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Cultura y sociedad

Quién es Al-Hayya y por qué guía a Hamás en las negociaciones

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Quién es Al-Hayya

Foto de Naser Jafari / Tasnim News Agency, CC BY 4.0, vía Wikimedia Commons

Khalil al-Hayya, veterano dirigente de Hamás, lidera las negociaciones con Egipto y Catar y define el ritmo del posible alto el fuego en Gaza

Khalil al-Hayya —a menudo transcrito también como Al-Hayyah— es uno de los dirigentes más veteranos y con más oficio político de Hamás. Figura en la primera línea desde hace décadas y, por trayectoria y redes de contacto, se ha convertido en el principal enlace del movimiento islamista con los mediadores árabes cuando se abren canales para un alto el fuego o un intercambio de rehenes y prisioneros con Israel. Su nombre aparece siempre que Egipto y Catar activan la diplomacia discreta. No es casualidad ni un golpe de suerte: su biografía explica por qué, en el ecosistema interno de Hamás, es él quien toma la voz en negociaciones complejas y habla un lenguaje que El Cairo y Doha comprenden.

El peso específico de Al-Hayya procede de tres elementos acumulados en el tiempo: una legitimidad interna labrada en Gaza —desde los años ochenta—, una exposición pública controlada que evita el histrionismo y una red de relaciones que abarca desde servicios de inteligencia egipcios hasta emisarios cataríes y turcos. Con ese bagaje, actúa como “traductor” de prioridades: baja a papel lo que Hamás está dispuesto a conceder (y lo que no), marca los tiempos, y hace de pasarela entre una cúpula interior extremadamente hermética y los mediadores internacionales que buscan una salida negociada.

Un dirigente forjado entre Gaza y Doha

Nacido en la Franja de Gaza en 1960, Khalil Ismail Ibrahim al-Hayya pertenece a la generación que vio levantarse a los Hermanos Musulmanes locales y, a finales de los ochenta, la irrupción de Hamás como actor político y armado. En su currículum pesan los años de militancia social y religiosa —formación islámica, docencia, un perfil ideológico sin estridencias— y una manera de operar que, desde muy temprano, le situó en órbitas organizativas próximas a la toma de decisiones. La primera Intifada lo catapultó a la militancia de alta intensidad; la segunda, a la interlocución con los propios palestinos y con quienes estaban fuera, especialmente egipcios.

Su salto a la visibilidad llegó con las elecciones legislativas de 2006, cuando Hamás arrasó en las urnas y Al-Hayya obtuvo escaño por Gaza. No fue un diputado cualquiera: ocupó posiciones de coordinación, fue portavoz en momentos clave y se movió constantemente entre aparatos, una cualidad que, en contextos de clandestinidad y represión, vale oro. A partir de entonces, el dirigente se consolidó como cuadro político de referencia, con presencia regular en delegaciones a El Cairo y en los intentos de reconciliación interpalestina. Ya entonces su rol tenía un patrón reconocible: evitar la exposición excesiva, hablar en tono seco, emplear mensajes marcados por la disciplina organizativa y reservar la gestión delicada para despachos discretos.

Su biografía está atravesada por el coste humano de las guerras en Gaza. Varios familiares han muerto en bombardeos y operaciones militares. Al-Hayya rara vez explota esa tragedia en público; más bien la incorpora al relato disciplinado de resistencia que maneja Hamás. Esa contención —y una sobriedad casi ascética en las apariciones— refuerzan su imagen de interlocutor de “línea dura”, pero pragmático cuando toca traducir lo ideológico en papeles de negociación.

De operador interno a rostro negociador

El paso de Al-Hayya del aparato interno a la ventanilla externa fue gradual. Sucedió al compás de las rondas de treguas encadenadas que, desde principios de la década de 2010, han ido pautando los altos el fuego entre Gaza e Israel. Cada vez que Egipto activaba sus canales, su nombre aparecía como enlace. En 2012, en 2014, en fases posteriores y en la escalada que estalló a finales de 2023, Al-Hayya siguió apareciendo en las fotos, pero sobre todo fuera de foco, en salas donde lo importante no eran los titulares, sino qué cláusula iba primero en un acuerdo de fases, cuál era el orden de los canjes o cómo se verificaba la entrada de ayuda.

