Cultura y sociedad
Porque sudo mucho por las noches aunque haga frío: la verdad

Por qué sudas de noche aunque haga frío: causas reales, señales de alerta y soluciones prácticas para dormir mejor sin sobresaltos ni mitos.
Puede ocurrir con la habitación a 18 grados y el edredón ligero: el cuerpo reacciona como si ardiera por dentro y la almohada amanece húmeda. Sudar mucho por las noches aunque haga frío no suele ser un signo de alarma, pero sí un síntoma que conviene leer con precisión. La explicación, en la mayoría de casos, está en mecanismos internos —hormonas, metabolismo, sistema nervioso, fármacos— y en ciertos hábitos a la hora de cenar o dormir. Cuando el sudor empapa pijama y sábanas en un dormitorio fresco, hablamos de sudoración nocturna “verdadera” y el foco debe ponerse en el termostato interno, no en el termostato de pared.
La respuesta práctica arranca hoy mismo: enfriar el entorno sin extremos (18–20 ºC), ventilar, apostar por tejidos transpirables, espaciar la cena y el alcohol de la hora de acostarse, y anotar cuándo ocurre. Esa libreta —qué se comió, qué medicación se tomó, si hubo sueños intensos, si se ronca— ayuda a identificar patrones en pocos días. Cuando el problema persiste o aparece acompañado de fiebre, pérdida de peso, tos que no cede, ganglios aumentados, dolor localizado o una fatiga llamativa, entonces toca consulta médica para descartar causas que, aunque menos frecuentes, tienen tratamiento específico.
Qué es realmente la sudoración nocturna y por qué distinguirla bien
No toda humedad en la cama es un síntoma. La sudoración nocturna clínica se define por episodios repetidos e intensos que empapan la ropa en un ambiente fresco, sin exceso de mantas ni calefacción elevada. En lenguaje llano: si al retirar capas o bajar la temperatura el sudor desaparece, probablemente no hay un problema de base. Si persiste, casi seguro tiene origen interno y conviene pensar en el “termostato” del hipotálamo y en la liberación de catecolaminas que disparan las glándulas sudoríparas.
Una precisión útil: la sudoración nocturna es un síntoma, no un diagnóstico. Igual que la fiebre, acompaña a procesos muy distintos. Puede ser el marcador de un cambio hormonal (perimenopausia y menopausia), de una alteración tiroidea, de hipoglucemias durante el sueño en personas con diabetes, de apnea obstructiva, de reflujo gastroesofágico, de ansiedad que no descansa al apagar la luz o del efecto secundario de un medicamento. Menos habitual, pero relevante si hay otros signos asociados, es su relación con algunas infecciones (tuberculosis en su forma clásica, con tos y pérdida de peso) y con enfermedades hematológicas (linfomas, cuando hay fiebre y adelgazamiento sin causa).
Causas frecuentes y plausibles, de la más común a la menos probable
En la consulta diaria, el origen del exceso de sudor al dormir suele estar cerca. El orden lógico evita alarmismos y acelera soluciones. Primero, ambiente. Luego, hábitos. Después, fármacos. Por fin, condiciones médicas que encajan con el resto del cuadro.
Ambiente térmico y textiles: cuando la física manda
La primera revisión es sencilla y no por ello menor. Un dormitorio entre 18 y 20 ºC, con una ventilación suave y ropa de cama de algodón o lino, reduce el riesgo de retener calor y humedad. Fibras sintéticas compactas —ciertos poliésteres— atrapan el sudor y agravan la sensación de “calor interno” incluso con el cuarto frío. Quien comparte cama puede notar mejoría al usar mantas o edredones separados, evitando el clásico “tira y afloja” que deja a uno ardiendo y al otro temblando. Si al corregir esto el problema desaparece, la sospecha de causa interna pierde peso.
