Naturaleza
¿Qué sueñan los perros y por qué tienen pesadillas?

Sueños caninos explicados con rigor: qué ocurre en REM, por qué hay pesadillas y cómo mejorar el descanso del perro con pautas claras y más.
Sueñan escenas reconocibles de su vida diaria: carreras por un sendero, juegos de persecución, rastreos de olor, saludos en la puerta, incluso rutinas domésticas que se repiten cada día. Ese repertorio aparece sobre todo cuando el cerebro entra en fase REM, el momento del descanso en el que la actividad eléctrica sube y los ojos se mueven bajo los párpados como si siguieran una película. Ahí es frecuente ver pequeños espasmos en las patas, un temblor en el hocico, algún gemido breve y la cola que amaga con agitarse. No es una alteración: forma parte de un sueño sano. También existen los malos sueños, y se comportan de manera similar a los nuestros: integran experiencias negativas recientes —un susto con petardos, un encuentro bronco en el parque, un dolor mal resuelto— y se traducen en vocalizaciones más tensas, pataleo más largo o sobresaltos.
Las pesadillas aparecen cuando el cerebro procesa miedo, estrés o dolor, o cuando el descanso está fragmentado por ruido, cambios de rutina o molestias físicas. Suelen pasar rápido y no dejan consecuencias más allá de ese despertar inquieto que se calma al oír una voz conocida. La pauta segura es clara: no tocar de golpe al animal dormido; si se quiere interrumpir un mal sueño, basta hablarle en voz baja, desde cierta distancia, y dejar que vuelva a la calma por sí mismo. La señal de alarma llega cuando los episodios son muy intensos, repetidos, o el perro se lastima; entonces conviene grabar un vídeo y consultar con su veterinario, para descartar un trastorno del sueño o una crisis neurológica. La mayoría de casos se queda en anécdota, sí, pero conviene entender cómo funciona el descanso canino para saber cuándo ayudar y cuándo observar sin intervenir.
Cómo funciona el sueño canino
El perro no duerme a bloque, como si apagara la luz y desapareciera ocho horas. Su descanso se organiza en ciclos que alternan sueño de ondas lentas (NREM) y sueño REM, con múltiples siestas diurnas y un núcleo nocturno más largo. La arquitectura recuerda a la humana, aunque con particularidades: en un día completo un adulto sano suma entre 12 y 14 horas de sueño, repartidas entre la noche y las siestas; los cachorros rebasan con facilidad ese total —están creciendo, aprendiendo, consolidando todo— y los perros mayores vuelven a dormir más, con despertares algo más frecuentes. Lo determinante es la regularidad de la casa: cuando horarios, paseos y comidas se mantienen estables, los bloques de sueño se alargan y las transiciones entre fases son más limpias.
En términos fisiológicos, el NREM repara tejido, baja la frecuencia cardiaca, estabiliza el metabolismo y “limpia” el sistema nervioso. El REM, más breve y distribuido a lo largo de la noche y de algunas siestas, está muy ligado a la consolidación de memoria y al procesamiento emocional. En esa fase los perros sueñan “en cuerpo”: los centros motores del tronco cerebral quedan en parte inhibidos para que el animal no ejecute sus sueños, pero no del todo; de ahí que veamos micromovimientos y pequeños sonidos. Es un patrón normal. El inicio típico de REM no es idéntico para todos, pero muchos perros entran por primera vez tras un tramo de sueño profundo; a partir de ahí los ciclos se repiten, con REM cada cierto tiempo, más abundante hacia el final del descanso.
Hay un dato práctico que conviene no perder de vista: las interrupciones y el ruido fragmentan la noche de un perro igual que la de cualquier persona. En entornos con música alta, tráfico continuo o portazos, el animal encadena microdespertares que le impiden avanzar con fluidez por las fases del sueño. Eso dispara la probabilidad de malos sueños, sencillamente porque el cerebro no entra y sale de REM de forma estable. Lo contrario también es cierto: si la casa amortigua las interferencias (persianas, una cama apartada de la puerta, temperatura estable) y el día incluye ejercicio moderado y momentos de calma, el descanso se hace más profundo y reparador.
