Casa
Porque gotea el aire acondicionado: fallos, síntomas y arreglo

Por qué gotea el aire acondicionado: causas, señales y soluciones para evitar humedades, ahorrar energía y ganar confort en casa este verano.
La aparición de agua bajo un split o manchas en la pared no es un capricho del verano. Es la señal de que la condensación que genera el equipo no está siguiendo su ruta normal hacia el desagüe. En condiciones correctas, el evaporador enfría, el vapor de agua del ambiente se condensa en sus aletas, cae a una bandeja de recogida con ligera inclinación y sale por un tubo de drenaje hasta el exterior o un sifón. Cuando el recorrido se interrumpe —por suciedad, una pendiente mal resuelta, un filtro obturado, hielo en el serpentín, aislamiento roto o una bomba de condensados que no arranca— el agua busca salida por donde no debe y aparece el goteo.
El patrón más repetido, a pie de vivienda, es un drenaje obstruido por biofilm (mezcla de polvo, hongos y bacterias) en codos y tramos horizontales. Le siguen, muy de cerca, el filtro sucio que reduce el caudal de aire y favorece la formación de hielo en el evaporador; la nivelación deficiente de la unidad interior, que desborda la bandeja por el lado equivocado; y el aislamiento térmico deteriorado de tuberías y bandeja, que “sudan” al tocar aire húmedo y frío. También cuentan el nivel de refrigerante bajo por microfuga y la bomba de condensados fatigada en instalaciones donde el agua no puede evacuar por gravedad. Si la salida exterior del tubo queda a ras del suelo o sin protección frente al viento, el agua puede incluso retroceder. Nada de misterio: si el aire acondicionado gotea, hay un punto exacto del recorrido que ha fallado.
Qué hay detrás del goteo y por qué aparece
El aire que circula por casa contiene vapor de agua. Cuando ese aire pasa por el intercambiador frío del split, se enfría por debajo de su punto de rocío y el exceso de humedad precipita en forma de gotas sobre las aletas de aluminio. Esa película de agua se desliza hacia la bandeja de condensados, una pieza plástica o metálica con un lado ligeramente más bajo, y desde ahí al drenaje. En verano, especialmente en la cornisa cantábrica, Levante o zonas con noches tropicales, esa producción de agua se dispara. Nada anómalo: un equipo doméstico puede evacuar cientos de mililitros por hora en jornadas muy húmedas. De hecho, ver goteo al exterior constante y claro es exactamente lo deseable.
El problema llega cuando el sistema pierde continuidad hidráulica o continuidad térmica. En el primer caso, la ruta del agua se estrecha, se aplana o se bloquea: un codo con biofilm, un tramo horizontal sin caída, un sifón mal diseñado, una manguera que forma barriga. La bandeja se llena hasta el borde y desborda hacia la carcasa, la pared o el falso techo. En el segundo, el equipo enfría de más alguna zona por falta de aire y aparece hielo en el evaporador; después, al parar o al variar la consigna, ese hielo se derrite de golpe y llena la bandeja en segundos, superando su capacidad. También se dan condensaciones parásitas en tuberías y pasamuros: si el aislante está roto, el metal frío se expone al aire húmedo y “suda”, manchando techos y tabiques. El goteo, entonces, no viene de la bandeja, sino de esa superficie helada que condensa.
En viviendas reformadas, otro capítulo: conexiones al saneamiento hechas sin sifón o con sifones muy pequeños. El aire del tubo de desagüe empuja en sentido contrario por cambios de presión, frena el goteo hacia fuera y obliga al agua a quedarse en la bandeja. Cuando sopla viento en fachada, la contrapresión sobre la salida del drenaje también interrumpe la caída. Y si la salida exterior queda encharcada —por ejemplo, termina en una jardinera o en una cubeta sin evacuar— la columna de agua exterior hace de tapón. El resultado es el mismo que en cualquier atasco: el líquido busca la ruta corta. Y esa ruta suele atravesar pintura, madera y escayola.
Causas que se repiten una y otra vez
La más común es la obstrucción del drenaje. El tubo flexible que sale de la bandeja suele ser estrecho (16–20 mm), a veces recorre varios metros por falsos techos y acumula limo al cabo de una temporada. El biofilm pega el polvo como si fuese una cola; se forman cuellos de botella en codos, en uniones apresuradas o donde la manguera hace una barriga. El síntoma es clásico: el equipo enfría, el ventilador suena normal, pero el agua cae por el frontal o se marcan aureolas en la pared. Si te asomas a la salida exterior y ves un goteo errático —para y arranca— ahí está el relato. En estas viviendas, el primer verano saca el problema, pero el segundo lo fija: una vez formado el lodo, vuelve.
