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Historia

Trump contra Maduro: ¿puede EEUU acabar con el chavismo?

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venezolano en un monte con bandera eeuu

Trump presiona a Maduro con buques, sanciones y recompensas millonarias mientras Venezuela refuerza su defensa en un pulso decisivo.

La pregunta suena rotunda y, aun así, se queda corta para lo que está pasando. Estados Unidos ha llevado a aguas del Caribe y el Pacífico una agrupación naval de envergadura, con destructores, un buque de asalto anfibio, un crucero y un submarino de ataque, y varios miles de marinos a bordo. Washington lo vende como operación reforzada contra el narcotráfico y una red de carteles que, según su narrativa, engrasan y protegen al poder chavista. Nicolás Maduro, por su parte, responde con movilización de milicias, despliegue de drones y patrullas navales y un discurso de resistencia nacional que, en su público interno, todavía funciona. La tensión sube una grada, otra más.

La escena tiene algo de déjà vu y, al mismo tiempo, un sabor nuevo. Donald Trump gobierna otra vez y en su segundo mandato ha ido despejando ambigüedades: endurece sanciones donde cree que duelen, redefine la presión naval en el vecindario y sube la apuesta judicial contra el liderazgo chavista. La recompensa por pistas que lleven al arresto de Maduro ha sido duplicada hasta los 50 millones de dólares. Lo militar se mezcla con lo policial; lo diplomático, con la foto del poder. Caracas ha pedido auxilio preventivo a la ONU y se prepara para un pulso largo que, si nadie desescala, terminará reescribiendo las reglas del juego en América Latina.

Qué hay realmente sobre la mesa

El envío de al menos tres destructores guiados —con nombres y apellidos— y activos anfibios no es un gesto de postureo rutinario. Implica capacidad de interdicción marítima sostenida, proyección de infantería de marina y presencia disuasoria a muy corta distancia del litoral venezolano. Nadie en el Pentágono necesita decir “invasión” para que la región lea el mensaje. A la vez, el encuadre jurídico de Washington es nítido: operación antidrogas, enfoque en carteles designados y narcoterrorismo; presión máxima con margen legal para capturas si se diera la oportunidad. ¿Es solo narcotráfico? No exactamente. La geopolítica del petróleo y la competencia con China y Rusia laten de fondo en cada decisión.

Maduro ha tratado de mover el tablero interno con dos cartas previsibles. Primera: militarizar la frontera occidental —con 15.000 efectivos— y visibilizar la amenaza de “agresiones” desde Colombia. Segunda: activar la retórica de la soberanía y miliciasmillones de afiliados— para elevar el costo político de cualquier hipotética acción de fuerza. El teatro de operaciones ya no es solo el mar Caribe: la narrativa oficial busca convertir cada barrio, cada carretera, cada puerto en un símbolo de resistencia. ¿Hasta dónde llega esa movilización cuando la cosa se pone seria? Esa es la incógnita.

Los límites de la fuerza dura

Trump puede apretar fuerte sin cruzar la línea roja de un desembarco en Caracas. Una campa\u00f1a de interdicción sostenida, la interrupción de rutas marítimas de armas, oro y cocaína, y operaciones puntuales contra redes logísticas asociadas al Tren de Aragua y otros grupos ya designados como terroristas, erosionan flujos de caja y capacidades del círculo de poder. ¿Basta para “acabar con el chavismo”? Difícilmente por sí solo. Un régimen que ha sobrevivido a sanciones, hiperinflación, apagones, éxodos masivos y fracturas internas ha demostrado una elasticidad que, le pese a quien le pese, es parte de su ADN. El chavismo no es solo Palacio de Miraflores, es una red de lealtades, negocios y miedos que se incrusta en instituciones, cuarteles y economía informal.

La vía judicial y el factor miedo

La vía judicial estadounidenseacusaciones por narcotráfico y recompensas crecientessí cambia incentivos. No solo arriba. Mandos medios con causas abiertas o potenciales pueden decidir romper, hablar, negociar salidas. Ese efecto goteo tarda, es opaco, pero existe. Y opera en paralelo a las sanciones financieras y a la trazabilidad del oro ilícito, que ha vuelto a estar bajo la lupa, con advertencias explícitas a terceros países y rearmes en controles del Tesoro. Cada dólar que no llega, cada ruta que se cierra, cada capitán que teme viajar erosiona, poco a poco, la economía política del chavismo. No es épico, es contable, y muchas veces más eficaz.