Qué sueñan de verdad: escenas, olores y memoria
La imagen típica —perro que mueve las patas como si corriera— tiene una base sólida. Durante el sueño, el hipocampo y otras áreas implicadas en la memoria espacial reactivan patrones de actividad que se registraron horas antes cuando el animal exploraba, jugaba o aprendía algo nuevo. El resultado es que el cerebro “repite” caminos, secuencias y asociaciones. Por eso, tras un paseo a campo abierto cargado de novedad, no extraña encontrar por la noche un repertorio más rico: hocico que vibra como si oliera, respiración acelerada que luego se relaja, un ladrido breve. Igual con el entrenamiento: si se ha practicado una señal nueva, los marcadores eléctricos del sueño tienden a reflejar esa fijación; a la mañana siguiente el aprendizaje sale más fácil.
La nariz gobierna buena parte de la vida mental del perro, también dormido. Donde nosotros recordamos colores o frases, ellos reconstruyen mapas de olor: marcas de otros canes, trazas que dejó la brisa, restos de comida que ya no están, perfumes de personas concretas. No es lírico ni antropomórfico; su sistema olfativo está diseñado para eso. La fase REM combina esa información con el estado emocional del día. Si ha sido una jornada amable —juego social bien medido, caricias, previsibilidad—, el “montaje” nocturno será más coherente y menos agitado. Si ha sido una jornada tensa, con sustos o reproches, el material onírico tiende a volverse más caótico. Lo vemos: más quejidos, más sobresaltos.
También se sueñan los vínculos. En perros muy apegados a su familia es habitual que, tras una tarde de convivencia tranquila, el descanso sea más profundo y silencioso. Se ha observado en consulta y en hogares: dormir cerca de la persona de referencia —en la misma habitación o a dos metros del sofá— estabiliza a muchos animales, reduce la vigilancia constante y favorece ciclos de sueño más largos. No es “capricho humano”, es bioseguridad aprendida: el perro que se siente seguro invierte menos energía en estar alerta, entra antes en REM y sale mejor. Por eso la ubicación de la cama, la temperatura y las rutinas de cierre del día pesan tanto como el tipo de paseo.
Pesadillas: de dónde salen y cómo se manifiestan
La palabra impresiona, pero una pesadilla aislada no es una enfermedad. Es un sueño con carga emocional negativa que aparece cuando el cerebro procesó miedo o disgusto, o cuando el descanso llegó fragmentado. Las escenas que la disparan son conocidas en España: petardos de San Juan o Fallas, tracas improvisadas, tormentas de verano, una discusión con otro perro en un pipicán estrecho, una manipulación veterinaria que dolió más de lo esperado, obras en el edificio. En esos días es común escuchar un gruñido más largo durante la noche, ver pataleo vigoroso, notar que el animal despierta con un salto y, apenas abre los ojos y reconoce la habitación, respira y se calma. Esa rápida reorientación es el mejor indicador de que hablamos de un mal sueño y no de un problema neurológico.
Las pesadillas se vuelven más probables si el perro arrastra estrés crónico o dolor. Un bulldog con dermatitis que pica de madrugada, un pastor con artrosis que no encuentra postura, un mestizo muy sensible a los ruidos que pasó la tarde “pescando” sobresaltos en el balcón… todo eso entra en la coctelera del REM. Aquí el enfoque de salud es claro: tratar la causa de base (piel, dolor articular, ansiedad por ruidos) suele mejorar de rebote el descanso nocturno. Lo contrario —ignorar el malestar— alimenta un círculo vicioso de sueño pobre, irritabilidad diurna y más sueños agitados.
Hay un cuadro distinto, poco frecuente pero importante, llamado trastorno de conducta del sueño REM. En él, el “freno” que normalmente impide que el cuerpo ejecute el sueño falla de forma marcada, y el perro actúa secuencias complejas dormido: carreras contra una pared, saltos, mordiscos al aire dirigidos, choques con muebles. No son los típicos “tics” de segundos; son escenas completas que pueden lastimarlo o asustar a la familia. El diagnóstico es clínico, apoyado en la historia y, si hace falta, en registros de sueño; el manejo es veterinario y exige diferenciarlo de otras parasomnias o de crisis epilépticas.
Diferenciar lo normal de lo preocupante
La frontera más útil en casa es cómo despierta el animal. En un mal sueño, el perro abre los ojos, tarda un par de segundos en ubicarse, oye su nombre, mira rápido a su alrededor y vuelve a bajar la cabeza. En una crisis epiléptica o en ciertas parasomnias, tras los movimientos aparecen confusión sostenida, pupilas muy dilatadas, descoordinación, salivación espesa, incluso pérdida de orina o de la consciencia; en los minutos posteriores puede mostrarse torpe, asustado o “no estar”. Esa secuencia amerita consulta. También amerita alarma el patrón repetido: episodios intensos varias noches por semana, golpes contra muebles, mordiscos involuntarios que hacen daño, o cualquier conducta que deje al perro exhausto al amanecer.
