Síguenos

Ciencia

Qué es el Ada Lovelace Day y por qué se celebra hoy

Publicado

el

Qué es el Ada Lovelace Day

Ada Lovelace Day celebra las aportaciones de mujeres en STEM: origen, fecha, actividades en España y claves para impulsar referentes reales.

El Ada Lovelace Day es una jornada internacional que rinde homenaje a las contribuciones de las mujeres a la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Se celebra cada año el segundo martes de octubre y, en 2025, es hoy: martes 14 de octubre. Nació con una idea muy directa y concreta: hacer visibles los logros de las mujeres en disciplinas STEM y multiplicar los referentes reales, con nombres y apellidos, que inspiran vocaciones y sostienen carreras profesionales.

La fecha no es casual ni fija en el número del mes; se busca un día laborable, en plena actividad académica y profesional, que facilite que escuelas, universidades, instituciones culturales y empresas programen actos sin chocar con festivos. La celebración, que arrancó en 2009 impulsada por la tecnóloga británica Suw Charman-Anderson, se extendió rápido como un movimiento descentralizado: cada territorio y cada institución organiza su propio programa. Conferencias, talleres, visitas a laboratorios, exhibiciones, encuentros de mentorización, editatones de Wikipedia para corregir la infrarrepresentación de científicas… La agenda cambia de acento, pero mantiene el mismo hilo conductor: nombrar y contar contribuciones que ya existen y que con demasiada frecuencia han quedado fuera del foco.

Un día para nombrar referentes, sin simplificaciones

El Día de Ada Lovelace funciona como una lupa y como un altavoz. Lupa, porque enfoca trayectorias concretas: la ingeniera que optimiza un algoritmo de enrutado en redes críticas; la matemática que publica un avance en teoría de grafos; la bioinformática cuya investigación se traduce en un ensayo clínico; la física que lidera la puesta a punto de un detector en un acelerador europeo. Altavoz, porque sitúa esas historias —y a sus protagonistas— en la conversación pública, en los medios, en la agenda escolar y en los auditorios. No es una campaña abstracta; es un calendario de nombres propios.

Esa visibilidad tiene efectos medibles. Cuando una escuela invita a científicas y tecnólogas a contar su trabajo ante alumnado de 3º o 4º de ESO, sube el interés por materias técnicas en la elección de itinerario. Cuando una facultad organiza un ciclo bien armado de charlas y prácticas de laboratorio, aumentan las preinscripciones en titulaciones donde la brecha de género todavía pesa. Cuando una empresa tecnológica abre sus equipos a programas de mentorización, se acelera la progresión profesional de perfiles junior. Son impactos modestos, sí, pero acumulativos. Y, sobre todo, replicables.

Este día también sirve para corregir inercias viejas. Las conferencias con paneles sin diversidad siguen siendo demasiado comunes. La jornada de hoy es una invitación a repensar formatos: alternar conferencias magistrales con conversaciones técnicas, reservar espacios para presentaciones cortas de proyectos en marcha, priorizar la lista de ponentes por mérito —claro— y por pluralidad —también—. El talento existe, los currículos están, los grupos de investigación y los equipos de producto los avalan; el punto es mirar con criterios justos y planificar con tiempo.

Ada Lovelace, la pionera que imaginó la programación

Detrás del nombre de la efeméride está Augusta Ada King, condesa de Lovelace (1815-1852). Hija del poeta Lord Byron y de Annabella Milbanke, que alentó su formación matemática, Ada se interesó desde adolescente por los ingenios de cálculo de Charles Babbage. En la década de 1830, Babbage diseñó la máquina analítica, un prototipo visionario de ordenador mecánico programable, con memoria y unidad de proceso, que nunca llegó a construirse completamente pero que introdujo ideas que un siglo después serían estándar.

La contribución más conocida de Ada se publicó en 1843. Traducía del francés al inglés un artículo del ingeniero Luigi Menabrea sobre la máquina de Babbage y añadía un conjunto de notas —A, B, C… hasta la G— que triplicaban en extensión el texto original. La “Nota G” incluía un procedimiento detallado para calcular números de Bernoulli mediante una secuencia de instrucciones. Aquello fue más que un apunte matemático: dibujó la lógica de un programa, con ciclos y memoria intermedia, para una máquina universal que entonces solo existía sobre el papel. De ahí que se le reconozca, con bastante consenso, como la primera programadora.