Ese know-how no se improvisa. Se aprende con horas de pasillos, con rutas aéreas repetidas entre Gaza —cuando era posible—, El Cairo y Doha, y con diálogos cruzados en los que lo militar pisa fuerte y lo político intenta no quedar desbordado. Hamás no negocia como un Estado: carece de ministerios estables y su conducción está troceada entre burós, comités y liderazgos que, por seguridad, evitan la concentración personalista. En ese puzzle, Al-Hayya gana peso por su capacidad para alinear piezas sin hacerse notar en exceso, por su memoria de procesos y por una reputación de fiabilidad ante los mediadores. Sabe qué se prometió ayer, qué se puede prometer hoy y qué no conviene ni plantear.

Su presencia en Doha —sede de la dirección exterior de Hamás desde hace años— le da margen de maniobra. Catar juega a la diplomacia del interlocutor imprescindible: acoge, financia proyectos civiles en Gaza, abre puertas mediáticas y, cuando la presión internacional se dispara, ofrece facilidades para el intercambio de mensajes. Que Al-Hayya se mueva en ese tablero con naturalidad explica por qué se le ve como rostro de negociación. No busca las cámaras, pero cuando las hay, sostiene un guion previsible: la tregua por fases, el intercambio escalonado y las garantías internacionales para que el alto el fuego no se desvanezca a la primera violación.

Qué significa que sea él quien lleve la voz

Que Al-Hayya conduzca la relación con mediadores no es únicamente una decisión de agenda. Es un mensaje interno y externo. Interno, porque Hamás premia la antigüedad y el control del aparato: una figura con peso histórico ofrece cohesión, especialmente en ciclos de guerra donde la clandestinidad manda y la rotación de cargos es constante. Externo, porque un negociador que conoce de memoria los mecanismos egipcios y cataríes reduce el riesgo de malentendidos y acelera los intercambios de documentos. Dicho de otra forma: personaliza lo mínimo, institucionaliza lo máximo. Y en este tipo de procesos, la institucionalización —aunque sea precaria— es el único modo de llegar a un texto final que alguien pueda firmar.

Al-Hayya también sirve de cortafuegos. Cuando la negociación se empantana, es él quien aparece para reiterar líneas rojas —alto el fuego verificable, retirada militar en fases, entrada de ayuda sin restricciones, intercambio que incluya presos con largas condenas— y marcar contornos negociables —calendarios, tramos, mecanismos de verificación, elenco de garantes—. Su forma de comunicar tiene algo de “sístole y diástole”: mensajes duros hacia fuera y, en paralelo, pasillos abiertos con intermediarios. Lo suficiente para que la militancia no perciba concesiones excesivas. Lo justo para que los mediadores sigan en la mesa.

En términos de equilibrios de poder, su figura amortigua tensiones entre la dirección interior —más expuesta a la presión militar, con prioridades de supervivencia— y la exterior —más porosa a la lógica diplomática—. Si el interior exige tiempo y garantías, el exterior busca ritmo y viabilidad. Al-Hayya está en ese punto de cruce. Es, por decirlo claro, de los pocos que pueden levantar el teléfono y hacer que una propuesta produzca eco a ambos lados de esa frontera invisible.

Cómo negocia Hamás a través de Al-Hayya

El libreto que suele defender se ordena por fases y por intercambios equivalentes. Primero, silencio de armas supervisado; segundo, canje escalonado de rehenes por prisioneros palestinos; tercero, retirada en anillos de las fuerzas israelíes; cuarto, entrada sostenida de ayuda y compromisos de reconstrucción con garantes árabes e internacionales. No inventa nada nuevo, pero lo encaja con un principio que Hamás considera irrenunciable: no desactivar su capacidad de poder local mientras dure el proceso. Ahí suele chocar con las exigencias contrarias —desarme, reconfiguración de la seguridad local— y es donde Al-Hayya presiona para dilatar o matizar términos que puedan interpretarse como rendición.

El lenguaje que emplea es medido. Evita concesiones semánticas que bloqueen a los suyos y explota las ambigüedades creativas indispensables en cualquier documento de salida. Si el texto final necesita hablar de “alto el fuego permanente” o de “cese de hostilidades sostenible”, lo importante no es el sustantivo sino cómo se verifican los hechos y quién firma como garante. Al-Hayya trabaja en ese nivel de detalle. Sabe que, en Oriente Próximo, la retórica incendia y la letra menuda salva.