Otra clave es la duración y la complejidad del episodio. Los espasmos fisiológicos del REM duran segundos y forman parte de una escena difusa; en cambio, cuando el perro ejecuta comportamientos con principio, nudo y desenlace (carrera en círculo, salto, “caza” de algo imaginario) y dura medio minuto largo o más, conviene registrarlo en vídeo para que el veterinario valore. No hay que despertarlo tocándolo: una mano brusca en un cerebro aún inmerso en REM puede provocar una reacción defensiva por puro reflejo. Mejor hablarle en tono bajo, desde el umbral de la puerta, y dejar que salga solo.
Cuando se decide ir a la clínica, ayuda llevar un diario breve: hora aproximada de inicio, duración, qué ocurrió ese día (ruidos, visitas, peleas, dolor), cómo terminó el episodio, si se orientó bien al despertar. A veces se solicita una analítica básica, una exploración neurológica completa o, en casos seleccionados, un registro del sueño no invasivo. No hay que asustarse por los términos técnicos: la mayoría de perros con pesadillas solo necesitan ajustar su rutina, tratar un dolor subyacente o trabajar una sensibilidad a ruidos. El profesional indicará si procede un apoyo farmacológico temporal, siempre con dosis y objetivos claros.
Factores que cambian el descanso: edad, tamaño, rutina
La edad marca diferencias. Los cachorros duermen mucho y sueñan mucho; están catalogando olores, texturas, normas sociales y límites físicos a una velocidad pasmosa. Sus fases REM son relativamente frecuentes y los micromovimientos son la norma. En la otra punta, los perros senior acumulan siestas y pueden despertarse más por dolor, micción nocturna o pérdida sensorial; vigilar su confort (colchoneta ortopédica, temperatura, salidas nocturnas si hace falta) reduce malos sueños ligados a la incomodidad. Los adultos sanos se mueven en un punto intermedio: si el día tuvo olfateo suficiente, ejercicio medido y periodos de calma, la noche suele ser silenciosa.
El tamaño introduce matices. En consulta se observa que los perros pequeños encadenan sueños más cortos y frecuentes, mientras que los grandes tienden a consolidar bloques más largos y profundos; también cambia la facilidad para despertarse con ruidos leves. No es una ley infalible, pero ayuda a interpretar conductas. La rutina pesa aún más: casas con horarios cambiantes, ruidos nocturnos o iluminación intensa favorecen el sueño fragmentado. Y hay variables “sociales”: perros que duermen en habitaciones separadas pueden descansar peor si son muy apegados y llevan poco tiempo en el hogar; al revés, dormir a dos metros de la cama —en una colchoneta propia— estabiliza a muchos, sin necesidad de subirlos al colchón.
Dormir bien también educa: guía práctica para la noche
La higiene del sueño canino no es un ritual de laboratorio; es un guion sencillo adaptado a cada familia. Empieza en la tarde: ejercicio razonable según la condición física (no maratones nocturnos, sí paseos con olfato y cambios de ritmo), interacción social amable, entrenamiento breve de cosas que el perro ya sabe. Después, un tramo de calma antes de la hora de dormir, sin juegos explosivos ni persecuciones; masticables naturales o búsquedas de comida en la alfombra olfativa canalizan energía sin sobresaltar. La cena unas horas antes del descanso, con hidratación controlada para evitar “apuros” a las cuatro de la mañana. Y un espacio de dormir estable: cama propia, algo de resguardo lateral, suelo antideslizante, temperatura templada. Si el perro prefiere el dormitorio y no perturba a nadie, es una opción válida; incrementa su sensación de seguridad.
Cuando hay miedos a ruidos, se trabaja en dos planos. Por un lado, gestión ambiental: amortiguar lo que llega de fuera (persianas, cortinas gruesas, sonido blanco a volumen bajo), cerrar balcones en noches de pirotecnia y ofrecer escondites donde el perro se sienta a cubierto, como una camita con techo o una caja abierta con mantas. Por otro, desensibilización y contracondicionamiento con sonidos a volumen controlado durante el día, asociando sistemáticamente esos estímulos a comida de alto valor o juego tranquilo. Se sube el volumen de forma gradual, sin forzar, y se registra la tolerancia real. Si el miedo es intenso, el veterinario puede pautar apoyo farmacológico temporal en fechas señaladas —en España, las noches de San Juan, Fallas o fiestas locales— para que el perro llegue a la noche con la activación más baja.
