviene observar calibre y número de piezas. Si el saco de 3 kilos trae 12 unidades, habrá piezas de más de 250 g; si trae 20, predominan 170–180 g. Y ya está: raciones calculadas, coste controlado, resultado parejo semana tras semana.

Un paso más allá, el destino culinario afina el peso por unidad. Para freír con dorado uniforme conviene materia seca alta y cortes que pierdan 25–40 % de agua sin empaparse de aceite por debajo de 10–12 % final; en puré, piezas harinosas de calibre medio facilitan texturas sedosas con menos patata; en ensaladas, carne firme que no se rompa y calibres medianos que cuezan parejo. La tecnología del fogón sube o baja cifras, pero el mapa base no cambia. Cuando un artículo se resume en números que funcionan es que la cocina tiene el control: 200 g como unidad mental, kilogramo en divisiones útiles, calibres que traducen gramos, técnicas que explican pérdidas. Sin misterio, sin fórmula secreta. Solo datos que, una vez aprendidos, ya no se olvidan.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: BOE, AESAN, FEN, Xunta de Galicia.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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