Salud
Porque me sigue doliendo la muela si estoy tomando antibiótico

Dolor de muela que no cede con antibiótico: causas reales, cuándo sí se receta, cómo aliviarlo con seguridad y qué tratamiento lo resuelve.
El antibiótico no quita el dolor cuando la causa real está dentro del diente o atrapada en la encía. Sirve para contener una infección que se extiende o cursa con fiebre, pero no desinflama por sí mismo una pulpa encerrada ni abre paso a un absceso que no drena. El alivio sostenido llega con la intervención odontológica que actúa sobre el foco: endodoncia si el nervio está afectado, drenaje cuando hay pus, cirugía periodontal si el problema nace en la encía o extracción cuando la pieza ya no es recuperable. Mientras tanto, el control del dolor lo aportan mejor los antiinflamatorios (solos o combinados con paracetamol) que seguir encadenando antibióticos sin indicación.
Cuando el antibiótico está bien prescrito, es razonable esperar cierta mejoría del estado general en cuarenta y ocho a setenta y dos horas. Aun así, el dolor localizado puede persistir hasta que el odontólogo elimine la causa mecánica y biológica. Por eso las guías clínicas priorizan la resolución local por delante de la farmacológica. Encadenar recetas “por si acaso” o cambiar de fármaco a ciegas no soluciona; puede añadir efectos adversos y favorecer resistencias. Hechos, no opiniones: en dolor dental, tratar la causa es el plan que funciona.
Porque me sigue doliendo la muela si estoy tomando antibiótico
Lo que el antibiótico no puede arreglar en un diente que late
Una muela que duele al frío con descarga eléctrica, que despierta por la noche y “late” al tumbarse, suele corresponder a una pulpitis. Esa pulpa inflamada está encerrada en un volumen rígido: el esmalte y la dentina no ceden, la presión interna sube y los mediadores inflamatorios se acumulan. El antibiótico circula por la sangre, sí, pero no alcanza de forma eficaz ese microambiente confinado. La película, contada de forma escueta, acaba siempre igual: si no se abre el conducto, no se limpia y no se sella, el dolor se mantiene o incluso empeora. La endodoncia cambia el rumbo porque elimina tejido pulpar enfermo, desinfecta y sella el diente para que no vuelva a entrar nada.
Otro escenario habitual es el absceso dental. Hay un bolsillo de pus bajo la raíz o en la encía. Mientras no exista una vía de salida, la presión sigue castigando terminaciones nerviosas y ligamento periodontal. Un antibiótico puede frenar la expansión sistémica, bajar la fiebre o cortar un cuadro general, pero el paciente seguirá refiriendo punzadas hasta que el pus drene. Y ese drenaje se logra abriendo el diente con acceso endodóntico, mediante una incisión en la encía o con ambas cosas, según el caso. En cuanto la presión cede, el dolor baja con una rapidez que sorprende.
No todo es infección activa. Tras una extracción, a los dos o tres días puede aparecer un dolor súbito e intenso: es la alveolitis seca, donde el coágulo se pierde y el hueso queda expuesto. No se arregla con antibióticos. Requiere curas locales, irrigación suave y apósitos analgésicos en consulta. También confunden los cuadros de sinusitis maxilar, que se sienten como si doliera el primer molar superior, y el bruxismo, capaz de inflamar el ligamento periodontal y dejar las raíces sensibles semanas. Son realidades distintas; piden soluciones distintas.
Del nervio inflamado al absceso: escenarios que explican por qué el dolor sigue
La pulpitis reversible provoca dolor al frío que cede al retirar el estímulo. A veces basta un empaste bien sellado y un tiempo prudente. Cuando la inflamación cruza la línea y se vuelve irreversible, el dolor se hace continuo, late al tumbarse y responde poco a analgésicos intermitentes. En ese punto, el nervio ya no tiene marcha atrás y la endodoncia no es una opción estética: es el procedimiento que apaga el incendio. Mantener un antibiótico en paralelo no aporta analgesia significativa.