La prevención del dolor forma parte del plan de sueño. Un chequeo articular en perros de razas predispuestas, controlar el peso, atender a problemas de piel que pican de madrugada o a otitis que duelen al apoyar la cabeza, cambiar una cama demasiado delgada por una con espuma de densidad adecuada: todo eso reduce microdespertares. A la vez, conviene evitar correcciones aversivas en el día a día. Castigos, tirones o gritos no enseñan mejor y sí incrementan la carga de estrés, que luego se cuela en la noche en forma de pesadillas. En su lugar, se recompensa la conducta adecuada, se gestiona el entorno para prevenir errores y se pide ayuda a educadores o etólogos clínicos acreditados cuando el problema lo requiere.
Si la familia convive con pesadillas esporádicas, el enfoque minimalista suele funcionar: aumentar previsibilidad durante una semana, bajar el nivel de estímulos al anochecer, permitir siestas diurnas tras periodos de alta demanda mental (visitas, veterinario, viajes), y mantener un “ritual” de cierre reconocible —luz tenue, frase corta, cama lista—. Si los episodios se repiten, toca documentar. Vídeo, cuaderno de episodios, patrones que se repiten. Con ese material, el veterinario decide si hablamos de un problema de conducta del sueño, de ansiedad por separación que irrumpe de noche, de dolor, o de un cuadro neurológico que exige pruebas. En cualquiera de los escenarios hay margen de maniobra: desde ajustar hábitos hasta tratamientos específicos, siempre bajo supervisión profesional.
El descanso también educa. Hay un fenómeno conocido: después de un día con aprendizaje bien planteado —no largo, sino claro y positivo—, la noche se vuelve terreno fértil para consolidar. De hecho, introducir antes de dormir una actividad olfativa suave (buscar pequeñas porciones de comida escondidas en una habitación tranquila) mejora la calidad del reposo en muchos perros. No se trata de cansar por cansar, sino de cansar bien, de modo que el cerebro tenga material que ordenar sin saturarse. Esa es la diferencia entre un animal que “cae rendido” tras un sobreestímulo y otro que se duerme satisfecho, con ciclos estables y menos opciones de pesadillas.
En España, el calendario festivo influye. Tormentas de verano en el Mediterráneo, pirotecnia en junio, verbenas de barrio, cabalgatas. Anticiparse evita noches torcidas: planificar paseos antes de la traca, cerrar persianas a tiempo, tener a mano el equipo de calma (masticables largos, música neutra a bajo volumen, feromonas si el veterinario las recomienda) y no improvisar salidas al balcón para “que se acostumbre” a base de exposición dura. La sensibilización inversa —forzar contacto con el miedo— suele empeorar el cuadro y se paga de madrugada. La desensibilización controlada, en cambio, baja el volumen general de la semana y se nota a la hora de dormir.
Un apunte final, práctico y muy concreto: no despiertes a un perro con la mano si está soñando agitado. Habla, acércate despacio, deja una salida y evita sorprenderlo. Un animal aún en REM puede responder con un gesto defensivo sin “querer”. Es raro que pase, pero enseñar a niños y visitas a respetar a un perro dormido previene sustos innecesarios. Cuando despierte, si busca contacto, ofrécele seguridad y vuelta a la cama. Si se muestra desorientado más de un minuto o encadena episodios parecidos varios días seguidos, entonces sí, clínica y evaluación profesional. La regla de oro es simple y cómoda: observar, proteger, documentar. La mayoría de noches solo piden silencio y una cama mullida.
En pocas palabras, aunque sin atajos: los perros sueñan con lo que viven —con olores, recorridos, juegos, personas—, y a veces esas escenas se vuelven ásperas cuando el día dejó miedos o molestias. El descanso de calidad se construye de día, con rutinas previsibles, ejercicio ajustado, vínculo seguro y un entorno amable; se cuida de noche, con un espacio estable y una intervención mínima cuando el sueño se pone feo. Y si un episodio no encaja en lo normal, hay profesionales preparados para distinguir pesadilla de trastorno y para poner tratamiento. Dormir es salud conductual. También en perros. Y cuando la casa acompaña, se nota: menos sobresaltos, más calma, mejores mañanas.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: El País, Portal Veterinaria, 20minutos, Webconsultas.

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