Estrés, activación simpática y ese “modo alerta” que no se apaga
El sistema nervioso simpático dispara la sudoración como parte del paquete de alarma. Ansiedad mantenida, preocupaciones que se llevan a la almohada y picos de estrés se traducen de madrugada en taquicardia, respiración acelerada, sueños vívidos y sudor frío o caliente. No es sugestión. Hay una cascada neuroquímica que lo explica y que, por fortuna, se puede desactivar con medidas sencillas: rutina previa al sueño sin pantallas, respiración diafragmática 4-6, luz cálida, ducha tibia, lectura ligera. En cuadros persistentes, la terapia psicológica orientada a la ansiedad mejora tanto el insomnio como los sudores asociados.
Alimentación, alcohol y estimulantes que encienden el termostato
Hay noches que uno “se las gana” a pulso. Cenas muy copiosas, picante intenso, bebidas con cafeína tarde y alcohol cerca de la hora de acostarse aumentan el flujo sanguíneo cutáneo, entorpecen la arquitectura del sueño y favorecen las oleadas vasomotoras seguidas de sudor. Las recomendaciones van en una línea pragmática: cenar ligero y temprano, dejar el alcohol para comidas y reservar el café para la mañana. Con solo dos semanas de ensayo serio, el patrón se aclara.
Hiperhidrosis primaria: sudoración “de más” sin enfermedad de base
Hay quien suda en exceso desde joven, de día y, a veces, también de noche. La hiperhidrosis primaria es un trastorno benigno de la regulación sudoral, con predilección por axilas, manos y pies. En la cama, ese perfil puede manifestarse en sábanas húmedas pese a un entorno fresco. El manejo comienza con antitranspirantes de alta concentración aplicados por la noche; continúa, en casos resistentes, con toxina botulínica en zonas muy activas; y, en situaciones seleccionadas, con tratamientos orales. Importa distinguirla de la hiperhidrosis secundaria, que sí avisa de otra cosa y exige buscar causas.
Hormonas y metabolismo: cuando manda el interior
Las hormonas y la glucosa añaden su propia narrativa al sudar por la noche. Muchos cuadros se entienden al cruzar edad, sexo, medicación y síntomas acompañantes.
Perimenopausia y menopausia: sofocos que no entienden de relojes
En mujeres de 45 a 55 años, el descenso fluctuante de estrógeno y progesterona altera el centro termorregulador del cerebro y reduce el rango de temperatura “neutral”. Resultado: oleadas de calor que ascienden por el tórax y el cuello, piel enrojecida, palpitaciones breves y un sudor que “rompe” al aliviar la sensación. Por la noche, el episodio saca del sueño o deja una humedad incómoda. No todas lo viven igual ni durante el mismo tiempo: hay quien lo sufre unos meses y quien encadena años. Las medidas con mejor relación beneficio–riesgo arrancan con ambiente fresco, capas de ropa, ejercicio regular, reducción del alcohol y el picante. En mujeres con síntomas vasomotores que afectan a la calidad de vida, la terapia hormonal —indicada de forma individualizada y con seguimiento— es eficaz. Existen alternativas no hormonales (ciertos inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina, gabapentina) para perfiles en los que los estrógenos no son recomendables.
Hipertiroidismo: metabolismo acelerado incluso de madrugada
La tiroides acelera o frena el metabolismo de casi todos los tejidos. Cuando funciona en exceso, aparecen intolerancia al calor, sudoración fácil, pérdida de peso, nerviosismo, temblor fino, palpitaciones y cambios en el tránsito intestinal. En la noche, ese “motor alto de vueltas” sigue activo y se traduce en sudores que no cuadran con el frío ambiental. La evaluación básica incluye TSH y hormonas tiroideas en sangre, además de exploración física. Con el tratamiento antitiroideo adecuado o las otras opciones terapéuticas indicadas por Endocrinología, la sudoración suele remitir en paralelo a la normalización hormonal.