Más allá del hito, lo relevante está en el enfoque. Ada sostuvo que la máquina analítica podía manipular símbolos y no solo números, y sugirió —con cautela— que, si la música se expresaba como reglas, la máquina podría “componer” piezas. Al mismo tiempo advirtió: la máquina no “crea” por sí sola, ejecuta lo que sabemos describir con precisión. Ese equilibrio entre imaginación y rigor anticipó debates que hoy siguen abiertos sobre creatividad computacional y autonomía de los sistemas inteligentes. Su mirada, formada con tutores de primer nivel, fue tan literaria como matemática. Y, sí, fue radical para su época.

El legado cultural de Ada es tangible. En los años ochenta, el Departamento de Defensa de EE. UU. bautizó Ada a un lenguaje de programación pensado para sistemas críticos —aviación, defensa, control industrial—, hoy estandarizado a escala internacional y aún en uso en sectores donde la fiabilidad y la verificación formal son vitales. Museos y bibliotecas han conservado cartas, diagramas y borradores que permiten reconstruir una biografía intelectual breve, intensa y todavía sujeta a nuevas lecturas. No hay mitología necesaria: hay documentos, cálculos y una intuición poderosa de lo que significaba programar antes de que existieran los ordenadores electrónicos.

La Nota G, explicada sin solemnidad

La explicación de la Nota G gana claridad si se baja a tierra. Ada describe una tabla de trabajo con columnas para variables, operaciones y resultados intermedios; asigna números a posiciones de memoria; define repeticiones y saltos lógicos para evitar redundancias; anticipa la idea de “flujo de control”. No habla de “software” —el término no existía—, pero ordena exactamente lo que hoy escribiríamos en un pseudocódigo. ¿Originalidad absoluta? No hace falta adornar: la grandeza es haber articulado un programa completo, coherente y verificable para una máquina general en 1843.

Cómo nació la jornada y por qué se mantiene hoy

El germen de la jornada está bien documentado. En 2009, Suw Charman-Anderson lanzó un llamamiento en Internet: publicar ese día una pieza —un artículo, un post, un hilo— sobre una mujer en tecnología a la que se admirase. La propuesta superó el millar de adhesiones, se convirtió en un evento anual y, con el tiempo, en una agenda distribuida que inspiró a universidades, museos, fundaciones, asociaciones profesionales y comunidades tecnológicas.

La organización impulsora fue desarrollando materiales y eventos de referencia durante más de una década, con un acto central en Londres que sirvió de escaparate y punto de encuentro. Con el paso de los años, y tras dificultades de financiación, la estructura central se replegó, pero el día permaneció: la fecha sigue en el calendario, con un modelo descentralizado que invita a cualquiera a programar actividades en su entorno. Esa condición abierta —sin una sede oficial que monopolice la jornada— ha resultado, paradójicamente, una fortaleza. Si hoy un instituto de La Rioja quiere organizar una editatón para mejorar biografías de científicas locales, lo hace; si una escuela de ingeniería en Sevilla decide convocar un ciclo de charlas técnicas, lo monta; si un museo de ciencia en Barcelona programa una muestra de experimentos históricos firmados por mujeres, se suma con su propio carácter.

La clave no es el volumen de actos, sino su calidad y persistencia. Un programa modesto, bien preparado y con continuidad al año siguiente, deja más huella que una campaña deslumbrante de un solo día. La jornada de octubre actúa como ancla para un trabajo que se despliega los doce meses: captación de vocaciones, contratación, promoción y retención de talento, financiación de proyectos liderados por mujeres, creación de redes de apoyo, visibilidad regular en medios generalistas y especializados.

Dónde estamos: cifras, contextos y matices

Las cifras europeas y españolas dejan un cuadro reconocible. En torno a una de cada cinco personas que trabajan como especialistas TIC en la Unión Europea es mujer. En España, el peso de las mujeres crece en números absolutos y el sector añade empleo a buen ritmo, pero la proporción sigue por debajo del equilibrio en informática, ingeniería de telecomunicación, electrónica, industrial y otras ramas técnicas. En las universidades españolas, ellas son mayoría global en el alumnado y en los títulos que finalizan, pero las cifras caen cuando miramos a Ingeniería y Arquitectura o Ciencias de la Computación. En muchas escuelas, no llegan al tercio de la matrícula; en algunas especialidades informáticas, el porcentaje desciende todavía más.

En investigación, la situación tiene su propia curva. En etapas iniciales hay paridad e incluso ligera mayoría femenina en varias áreas; a medida que la carrera académica progresa, aparece el conocido “efecto tubería rota”: menos mujeres en plazas permanentes, menos catedráticas, menos direcciones de proyecto, menos liderazgo de grupos. Son dinámicas que se explican por una mezcla de factores: estereotipos tempranos que influyen en la orientación educativa, falta de referentes visibles, cargas de cuidados que recaen más sobre ellas, sesgos en evaluaciones, jornadas imposibles de conciliar en etapas críticas y techos de cristal que se convierten en paredes cuando toca acceder a comités científicos, consejos de administración o direcciones técnicas.