El absceso periapical es distinto: suele acompañarse de una sensación de “diente largo”, sensibilidad intensa a la masticación y, ocasionalmente, incremento de volumen facial. La exploración dirige la maniobra: si el absceso está fluctuante, se abre y se drena; si su origen es endodóntico, se accede al conducto y se permite la salida del exudado. En casos con fiebre, afectación del estado general o extensión a planos profundos, el antibiótico sí suma, pero nunca sustituye al drenaje. Esa es la secuencia razonable.
La alveolitis se comporta como un dolor tardío tras extracción. No hay pus ni fiebre, hay hueso desnudo y terminaciones nerviosas irritadas. La solución se desplaza del antibiótico a la curación del alveolo y el control del dolor con antiinflamatorios adecuados. Los tiempos importan: las molestias iniciales del primer día son normales; si a las setenta y dos horas el dolor es más fuerte que al principio, el cuadro cuadra con alveolitis.
Y están los falsos culpables. Una sinusitis posterior a un catarro aumenta con los cambios de presión, molesta al agacharse y puede irradiarse al maxilar. El tratamiento no es odontológico, salvo que exista un origen dentario del proceso. El bruxismo nocturno, tan frecuente, carga de trabajo los músculos masticadores, inflama el ligamento periodontal y da una falsa sensación de infección de raíz. En este caso funcionan mejor el ajuste oclusal, una férula de descarga cuando procede y la pauta corta de antiinflamatorios, siempre tras diagnóstico.
Cuándo sí encaja el antibiótico y cómo se pauta de forma responsable
La odontología española —como la europea— empuja hacia una prescripción prudente. Se prescribe antibiótico cuando hay criterios: fiebre sostenida, celulitis facial, adenopatías dolorosas, trismus, afectación del estado general, riesgo de diseminación o imposibilidad temporal de intervenir el foco, con seguimiento estrecho. La amoxicilina por vía oral suele ser primera línea en infecciones odontogénicas no complicadas, y en situaciones concretas se asocia metronidazol para cubrir anaerobios. La penicilina V también se utiliza, con esquemas de corta duración y revisión clínica en torno a las setenta y dos horas. Estos cursos cortos y dirigidos reducen riesgos y funcionan.
En caso de alergia a penicilinas, el profesional valora alternativas según el perfil de seguridad y el cuadro clínico. La clindamicina se ha usado durante años, pero su relación con colitis por Clostridioides difficile invita a reservarla para contextos donde el beneficio supere claramente el riesgo y no existan opciones más seguras. No hay hueco, por tanto, para “cápsulas por costumbre” ni para recetas de botiquín. La prescripción se hace con diagnóstico y objetivos medibles.
Una precisión útil: iniciar un antibiótico no retrasa la intervención local. El drenaje del absceso o la apertura de la cavidad pulpar no se posponen hasta “terminar la caja”. Se coordinan. De hecho, abrir y drenar cambia el curso del dolor de manera inmediata y permite reducir la duración del antibiótico o incluso retirarlo antes, siempre que la evolución sea buena. Esta sincronía entre acto clínico y tratamiento farmacológico es la que evita recaídas y antibióticos innecesarios.
En España, la sensibilización frente a la resistencia antimicrobiana es alta, también en odontología. El dato que se maneja con frecuencia: la prescripción dental supone una parte significativa del total de antibióticos en atención ambulatoria. Las corporaciones profesionales y la sanidad pública refuerzan el mensaje: no previenen el dolor, no sustituyen un empaste, una endodoncia o una incisión, y sí tienen efectos secundarios. Ese es el marco en el que se toman decisiones clínicas.
Cómo se controla de verdad el dolor dental mientras se actúa en la causa
El analgésico adecuado cambia la experiencia en pocas horas. En dolor dental agudo, la evidencia favorece a los antiinflamatorios no esteroideos. Ibuprofeno o naproxeno, pautados a dosis correctas y el menor tiempo posible, controlan mejor el dolor que los opioides en este contexto. La combinación de un AINE con paracetamol potencia el efecto analgésico y mantiene un perfil de seguridad favorable cuando se respetan dosis máximas y contraindicaciones. En pacientes con patología digestiva, renal, hepática, cardiovascular o en embarazo, la valoración individual manda.
