Economía
¿Por qué se pospone la Cumbre de las Américas a 2026?

Foto de Galería del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, CC BY-SA 2.0, vía Wikimedia Commons.
El aplazamiento de la Cumbre de las Américas a 2026 revela fracturas, exclusiones y cálculos; efectos clave en migración, comercio y energía
El aplazamiento a 2026 de la Cumbre de las Américas que debía celebrarse en diciembre en República Dominicana expone sin rodeos una fractura política que lleva años gestándose en el continente. La decisión, adoptada por la Cancillería dominicana tras constatar “profundas divergencias” entre gobiernos, llega con una señal inequívoca: no existían condiciones mínimas para un diálogo productivo que implicara a todos los actores relevantes. La exclusión previa de Cuba, Nicaragua y Venezuela, el anuncio de que México y Colombia no acudirían, y el respaldo de Washington al aplazamiento dibujaron un escenario donde cualquier foto de familia habría sido poco más que una escenografía de cartón piedra.
La consecuencia inmediata es clara y práctica. Se congela el principal paraguas hemisférico para hablar de migración, seguridad, comercio, energía o transición verde, y se multiplica lo que muchos diplomáticos constatan en privado: la región opera cada vez más por afinidades ideológicas y relaciones uno a uno, con menos foros de síntesis y más mensajes a medida. No es un parón inocuo. La Cumbre de las Américas, con altibajos, ha servido desde 1994 para ordenar prioridades y fijar hojas de ruta. En 2025, a las puertas de un ciclo electoral clave y con agendas nacionales tensas, ese tablero queda en suspenso.
Qué hay detrás del aplazamiento
La cronología importa. El anfitrión, República Dominicana, optó por no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela con el argumento de “asegurar el desarrollo del foro”. La jugada, pensada para evitar disputas de protocolo, abrió la grieta: la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y el presidente de Colombia, Gustavo Petro, anunciaron que no asistirían. Sobre esa línea de fractura se sumó la percepción, compartida por varias capitales, de que la coyuntura electoral de los próximos meses —con comicios de alto voltaje en el hemisferio— hacía inviable cualquier acuerdo ambicioso. El resultado: un aplazamiento que tiene más de diagnóstico que de accidente.
Este movimiento no se decide en el vacío. Hay una tendencia de fondo: los grandes foros multilaterales tradicionales pierden tracción cuando las prioridades internas mandan y los gobiernos prefieren pactos específicos a medida, de capital a capital, con anuncios rápidos y medibles. La diplomacia de bloques, esencial en la década de 2000, cede espacio a coaliciones cambiantes según el tema y el momento. En ese contexto, un cónclave que aspira a abarcar desde la migración hasta la digitalización, pasando por la seguridad y el clima, se convierte en un terreno minado si no se llega con una arquitectura política previamente acordada.
Hay otro factor: la ausencia de mediadores creíbles aceptados por todas las partes. Sin países dispuestos a pagar el coste político de tender puentes, cualquier cumbre corre el riesgo de encallarse en comunicados insustanciales. Esa es la lectura que hacen varias cancillerías: antes de un fracaso a la vista de todos, mejor ganar tiempo y recomponer piezas por vías discretas.
Bloques enfrentados y cuentas pendientes
Lo que asoma es una América de bandos con contornos nítidos. Por un lado, gobiernos alineados con una agenda más cercana a Washington y con el anfitrión dominicano; por otro, un grupo que denuncia exclusiones y reivindica una visión menos condicionada por sanciones o vetos previos. Entre medias, países bisagra que se mueven según el tema —comercio, energía, seguridad— y que en cada expediente forman constelaciones distintas.
La decisión dominicana y la exclusión de tres países
La no invitación a Cuba, Nicaragua y Venezuela no es sólo un gesto protocolario. Es un mensaje político que, de facto, delimita quién entra y quién queda fuera del consenso hemisférico que pretende la cumbre. El precedente recuerda a otras ediciones en las que la lista de participantes condicionó tanto el contenido como la asistencia. A un lado, quienes sostienen que un foro de democracias debe fijar criterios mínimos de participación; al otro, quienes argumentan que si faltan sillas en la mesa, el debate nace cojo y deja sin tratamiento algunos de los temas más urgentes, desde migración venezolana hasta rutas energéticas o salud pública.