El sector privado español, particularmente el tecnológico, combina luces y sombras. Hay compañías que han integrado planes de igualdad exigentes, objetivos de contratación equilibrada en equipos de software y datos, criterios de retribución transparente y programas de promoción. Otras avanzan más despacio o se limitan a campañas puntuales. El mercado, además, es desigual: startups con pocos recursos compiten con grandes corporaciones por perfiles senior, y ese tirón suele afectar a equipos jóvenes donde las trayectorias femeninas podrían consolidarse. La administración impulsa desde hace años iniciativas como la Alianza STEAM —que agrupa ministerios, empresas y organizaciones— y apoya olimpiadas científicas y concursos que incentivan vocaciones. El impacto no es inmediato, pero cuando se miden indicadores con rigor se aprecia la tendencia: más referentes, más visibilidad, más itinerarios claros.

Qué está funcionando y qué no tanto

Resultan especialmente eficaces tres tipos de actuaciones. Primero, poner caras y recorridos: no en clave de relato inspiracional vacío, sino con detalle técnico. Qué problema se resolvió, qué tecnología se eligió y por qué, qué métricas se siguieron, cuáles fueron los fallos. Ahí se aprende de verdad. Segundo, programas de mentorización con objetivos, seguimiento y evaluación. No basta una charla anual; funcionan parejas mentora-mentee con encuentros regulares, proyectos concretos y evaluación a seis o doce meses. Tercero, medición y transparencia: publicar ratios de contratación y promoción, describir procesos de selección y diseñar paneles de evaluación diversos para evitar sesgos.

Lo que no suele funcionar: la postura cosmética. Una campaña vistosa en redes sin cambios en procesos internos; una foto de panel con dos mujeres invitadas a última hora; un argumentario que reduce todo a “falta de vocación”, como si fuera un problema de preferencias individuales y no un sistema que premia y penaliza de forma desigual. El Ada Lovelace Day —cuando se entiende bien— ayuda a girar el enfoque: del gesto simbólico a la acción concreta.

Qué se hace hoy: actividades que suman

La jornada de 2025 llega con un abanico muy amplio de actividades en España y en otros países europeos. Universidades programan charlas técnicas sobre inteligencia artificial fiable, ciberseguridad industrial, computación de altas prestaciones o biomedicina computacional impartidas por investigadoras y profesionales de empresas tractoras. Museos y centros de ciencia organizan recorridos por piezas históricas de cálculo donde se cuentan historias de científicas prácticamente borradas de manuales. Bibliotecas y centros de profesorado coordinan editatones para ampliar y mejorar biografías de tecnólogas en Wikipedia, con talleres de verificación de fuentes y estilo enciclopédico. Parques tecnológicos y hubs de innovación abren sus puertas para encuentros entre estudiantes, emprendedoras y responsables de producto. Empresas del IBEX y pymes del sector TIC reservan horas internas para que ingenieras, analistas de datos, arquitectas de sistemas o gestoras de proyectos expliquen casos reales, con métricas y aprendizajes.

En muchos lugares, el día se convierte también en oportunidad para revisar procesos. Equipos de recursos humanos auditan descripciones de vacantes para detectar lenguaje disuasorio; se establecen criterios de entrevista estandarizados y ciegos en fases iniciales; se introducen paneles mixtos en comités de selección; se cruzan datos de retribuciones para detectar brechas; se fijan objetivos anuales de promoción de talento femenino en áreas técnicas con indicadores y responsables claros. No es lo que sale en las fotos, pero es el tipo de trabajo que cambia inercias.

Un apunte sobre escuelas e institutos

La etapa de 10 a 16 años es crítica. Las asignaturas de tecnología y las optativas de robótica o programación pueden convertirse en el primer contacto real con problemas de ingeniería. Aquí se valora que docentes cuenten con materiales actualizados, kits accesibles, retos con contexto y modelos a seguir. En esta fecha, muchos centros organizan demostraciones públicas de proyectos; otras veces se opta por algo más sencillo y eficaz: invitar a una científica o a una ingeniera del entorno a conversar con el alumnado, no con discursos de motivación genérica, sino con explicaciones técnicas a medida.