Las pautas intermitentes —tomar “cuando ya no se aguanta”— funcionan peor que los esquemas regulares durante uno o dos días. La analgesia anticipatoria rompe el círculo de hipersensibilización y reduce picos. Si el plan incluye una endodoncia o un drenaje al día siguiente, ese control farmacológico permite llegar en mejores condiciones y bajar una marcha en la respuesta inflamatoria.
Hay gestos simples que ayudan y no interfieren. Higiene cuidadosa alrededor del diente afectado, sin “castigar” la zona con colutorios potentes durante semanas. Enjuagues templados con agua y sal si resultan confortables. Frío local en la mejilla en intervalos cortos, con paños o bolsas diseñadas para ello, que disminuye el edema y entumece las terminaciones. Dormir con la cabeza elevada atenúa la congestión venosa y, con ella, el latido doloroso por la noche. Evitar tabaco y alcohol favorece la cicatrización y reduce el riesgo de complicaciones.
Masticar del lado contrario un par de días descarga el ligamento periodontal. Si hay bruxismo, un protector oclusal o reajuste puntual del contacto puede ser tan analgésico como un comprimido. La clave es priorizar lo que no retrasa ni tapa la solución: el procedimiento dental que resuelve el foco.
Señales de alarma que exigen moverse sin demora
La lista no es larga y merece estar clara. Fiebre sostenida. Hinchazón que progresa hacia cara o cuello. Dificultad para abrir la boca (trismus), dolor al tragar (odinofagia), ronquera o sensación de ruido al respirar. Dolor que irradia a espacios blandos, enrojecimiento que se expande, mal estado general o vómitos. En cualquiera de estos casos, el manejo debe ser urgente y coordinado, con valoración hospitalaria si es necesario. El objetivo es doble: asegurar la vía aérea y controlar la infección con la técnica que toque (drenaje, cirugía) y el antibiótico apropiado. Sin esperas innecesarias.
Hay grupos en los que el umbral para consultar debe ser más bajo: personas con diabetes mal controlada, tratamientos oncológicos, inmunosupresión por fármacos, embarazo con incidencias, mayores frágiles y niños pequeños. No es que necesiten antibiótico “sí o sí”, es que la ventana de tiempo para evitar complicaciones es más estrecha.
Errores que perpetúan el dolor y cómo evitarlos
La automedicación con antibióticos encabeza la lista. “Quedaban cápsulas en casa”, “me fue bien la otra vez”, “el farmacéutico me recomendó algo”. A corto plazo, no resuelve y puede enmascarar la evolución real. A medio plazo, añade resistencias y efectos adversos. Otro clásico: abandonar el antibiótico antes de tiempo cuando hay indicación y mejora general, o, en el extremo, alargar el tratamiento “por si acaso” cuando ya no hace falta. La decisión correcta depende de la revisión clínica a los tres días: si hay mejoría franca y el foco quedó resuelto (drenado, endodonciado), se acorta; si no, se reevalúa el procedimiento antes de “subir de escalón”.
Cometer omisiones técnicas también perpetúa el dolor. Un empaste provisional que se deja semanas, una endodoncia comenzada que no se completa, un absceso que no se drena. El cuerpo no negocia: mientras persista la causa física, persistirá la señal de alarma. Finalmente, abusar de colutorios con clorhexidina sin indicación o durante periodos largos irrita la mucosa y cambia la microbiota oral; es una herramienta útil en ciertos momentos, no un “tratamiento” del dolor.
Una guía práctica para situaciones reales
Cuando ya hay antibiótico en curso porque existían signos generales —fiebre, celulitis, mal estado—, el seguimiento en torno a las setenta y dos horas es el punto de control. Si la hinchazón cede, baja la temperatura y mejora el estado general, el foco local debe resolverse sin dilación: endodoncia si procede, drenaje si hay absceso o cirugía si el origen es periodontal. Si no hay respuesta o los signos empeoran, se reconsidera el escenario con exploración y pruebas si hacen falta, antes de cambiar de antibiótico. La prioridad, repetida a conciencia, es eliminar la causa.