Compite por el primer puesto el filtro sucio. Un retorno colmatado reduce el caudal de aire que cruza el evaporador. La superficie del intercambiador se enfría más de lo previsto y, por zonas, puede bajar de cero. Se forma hielo en las aletas. Ese hielo bloquea todavía más el paso de aire, el equipo se alarga en tiempo de funcionamiento y, cuando finalmente se para o sube la consigna, el bloque se derrite. La bandeja, que está dimensionada para una lámina continua de agua, recibe de golpe un pequeño aluvión que la desborda. Las manchas aparecen minutos después del apagado, no durante, y el rendimiento del aparato en la última hora ya se notaba peor. Es un círculo vicioso: filtro sucio, más hielo, menos aire, más consumo y, al final, charco.
Tercera causa que merece foco: nivel de refrigerante bajo. Una microfuga en una tuerca de conexión, en un codo o en el propio serpentín hace que el ciclo frigorífico trabaje con presiones por debajo de las de diseño. El evaporador, con menos carga, cae más de temperatura de manera irregular y hiela en zonas. No siempre se ve sin abrir; sin embargo, hay pistas: el equipo tarda en alcanzar la consigna, el ruido del ventilador se vuelve distinto al tocar hielo y el goteo se manifiesta al apagar o al pasar de modo “cool” a “dry”. Añadir gas “por si acaso”, sin localizar la fuga, no resuelve. El problema reaparece y, de paso, se empeora el diagnóstico porque el gas en exceso también penaliza el funcionamiento.
Cuarto frente: aislamiento térmico dañado. Las tuberías de cobre y la propia bandeja necesitan un aislante de célula cerrada continuo, bien sellado en codos y pasamuros. Un corte, una junta sin rematar o una zona dejada “para luego” expone metal frío al aire húmedo del local. Ese punto se convierte en superficie de condensación: la gota “nace” fuera del circuito pensado por el fabricante. La mancha, entonces, aparece donde nadie mira: en el tabique detrás del split, en el falso techo del pasillo, alrededor de la caja de persiana. Suele delatarlo un círculo perfecto que crece lento. Si llega viento por una holgura exterior sin sellar, el problema se multiplica: entra aire caliente y húmedo directamente contra la tubería fría.
En instalaciones con bomba de condensados, la historia cambia un poco. Cuando el desagüe no puede ir por gravedad —descarga alta, largos recorridos, tramos ascendentes— se instala una bomba con un flotador que arranca al alcanzar cierto nivel en la bandeja. Si el flotador se ensucia o la manguera de impulsión está parcialmente obstruida, la bomba arranca tarde o evacúa menos de lo que entra. Nivel alto en bandeja, pequeños chasquidos de arranque, zumbido irregular y, al final, goteo. En espacios de oficinas o viviendas con equipos de conductos, este detalle es decisivo: los recorridos suelen ser largos y los falsos techos, poco accesibles.
Por último, la nivelación de la unidad interior. Parecería menor, pero no lo es. Si el soporte de pared quedó con un grado a la contra del lado del desagüe, el agua corre hacia el borde más bajo, no hacia el tubo. Con cassettes empotrados, cada varilla del colgador debe equilibrarse milimétricamente; una sola esquina más alta lanza el agua al lado contrario. Aquí el síntoma es simétrico: una esquina mancha mucho, las otras parecen secas, y el caudal exterior es escaso pese al calor.
Señales que delatan el origen del problema
El momento del goteo cuenta. Si cae agua durante el funcionamiento y para cuando apaga, la causa más probable es el drenaje: el flujo se mantiene constante, la bandeja desborda por nivel y, al detenerse el equipo, el agua termina de vaciarse hacia donde puede. Si, en cambio, el suelo se moja minutos después de apagar, ya con el ventilador detenido, la sospecha recae en el hielo acumulado: se derrite en bloque y rebosa. Una variación fuerte de caudal de aire (el ventilador suena más “tapado”) en la última hora antes del charco encaja con filtro sucio o evaporador helado.
El olor orienta. Un aroma dulzón, húmedo, a humedad doméstica, marida con biofilm en el desagüe. Un olor agrio, típico de saneamiento, delata una conexión al bajante sin sifón o un sifón seco que deja pasar aire de retorno. En el primer caso, hay atasco en camino; en el segundo, hay contrapresión que puede empujar el agua de vuelta.
La superficie manchada también da pistas. Un abanico irregular en la pared, justo bajo el split, suele nacer en el borde frontal de la bandeja. Una mancha circular en techo, lejos de la unidad, apunta a aislamiento o a un pasamuros que “suda”. En instalaciones con conductos, una aureola que crece alrededor de una rejilla de retorno indica filtro ineficaz en esa boca: el polvo llega antes de tiempo a la bandeja del plenum y la convierte en lodo.