Hipoglucemias nocturnas: un aviso silencioso pero claro
En personas con diabetes que usan insulina o sulfonilureas, la glucosa puede descender demasiado durante el sueño. El cuerpo responde liberando adrenalina y otras hormonas contrarreguladoras: sudoración intensa, sueños agitados, dolor de cabeza al despertar, cansancio llamativo y sábanas húmedas. Es un tema serio, no para improvisar. El plan pasa por ajustar dosis con el equipo de diabetes, revisar la composición y el horario de la cena, valorar un sensor de glucosa con alarmas y evitar ejercicio intenso a última hora. Un diario con glucemias antes de acostarse y al despertar, cruzado con episodios de sudor, orienta cambios concretos que reducen riesgos.
Embarazo y posparto: curvas hormonales que también mojan la almohada
El embarazo y las semanas posteriores al parto mueven de forma brusca los niveles hormonales y el volumen de líquidos. No es raro que aparezcan sudores nocturnos en el primer trimestre, cuando el cuerpo se adapta, y en el posparto inmediato, cuando hay una diuresis marcada para eliminar líquido retenido. Suelen ser episodios autolimitados. Si se acompañan de fiebre, malestar general severo o dolor localizado, hay que consultar.
Terapias con testosterona y otros ejes hormonales
En hombres mayores, el hipogonadismo y los tratamientos con testosterona pueden modificar la termorregulación y la percepción de calor. No es el cuadro más habitual, pero en quienes inician terapia y notan sudores nocturnos nuevos, merece una revisión de dosis, formulación e interacciones. Lo mismo ocurre con tratamientos tiroideos sustitutivos demasiado altos: una levotiroxina por encima de lo necesario mimetiza un hipertiroidismo farmacológico que, entre otras cosas, moja las sábanas.
Trastornos médicos que conviene descartar sin alarmismo
Hablar claro evita asustar y también evita banalizar. Sudar por la noche con frío puede, en ocasiones, estar vinculado a procesos que requieren una evaluación más organizada. La clave está en contexto y acompañantes.
Infecciones: la tuberculosis como ejemplo clásico, pero no el único
La tuberculosis pulmonar típica combina tos persistente, febrícula o fiebre, pérdida de peso involuntaria y sudores nocturnos. Sigue existiendo, con mayor probabilidad en determinados entornos, y conviene tenerla en mente cuando el cuadro encaja. El estudio incluye radiografía de tórax y pruebas de infección latente o activa (IGRA, tuberculina; cultivo o PCR en esputo si procede). Otras infecciones que sí pueden cursar con sudores son algunos cuadros virales prolongados o infecciones ocultas de origen dental o abdominal, aunque en estos casos el dolor, la fiebre sostenida o el malestar general dan la cara y guían la investigación.
Apnea del sueño y reflujo gastroesofágico: el cuello y el estómago también hablan
La apnea obstructiva del sueño se caracteriza por ronquidos intensos, pausas respiratorias observadas y somnolencia diurna. Varios trabajos han mostrado que las personas con apnea refieren sudoración nocturna con más frecuencia y que el tratamiento con CPAP reduce esos episodios, probablemente porque estabiliza la oxigenación y evita microdespertares con descarga adrenérgica. Cuando, además, hay reflujo gastroesofágico —ardor, regurgitación, tos nocturna—, el sueño se fragmenta y el cuerpo responde con picos de sudor que muchas veces ceden al tratar el reflujo y elevar ligeramente la cabecera de la cama.
Hematología y “síntomas B”: cuándo actuar sin dilaciones
Los llamados síntomas B —fiebre, pérdida de peso y sudoración nocturna abundante— acompañan a linfomas y otros procesos hematológicos. No significa que cualquier sudoración sea cáncer; estadísticamente, lo más probable es una causa benigna. Pero cuando el sudor va de la mano de ganglios aumentados, cansancio desproporcionado, prurito persistente o dolor no explicado, un hemograma bien interpretado, la exploración física y, si procede, pruebas de imagen ayudan a salir de dudas pronto.
