Síguenos

Casa

Porque baja la presion de la caldera: causas y cómo evitarlo

Publicado

el

tecnico revisa caldera

Causas de la baja presión en la caldera: síntomas muy claros y soluciones seguras para mantener el sistema estable todo el invierno en casa.

La caída de presión en una caldera doméstica responde casi siempre a tres causas que se repiten: pérdidas de agua en el circuito de calefacción, vaso de expansión sin carga o averiado y descargas por la válvula de seguridad que, al enfriarse el sistema, dejan el manómetro por debajo del valor normal. El resto son variantes del mismo guion: aire acumulado tras purgar radiadores, una llave de llenado que no cierra del todo, un manómetro que marca mal o un intercambiador de placas perforado que comunica circuitos. En condiciones normales, a caldera fría, la presión debe quedar en torno a 1–1,5 bar; con la calefacción en marcha, lo razonable es ver 1,6–2,0 bar. Si baja de 0,8 bar, la caldera puede bloquearse por seguridad o trabajar de forma errática.

Ante un descenso claro, la secuencia eficaz es directa: comprobar goteos o marcas de humedad en radiadores, llaves, purgadores, uniones y en la tubería de descarga de la válvula de seguridad; rellenar solo en frío hasta 1–1,5 bar mediante la llave de llenado; observar qué hace el manómetro en caliente durante un ciclo completo. Si sube por encima de 2,3–2,5 bar y, al parar, amanece por debajo de 1 bar, el vaso de expansión está en el centro de todas las sospechas. Si la presión cae en días sin rastro de agua, toca revisar purgadores, válvula de seguridad y ese pequeño gran detalle que da quebraderos de cabeza: una llave de llenado que se queda “filtrando”.

Valores normales y señales que no engañan

Una caldera mural de gas o gasóleo utiliza un circuito cerrado de agua para calefacción. Cerrado significa exactamente eso: lo que entra no debería salir jamás salvo por purgas y elementos de seguridad. El ajuste de presión se hace en frío y con la caldera parada, normalmente entre 1 y 1,5 bar. Ese margen asegura que la bomba no cavite, que los radiadores más altos reciban caudal y que la sonda de presión no salte. Al calentarse, el agua se expande; por eso la cifra sube unas décimas. Para absorber esa dilatación está el vaso de expansión, un cuerpo con membrana y gas (nitrógeno) a una precarga prefijada. Si el vaso está bien, la presión sube poco y se estabiliza. Si está descargado o roto, en cuanto la instalación coge temperatura la presión crece como un muelle, la válvula de seguridad abre a 3 bar y expulsa agua. Cuando todo se enfría, faltará líquido y el manómetro caerá por debajo de su nivel. Bucle perfecto para convertir cada semana en una ronda de rellenado.

Conviene separar conceptos que a menudo se confunden. La presión del agua sanitaria (grifo y ducha) depende de la red de suministro y de reductores o depósitos; la presión del circuito de calefacción no tiene nada que ver con eso. Puedes ducharte con presión excelente y, a la vez, tener la calefacción cojeando porque el primario se ha quedado corto. El síntoma típico en calefacción es un conjunto de radiadores tibios, alguno frío en la parte superior, arranques y paradas sin patrón y un manómetro que va de un extremo al otro como una aguja nerviosa. No hay magia: si una instalación que ayer funcionaba hoy pierde presión, el agua se ha ido por algún sitio o el volumen útil del sistema se ha reducido de forma ficticia (vaso de expansión inoperativo).

La estacionalidad mete ruido. En las primeras semanas de frío, el trabajo térmico de tuberías y juntas destapa problemas latentes. Las microfugas se vuelven visibles, los purgadores automáticos enseñan sus cosidos y un racor que llevaba meses “sudando” de repente deja cerco de cal. Las instalaciones con más de diez años multiplican posibilidades: juntas fatigadas, llaves que ya no sellan con la misma finura, depósitos de cal en asientos de válvulas. De fondo, la física: dilataciones, contracciones y un metal que no entiende de calendario.