La exclusión generó una reacción en cadena. No por sorpresa —el debate sobre quién acude a la Cumbre de las Américas es recurrente desde hace más de una década—, pero sí con efectos más visibles. Cuando dos de las mayores economías latinoamericanas confirman que no viajan, el espejo ante el que se mira el resto de la región no devuelve precisamente una imagen de unidad.
México y Colombia marcan distancia
Las ausencias anunciadas de México y Colombia son estratégicas. En momentos en que ambos gobiernos buscan un papel protagónico en conversaciones sobre migración, paz y transición energética, sentarse o no sentarse en la cumbre envía señales. La decisión también condiciona a socios cercanos que calibran costes y beneficios: acudir a una reunión cuestionada por el formato puede suponer un desgaste interno; quedarse fuera, renunciar a influencia en la definición de la agenda. Este juego de equilibrios, con comunicados que pesan y silencios que dicen tanto como las palabras, explica por qué el aplazamiento alivió tensiones: nadie tenía que retratarse en una foto incómoda.
De los grandes foros al cara a cara
La diplomacia regional se está reconfigurando. Los ministerios acumulan más memorandos bilaterales y menos grandes marcos. Los presidentes anuncian en redes “entendimientos” sobre seguridad fronteriza, acuerdos energéticos puntuales, licencias mineras o facilidades comerciales sectoriales. Y aunque esa bilateralidad produce resultados rápidos, tiene un coste: fragmenta el tablero, dificulta la coordinación y debilita las instituciones hemisféricas que deberían dar continuidad a las políticas públicas.
La historia ayuda a entenderlo. Desde Miami 1994, la Cumbre de las Américas alternó ediciones con impulso político y otras más discretas. Lima 2018 estuvo marcada por el tema anticorrupción; Los Ángeles 2022 ya vivió una controversia por la participación de Cuba, Nicaragua y Venezuela; Panamá 2015 fue la del apretón de manos entre Barack Obama y Raúl Castro. En 2025, con un mosaico ideológico vivo y con economías que buscan financiación para transiciones caras —digital, energética, social—, una cumbre sin guion era un salto al vacío.
Bilateralidad ascendente y liderazgo personalista
La política exterior del continente se personaliza. Los liderazgos influyen más que antes en la orientación de alianzas y en la selección de foros. Un presidente puede privilegiar canales directos con una o dos capitales clave y dejar en segundo plano mecanismos regionales. Esa fórmula sirve para destrabar expedientes que dependen de voluntad política al más alto nivel, pero reduce el espacio para construir compromisos amplios y normas comunes —desde estándares digitales hasta reglas de inversión—, que sólo nacen con marcos plurales y con paciencia negociadora.
Agenda urgente sin paraguas común
El aplazamiento deja a la intemperie asuntos que piden coordinación. La migración exige enfoques integrales que vayan más allá del control fronterizo: corredores humanitarios, documentos de viaje temporales, reconocimiento de títulos profesionales para integrar a personas desplazadas, cooperación policial contra las redes de trata. Sin una cumbre, esas piezas se seguirán moviendo, pero de forma desordenada y con resultados dispares según la frontera y el mes.
La seguridad es el otro gran eje. El aumento de economías criminales transnacionales —armas, drogas, oro ilegal, ciberestafas— no respeta mapas. Aquí la cooperación operativa, el intercambio de inteligencia financiera, la interoperabilidad policial y los marcos comunes de ciberseguridad requieren mesas permanentes. La cumbre, más que resolver, solía dar el impulso político para cerrar protocolos que después trabajaban las carteras técnicas. Con el paréntesis, ese empujón se retrasa.
En energía y transición verde, la región tiene oportunidades únicas. Litio, cobre, gas, hidroeléctrica, eólica, solar. Proyectos de interconexión eléctrica y de hidrógeno verde demandan reglas claras y financiación multilateral. Un foro hemisférico permite alinear prioridades: garantías, taxonomías verdes, estándares ambientales para la minería crítica y encaje con las cadenas de suministro. Si no hay señales de arriba, los proyectos irán caso a caso, con mayor riesgo regulatorio y menos economías de escala.
Tampoco ayuda en comercio e inversión. Tras años de agendas paralelas —Mercosur, Alianza del Pacífico, Caricom, SICA, CAN—, el continente necesita puentes técnicos que reduzcan barreras no arancelarias, armonicen normas sanitarias y digitales, y aceleren ventanillas únicas. La cumbre daba visibilidad política a esas tareas. Hoy, el calendario se empuja a 2026, y cada mes cuenta cuando los capitales globales compiten por destinos y los países buscan recursos para obra pública, resiliencia climática o modernización portuaria.