En casos sin criterios de infección sistémica, no hay indicación de antibiótico. Lo que sí hay es tratamiento dental y analgesia pautada, con control en uno o dos días para verificar evolución. El ibuprofeno o el naproxeno, solos o combinados con paracetamol, aportan el mayor beneficio analgésico en el corto plazo cuando no hay contraindicaciones. En situaciones donde los AINE no son adecuados, el paracetamol pautado correctamente sigue siendo útil. El desenlace cambia con rapidez en cuanto se realiza la maniobra definitiva.
Un apunte logístico que a menudo marca la diferencia: la coordinación entre equipos. Atención primaria, urgencias y odontoestomatología deben hablar el mismo idioma. Si la persona llega a urgencias con flemón y dolor intenso, no basta con “dar algo para pasar el fin de semana”. El drenaje o la apertura ese mismo día o al siguiente reducen el sufrimiento y la necesidad de antibióticos prolongados. Es una cuestión de organización y de aplicar los protocolos que ya existen.
Qué piezas del rompecabezas conviene tener claras
El dolor dental es, en esencia, una señal. Aviso de daño tisular, presión en espacios rígidos, mediadores inflamatorios en plena actividad. El antibiótico no es analgésico. No “seca nervios”, no sustituye el sellado de una fisura ni curará una encía que necesita raspado. Los antiinflamatorios bien pautados sí alivian, y la técnica correcta resuelve. Drenar un absceso cambia la fisiología en minutos. Abrir un diente con pulpitis irreversible detiene el sufrimiento. Ajustar una oclusión o colocar una férula apaga el dolor de un ligamento inflamado. Esta es la mecánica del problema y de su solución.
Se mencionan, además, riesgos que a veces se subestiman. Los antibióticos no son inocuos: reacciones alérgicas, alteraciones gastrointestinales, candidiasis, interacciones con otros fármacos. En determinados agentes, la posibilidad de colitis por C. difficile existe. Por eso, la prescripción responsable no es un lema, sino una práctica diaria.
En un país con alta cultura sanitaria, la resistencia antimicrobiana importa. Evitar cursos innecesarios preserva herramientas terapéuticas para cuando de verdad hacen falta. Aplicado a la boca, el principio es cristalino: si sigue doliendo pese al antibiótico, la solución no es “más antibiótico”, es actuar sobre el foco.
El camino corto hacia el alivio
Insistir con cápsulas no cambia la física de un diente cerrado ni la presión de un absceso. Cambia el rumbo abrir, drenar, limpiar y sellar. Lo demás orbita alrededor. Si el cuadro incluía fiebre o expansión, el antibiótico bien indicado ayuda a controlar el componente sistémico, pero el dolor se apaga cuando la causa desaparece. El manejo del dolor, mientras llega la intervención, descansa en antiinflamatorios con o sin paracetamol, pautas cortas y seguras, y medidas sencillas que no interfieren. Las setenta y dos horas son el primer control razonable de cualquier evolución; las alarmas —hinchazón progresiva, dificultad para abrir la boca, fiebre alta, afectación del estado general— suben el nivel de urgencia.
Queda una idea práctica: en salud dental, funciona lo que se hace, no lo que se espera de un comprimido. Endodoncia cuando toca, drenaje si hay pus, cirugía periodontal si el problema nace en la encía, extracción cuando no hay vuelta atrás. Cada una de esas maniobras resuelve la causa del dolor y devuelve la normalidad. El antibiótico, valioso en el contexto correcto, no debe ocupar un papel que no le corresponde. En esa coherencia —diagnóstico clínico, técnica precisa, fármacos ajustados— está la respuesta a por qué una muela sigue doliendo a pesar de un antibiótico y cómo dejar de hacerlo con decisiones eficaces y seguras.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: PRAN, Consejo General de Dentistas, Portal del Medicamento de Castilla y León, Ministerio de Sanidad.

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