Historia
Revelaciones sobre Re’im: ¿se pudo evitar la masacre del 7-O?

Revelaciones sobre Re’im muestran fallos clave en la seguridad del festival Nova el 7-O y reabren el debate sobre si pudo evitarse.
La pregunta regresa una y otra vez, incómoda y necesaria: ¿pudo evitarse lo que ocurrió en el festival Nova la mañana del 7 de octubre de 2023, junto a Re’im? El tiempo ha limado algunos bordes de la conmoción, pero nuevos datos reabren el debate público y, más importante aún, el profesional: un coronel del Ejército israelí estuvo en la zona del festival aproximadamente una hora antes del ataque y, pese a señales preocupantes, no ordenó reforzar la seguridad ni cancelar el evento. Ese detalle pesa, porque desplaza el análisis desde el “por qué pasó” hacia el “qué decisiones no se tomaron cuando aún se estaba a tiempo”. Y es en esa grieta —pequeña, pero decisiva— donde se juega la respuesta honesta a la gran pregunta.
A estas alturas, nadie discute que el 7-O fue la jornada más mortífera para civiles israelíes en décadas. La explanada del Nova se convirtió en el epicentro del horror, con centenares de muertos y decenas de secuestrados. Los supervivientes lo cuentan con un hilo de voz: los cohetes al amanecer, la música que se corta de golpe, la carrera hacia los coches, la ruta 232 convertida en embudo. Para la ciudadanía israelí, Nova dejó de ser solo el nombre de un festival; es un lugar de memoria. Para los profesionales de seguridad, un caso de estudio que duele porque exhibe, sin anestesia, dónde se rompieron los protocolos y cuándo.
También es verdad que la historia completa sigue en construcción. No hay un relato único, ni lo habrá, porque los hechos ocurrieron a gran velocidad y la coordinación entre policía, ejército e inteligencia fue deficiente. Pero lo esencial se sostiene y permite discutir con rigor: un macroevento a pocos kilómetros de una frontera altamente volátil, alertas nocturnas sobre actividad inusual, mando militar presente en la zona antes del ataque y una decisión de no intervención que hoy se revisa con lupa. Es incómodo, sí. Precisamente por eso importa.
El giro que obliga a repensarlo todo
El nombre propio es Haim Cohen, por entonces comandante de la Brigada Norte de la División de Gaza. Llegó al aparcamiento de Re’im alrededor de una hora antes de la irrupción armada, vio la dimensión del festival —miles de asistentes— y constató que el dispositivo visible era escaso: apenas un puñado de patrullas policiales para un entorno tan sensible. No cerró el evento, no pidió refuerzos inmediatos, no elevó la alerta. Su defensa posterior es conocida: no tenía sobre la mesa todo el cuadro de inteligencia y percibió una falsa sensación de control al ver presencia uniformada en el lugar. Uno puede comprender las dificultades de una madrugada con información incompleta; lo que no se entiende es la inercia ante un riesgo que, aunque difuso, pedía subir el listón de prudencia.
La relevancia de esa hora previa no es solo simbólica. En términos operativos, marca una ventana de decisión. Cancelar, posponer, ordenar un refuerzo rápido, crear un corredor de evacuación con protección: cualquiera de esas medidas habría disminuido el daño esperado, sin necesidad de conocer al milímetro el plan del enemigo. A veces, el verbo clave no es “predecir”, sino “prevenir”. En lugares así, la prevención se activa por contexto, no solo por inteligencia específica. Y el contexto gritaba prudencia.
La hora que no se detuvo
Hay detalles que con el tiempo adquieren un peso diferente. Quien firma la autorización previa del evento —y Cohen lo hizo— adquiere una responsabilidad que no se borra al amanecer. Si durante la noche surgen señales de anomalía y al alba te plantan delante un macrofestival, el estándar profesional exige reexaminar la decisión original. No hablamos de adivinos, ni de soldados perfectos. Hablamos de criterio. Ver con tus propios ojos y no actuar es, como mínimo, un fallo de prudencia. Y la prudencia, en frontera, salva vidas.