Fugas: del goteo evidente a la pérdida invisible

La explicación más simple a una presión que baja es una fuga. Las visibles se resuelven con mirada lenta y mano seca: radiadores con gota en el detentor, purgadores manuales que rezuman, llaves de paso con humedad, uniones con cerco blanco o verdoso, colectores de suelo radiante con mancha en el armario. El agua deja rastro. Si no aparece a la primera, conviene recorrer la instalación en caliente y en frío; la evaporación a veces disimula la gota cuando la calefacción está trabajando.

Luego están las pérdidas discretas. La válvula de seguridad de 3 bar puede gotear por suciedad en el asiento o por sobrepresiones puntuales. El tubo de descarga suele ir a un desagüe y queda fuera del ojo. Una prueba útil es colocar un vaso durante un día de funcionamiento: si recoge agua sin haber tocado la llave de llenado, el sistema está abriendo la válvula, sea por vaso descargado o por tarado dañado. La pista del color ayuda: agua oscura (tono té) viene del circuito de calefacción, con inhibidores y óxidos; agua clara suele ser sanitaria o condensados. En calderas de condensación, el tubo de plástico del sifón evacua gran cantidad de agua cuando se trabaja a baja temperatura, pero eso no mueve el manómetro, porque pertenece a otro circuito.

Hay una fuga tramposa: el intercambiador de placas perforado. En calderas mixtas separa el circuito sanitario del de calefacción. Si se pincha, el agua de red (más presión) puede pasar al primario y elevar la presión en reposo. Al arrancar, el exceso se irá por la válvula de seguridad y, después, el sistema terminará por debajo. En otros montajes, el primario puede perder hacia el sanitario y la presión caerá sin explicación aparente. Diagnóstico complejo sin desmontar: se intuye por presiones que suben solas y descargas ocasionales, incluso con la caldera apagada.

El suelo radiante complica la película. Trabaja a baja temperatura y reparte kilómetros de tubo oculto. Una microfuga puede tardar días en reflejarse en el manómetro y semanas en manchar. Los caudalímetros empañados del colector, el olor a húmedo en el armario o una franja de salitre en la pared son señales pequeñas, pero claras. Aislar circuitos, abrir solo una zona y observar la presión 24–48 horas ayuda a localizar. No hay atajos: paciencia y método.

Un apunte de comunidad: si varios vecinos con calderas individuales comentan que rellenan cada día, el problema suele esconderse en un tramo compartido, una columna que sube por el patinillo o un racor en el último piso. La hidráulica no entiende de tabiques. En esos casos, la presión cae en todas las viviendas conectadas a esa sección hasta que alguien repara la fuga.

Vaso de expansión: el estabilizador en el punto de mira

El vaso de expansión es el pulmón del sistema. Un cuerpo metálico, rojo o gris, con membrana interna que separa agua del lado del circuito y gas al otro. La precarga (lo que marca el gas en reposo) suele estar entre 0,8 y 1,0 bar en viviendas. Se mide con el circuito a cero (sin presión) y se ajusta con una bomba a través de la válvula Schrader. Si el vaso pierde gas con los años o la membrana se perfora, el agua caliente no encuentra volumen de colchón: la presión sube demasiado en caliente, la válvula de seguridad abre, sale agua y, al enfriarse, el manómetro cae. La torre de naipes perfecta.

Las señales son nítidas. Después de rellenar, la presión en frío queda bien. En caliente, rebasa 2,5 bar. Si presionas un instante la tetina del vaso y sale agua, la membrana está rota y el vaso hay que sustituirlo. Si sale aire pero la presión sigue comportándose mal tras ajustar, el vaso puede haber perdido volumen útil o estar subdimensionado para la instalación (vaso pequeño con muchos litros en radiadores y tuberías). En reformas donde se ha pasado a suelo radiante y se mantuvo el vaso original de la caldera, el cálculo suele quedar corto. Añadir un vaso externo en el retorno soluciona de raíz. Un detalle fácil de olvidar: tocar la precarga sin vaciar antes el circuito da lecturas falsas y confunde el diagnóstico.