También entiende que las ventanas de oportunidad son cortas. Y que el tiempo político en Israel, Estados Unidos, Egipto y Catar no siempre acompasa con el de Gaza. Por eso su método aprieta cuando hay alineamiento internacional y frena cuando percibe ruidos internos o cambios de humor en la región. Un negociador veterano mide pulsos. No se casa con calendarios improvisados. Y prefiere cerrar un marco de mínimos antes que forzar un texto maximalista condenado a romperse al primer embate.

La red egipcio-catarí y el porqué de su sintonía

Ningún negociador funciona en el vacío. Egipto y Catar son los dos países que, con más continuidad, intermedian entre Israel y Hamás. El primero por razones geográficas, de seguridad y de control de frontera; el segundo por su rol de anfitrión de la dirección exterior del movimiento y por su relación fluida con Washington. El Cairo confía en perfiles que entiende y con los que ha tratado durante años; su General Intelligence Service protege metodologías y tiempos. Doha, por su parte, prefiere interlocutores que no lo pongan en aprietos públicos y que sepan navegar el equilibrio entre el discurso de resistencia y la exigencia internacional de resultados tangibles.

Al-Hayya ha cultivado con paciencia esa doble relación. Con Egipto, por historia y proximidad; con Catar, por necesidad política. A veces lo que se oye en público es la parte áspera de los mensajes —reproches, “líneas rojas”, advertencias—. Detrás, el tejido de confianza mínima necesaria para que un emisario vuelva a tocar la puerta al día siguiente. A esa confianza mínima se llega con nombres y apellidos conocidos. No con improvisaciones. De ahí que el perfil de Al-Hayya encaje en el tipo de interlocutor que ambos mediadores quieren al otro lado de la mesa.

Poder interno, disciplina y márgenes de maniobra

Para entender por qué guía a Hamás cuando la negociación se activa, conviene mirar hacia adentro. La organización reparte responsabilidades en burós (político, militar, religioso), con comités sectoriales y liderazgos que rotan por seguridad. En Gaza, la presión militar y la destrucción territorial han endurecido la cultura interna; en la diáspora, la lectura es distinta, con sensibilidad diplomática mayor pero, a veces, distancia respecto a la urgencia del terreno. Al-Hayya opera en medio, con aceptación suficiente a ambos lados. No es el líder más mediático, ni el más ideológico, ni el más carismático. Es el más estable en la zona de fricción entre seguridad y política.

Esa estabilidad le concede márgenes de maniobra. Puede proponer calendarios, poner nombres sobre la mesa para canjes, o empujar por verificadores con los que Hamás se siente más cómodo —países árabes, agencias de la ONU, terceras potencias que no exhiban hostilidad abierta—. Cuando una cláusula resulta indigesta para la base, retraduce el texto, lo trocea, empaqueta fases. Cuando la contraparte exige prisa, exige garantías. Todo ello con una premisa: mantener cohesionada a la organización lo suficiente como para que lo pactado sobreviva al anuncio.

Lo que persigue Hamás cuando envía a Al-Hayya

Hay objetivos tácticos —ganar tiempo, reducir presión militar, obtener alivio humanitario— y objetivos estratégicos —preservar influencia en Gaza, sacar de prisión a nombres señalados, forzar un marco que reconozca una posición negociadora a futuro—. Con Al-Hayya, Hamás intenta maximizar ambos sin cruzar límites que erosionen su narrativa de resistencia. Por eso insiste en grandes canjes, por eso prefiere treguas escalonadas en vez de pactos totales que le dejen desnudo, por eso reclama garantías verificables que no dependan solo de Israel.

En esa hoja de ruta, la semántica importa. No es lo mismo “desarme” que “cese de hostilidades”, ni “retirada total inmediata” que “retirada en fases con áreas de seguridad”. Al-Hayya lo sabe y trabaja con ese diccionario. Busca anclajes que le permitan, después, defender internamente lo firmado: si el cese es verificable por terceros, si la ayuda entra sin vetos, si hay compromiso de reconstrucción, la organización puede vender el acuerdo como paso táctico sin perder su relato estratégico. Crudo, pero realista.