Medicamentos y sustancias con sello de sudor nocturno
Este apartado explica una buena parte de casos que se arrastran semanas sin respuesta. Antidepresivos —especialmente los ISRS y SNRI— pueden provocar sudoración excesiva en cualquier momento del día y también de noche. Fármacos antidiabéticos (insulina, sulfonilureas) se relacionan con hipoglucemias nocturnas que mojan la almohada. Tratamientos hormonales —desde estrógenos a antiestrogénicos como el tamoxifeno— alteran el centro termorregulador. Metadona, algunos antihipertensivos, corticoides a dosis altas y fármacos tiroideos en exceso completan la lista frecuente.
La regla de oro es sencilla: nunca suspender por cuenta propia. La revisión de dosis, horario y alternativas con el profesional que indicó el tratamiento suele bastar para reducir la sudoración sin perder el beneficio terapéutico. A veces, cambiar la toma a otra hora o ajustar miligramos marca la diferencia.
El alcohol merece su propio párrafo. Incluso en cantidades consideradas “sociales”, facilita oleadas de calor por vasodilatación y empeora la arquitectura del sueño. En consumos altos, el fenómeno de retirada provoca sudores intensos. Dos semanas sin alcohol a partir de media tarde son una prueba práctica que despeja dudas.
Qué hacer hoy: plan de acción claro y con sentido común
Sudar durmiendo no se arregla con amuletos. Se corrige con estrategia. Primero, entorno; después, hábitos; luego, fármacos; y, si no cede o hay señales de alarma, evaluación clínica. Este es un plan articulado y realista.
Enfriar bien, sin convertir la habitación en un congelador
El rango de 18–20 ºC es, para la mayoría, la zona de confort que evita picos de sudor y despertares por frío. Ventilar antes de acostarse, usar ventilador de techo a baja velocidad y elegir tejidos naturales ayuda. Pijama holgado, sin gomas apretadas ni fibras que “peguen” a la piel. La cama por capas —edredón más fino y una manta extra al pie— permite ajustes rápidos durante la noche sin levantarse.
Cena, ejercicio y pantallas: pequeñas decisiones que pesan mucho
Separar la cena al menos tres horas del sueño, evitar picante intenso y alcohol por la noche y reservar el café para la mañana reducen la probabilidad de sudor. El ejercicio mejor en horario de mañana o primeras horas de la tarde: entrenar tarde eleva la temperatura corporal y dificulta el descenso térmico natural previo al sueño. Pantallas fuera de la última hora; la luz azul retrasa la melatonina y empeora la fragmentación del descanso, terreno fértil para microdespertares sudorosos.
Reducir la activación: técnicas sencillas que cambian noches
No hace falta una hora de meditación. Tres minutos de respiración 4-6 (inhalar 4, exhalar 6) activan el nervio vagal y bajan el tono simpático. Una ducha tibia antes de meterse en la cama provoca vasodilatación refleja que facilita el descenso de la temperatura central al acostarse. Rutinas repetidas —mismo orden, misma música tranquila, luz cálida— señalan al cerebro que el día terminó.
Diario de síntomas: datos propios que valen oro
Un registro sencillo durante 10–14 días con cuatro columnas —fecha, qué se cenó y bebió, medicación y si hubo episodio (intensidad aproximada)— detecta patrones que se escapan a la memoria. Quien vive con diabetes debería añadir glucemias pre-cena y al despertar. En la revisión médica, este diario acorta caminos: permite ajustar dosis, decidir pruebas o confirmar la relación con un fármaco.
Señales de consulta: cuándo pedir evaluación sin esperar más
Hay situaciones que justifican una valoración clínica: episodios regulares que interrumpen el descanso pese a un dormitorio fresco; fiebre o pérdida de peso no explicadas; tos persistente, diarrea mantenida, dolor localizado o ganglios aumentados; ronquidos intensos con pausas observadas; diabetes con sospecha de hipoglucemias nocturnas; sudoración que comienza al iniciar un fármaco y no mejora tras ajustes de horario.
