Ciencia
¿Es posible activar y apagar recuerdos? Lo logran en ratones

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EPFL modula recuerdos en ratones con un interruptor epigenético de ARC; avance reversible con potencial en trauma y adicciones. Enfoque útil.
La EPFL ha logrado modular la memoria de ratones con una precisión inédita: activar o inhibir recuerdos concretos sin cortar el ADN, solo ajustando la forma en que se expresan los genes en las neuronas que guardan esas experiencias. Cuando redujeron la actividad del gen ARC en las células del hipocampo que forman un engrama —el circuito que almacena una vivencia—, los animales aprendían peor una asociación de miedo. Cuando la aumentaron, recordaban mejor. El efecto, detalle relevante, fue reversible en el mismo individuo.
El protocolo es más simple de entender que de ejecutar. Los científicos entrenaron a los ratones para asociar un entorno con una leve descarga en las patas. Después, usando una versión “sin tijeras” de CRISPR, llevaron efectores epigenéticos a las neuronas implicadas en ese aprendizaje. Esos efectores, como un regulador de volumen, bajaban o subían la lectura de ARC. El resultado se notó donde tenía que notarse: en el comportamiento. Si ARC se silenciaba en el engrama, el miedo aprendido prácticamente no cuajaba; si se activaba, la huella de memoria se hacía más intensa. No es ciencia ficción. Es biología de precisión aplicada a la memoria.
Qué se ha conseguido exactamente
El avance desmonta una idea que parecía asentada: que para influir en un recuerdo había que recurrir a técnicas invasivas o poco selectivas —desde fármacos sistémicos hasta luces sobre grupos amplios de neuronas—. Aquí se actúa solo sobre las células que participan en una experiencia concreta y solo sobre un gen clave para la plasticidad sináptica, ARC. La modulación del recuerdo no surge de un truco de laboratorio ajeno a la fisiología, sino de tocar un mecanismo natural que las neuronas usan para reforzar o debilitar conexiones.
El equipo trabajó con engrams del hipocampo, la región que sostiene el aprendizaje contextual y la evocación de eventos. Identificó qué neuronas se activaban al aprender y, sobre esa población marcada, aplicó edición epigenética: no se cambia el texto del genoma, se redecora su empaquetado para facilitar o dificultar que ciertos genes se lean. El matiz marca la diferencia. No hay cortes de ADN ni sustitución de letras, lo que reduce el riesgo de mutaciones permanentes y abre una vía potencialmente más segura para modular funciones cerebrales complejas.
Dónde actúa esta técnica y por qué ARC importa
ARC —actividad regulada por la actividad neuronal, por sus siglas en inglés— es uno de esos genes “inmediatos” que saltan cuando una neurona aprende. Su función es orquestar cambios en las sinapsis: reorganiza espinas dendríticas, gestiona la endocitosis de receptores y ajusta la fuerza de las conexiones. Simplificando, convierte actividad en memoria. Si el hipocampo es el escenario, ARC es parte del equipo técnico que cambia los decorados para que la siguiente escena tenga sentido.
Elegir ARC no es capricho. Su promotor —la región que decide cuándo se enciende— está preparado para abrirse y cerrarse con rapidez, lo que lo vuelve muy sensible a ajustes epigenéticos. Esa sensibilidad permite que, al actuar con un regulador epigenético, el cambio sea notorio en la fisiología de la neurona y, por extensión, en el circuito que sostiene la memoria. El hecho de que la intervención funcione en neuronas del engrama, y no en todo el tejido, evita alteraciones generalizadas de la excitabilidad o efectos indeseados en otros procesos cognitivos.
La ubicación también importa. El hipocampo no es solo un almacén; es un conmutador que indexa recuerdos y hace posible que se reactiven cuando un contexto los llama. Si se modula la capacidad de ese sistema para consolidar o evocar una asociación específica, el impacto en el comportamiento se percibe con claridad. Y eso es exactamente lo que se ha visto en los experimentos de aprendizaje del miedo contextual.
La cocina molecular: CRISPR sin cortes y neuronas del engrama
La herramienta elegida fue CRISPR-dCas9, una nucleasa “muerta” que reconoce una secuencia de ADN pero no corta. Esta dCas9 hace de vehículo: se le acoplan dominios que cierran la cromatina (silenciando el gen) o que la abren (activándola). Sobre el papel, es elegante. En el banco de trabajo, exige un plan milimétrico para llegar solo a las neuronas que interesan y solo cuando interesa.