Qué dicen sus apariciones públicas

Cuando Al-Hayya comparece, no improvisa. Detrás hay un mensaje calibrado para militantes, para Gaza, para los mediadores y para la opinión pública árabe. Usa un castellano indirecto —a través de traducciones— pero su comunicación en árabe mantiene un patrón: disciplina verbal, poco adjetivo, más sustantivo operativo. Habla de garantías y verificación, de fases y condiciones, rara vez de emoción o gesto. El objetivo no es generar titulares, sino blindar posiciones y dejar anclas a las que volver cuando la negociación se complica.

Ese comportamiento también explica por qué aguanta el desgaste de procesos que, a veces, se eternizan o se rompen a última hora. Un negociador que sobreactúa se quema rápido. Al-Hayya, en cambio, se cocina a fuego lento. No llama la atención salvo cuando el guion exige dar señales. Y cuando las da, su tono ayuda a enfriar la escena lo suficiente como para reabrir puertas. En Oriente Próximo, esa cualidad —parece poca cosa— vale muchísimo.

Líneas rojas y margen para un acuerdo real

La negociación que marca su perfil gira siempre alrededor de cuatro ejes. Uno, la seguridad en Gaza: Hamás no firmará un texto que deje la Franja sin mecanismos para controlar su territorio, aunque eso se nombre de manera creativa. Dos, el intercambio de rehenes y prisioneros: es la palanca interna más potente para la organización y, por tanto, su gran moneda. Tres, la ayuda humanitaria: sin una entrada sostenida y sin trabas, es imposible vender cualquier alto el fuego como algo serio. Cuatro, la reconstrucción y la normalización mínima de la vida civil: electricidad, agua, hospitales, pasos fronterizos funcionales.

¿Dónde hay margen? En los calendarios, en los tramos y en los garantes. También en el lenguaje público que acompaña los anuncios. Al-Hayya intenta que ese margen se convierta en palanca, no en excusa. Cuando Egipto y Catar se mueven en tándem, los avances son reales; cuando se separan o priorizan agendas propias, los bloqueos se multiplican. Israel, por su parte, suele estirar los tiempos y modular sus requisitos en función de su política interna y del clima internacional. Con ese vaivén, el negociador de Hamás juega, como se dice en la jerga, al “arte de lo posible”.

Lecciones de rondas anteriores

En cada ciclo de tensión, se repiten patrones. Hamás inicia con demandas máximas; Israel exige garantías maximalistas; Egipto marca una ruta secuencial; Catar aporta oxígeno. En ese triángulo, Al-Hayya ha aprendido que los documentos que sobreviven son los que contienen mecanismos verificables y ambigüedades controladas. Verificables para que haya quien certifique cumplimiento. Ambiguos para que cada parte pueda defender el texto ante su base sin romperlo. Si el redactado permite dos lecturas compatibles, hay acuerdo. Si obliga a una sola lectura que humilla a una parte, se cae.

Otra lección: los anuncios graduales funcionan mejor que los golpes de efecto. Un marco general, seguido de anexos técnicos, con plazos realistas y hitos medibles, resiste más que un “gran acuerdo” sin ingeniería de implementación. Aquí Al-Hayya destaca por su obsesión —compartida con los mediadores— de bajar a detalle: cuántos camiones de ayuda al día, quién controla los listados de prisioneros, qué autoridad firma en el paso de Rafah, cuántas zonas se desmilitarizan primero, cuántas después. Son preguntas áridas, pero sostienen la paz frágil de una tregua.

Qué cambia y qué permanece en su liderazgo

El tablero regional se mueve. Estados árabes con normalizaciones en curso con Israel, otros con agendas propias, crisis energéticas, elecciones en potencias que alteran prioridades. Aun así, la función de Al-Hayya permanece: administrar la interlocución cuando se abre una rendija. Puede haber rotación de rostros en la cúpula de Hamás, puede haber cambios tácticos, puede haber fases de mayor silencio. Pero mientras Egipto y Catar sigan jugando al rol de mediadores y mientras Hamás necesite validación externa para cualquier arreglo, un perfil con sus características seguirá siendo indispensable.

Eso no significa que su poder sea absoluto ni que su criterio no encuentre resistencias. En cada ronda —y las habrá— enfrentará presiones cruzadas: del ala más dura, que teme una erosión de la resistencia; de los mediadores, que exigen resultados que vender al mundo; de Israel, que empuja a elevar el coste de cualquier concesión. El margen de Al-Hayya se mide ahí. Y su pericia, también.