Consejos prácticos para que no se quede en un día suelto

El impacto de la jornada se multiplica cuando las acciones se planifican a medio plazo. Por ejemplo, convertir la actividad de hoy en el inicio de un programa de un curso completo: una serie de cuatro charlas técnicas repartidas en el año, un trabajo de campo en el laboratorio con dos visitas guiadas, un proyecto con una mentora externa a lo largo de un trimestre, una evaluación final de aprendizajes y publicación de resultados en abierto. O, en la empresa, enlazar la visibilización interna con revisión de políticas y con objetivos de negocio: mejorar la diversidad de un equipo de ciberseguridad, abrir una ruta clara hacia puestos de arquitectura y liderazgo técnico, establecer criterios para formación certificada con presupuesto protegido.

También funciona documentar las iniciativas. Un repositorio de charlas grabadas, material didáctico y guías de actividades —licenciadas de forma abierta cuando sea posible— permite que otros centros y organizaciones repliquen lo que ha funcionado. En un ecosistema distribuido como el que rodea al Ada Lovelace Day, esa transferencia de buenas prácticas es tan relevante como la actividad original.

Lenguaje, métricas y seguimiento

Hay detalles que marcan la diferencia. El lenguaje de las convocatorias y de los materiales debe ser claro y profesional, sin diminutivos ni condescendencias. Las métricas han de ser comprensibles y útiles: número de asistentes reales, calidad de las preguntas, diversidad de perfiles, proyectos iniciados a partir del evento, colaboraciones surgidas. Y el seguimiento —tres, seis meses después— es imprescindible para evitar el efecto espuma. A veces se descubre que una actividad con menos público ha generado mejores resultados: dos prácticas profesionales concedidas, una tesis codirigida, una incorporación a un equipo de I+D. Esos datos alimentan la mejora de la siguiente edición.

Un apunte de contexto: nombres que amplían el mapa

La jornada de hoy suele rescatar biografías poco transitadas que merecen estar junto a Lovelace en el mapa mental. Hedy Lamarr, inventora de un sistema precursor del espectro ensanchado; Katherine Johnson, matemática clave en la NASA; Radia Perlman, ingeniera de redes conocida por su trabajo en STP; Frances E. Allen, pionera en optimización de compiladores y primera mujer en recibir el Turing Award; Donna Strickland, Nobel de Física por sus impulsos láser ultracortos; Margarita Salas, bióloga molecular referente en España por su trabajo con el phi29; María Blasco, investigadora en telómeros y cáncer; Carme Torras, referente en robótica y ética de IA; Núria Oliver, investigadora en ciencia de datos aplicada. No se trata de un listado exhaustivo ni de una clasificación de méritos: es un recordatorio de que el canon ha sido estrecho y que ampliarlo mejora la calidad de lo que contamos.

Por qué hoy, otra vez

El hecho de que el Ada Lovelace Day caiga siempre el segundo martes de octubre convierte la efeméride en un ritmo reconocible del curso. Tiene lógica: el verano quedó atrás, el primer gran pico de evaluaciones aún no ha llegado, el periodo de congresos de otoño está en marcha y las empresas han cerrado sus roadmaps anuales. En 2025, esa cadencia sitúa la jornada en el 14 de octubre. A partir de aquí, cada organización elige la forma: hay actos reducidos y precisos —una masterclass con demostración técnica—, y hay programas extensos —una semana de actividades con visitas, mesas de trabajo y hackatones—. La descentralización evita el cuello de botella y abre la puerta a iniciativas rurales o de ciudades medianas que, de otro modo, quedarían fuera de los grandes circuitos.

Qué se espera para los próximos meses

Más que grandes anuncios, se espera continuidad. Los debates sobre IA generativa, ciberseguridad, computación cuántica, software seguro, datos abiertos o biotecnología seguirán necesitando voces expertas, y el pipeline de talento femenino se refuerza cuando la visibilidad se acompaña de formación específica, investigación financiada con criterios transparentes y contratación que mire más allá de tópicos. Las facultades y escuelas técnicas afrontan, además, un reto demográfico: bajar barreras de entrada, apoyar económicamente a quienes lo necesitan y conectar currículos con problemas del mundo real. El Día de Ada no resuelve todo eso, pero ayuda a orientar prioridades y a construir coaliciones que hacen viable lo que por separado sería anecdótico.

Cómo medir el impacto: indicadores que importan

No basta con el recuento de actos. Algunos indicadores útiles: porcentaje de ponentes mujeres en congresos técnicos relevantes; tasa de incorporación de mujeres a equipos de desarrollo, datos o ciberseguridad; promociones a puestos de arquitectura, dirección de proyecto o gestión de producto; liderazgo de grupos de investigación y proyectos europeos; patentes solicitadas con autoría femenina; participación en comités de estándares y organismos de gobernanza técnica; publicaciones en revistas de impacto en disciplinas tradicionalmente masculinizadas. Medir esto año a año —y hacerlo público— permite separar ruido de señal.