Ese es el punto que ha encendido la discusión dentro y fuera de Israel. ¿Fue un error individual o un síntoma sistémico? La respuesta corta: ambas cosas. El eslabón personal importa, porque alguien estuvo allí y no tocó el freno. Pero el sistema también falló al no compartir información de forma eficaz, al no avisar a todas las unidades de que había un evento de masas en la zona, al no tener un mando operativo único para escenarios de emergencia en entornos civiles. Cuando varios engranajes fallan a la vez, la máquina no se para: se descalabra.
¿Se pudo evitar?
Formulada así —con esa contundencia—, la pregunta invita a respuestas absolutas. No es serio contestar con un sí o un no tajantes. La seguridad no funciona en términos binarios. Lo razonable es plantearlo en clave de reducción de daño. ¿Se podía haber bajado la letalidad del ataque? Sí. ¿Se podía haber evitado por completo? Es incierto. Pero hay decisiones que, de haberse tomado a tiempo, habrían cambiado el desenlace. Esa es la parte que duele: había margen.
El primer eje es obvio y, a la vez, difícil para cualquier organización: cancelar o posponer. Un festival de madrugada, a pocos kilómetros de una frontera que últimamente había dado señales de agitación, no es un evento “normal”. No pasa nada por apagar la música si el entorno lo pide; sí pasa cuando mantienes la fiesta y el entorno se descompone. El segundo eje es el refuerzo preventivo: más efectivos, puntos de control en accesos críticos, equipos de enlace en el terreno, canales de comunicación adquiridos entre policía y Ejército antes de que empiece el concierto. El tercero, la evacuación real: no basta con ordenar salir si la ruta de escape —la 232— no está asegurada. De poco sirve que cientos de personas suban a sus coches si, al doblar la curva, se topan con columnas armadas sin cobertura.
La objeción habitual —“no sabíamos que el festival sería objetivo”— se desmonta sola desde la perspectiva profesional. No hace falta saber si el enemigo ha marcado en rojo ese punto; basta con reconocer que un macroevento civil en una zona caliente se convierte por sí mismo en un objetivo de oportunidad. Eso es gestión de riesgos, no futurología. Y ese es el motivo por el que la decisión conservadora —reforzar, aplazar, evacuar con protección— debió imponerse.
Qué habría cambiado el desenlace
Imaginemos, solo para entender magnitudes, que una hora antes se ordena suspender y vaciado controlado. Menos densidad de gente en la explanada y en la carretera, más patrullas en los cruces, enlaces activados para coordinar con un mando único, y helicópteros o drones focalizados en rutas de aproximación previsibles. No elimina el riesgo, pero lo recorta. Se gana tiempo, y en emergencias el tiempo es fuerza. En esa lógica, decenas, quizá cientos de personas podrían haber salido antes de la pinza, o al menos con cobertura. Cuando el daño es masivo, cada minuto que adelantas la decisión cuenta doble.
Ahora, una cautela: la prevención no es ciencia exacta. A veces, cancelas y no pasa nada; otras, mantienes y tampoco. Por eso el criterio profesional no puede medirse a toro pasado, sino por el estándar aplicable en ese contexto. Aquí, ese estándar pedía elevar la prudencia al máximo. No se hizo. Y esa omisión no es un matiz técnico; es el corazón del debate.
Responsabilidades y demandas
Tras el 7-O, Israel ha vivido un proceso áspero de rendición de cuentas. Renuncias de mandos, descensos, expedientes. Haim Cohen, bajo el foco durante meses, dejó el Ejército. La División de Gaza y otras estructuras operativas han sido reorganizadas. Para muchas familias, no basta. Y su reclamación tiene lógica democrática: quieren una investigación independiente y con poderes para fijar responsabilidades, no solo internas, también políticas. Les sobran razones. Un Estado que atraviesa un trauma de este tamaño debe explicar con claridad qué falló, quién falló y cómo se va a corregir. No para buscar chivos expiatorios, sino para asegurar que los engranajes —los grandes y los pequeños— encajan cuando suena la alarma.
Hay, además, una dimensión institucional que va más allá del caso. ¿Qué protocolos rigen la celebración de eventos masivos en zonas sensibles? ¿Quién decide la cancelación en caliente? ¿Cómo se comparte en tiempo real la inteligencia operativa entre cuerpos, con un lenguaje común y canales redundantes? ¿Qué umbrales definen que la ruta de evacuación está realmente bajo control? Si las respuestas no están claras, el sistema pide reforma. Y la pide hoy, no dentro de un año.