Lo que puede cambiar antes de 2026
El argumento de quienes apoyaron el aplazamiento es sencillo: el mapa puede moverse. Elecciones inminentes en países clave —como Chile, con segunda vuelta prevista en diciembre, y Colombia en 2026— podrían recomponer mayorías y facilitar acuerdos con más tracción. También influirán ciclos económicos que marcan el humor de las sociedades: si el crecimiento repunta, hay más margen para pactos; si la inflación repite episodios de estrés o el crédito se encarece, las cancillerías se enrocan en agendas internas.
La situación de Venezuela es otro punto de inflexión. La expectativa —manifiesta en parte del continente— de una salida política creíble abriría canales de cooperación hoy trabados por las sanciones y por la falta de reconocimiento mutuo. Sin avances, la discusión sobre participación en foros —quién se sienta y con qué credenciales— seguirá envenenando cualquier convocatoria. Lo mismo vale para Nicaragua, con relaciones regionales al mínimo, y para Cuba, cuya presencia o ausencia condiciona a varios gobiernos.
Elecciones, corrimientos ideológicos y escenarios
En América Latina los péndulos ideológicos son rápidos. Cambios de signo traen nuevos énfasis —seguridad dura, agenda social, reformas fiscales, apertura o proteccionismo— que reordenan alianzas. De aquí a 2026, no es descartable que se formen convergencias puntuales entre gobiernos de signos distintos, empujadas por necesidades concretas: infraestructura regional, lucha contra el crimen organizado, proyectos de conectividad digital, cadenas de minerales críticos. Si esas convergencias cristalizan, habrá más incentivos para relanzar la cumbre con metas acotadas y entregables verificables.
La experiencia reciente enseña que el formato importa. Cumbres con agendas hiperambiciosas naufragan con facilidad; las que acotan objetivos —por ejemplo, migración y movilidad laboral, energía y clima, seguridad y justicia— suelen producir resultados. Un relanzamiento en 2026 con pocas prioridades y compromisos medibles puede ser más eficaz que un menú de 20 capítulos. Menos es más cuando el clima político no admite grandes épicas.
Estados Unidos, influencia y límites
La Cumbre de las Américas nació bajo el impulso de Estados Unidos y ese sello no ha desaparecido. Su apoyo al aplazamiento muestra que Washington prefiere evitar un foro deslucido, especialmente cuando su propia agenda continental —migración, fentanilo, relocalización industrial, minerales críticos— demanda músculo político. Pero la influencia tiene límites. La percepción de injerencia o de dobles raseros en materia de derechos humanos y sanciones alimenta resistencias. Y sin participación amplia, cualquier iniciativa hemisférica pierde legitimidad y, con ella, efectividad.
En la práctica, Estados Unidos seguirá operando en paralelo: acuerdos bilaterales de seguridad y migración, programas de cooperación técnica, financiación a través de sus agencias y de bancos multilaterales, e iniciativas económicas para anclar cadenas de suministro. Varios países apuestan por esa vía —resultados inmediatos y visibilidad—, mientras mantienen un pie en foros regionales que les permitan diversificar socios y ganar margen de maniobra. El reto, para todas las partes, es evitar la colisión entre esos dos carriles y converger en estándares que den previsibilidad a largo plazo.
Hay también fatiga con los comunicados finales que dicen mucho y comprometen poco. La credibilidad de una cumbre se mide por entregables concretos: número de visas laborales temporales, corredores logísticos habilitados, interconexiones eléctricas en marcha, centros regionales de ciberseguridad, compras conjuntas de medicamentos o equipamiento sanitario. Son esos resultados —no las fotos— los que construyen confianza. Si en 2026 el encuentro llega con paquetes preparados y acuerdos cerrados por los equipos técnicos, la política tendrá espacio para refrendarlos.
De Contadora a hoy: ¿hay espacio para medianías útiles?
En la memoria diplomática latinoamericana resuena el Grupo de Contadora, aquel mecanismo de mediación que ayudó a encauzar conflictos en Centroamérica en los años 80. Nadie propone revivirlo tal cual, pero el ejemplo inspira una idea: coaliciones ad hoc de países medianos, con credibilidad cruzada, capaces de tender puentes donde los grandes actores se bloquean. Esos grupos pueden fabricar propuestas técnicas y bajar la temperatura para que, llegado el momento, la cumbre no parezca una trinchera.
