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Cultura y sociedad

Achille Polonara ¿cómo sobrevivió a un coma de 10 días?

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Achille Polonara saludando aficionados

Foto: "Achille Polonara" de www.pallacanestrovarese.it, vía Wikimedia Commons, licencia CC BY 2.0.

Achille Polonara supera un coma de 10 días tras un trasplante de médula por leucemia: fuera de peligro y con rehabilitación en marcha firme.

El alero italiano Achille Polonara, 33 años, está fuera de peligro tras pasar diez días en coma por una complicación grave derivada de un trasplante de médula ósea realizado en septiembre para tratar una leucemia mieloide. El episodio crítico llegó por un trombo que redujo el oxígeno hacia el cerebro y lo dejó al borde del colapso. En ese trance, su entorno escuchó el peor pronóstico: “tenía un 90% de probabilidades de morir”. Hoy, con secuelas controladas y un plan de rehabilitación ya en marcha, el jugador se recupera y ha podido salir puntualmente del hospital para estar con su familia. No es el final del camino, pero sí un punto de inflexión: vive, está consciente y mejora.

La cronología clínica explica el susto. En junio, tras varios días con fiebre y malestar, los especialistas confirmaron un diagnóstico de leucemia mieloide. Polonara inició tratamiento intensivo con dos ciclos de quimioterapia, el segundo de ellos en Valencia por disponibilidad de fármacos específicos diseñados para reducir las recaídas. Con el cáncer bajo control en laboratorio, llegó la etapa decisiva: trasplante de médula ósea en Bolonia el 25 de septiembre. El posoperatorio avanzaba con prudente optimismo hasta que, un mes después, irrumpió el coágulo que precipitó el coma. Diez días de silencio y, de repente, un despertar que sabe a remontada. Ahora recuerda poco de ese periodo, acusa fatiga y una ligera debilidad en el brazo derecho, pero progresa. Lo inmediato no es volver a competir: fisioterapia diaria, control hematológico, nutrición estricta y vigilancia neurológica. El objetivo, paso a paso, es recuperar la vida normal; el baloncesto, si llega, llegará después.

De la fiebre al diagnóstico: el primer aviso que lo cambió todo

El primer síntoma fue engañoso. Fiebre persistente durante días, malestar inespecífico, la sospecha inicial de mononucleosis y esas pequeñas señales que, en un deportista profesional, muchas veces se confunden con los efectos de una pretemporada exigente. Los análisis se encargaron de levantar la alerta. La palabra “leucemia” cayó como un mazazo en el vestuario de la Virtus Bolonia y en media Europa, porque Polonara llevaba más de una década al máximo nivel: Baskonia, Fenerbahçe, Virtus, la selección italiana… El impacto emocional fue inmediato, pero el plan médico se activó sin atajos: ingreso en el Sant’Orsola Malpighi, régimen de aislamiento, quimioterapia de inducción y todo el arsenal terapéutico que la hematología moderna pone sobre la mesa para controlar la expansión de blastos y preparar el terreno para un trasplante.

La decisión de trasladar el segundo ciclo a Valencia no fue casual. España cuenta con centros de referencia y protocolos actualizados que, en determinados casos, incorporan medicaciones dirigidas y combinaciones que optimizan el rendimiento del trasplante posterior. El jugador lo asumió con la naturalidad de quien ya había librado otra batalla: en 2023 superó un cáncer testicular, volvió a jugar en tiempo récord y creyó, como cualquiera, que aquella pesadilla quedaba atrás. No fue así. Esta vez el calendario mandaba otra cosa.

El trasplante de médula: la esperanza que rozó la tragedia

El 25 de septiembre quedó marcado como el día del trasplante de médula ósea. Se localizó donante compatible y la intervención se llevó a cabo conforme al protocolo: acondicionamiento previo con quimioterapia para “vaciar” la médula enferma, infusión celular y una espera angustiosa a que la nueva fábrica de sangre empezase a funcionar. Los primeros partes hablaban de evolución controlada, sin infecciones severas ni rechazo agudo. En la jerga hospitalaria, buenas noticias.