Etiquetado del engrama y entrega en el hipocampo
Para identificar qué células forman el engrama del recuerdo, el equipo usó un sistema regulado por actividad (basado en genes como c-Fos). En el momento del aprendizaje, las neuronas implicadas se etiquetan de manera estable. Esa etiqueta permite, después, dirigir la dCas9 con su carga epigenética a esa población concreta. La entrega se realizó con virus inocuos diseñados para infectar neuronas y expresar de forma controlada los componentes necesarios.
El control temporal no es un detalle menor. Se incorporaron sistemas de inducibilidad —por ejemplo, sensibles a doxiciclina— para decidir cuándo actuar: justo después del aprendizaje si se busca modular la consolidación, o antes de la prueba de recuerdo si el objetivo es afectar la expresión del engrama. Esa capacidad de encender y apagar la herramienta guarda coherencia con el resultado observado en conducta.
Subir y bajar el “volumen” de ARC
Una vez en las neuronas marcadas, la dCas9 se guía hasta el promotor de ARC. Si se acopla un repressor epigenético, el promotor se cierra y el gen se apaga; si se acopla un activador, el promotor se abre y el gen se enciende por encima de su nivel basal. No es un interruptor binario perfecto, pero a escala de circuito se comporta como tal. ¿Consecuencia? Menos ARC, menos plasticidad, peor aprendizaje/recuerdo; más ARC, más plasticidad, recuerdo más robusto.
El añadido más llamativo fue el uso de una anti-CRISPR como “botón de deshacer”: una proteína que interfiere con la unión de dCas9 y permite revertir la intervención. En términos prácticos, el mismo ratón recuperó o perdió el recuerdo según se girase ese dial molecular. La reversibilidad dentro del mismo individuo saca la técnica del terreno de las intervenciones de un solo sentido y la acerca a la terapéutica de precisión que, por definición, debe poder ajustarse en el tiempo.
Qué vieron en los comportamientos y por qué convence
La conducta que se evaluó fue el miedo contextual: cuando un animal recuerda que un entorno está asociado a una pequeña descarga, tiende a congelarse (quedarse inmóvil) al regresar a ese lugar. Ese porcentaje de tiempo de congelación es el termómetro del recuerdo. Tras silenciar ARC, el índice cayó de manera significativa. Tras activarlo, subió. Los controles descartaron artefactos: ni la locomoción basal ni la ansiedad medida en otras pruebas cambiaron. Es decir, no estamos viendo un ratón apático o hiperexcitable, sino un efecto específico sobre la memoria.
El equipo no se conformó con recuerdos recientes. Probó a modular engramas de varios días, que suelen ser más rígidos. La intervención también funcionó: el recuerdo se pudo atenuar o reforzar según el estado epigenético de ARC. Ese punto es clave: sugiere que la reconsolidación —el proceso por el que una memoria se vuelve maleable cuando se reactiva— puede sincronizarse con la edición epigenética para intervenir en trazos ya consolidados. No es lo mismo escribir que reescribir, pero la herramienta mostró margen para ambas situaciones.
Bajo el capó, las medidas moleculares cerraron el círculo. Se observaron cambios en marcas de cromatina en el promotor de ARC y alteraciones coherentes en su expresión en las neuronas del engrama. No hay aquí atajos: el ajuste epigenético ocurre, genera un cambio en el ARN y en la proteína, y ese cambio modifica la conducta. El encadenado causal queda mejor soldado que en estudios que solo correlacionaban actividad epigenética global con rendimientos cognitivos.
Qué supone —y qué no— para posibles aplicaciones clínicas
Conviene mantener el foco. Este trabajo se ha hecho en ratones, con un tipo concreto de memoria y una región concreta del cerebro. La traslación a humanos exige superar tres murallas: entrega selectiva de vectores a poblaciones de neuronas equivalentes a un engrama humano, seguridad a largo plazo de la edición epigenética en el cerebro y demostración clínica de beneficio en trastornos reales. No hay atajos para ninguna de las tres.
Dicho esto, el avance abre un mapa de posibilidades plausible. El trastorno por estrés postraumático se caracteriza por memorias de miedo desproporcionadas y persistentes. Las adicciones dependen de engramas de recompensa muy estables que, ante estímulos asociados, desencadenan deseo y recaída. En fases iniciales de enfermedades neurodegenerativas, el hipocampo empieza a fallar y la consolidación se enturbia. Si algún día se integra una terapia epigenética, es verosímil imaginarla combinada con psicoterapia y exposición controlada durante ventanas de reconsolidación, con el objetivo de atenuar un circuito desadaptativo, no de “borrar” biografías.