El triángulo petróleo–sanciones–China

Aquí está una de las paradojas del momento. Washington ha endurecido el marco sancionador general, pero ha flexibilizado licencias selectivas para Chevron, permitiendo reanudación de operaciones y cargamentos bajo condiciones estrictas y con limitaciones de flujo de caja hacia el Estado venezolano. ¿Incoherencia? Realpolitik. Estados Unidos quiere que ese crudo no escape a Asia y, de paso, modular precios internos sin regalar oxígeno a Miraflores. Péndulo que se mueve al ritmo del momento político, de los canjes de presos y de la cooperación migratoria. Mientras, Pekín apuesta por proyectos productivos y acuerdos de largo aliento sin reabrir la chequera de los grandes préstamos; Moscú y Teherán llenan huecos con cooperación técnica, militar y energética. El resultado: Maduro se resiste a quedar arrinconado a una sola puerta. Y no lo está.

¿Puede Trump cortar ese triángulo? Puede encarecerlo. La Casa Blanca ya ha usado aranceles disuasorios a terceros que importen crudo venezolano, y el mensaje —en especial a compañías chinas privadas que pisan suelo estadounidense— es claro: el coste de cumplir con Caracas puede superar el beneficio. Pero China no decide solo por precio, decide por estrategia. Y si percibe cerco estadounidense en el Caribe, sube su valor la ficha venezolana como activo de contrapeso regional. Otra paradoja de libro.

Vecindario inquieto y líneas rojas difusas

Colombia ha transitado el equilibrio imposible: crítica al intervencionismo, cooperación técnica contra carteles y una frontera que hierve. Guyana observa con alivio relativo el músculo estadounidense —por la disputa del Esequibo— y Brasil evita alinearse con Maduro, pero mira con recelo cualquier chispa que incendie la región. Trinidad y Tobago se mueve en coordenadas pragmáticas: energía y seguridad. Los ministerios de Exteriores piden calma y los Estados Mayores revisan mapas. Lo normal cuando, de pronto, los radares ven más tráfico del habitual.

De puertas adentro, Caracas activó patrullas navales y drones en su costa y formalizó quejas en Naciones Unidas por la llegada de buques y, según denuncia, un submarino nuclear. Es diplomacia de alto volumen, sí, pero con un objetivo nítido: politizar cada movimiento y convertir la crisis en causa nacional, ganando tiempo y apoyo internacional en foros donde la retórica antihegemónica todavía cala. Funciona con parte de su audiencia. Y complica el margen de maniobra de Washington, que necesita mostrar resultados sin disparar la alarma de “intervención” en todo el continente.

¿Qué significa “acabar con el chavismo”?

Conviene decirlo sin rodeos: “acabar con el chavismo” ya no es derrocar a un presidente. Es desmontar un ecosistema. Y eso no se logra solo con barcos frente a la costa. Cuatro capas sostienen al régimen: aparato coercitivo (FANB, inteligencia, colectivos), economía de supervivencia (rentas de petróleo, oro y contrabando), alianzas externas (Rusia, Irán, redes criminales transnacionales) y control político-social (clientelas, miedo, fragmentación opositora). Romper una capa ya desestabiliza; romper dos lo hace vulnerable; tres ponen la salida negociada al alcance; cuatro abren transición. ¿Dónde estamos? Entre uno y dos, según el día. La presión naval y financiera golpea a la capa económica; la vía judicial agrieta la coercitiva; las alianzas externas siguen operativas, aunque más costosas. La política, ese último kilómetro, continúa embarrada.

La oposición venezolana arrastra un año largo de fracturas y fatiga tras las elecciones de 2024 —disputadas, con protestas, muertos y centenares de detenidos— y rendimientos decrecientes en 2025. Hubo liberaciones puntuales de presos y gestos que sugieren canales abiertos, pero no existe todavía un vehículo político unificado capaz de capitalizar el estrés que la presión internacional está generando en el régimen. Ese es, quizá, el talón de Aquiles de la estrategia de Trump: puedes cercar, puedes desfinanciar, puedes asustar… pero alguien tiene que estar listo para ocupar la silla. Hoy, no está del todo claro quién, ni cómo.