Todo cambió a finales de octubre. Un trombo alteró el flujo sanguíneo, generó hipoxia y el equipo médico optó por el coma inducido. La frase que heló la sangre, “90% de probabilidades de morir”, no buscaba dramatismo, sino gestionar expectativas en un escenario límite. Diez días con la vida en un hilo, con su pareja Erika Bufano sujetando la esperanza desde la puerta de la UCI y una marea de mensajes desde Italia, España y Turquía. Despertó, confuso, sin memoria nítida de lo ocurrido. Estaba vivo.

El relato del despertar es tan humano como reconocible en pacientes que atraviesan una sedación prolongada. Desorientación temporal, lagunas, hipersensibilidad emocional —basta una canción o la voz de quien quieres para que todo se venga abajo— y el descubrimiento de un cuerpo distinto: menos masa muscular, reflejos torpes, ese brazo derecho perezoso que obliga a empezar de nuevo. El deporte de élite no resiste eufemismos. Para volver a botar un balón hay que reaprender gestos, reclutar fibras, educar otra vez el equilibrio.

Qué significa “fuera de peligro” cuando has pasado por un coma

La expresión “fuera de peligro” tranquiliza, pero no equivale a alta. En casos como el de Polonara, el camino posterior combina tres frentes. El primero, hematológico: comprobar que la médula injertada toma el mando, vigilar infecciones oportunistas, prevenir y tratar la enfermedad injerto contra huésped y ajustar inmunosupresores. El segundo, neurológico: medir el impacto real de la hipoxia, valorar la fuerza, la coordinación, la visión, la memoria de trabajo y la fatiga cognitiva que suele aparecer tras una UCI. El tercero, funcional: fisioterapia diaria, trabajo de movilidad y propiocepción, nutrición específica para recuperar peso y psicología para reordenar la cabeza. No hay atajos ni promesas vacías; hay protocolos, tiempos y objetivos intermedios.

En términos prácticos, el hecho de que haya podido salir del hospital —aunque sea unas horas— para celebrar el cumpleaños de su hija es una señal excelente. Implica estabilidad hemodinámica, parámetros analíticos razonables y una autonomía basal suficiente como para romper por un rato el aislamiento. Pero no debe leerse como licencia deportiva. La prioridad es la salud, consolidar el injerto y blindar el sistema inmune. La cancha puede esperar.

La batalla emocional: del “no recuerdo nada” al “vamos a intentarlo”

Cuando Polonara cuenta que “no recuerda nada” de los diez días de coma, pone palabras a un vacío que a menudo se rellena con sueños fragmentarios. El cerebro, en modo supervivencia, guarda instantes, mezcla voces, inventa pasillos que no existen. Al despertar, la familia —y su pareja, que ha sido escudo y motor— se convierte en ancla. A partir de ahí aparece un rasgo típico en deportistas de élite: rutina. Si hay que caminar 20 metros hoy para caminar 25 mañana, se hace. Si la mano no cierra bien, se repiten prensión y pinza hasta que salga. A veces el progreso es invisible; otras, una pequeña victoria cambia la semana.

Ese equilibrio entre humildad y ambición sostiene la recuperación. Quien ha competido en Euroliga, ha ganado una Liga ACB y se ha colgado medallas con Italia sabe convivir con el dolor y la frustración. Aun así, el escenario es distinto. No se trata de “aguantar un golpe”, sino de reconstruirse. Y esa reconstrucción se mide en milímetros. Dormir bien, comer con apetito, subir un peldaño sin pausa. Lo otro, botar un balón con la izquierda para compensar la derecha, vendrá cuando toque.