Por qué su nombre es clave para entender la próxima tregua

A efectos prácticos, cuando su nombre aparece en el primer párrafo de una crónica desde El Cairo o Doha, significa que los papeles circulan y que las líneas están trazadas. Que hay una arquitectura de fases sobre la mesa y que se discuten números, plazos, listados, no solo principios. También significa que Hamás ha decidido hablar a través de alguien que puede comprometer a la organización. No es un portavoz al uso. Es un operador con firma.

En términos de realpolitik, su presencia casi siempre coincide con momentos bisagra: los días en que se decide si se entra en un alto el fuego o si se empuja hacia otra ronda de combates. Suele anticipar que habrá silencios densos —las horas en que nadie dice nada y, sin embargo, se negocia cada palabra— y que el resultado será, como de costumbre, imperfecto. Pero viable. Eso, en estos conflictos, ya es muchísimo.

Un retrato sin maquillaje del interlocutor de Hamás

Nada en el perfil de Al-Hayya sugiere improvisación. Biografía de militante, experiencia institucional, pragmatismo táctico, lealtad al aparato y una cultura de negociación aprendida con años de idas y venidas. Quién es Al-Hayya se responde con ese conjunto: un dirigente que no manda en todo, pero sabe cómo se manda en su organización; que no habla a todas horas, pero cuando habla activa resortes; que no firma en solitario, pero estampa la marca de un proceso. Su valor no está en la frase brillante, sino en la capacidad de sostener una arquitectura negociadora cuando el resto tropieza.

Queda por delante un escenario que exige, precisamente, eso: arquitectura y sostén. Papeles que aguanten más que un titular, compromisos que sobrevivan a la noticia del día. Ahí, como tantas veces, aparecerá su silueta. Tal vez sin focos. Tal vez con un comunicado seco. Lo suficiente para intuir que la máquina vuelve a arrancar.

Claves para seguirle la pista sin perderse en el ruido

Observar a Al-Hayya ayuda a leer la temperatura de la negociación sin necesidad de grandilocuencias. Si viaja a El Cairo y se deja ver con discreción, hay papeles. Si Doha comunica y él calla, probablemente se reescriben cláusulas. Si concede una intervención y repite palabras como “fases”, “garantías”, “verificación”, la mesa está viva. Cuando cambie ese repertorio —cuando introduzca nuevos términos o baje el tono—, lo que cambie no será solo el discurso, será el estado del proceso.

No hace falta adornarlo. Es un negociador. Uno de esos que conocen cada bisagra del mecanismo, que saben quién llama a quién y cuándo. En Gaza, ese conocimiento se paga caro. Él lleva años abonándolo. Y por eso, cuando alguien pregunta quién es, la respuesta es sencilla y, al mismo tiempo, cargada de matices: Al-Hayya es el dirigente al que Hamás saca a la mesa cuando cree que hay una posibilidad —pequeña o grande— de convertir la retórica en texto, y el texto en realidad.

Lo que nos dice su trayectoria sobre el día después

Ninguna negociación en Gaza garantiza un día después ordenado. Pero las que llegan más lejos, invariablemente, han contado con un interlocutor estable del lado de Hamás. Al-Hayya encarna esa pieza. Ofrece continuidad en un entorno que cambia de golpe, memoria de acuerdos pasados y capacidad para recomponer la mesa tras los estallidos. Si habrá tregua o paz fría dependerá de muchos más factores —Israel, Estados Unidos, los países árabes, la realidad sobre el terreno—. Si habrá alguien que pueda mantener abiertas las puertas del diálogo por parte de Hamás, todo apunta a que su nombre seguirá siendo el mismo.

En suma, quién es Al-Hayya y por qué guía a Hamás en negociaciones se entiende con una mirada limpia: es el cuadro político que conecta la disciplina interna con la gramática de la mediación. El que conoce a los mediadores, maneja el diccionario del conflicto y pone orden —el justo— para que un acuerdo imperfecto no se venga abajo en 24 horas. Puede gustar más o menos su ideología; su función, sin embargo, es clarísima. Y en este conflicto, lo claro es un bien escaso.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de medios españoles y publicaciones concretas, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: El País, ABC, La Vanguardia, RTVE.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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