Escenarios plausibles a corto y medio plazo

Escenario 1: contención muscular, largo aliento. La Marina estadounidense mantiene la presión, interdicta cargamentos, captura piezas intermedias y estrecha el cerco financiero. Maduro resiste, ajusta internamente, compra tiempo en foros internacionales, opera con socios extrahemisféricos y convierte el pulso en normalidad tensa. La opinión pública internacional se acostumbra. Nadie cede, pero el coste crece.

Escenario 2: operación quirúrgica y salida pactada. Un susto operacional —no necesariamente una incursión—, una filtración que rompa equilibrios, un cambio en lealtades dentro de la cadena de mando… y aparecen ventanas para mediación con garantías. Exilio blindado para unos, amnistías condicionadas para otros, elecciones con reglas mínimas, monitoreo internacional real. Este camino no vende épica, pero reduce riesgos de regionalización. Requiere unidad opositora, garantías creíbles y acuerdos entre Washington, Brasil y la UE. Posible si hay grises que salvar en el entorno chavista. Difícil sin ellos.

Escenario 3: choque y efecto dominó. Un incidente en aguas calientes, un disparo mal medido, una baja que incendie la narrativa y arrastre el conflicto. Riesgos: fronteras porosas con Colombia, contagio en el Esequibo, bloqueos comerciales y costes domésticos para Trump y para los vecinos. No es el más probable, pero existe. La historia regional enseña que una chispa basta para cambiar el guion en 24 horas.

Lo que sí puede hacer Washington (y lo que no)

Puede seguir apretando el circuito financiero vinculado a oro y contrabando, mejorar la inteligencia marítima y aérea en corredores clave, coordinar con aliados del Caribe, forzar costos a empresas que abastecen al régimen y proteger a testigos claves que se animen a hablar. Puede además modular las licencias de Chevron y otros actores para premiar pasos verificables en derechos humanos y calendarios electorales creíbles. Puede insistir en el enfoque judicial, que —sin ruido— suele descerrajar puertas.

No puede —al menos no sin costes políticos, legales y estratégicos muy altos— invadir Venezuela y prometer estabilidad al día siguiente. La gobernanza postchavismo no se improvisa: requiere instituciones que hoy no están listas, retornos escalonados de millones de migrantes, reestructuración de deuda, sanear PDVSA y pactos de seguridad en barrios donde el Estado lleva años ausente. El vacío tras un “colapso rápido” sería peligroso. Trump lo sabe y por eso calibra. La Marina muestra músculo, , pero la hoja de ruta inmediata sigue siendo presión sin ocupación.

A dónde conduce este pulso

¿Puede Estados Unidos acabar con el chavismo? Puede —si se entiende “acabar” como forzar una transformación real del sistema— debilitar seriamente las fuentes de poder que lo mantienen de pie: dinero, miedo, alianzas y control social. Puede alinear incentivos para que mandos intermedios negocien y figuras clave acepten salidas. Puede garantizar que si hay transición, no faltará gasolina, ni luz, ni monitores en mesas electorales. Puede construir un cerco de costos que haga más racional irse que quedarse.

No puede —no sin incendiar la región— borrar de un plumazo dos décadas de culturas políticas, clientelas y traumas. No puede prometer que un día D resolverá lo que es proceso, ni sustituir la falta de unidad de la oposición con barcos. No puede imponer una Venezuela que los venezolanos no voten, acepten y gobiernen.

Ése es, al final, el vector que decide. La fuerza puede abrir puertas; la política es quien las cruza. Si Trump sostiene la presión con cabeza fría, si Caracas ve incentivos claros para pactar, si la oposición se organiza de una vez, el chavismo como sistema puede mutar hasta volverse irreconocible o ceder a una transición pactada. Si esos tres “si” no sincronizan, volveremos a lo conocido: ruido, barcos, sanciones… y un régimen que sigue ahí, algo más pobre, algo más solo, pero ahí. Y, como tantas veces en Venezuela, todo y nada parece posible a la vez.


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Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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