El mapa deportivo: del Baskonia a Sassari, una carrera que no se olvida

Hablamos del mismo jugador que en Vitoria encajó perfecto en un sistema de ritmo, spacing y lectura, que en Fenerbahçe añadió fondo táctico bajo presión turca y que en Virtus aprendió a reinventarse con menos balón y más oficio. Achille Polonara no es solo un alero; es ese cuatro abierto que corre la pista, abre la esquina y castiga con mano firme los closeouts. En defensa, piernas para cambiar en bloqueos y timing para el rebote. Ese jugador, el de veneno silencioso, no desaparece por una enfermedad, queda en pausa. Dinamo Sassari lo fichó con la vista larga: el día que su hematólogo diga “sí”, el club sardo sabrá acompasar esa vuelta.

Ese día, si llega, implicará cautela extrema. Cargas medidas, monitorización de marcadores hematológicos, controles cardiológicos, seguimiento neurocognitivo y protocolos de retorno que el alto rendimiento ya aplica en otras patologías graves. Ningún cuerpo técnico serio acelerará nada. Nadie discutirá un “todavía no” si el informe médico no avala el paso. Pero tampoco hay que cargar de épica lo que es clínico y metódico: un paso, después otro, y otro.

Qué es la leucemia mieloide y por qué obliga a ir a máximos

Más allá del caso, conviene explicar de manera comprensible por qué la leucemia mieloide empuja a tratamientos tan agresivos. Hablamos de un cáncer de la sangre que afecta a la médula ósea, donde se fabrican los glóbulos rojos, blancos y plaquetas. Cuando las células mieloides se alteran, invaden el sistema, desplazan a las sanas y comprometen la inmunidad y la coagulación. La terapia de choque —quimioterapia de inducción y consolidación— busca barrer células malignas y abrir paso al trasplante, que sustituye la médula por otra sana y compatible. El precio: riesgo alto de infecciones, trombosis, hemorragias y toxicidades. El beneficio, si todo sale bien: curación o remisiones largas con calidad de vida.

En ese contexto, es clave entender la logística. El hecho de que Polonara realizara un ciclo en Valencia habla de coordinación internacional y de cómo las redes europeas de hematología comparten fármacos y protocolos. El trasplante en Bolonia, con equipo experimentado y donante disponible, completó el itinerario. Luego apareció el trombo, una complicación poco frecuente pero conocida en pacientes con catéteres, inmovilidad y terapias intensivas. Si el coágulo pisa un territorio crítico, el cerebro sufre; si lo hace con rapidez, un coma puede ser el mal menor para proteger funciones.

La esfera humana que sostiene la recuperación

Familia, amigos y compañeros han sido el arnés que impidió que el golpe fuera definitivo. La voz de Erika Bufano se ha convertido en símbolo de una espera valiente, hecha de mensajes cortos, silencios largos y alguna que otra confesión dura —esa frase de “ojalá se despierte, aunque sea con secuelas” retrata mejor que mil columnas lo que es el miedo—. Alrededor, el baloncesto europeo tejió una red de solidaridad: mensajes desde Bologna, Sassari, Vitoria, Estambul; vídeos de ánimo; camisetas con su nombre. No cura, pero acompaña. Y el que ha estado en una UCI sabe que acompañar a veces es todo.

También importa la comunicación. Polonara ha decidido contar lo ocurrido, sin morbo ni envoltorio épico. “No recuerdo nada”, “me dijeron que tenía un 90% de probabilidades de morir”, “me siento afortunado”. Frases secas, de superviviente. Eso ayuda a entender el proceso, a poner límites a la rumorología y a encarar la larga fase de rehabilitación sin falsas expectativas. No hay milagros: hay ciencia, equipo y resiliencia.

¿Y ahora qué? Los próximos meses sin atajos ni promesas

El calendario manda. En el corto plazo, controles cada pocos días, ajustes de medicación y ejercicios pautados para ganar fuerza y coordinación. En el medio, reeducación neuromuscular, trabajo de resistencia a baja intensidad y reintegración social sin aglomeraciones —el sistema inmune, todavía tierno, pide cautela—. En el largo, si los marcadores hematológicos se consolidan y el equipo lo ve viable, retorno progresivo a la actividad específica: tiros estáticos, desplazamientos cortos, contacto controlado. Dinamo Sassari y los médicos llevarán el volante.