La ética no es accesorio. Editar epigenéticamente no altera la secuencia del ADN, pero sí su lectura. Eso reduce ciertos riesgos, no todos. Habrá que monitorizar efectos fuera de diana, respuestas inmunes a los vectores y posibles interferencias con otros procesos si el gen objetivo participa en más circuitos. Cualquier aplicación responsable se limitaría a patologías con balance beneficio-riesgo favorable y con consentimiento informado sólido. Y, por supuesto, con mecanismos de reversión y apagado como los ensayados en el modelo animal.
Lo que diferencia esta vía de técnicas previas
Durante años, manipular recuerdos ha sido sinónimo de optogenética y quimiogenética: activar neuronas con luz o con fármacos para reproducir o silenciar patrones de actividad. Son herramientas poderosas, pero actúan sobre la electricidad del circuito. La edición epigenética introduce otra capa: rehace las condiciones de lectura del genoma para que la neurona cambie su propensión a consolidar o evocar una memoria. No obliga a disparar; prepara o desprepara la maquinaria de disparo.
Ese giro ofrece ventajas sutiles. Si se actúa sobre factores de plasticidad como ARC, se toca lo que hace que un recuerdo perdure, no solo su expresión momentánea. Además, al centrarse en neuronas del engrama, se evita el impacto en circuitos vecinos. El precio es una complejidad técnica considerable y la necesidad de herramientas muy finas para asegurar que, al abrir o cerrar un promotor, no se perturba un ecosistema molecular amplio. Pero el potencial terapéutico de una intervención duradera y reversible justifica el esfuerzo.
Detalles que explican la robustez del resultado
Un aspecto que hace sólida la historia es el uso de múltiples controles. No basta con ver que un ratón congela menos: hay que demostrar que no es porque camina más, porque percibe menos la descarga o porque el entorno le resulta más agradable o aversivo. Se midió locomoción, ansiedad y sensibilidad al estímulo y no cambiaron. También se verificó que la manipulación epigenética no afectaba a la expresión de genes no diana en magnitud capaz de explicar la conducta, y que el efecto se ceñía al hipocampo.
Otro punto a favor es el doble sentido de la intervención: silenciar y activar. Muchas veces, el campo se conforma con mostrar que bloquear un gen empeora la memoria. Aquí también se enseña que aumentarlo, en las células correctas, la mejora. Ese espejo da confianza en que hablamos de causalidad, no de un accidente.
Por último, la reversibilidad es más que un adorno. En el mundo real, cualquier intervención en memoria debe poder ajustarse o retirarse si aparecen efectos indeseados. Contar con una “anti-CRISPR” funcional demuestra que el sistema es gobernable en el tiempo. Ese rasgo acerca la tecnología a la práctica clínica, donde los tratamientos no son fotografías, sino películas que se adaptan a la respuesta de cada paciente.
Qué falta por probar y cómo podría resolverse
El próximo paso lógico es replicar y extender. Habrá que verificar el efecto en hembras, en edades distintas y en otras tareas de memoria: espacial, de reconocimiento de objetos, de recompensa. También conviene explorar otros genes del repertorio de plasticidad: c-Fos, BDNF, reguladores de histonas. Si el fenómeno es general —que el estado epigenético de ciertos loci en neuronas del engrama regula la memoria—, deberían verse patrones similares al tocar estas dianas.
En paralelo, se necesita ingeniería para mejorar la entrega: vectores con tropismo más ajustado, promotores más específicos de engrama y sistemas de inducción que funcionen con señales seguras en humanos. El campo trabaja ya en nanopartículas, en vectores AAV de nueva generación y en interruptores químicos o magnéticos que podrían ofrecer control remoto fino sin cirugía repetida.
La seguridad exige un plan a largo plazo. Hay que medir persistencia de las marcas epigenéticas, comprobar la estabilidad del comportamiento con el tiempo y descartar neuroinflamación o cambios telómeros/mitocondrias que, aunque improbables, deben descartarse con datos. También será crucial desarrollar diagnósticos funcionales —biomarcadores de actividad de engrama en humanos— para saber dónde y cuándo intervenir sin volar a ciegas.
Cómo encaja en la conversación sobre memoria patológica
La psiquiatría moderna ha explorado la reconsolidación como ventana para modificar recuerdos disfuncionales. Exponer a una persona a un recordatorio del trauma abre un intervalo en el que el engrama se vuelve maleable. Tradicionalmente se ha combinado con terapia de exposición, con fármacos que modulan la noradrenalina o con técnicas de estimulación cerebral. La edición epigenética en neuronas del engrama, si llegara a clínica, podría encajar de manera natural en ese protocolo: un ajuste local del “volumen” de plasticidad justo cuando la memoria es editables.