¿Quiénes podrían jugar ese papel hoy? Países con diplomacias profesionales, con interés en la estabilidad regional y sin la tentación de convertir cada foro en un plebiscito interno. Su tarea no sería grandilocuente. Sería de taller: textos de consenso, protocolos operativos, hojas de ruta realistas, cláusulas de evaluación. Un trabajo menos visible, pero crucial para que la política pueda dar el último empujón sin sobresaltos.
El papel de otros foros y las rutas paralelas
Mientras la Cumbre de las Américas espera su turno, otros mecanismos siguen vivos. CELAC se ha convertido en el principal espacio político latinoamericano sin Estados Unidos ni Canadá, con resultados dispares pero capacidad de convocatoria. Mercosur navega sus propias negociaciones comerciales y debates internos. La Alianza del Pacífico atraviesa un ciclo más modesto, aunque sus ventajas operativas siguen ahí. Caricom aporta coordinación a las islas del Caribe en comercio, clima y seguridad marítima. Y los bancos de desarrollo regionales trabajan en carteras de proyectos que no dependen de la agenda de una sola cumbre.
Estas rutas paralelas no sustituyen a la Cumbre de las Américas, pero amortiguan el golpe. Muchas veces, los compromisos técnicos nacen en comisiones menos vistosas y llegan a las cumbres ya cocinados. Por eso, la clave para 2026 puede estar en trabajar silenciosamente en tres o cuatro fascículos: movilidad laboral y reconocimiento de títulos profesionales; energía e interconexión; seguridad (con foco en cibercrimen y finanzas ilícitas); y transición digital con estándares comunes. Si en esos capítulos aparecen entregables, el resto acompaña.
Cómo leer el aplazamiento sin dramatismos ni eufemismos
El retraso no significa que el continente haya renunciado a hablarse. Significa que, hoy, los incentivos no estaban alineados para hacerlo de forma útil. Menos épica, más ingeniería política: esa parece ser la consigna de aquí a 2026. Un enfoque práctico acepta los límites del momento, evita las escenas que sólo sirven para el consumo interno y prioriza avances verificables con plazos y métricas.
La comunicación pública también cuenta. Quienes empujen el relanzamiento de la cumbre harán bien en bajar expectativas grandilocuentes y explicar con claridad qué se espera lograr: por ejemplo, acordar en 2026 un sistema hemisférico de visados temporales con revisión anual; un mecanismo de coordinación para ciberseguridad con centros satélite y protocolos de respuesta; estándares comunes para hidrógeno verde y certificación de minerales críticos. Metas concretas, lenguaje directo y seguimiento público. El continente no necesita discursos, necesita herramientas.
Rumbo a 2026: tareas concretas
El aplazamiento de la Cumbre de las Américas no cierra una puerta, la deja entornada. Si algo ha quedado claro es que sin inclusión inteligente —con reglas, pero sin vetos automáticos— no habrá legitimidad; sin entregables claros, no habrá credibilidad; sin países medianos haciendo de bisagra, no habrá puentes. El continente dispone de capital humano, energía, mercados y creatividad para convertir un encuentro pospuesto en una oportunidad útil. Pero ese giro no llegará por inercia. Pedirá oficios discretos, metas acotadas y una voluntad política que, por una vez, no se quede en la foto.
Lo que viene, por tanto, es trabajo de carpintería. Cancillerías afinando textos y prioridades; ministerios sectoriales preparando paquetes técnicos; bancos de desarrollo diseñando vehículos financieros que hagan viables los proyectos; equipos de seguridad acordando protocolos contra el crimen organizado y rutas de cooperación digital; agencias migratorias probando programas piloto de movilidad laboral. Si esa pretemporada se hace bien, 2026 no será un acto ceremonial, sino un punto de inflexión con resultados medibles.
En América siempre han convivido la tensión y la cooperación. Hoy pesa más la primera, pero no borra la segunda. El reto consiste en evitar la parálisis que provocan las divergencias y resolver problemas concretos con herramientas concretas. La cumbre, cuando llegue, tiene que servir para eso. Si no, será prescindible. Si sí, habrá valido la pena el tiempo ganado. Y el continente, que ya aprendió a convivir con sus diferencias, podrá volver a hacer política en serio, con menos ruido y más soluciones.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Ministerio de Relaciones Exteriores de República Dominicana, Agencia EFE, Europa Press, UNICEF España, Organización Panamericana de la Salud, El País.

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