Si el goteo exterior se corta cuando sopla viento o cuando la unidad exterior arranca fuerte, el problema puede estar en la salida del tubo: demasiado expuesta, a ras del suelo o sin sifón hidráulico que aísle el circuito de presiones. Un pequeño codo en U, bien dimensionado y accesible para limpiar, suele estabilizar el flujo.
Instalación y mantenimiento que evitan fugas
Una instalación correcta resuelve el 90% de los casos antes de que aparezcan. El drenaje de condensados debe plantearse con pendiente constante, visible y mantenida. Evitar tramos horizontales largos y, sobre todo, las “panzas” de manguera que se convierten en piscinas internas donde sedimenta el lodo. Cuando hay que salvar obstáculos, mejor tubos rígidos que mantengan ángulos, abrazaderas cada cierta distancia y registros donde abrir y limpiar. Un sifón bien calculado —ni enano ni laberinto— impide la subida de olores y, de paso, blinda el drenaje frente a impulsos de aire.
Los pasamuros piden un sellado en condiciones. Masillas específicas, cierre completo del hueco, nada de dejar espuma de poliuretano abierta como única barrera. Por esas holguras entra aire exterior que choca con tubería fría y genera condensaciones puntuales. En fachadas ventiladas o cajas de persiana, donde el viento canaliza aire, el sellado marca la diferencia entre un verano tranquilo y la mancha que crece cada semana.
En mantenimiento, el gesto más rentable es sencillo: filtros limpios. Lavado con agua y jabón suave, secado al aire y recolocación. La frecuencia real la decide el uso: viviendas con mascotas, obras cercanas, piso bajo en calle transitada, verano largo en el sur peninsular… En muchas casas, una limpieza estacional —antes de la primera ola de calor— evita el hielo y, con él, la mitad de los goteos. Comprobar el drenaje es el segundo pilar: con el equipo parado, se verifica el flujo vertiendo con cuidado algo de agua en la bandeja por el punto de inspección o siguiendo el arranque de goteo en la salida exterior. Si hay sifón registrable, se abre, se limpia y se ceba con agua para recuperar el cierre hidráulico.
El aislamiento de las líneas frigoríficas y de la bandeja necesita continuidad de verdad. Codos, uniones y remates en el propio evaporador deben quedar cubiertos, sin huecos. Existen piezas específicas de fabricantes para los extremos delicados; usarlas no es un lujo, es el estándar. En equipos ya instalados, un repaso con aislante elástico de célula cerrada, bien sellado, elimina fugas fantasma que tienden a culparse al drenaje.
La consigna de temperatura influye más de lo que parece. Ajustes muy bajos —20 °C en un salón de Madrid en julio— invitan al hielo si el filtro no está perfecto y, además, elevan el consumo. Un objetivo realista de 24–25 °C y ventilación media aporta confort y reduce tanto la producción de agua como el riesgo de heladas parciales en el evaporador. En días “pegajosos”, el modo deshumidificación (“dry”) ayuda: extrae humedad con menos salto térmico, el equipo no tiene que forzar y el drenaje trabaja a favor, sin picos.
Cuando hay bomba de condensados, merece una revisión anual. Limpieza del flotador, prueba de arranque y descarga, revisión de la manguera de impulsión y de la válvula antirretorno si existe. Es un dispositivo barato en comparación con lo que cuesta abrir un falso techo por una mancha que aparece en agosto, con todo cerrado, y que obliga a descubrir media vivienda.
Modelos y configuraciones con manías propias
No todos los equipos se comportan igual ante la humedad. En cassettes de techo, la bandeja suele ser perimetral y el drenaje, radial hacia un punto. El nivel es crítico: una esquina milimétricamente más alta manda el agua a la opuesta y mancha justo sobre una mesa o una zona de paso. La redecilla de los filtros, si no se limpia, se convierte en un panel que estrangula el aire de retorno; el hielo aparece antes y el deshielo cae por el marco del cassette, a veces con gota gruesa.
En unidades de conductos, ocultas sobre pasillos o baños, el mantenimiento sufre porque no se ven. Si no hay filtro en cada retorno, el polvo entra al plenum y la bandeja interna se ensucia con rapidez. El drenaje recorre metros hasta el bajante y cualquier codo mal hecho o sifón reducidísimo actúa de cuello de botella. El primer aviso no siempre es agua: a veces es un zumbido de la bomba de condensados que se oye en silencio nocturno. Cuando aparece la mancha en el techo, el problema ya lleva días.
Los portátiles y las unidades monobloc tienen su propia letra pequeña. Venden la idea de “sin instalación”, pero al expulsar aire caliente por un tubo flexible a ventana generan depresión en la estancia: entra aire exterior, a menudo húmedo, por rendijas. Se condensa en superficies frías del perímetro (cristales, marcos) y el usuario interpreta que “el aire acondicionado tira agua”. En realidad, el aparato no gotea en su interior —suelen evaporar parte del agua en el flujo caliente—, pero sí favorece condensaciones alrededor si el sellado de la ventana improvisada es pobre o el depósito interno se olvida hasta desbordar.