En adicciones, el reto son las señales condicionadas: un bar, un grupo de amigos, una canción. Modificar la saliencia de esas señales rebajando la propensión del engrama de recompensa a encenderse puede reducir el riesgo de recaída. No sería una “cura”, sino una palanca para que otras intervenciones —psicoterapia, fármacos, apoyo social— funcionen mejor. En neurodegeneración, el objetivo sería distinto: potenciar engramas aún funcionales para prolongar autonomía y calidad de vida durante la fase temprana.
Qué no conviene sobredimensionar
Hay un riesgo obvio: extrapolar del ratón al humano como si nada. El engrama humano de un episodio vital —con su narrativa, su carga emocional, sus olores, su contexto cultural— es más rico que una asociación simple. El hipocampo no trabaja solo: dialoga con amígdala, corteza prefrontal, estriado. Tocar ARC en un circuito puede no bastar para modular un recuerdo que depende de varios sistemas interactuando. Asumirlo evitará frustraciones y orientará mejor los ensayos.
Tampoco conviene entender la técnica como un borrador de recuerdos. Lo visto es modulación de la capacidad para aprender o expresar una asociación. En términos coloquiales, bajar el volumen de una huella o subirlo, no eliminar un capítulo de la biografía. Esa precisión semántica evita malentendidos y debates estériles.
Un apunte sobre términos que ya circulan
Engrama, epigenética, dCas9… El vocabulario puede sonar hermético, pero describe piezas muy concretas. Un engrama es un conjunto de neuronas que se activan juntas cuando aprendemos algo y vuelven a activarse cuando lo recordamos. Epigenética es el conjunto de marcas y proteínas que deciden qué genes se leen y cuáles no en cada momento; cambia con la experiencia y la actividad. dCas9 es la versión de CRISPR que reconoce direcciones del ADN sin cortar; sirve para llevar “mochilas” que activan o silencian genes. Entender ese triángulo ayuda a seguir el hilo sin perderse en tecnicismos.
Impacto realista para la investigación en España y Europa
Que una institución europea marque el paso en un tema tan sensible tiene repercusiones. Laboratorios de Barcelona, Madrid, Valencia o Bilbao con tradición en plasticidad sináptica, optogenética y comportamiento pueden integrar de forma natural estas herramientas en sus líneas de trabajo. Hay infraestructura y hay talento para replicar y ampliar el hallazgo, sumando capas —desde imagen funcional de alto campo hasta secuenciación de núcleo único— que fortalezcan la evidencia y la hagan más generalizable.
A nivel regulatorio, Europa pide pasos cortos y datos largos para cualquier cosa que toque el cerebro. Que el enfoque sea epigenético —sin cortes de ADN— podría allanar algunas vallas, pero no elimina la necesidad de ensayos preclínicos extensos, sistemas de vigilancia y protocolos de seguridad transparentes. Es un terreno donde consorcios entre universidades, hospitales y centros de ingeniería serán la diferencia entre quedarse en la prueba de concepto y avanzar hacia plataformas con potencial clínico.
Lo que cambia hoy en la ciencia de la memoria
Hasta ahora, la mayor parte de los datos que relacionaban epigenética y memoria eran correlaciones a granel: medías cambios globales en el hipocampo después de un aprendizaje y veías que ciertos marcadores subían o bajaban. Interesante, pero grueso. Con este enfoque, la pregunta se responde con precisión: si tocas el estado epigenético de ARC en las neuronas del engrama, el recuerdo cambia. Además, puedes revertir la maniobra. La pieza que faltaba para pasar de una sospecha razonable a una prueba causal está, por fin, sobre la mesa.
Queda trabajo, sí. Hacen falta replicaciones independientes, dianas alternativas, medidas crónicas, deliverables técnicos que bajen la intervención del quirófano a soluciones menos invasivas. Pero ya no se discute si es posible modular un recuerdo actuando sobre un único locus en el genoma de unas pocas neuronas. Se ha visto. Ese hecho, sin aspavientos, mueve el tablero para las próximas décadas de investigación en memoria y, con suerte, abre una senda razonable para aliviar traumas y adicciones donde la memoria, lejos de ayudarnos, se vuelve lastre.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: EPFL, Nature Genetics, Agencia EFE, El Imparcial, Nature, EurekAlert!.

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