Lecciones que miran a España y Europa
España y Europa no son el sur de Israel. No tenemos una frontera de alta intensidad a cinco minutos de un festival. Pero sí organizamos macroeventos cerca de infraestructuras críticas, de espacios con valor simbólico, o en contextos de alerta por terrorismo o tensiones sociales. La lección exportable no necesita dramatismos: cuando el contexto sube medio grado, el umbral de cancelación baja uno entero. Cancelas antes, refuerzas antes, abres un canal de mando único antes. Y si no pasa nada, mejor; tu trabajo consistía precisamente en que no pasara.
Otro aprendizaje es más cultural que técnico. La duda sana. En organizaciones jerárquicas, es difícil que un mando medio cuestione una decisión aprobada, sobre todo si ya hay permisos firmados y camiones descargando equipos. Pero la duda salva. Un “esto no me huele bien, paramos” a tiempo evita tragedias. Es una palanca blanda, intangible, que exige entrenamiento, confianza y reconocimiento: parar a veces es la mejor decisión que puede tomar un profesional.
Voces que no caben en un informe
Los informes oficiales —los buenos— ordenan cronologías, fijan llamadas de radio, listan órdenes y omisiones. No atrapan el pánico. No recogen cómo suena una carretera que se convierte en trampa, ni ese silencio raro en el que muchos comprendieron que algo iba muy mal. Quien ha hablado con supervivientes sabe que esa verdad emocional no casa bien con organigramas. Pero debería influir en los protocolos. Rutas de escape pensadas como experiencia humana real —no solo como líneas en un mapa—, señalización comprensible bajo estrés, briefings previos que expliquen no qué hacer en general, sino qué hacer en este lugar concreto si la cosa se tuerce. Esa concreción es la que separa un plan bonito en papel de un plan útil en cinco minutos.
Hay escenas que se repiten en demasiadas tragedias: teléfonos que no conectan, aplicaciones que colapsan, mensajes contradictorios. Y aun así, en medio del caos, decenas de decisiones heroicas: agentes que abren vías de escape, civiles que auxilian sin mirar atrás, profesionales que vuelven a entrar cuando su instinto pedía lo contrario. Cuando hablamos de lecciones no es para amontonar reproches; es para explicar qué hizo la diferencia y cómo replicarlo antes de que vuelva a ser tarde.
Mirar hacia delante
Quizá nunca sepamos con exactitud cuántas vidas se habrían salvado con una cancelación a tiempo, con un refuerzo una hora antes, con un corredor de evacuación bajo protección. No hace falta esa cifra para mejorar. Basta con aceptar que había margen, y que no se utilizó. La nueva pieza del puzzle —ese mando presente en Re’im que no accionó el freno— no clausura el debate; lo enfoca. Señala una ventana concreta donde la prudencia debió imponerse. En seguridad, a veces, la línea entre un susto y una tragedia no es un muro; es una decisión a tiempo.
De aquí sale una guía simple, útil para Israel y para cualquier administración que organice eventos masivos en entornos sensibles. Primero, reconocer que el contexto manda: si el entorno se calienta, se actúa en frío y se reduce exposición. Segundo, mando operativo único y canales redundantes: cuando suena la alarma, nadie discute, todos ejecutan. Tercero, evacuaciones reales: una orden sin ruta segura es una ilusión peligrosa. Cuarto, cultura de la duda: mejor pasarse de prudente que llegar cinco minutos tarde.
Y una última cosa, menos técnica y quizá la más difícil: cuidar la memoria. No para convertirla en arma arrojadiza, sino para recordar que bajo los conceptos —“fallo de inteligencia”, “coordinación”, “dispositivo”— hay nombres propios y vidas detenidas. Si esa conciencia cala, la próxima vez el dedo que tiembla sobre el botón de parar quizá no tiemble tanto. Y, con un poco de suerte, no habrá noticia. Solo un festival cancelado, una queja en redes, y gente que regresa a casa decepcionada pero viva. Eso también es éxito. Esa, si queremos, sí es una lección que cabe aprender ya.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: El País, ABC, La Vanguardia, El Mundo.

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