En educación, conviene seguir la evolución de matrículas por rama, la permanencia y el éxito académico con desglose por sexo, la participación en olimpiadas y concursos científicos, y la vinculación a prácticas en empresas de base tecnológica. En secundaria, importa cuántos institutos sostienen programas continuados, no solo actividades sueltas. Y, en medios, es saludable revisar quién comenta qué: columnas de opinión sobre tecnología firmadas por mujeres, presencia de voces femeninas en piezas técnicas, diversificación de fuentes expertas.

Un gesto que trasciende el día: ejemplos concretos

Hay acciones sencillas con retorno claro. Una facultad puede establecer un programa de proyectos tutorados en el que equipos mixtos resuelvan un reto real planteado por una empresa local, con seguimiento trimestral y presentación pública. Una administración autonómica puede financiar estancias cortas de estudiantes en centros de investigación, con prioridad para perfiles infrarrepresentados. Un colegio profesional puede organizar clínicas de revisión de CV y simulaciones de entrevistas técnicas con ingenieras senior. Un medio de comunicación puede crear una serie fija —no una especial— para publicar cada mes una pieza técnica firmada por una mujer experta. Una empresa puede fijar presupuestos blindados para formación certificada de perfiles junior, con tutoría interna y evaluación a un año.

La otra cara del trabajo está en corregir procesos: lenguaje inclusivo y específico en ofertas, paneles diversos, pruebas técnicas estandarizadas y ciegas cuando proceda, promoción basada en criterios públicos, licencias y horarios que hagan posible compaginar cuidados y responsabilidades técnicas, mentorización y sponsorship (que no es lo mismo: el sponsorship expone a quien está en crecimiento a decisiones y responsabilidades con visibilidad). Nada de esto es exclusivo de un día al año; el Ada Lovelace Day simplemente lo concentra y lo hace visible.

Lo que cuenta de verdad: nombres, trabajos, resultados

El valor de esta jornada sigue siendo el mismo desde 2009: contar trabajos reales con la suficiente precisión técnica para que no parezcan decorado. Una ingeniera que explicó cómo reducir un tiempo de inferencia en un modelo de visión por computador porque reescribió un módulo crítico; una matemática que formalizó un teorema que permitió compactar una demostración que llevaba años resistiéndose; una especialista en criptografía que auditó un sistema y documentó una vulnerabilidad que se cerró antes de que hubiera daños. Casos así, sumados y documentados, mueven líneas.

La propia figura de Ada ayuda a recordar el núcleo: programar es pensar procesos, diseñar estructuras, traducir problemas en instrucciones claras. Y eso —la ambición intelectual que hay detrás— no tiene género. Lo que sí tiene género, por ahora, son las oportunidades que se abren o se cierran en función de cómo se diseñan los contextos de aprendizaje, las políticas de contratación, los rituales profesionales y las expectativas sociales. Un día como hoy sirve para alinear actores que a veces caminan en paralelo: escuelas, universidades, empresas, administraciones, medios, asociaciones.

Un cierre que mira hacia el trabajo continuo… sin llamarlo cierre

La definición de este día es sencilla y fértil: un recordatorio anual para nombrar a las mujeres que sostienen la ciencia y la tecnología y para organizar acciones concretas que mejoren la realidad. La fecha —segundo martes de octubre, hoy 14— da estructura; el enfoque —historias reales, trabajo verificable, resultados medibles— da credibilidad. En España y en Europa ya hay masa crítica de talento, equipos y proyectos. Lo que falta, y se construye paso a paso, es que esas trayectorias aparezcan a plena luz en aulas, laboratorios, comités y portadas.

No es un brindis. Es un calendario con obligaciones. Cada año, la jornada de Ada Lovelace nos pide hacer la lista —¿quién falta en el escenario?, ¿qué procesos hay que ajustar?, ¿qué indicadores vamos a publicar?— y cumplirla con la normalidad con la que se hacen las cosas importantes. Hoy es la excusa perfecta para empezar o para continuar. Mañana, lo que cuenta es que el trabajo siga. Porque el mejor homenaje a Ada, y a quienes hoy sostienen su legado, no es repetir su nombre: es programar el cambio con la misma claridad con la que ella programó una máquina que aún no existía.


🔎​ Contenido Verificado ✔️

Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Ministerio de Educación, Formación Profesional y Deportes, INE, Ministerio de Ciencia e Innovación, Universidad Autónoma de Madrid.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

Lo más leído