Pruebas y exploraciones que pueden pedir (y por qué)
No existe el “análisis de los sudores”. Hay sospechas clínicas que se confirman o se descartan. En atención primaria, el estudio razonable incluye historia detallada, exploración física, hemograma y bioquímica, TSH para valorar tiroides y, según el contexto, pruebas de infección (por ejemplo, para tuberculosis si hay riesgos o síntomas respiratorios), radiografía de tórax si la tos manda y estudios del sueño cuando el patrón apunta a apnea. Solo en escenarios con datos objetivos —ganglios patológicos, pérdida de peso marcada, anomalías analíticas— entran en juego técnicas de imagen avanzadas. La lógica es progresiva, evita pruebas innecesarias y llega a diagnósticos fiables.
Tratamientos que funcionan cuando se atina con la causa
Aquí no hay soluciones mágicas, hay tratamientos dirigidos. En síntomas vasomotores del climaterio, la terapia hormonal tiene eficacia demostrada cuando está bien indicada; alternativas no hormonales alivian a quienes no pueden o no desean usar estrógenos. En hipertiroidismo, normalizar hormonas calma la sudoración. En apnea, la CPAP y la pérdida de peso reducen despertares y sudor. En hipoglucemias, ajustar insulina o fármacos y revisar rutinas de cena es lo que salva noches y, sobre todo, evita riesgos. Cuando el sudor llega con antidepresivos u otros fármacos, una revisión terapéutica a menudo basta. En la hiperhidrosis primaria, los antitranspirantes potentes y, si hace falta, la toxina botulínica en zonas clave marcan la diferencia.
Matices útiles que no suelen contarse
Hay deshidrataciones nocturnas tras cenas muy saladas que inducen polidipsia de madrugada y microdespertares con sensación de calor; se corrigen ajustando la sal. Hay habitaciones selladas por miedo al ruido que, al no ventilar, acumulan CO₂ y aumentan la percepción de disconfort térmico; abrir unos minutos antes de dormir resuelve más de lo que parece. También existen colchones con capas impermeables que dificultan la transpiración y crean una película de calor; basta con fundas transpirables. Pequeños cambios, impactos grandes.
Dormir sin sobresaltos está al alcance
La fotografía final es menos dramática de lo que a veces se imagina. Sudar por la noche pese al frío suele tener una explicación concreta y manejable. A menudo, el origen está en hábitos que se corrigen con decisiones sencillas —ambiente, cenas, alcohol, pantallas, técnicas de relajación—; otras veces, el cuerpo avisa de un cambio hormonal o de una glucosa que cae; en un porcentaje menor, señala una apnea que pide tratamiento o una infección que no conviene pasar por alto. La clave operativa es no perderse: enfriar y ventilar, elegir tejidos nobles, ordenar horarios, registrar lo que pasa y revisar medicación. Si el patrón persiste o aparecen señales de alarma, la consulta aporta método: una historia clínica cuidadosa, exploraciones sensatas y pruebas dirigidas cierran el círculo.
Dormir de un tirón, sin sobresaltos ni sábanas pegadas, no es un lujo. Es un objetivo razonable y alcanzable que mejora el estado de ánimo, la concentración y hasta el carácter al día siguiente. Con información fiable, un plan simple y un poco de constancia, el cuerpo suele recuperar su termorregulación nocturna y la cama vuelve a ser lo que debe: un lugar fresco, seco y silencioso en el que la noche hace su trabajo. Si no ocurre, hay profesionales y tratamientos que funcionan. Y esa, quizá, sea la mejor noticia escondida detrás de un síntoma tan molesto como común.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo se apoya en fuentes médicas y sanitarias de referencia en España. Fuentes consultadas: AEEM, SEEN, Sociedad Española de Diabetes, SEPAR, SEOM, Ministerio de Sanidad.

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