Hay un componente que no conviene olvidar: el tiempo psicológico. Muchos pacientes describen un desfase entre la mejora física y la cabeza, que tarda en creerse lo que el cuerpo ya puede. La ansiedad aparece y desaparece, el sueño se altera, la atención fluctúa. Un deportista profesional tiene a favor la disciplina y la red de apoyo; en contra, la exigencia pública. Polonara sabe leer esas dinámicas. Lo ha demostrado desde que supo parar su carrera sin negarlo, desde que aceptó hacerse pequeño para hacerse fuerte otra vez.

Memoria de un competidor: lo que ya no se le va a olvidar

A Achille Polonara le han pasado demasiadas cosas en poco tiempo. Una leucemia, un trasplante, un coma y una vuelta a la luz. Se ha despertado sin recuerdos de la parte más dura, pero con la certeza de que la vida le dio una segunda oportunidad. Ha salido del hospital un rato para soplar las velas de su hija. Ha sonreído en una foto. Ha dicho basta a los eufemismos. Y ha aceptado que, antes que jugador, es persona.

Por eso, el cuento que viene no va de triples en el último segundo ni de estadísticas. Va de constancia. De ese brazo derecho que hoy responde menos, pero mañana responderá más. De esas piernas que empiezan a moverse con ritmo, de la cabeza que cada día encaja una pieza más. Y de un vestuario, el de Sassari, que entiende que el rival ahora no es un equipo, sino el reloj y sus casillas.

Datos que explican el milagro sin convertirlo en mito

Quienes han seguido otros casos similares saben que una evolución como la suya no es frecuente, pero tampoco imposible. El avance de la hematología en Europa permite hoy trasplantes más seguros, mejor profilaxis de infecciones y manejo más fino del rechazo. La rehabilitación neurológica también ha dado un salto: protocolos de movimiento guiado, estimulación específica y seguimiento digital que mide la fatiga y ajusta cargas casi en tiempo real. Todo eso, sumado a un atleta con hábitos sólidos y capacidad mental entrenada, multiplica opciones.

No se trata de vender excepcionalidad. Se trata de contar con precisión lo que ha pasado y por qué tiene sentido que hoy el titular sea “fuera de peligro”. Y explicar que, si dentro de unos meses volvemos a verlo tirar de tres en silencio, no habrá truco, sino trabajo.

Un espejo para el deporte europeo: redes, ciencia y paciencia

El caso Polonara deja también una foto que vale para todos. Las ligas europeas han aprendido a convivir con procesos médicos complejos sin convertirlos en circo: comunicados prudentes, tiempos médicos respetados, colaboración entre centros de distintos países y un discurso que pone la salud por delante. Valencia y Bolonia en el mismo mapa, Italia y España remando a una, Sassari esperando. Un ecosistema que funciona.

La afición ha entendido el tono. Arropa sin invadir, pregunta sin exigir. Los medios han sabido distinguir la crónica de la intrusión. Y la familia ha marcado el paso con el tipo de franqueza que corta el ruido. Lo que queda es tiempo, ciencia y templanza.

Lo que ya significa esta remontada silenciosa

A día de hoy, la información es clara: Achille Polonara está vivo, consciente y estable, fuera de peligro tras diez días en coma por un trombo que complicó el posoperatorio de un trasplante de médula indicado para tratar una leucemia mieloide. Ha iniciado rehabilitación, recuerda poco de la fase crítica, tolera salidas puntuales del hospital y se centra en recuperar función antes que en cualquier plan deportivo. Su club, su familia y el baloncesto europeo lo acompañan.

Lo demás se escribirá con calma. Si vuelve a jugar, lo hará cuando los médicos lo autoricen y su cuerpo esté listo. Si no, habrá ganado igual. Porque en este partido, la victoria ya está en el marcador: sobrevivir. Y con eso basta para hoy.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Cadena SER, AS, Mundo Deportivo, Naiz, Eurohoops, Virtus Pallacanestro Bologna, Corriere di Bologna, Il Resto del Carlino, Mediaset Infinity.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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