En bombas de calor aire-agua o sistemas VRF de edificios, la distancia al punto de vertido multiplica los riesgos. Bandejas largas, canaletas con varios codos, bomba de columna que impulsa a media altura… Un sifón bien dimensionado y registros accesibles ya no son recomendables: son imprescindibles. El olor a humedad en el pasillo técnico es el preludio. Si además las bandejas metálicas presentan óxido, el calendario juega en contra: una perforación se traduce en gotas lejos del punto de drenaje, con búsquedas que se alargan y techos que se abren más de la cuenta.
En invierno, cuando el equipo trabaja en modo calefacción, aparecen desescarches regulares en la unidad exterior: expulsan agua e incluso pequeños témpanos. Eso es normal. Lo que no lo es: que la unidad interior “sude” en calefacción. Si ocurre, suele deberse a aislamiento ausente en tramos fríos del circuito o a bandejas mal inclinadas en equipos de conductos. Los filtros, aunque parezcan limpios, siguen acumulando polvo y conviene no olvidarlos cuando cambia la estación.
Qué hacer cuando la señal ya está en la pared
La prioridad es cortar el daño. Si el goteo cae cerca de luminarias empotradas o cajas de derivación, conviene desconectar el circuito afectado y ventilar. El agua y la electricidad, mala pareja. Secar con corriente de aire, no con calor directo, evita deformaciones y fisuras en escayolas. En suelos de madera, secar también el zócalo: el hinchado aparece horas después. No es un asunto decorativo: la humedad persistente es un caldo de cultivo para mohos que, sin dramatismo, conviene evitar.
Localizar el punto real exige método. Mirada a la salida exterior del drenaje —¿gotea, lo hace a ratos o está seca?—, revisión del filtro, observación de hielo en el evaporador si hay acceso y comprobación del aislamiento en pasamuros visibles. Si el equipo lleva bomba, escuchar si zumba o si intenta arrancar y se corta. Un sifón seco —se nota por olor— se ceba llenándolo; un sifón sucio se desarma y limpia. Las intervenciones que exigen abrir el circuito frigorífico —fugas de gas, presiones incorrectas, sondas que marcan tiempos de ciclo que no encajan— piden manos profesionales, herramientas y recuperación del refrigerante.
Los costes de mirar hacia otro lado se acumulan. Pinturas que ampollan, techos que requieren apertura, rodapiés que se levantan, muebles con cercos. En consumos, un equipo con filtro sucio o hielo tarda más en llegar a consigna y consume más. En durabilidad, las bandejas con agua estancada corroen tornillería y, con el tiempo, se perforan; la bomba que arranca a golpes acorta su vida. Todo ello es evitable con una revisión estacional metódica y un diseño de drenaje con caída real hacia un punto de vertido que no estorbe a nadie.
Agua en su sitio, verano en calma
Cuando aparece una fuga de agua del aire acondicionado en una vivienda, hay razones técnicas conocidas detrás: tubos de desagüe con biofilm, pendientes insuficientes, filtros que frenan el aire, evaporadores con hielo, tuberías sin aislamiento que condensan o una bomba que perdió el ritmo. No es azar ni es “mala suerte del aparato”. La solución pasa por restaurar el camino del agua y devolver caudal al paso del aire. Con un drenaje que cae de verdad, sifones a medida y registrables, pasamuros sellados, filtros en calendario y aislamiento continuo, el sistema hace lo que promete: enfriar y evacuar sin que nadie se entere.
Queda un punto operativo que cierra el cuadro: ajustar la consigna a la realidad del clima y del espacio. Un salón español soporta mejor 24–25 °C con una humedad relativa controlada que un número muy bajo con hielo creciendo por dentro. El modo dry en días bochornosos resta agua al total que cae por el sistema, el ventilador en velocidad media evita puntas de condensación y la salida exterior libre de obstáculos deja de ser una moneda al aire. Si se presenta el goteo, el momento en que aparece y la forma de la mancha suelen señalar la causa con bastante precisión. Seguir esas pistas evita abrir de más, acorta el arreglo y reduce la cuenta.
En el fondo, todo se resume en una cadena sencilla que funciona a diario sin titulares: enfriar, condensar, evacuar. Mientras esa cadena se mantenga, el aire acondicionado no gotea. Cuando se rompe, el agua lo delata. Ponerla de nuevo en su sitio —en el tubo, nunca en el suelo— es la diferencia entre un verano en calma y un verano con trapos y cubos en mitad del salón.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo se ha elaborado con información contrastada y documentos técnicos oficiales. Fuentes consultadas: MITECO, IDAE, BOE, AEMET, Mitsubishi Electric, Daikin.

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