La válvula de seguridad no es un tapón para vivir con sobrepresiones. Si descarga, es que algo va mal. Forzar una caldera a trabajar asomada a los 3 bar acorta vida, castiga juntas y sellos y puede terminar en daños mayores. La normativa española de instalaciones térmicas exige que vasos y válvulas se dimensionen al volumen real de la instalación. En viviendas, el coste de un vaso nuevo o de un reequipamiento con vaso adicional es contenido comparado con el precio de un intercambiador o de una bomba dañada por golpes de ariete.

Componentes que engañan: llave de llenado y manómetro

La llave de llenado conecta temporalmente el circuito de calefacción con el agua de red para reponer. Si no cierra fino, puede meter un hilo de agua que hace subir la presión poco a poco mientras nadie mira. Al poner la calefacción, la presión se dispara, la válvula de seguridad abre y, horas después, el manómetro aparece bajo mínimos. El ciclo se repite y desconcierta. El fenómeno se detecta dejando la instalación en reposo y vigilando si la presión sube sola. La solución pasa por sustituir la llave o por montar un corte adicional que asegure estanqueidad. Es un punto delicado porque conecta dos circuitos y exige montar una antirretorno en buen estado.

El manómetro también se equivoca. Los analógicos pueden atascar su aguja; los digitales dependen de una sonda que envejece y deriva. Si la sensación térmica de la casa no casa con la cifra del visor, o si la presión no cambia cuando purgas un radiador, es probable que estés mirando un dato falso. Contrastar con un manómetro externo, conectado a un punto de vaciado o a un purgador, resuelve dudas. Muchas calderas ofrecen lectura por aguja y por menú; si difieren mucho, la sonda falla. Un recambio es sencillo, pero requiere la referencia exacta y una prueba de estanqueidad posterior.

Recordatorio clave para no mezclar: la presión del agua sanitaria puede variar según la red o el reductor de la vivienda; la del primario de calefacción debe permanecer estable si el circuito está sano. Si alguien achaca una caída del manómetro a que “la comunidad ha bajado la general”, mala excusa: toca mirar vaso, válvulas y purgadores.

Un último matiz práctico que evita disgustos. Rellenar a 1,5 bar en caliente deja el sistema bajo al día siguiente, ya en frío. El ajuste correcto, siempre en frío y con la caldera parada. Tras una purga potente, lo normal es que el manómetro baje unas décimas al día siguiente: has expulsado aire y el volumen real de agua es mayor; la presión efectiva desciende. La maniobra sensata es dejar estabilizar y reajustar a 1–1,2 bar en frío. Si en caliente se mantiene por debajo de 2 bar y no hay descargas, el equilibrio está donde debe.

Aire, purgas y comportamiento tras un vaciado

El aire roba calor y falsea lecturas. Una bolsa en la parte alta de un radiador actúa como amortiguador: comprime, expande, hace ruidos y confunde al manómetro. La purga, sobre todo al inicio de temporada, resta aire y saca agua; por eso la presión cae tras la maniobra. Radiadores fríos arriba y calientes abajo piden purga. El orden ayuda: empezar por los más altos y terminar en los más bajos, con la bomba parada para que el aire suba. Después, reponer presión hasta la cifra de siempre y volver a comprobar a las horas, no a los cinco minutos.

En instalaciones con purgadores automáticos, el mantenimiento fino marca la diferencia. Con el tiempo, los flotadores acumulan cal y sellan peor; gotean poco, casi nada, pero lo suficiente para que el manómetro pierda algunas décimas cada pocos días. Mirarlos de cerca revela cerco blanco o humedad. Su sustitución es barata y devuelve silencio y estabilidad. Un purgador mal cerrado no es dramático, pero sí una fuga lenta que puede disfrazarse de “misterio”.

El agua nueva lleva gases disueltos. Cada rellenado mete oxígeno y compañía en el sistema. Al calentarse, esos gases tienden a liberarse y a concentrarse en puntos altos, de modo que durante las primeras horas tras un vaciado o una intervención grande, los purgadores trabajan más y el manómetro baila unas décimas. Justo por eso, los instaladores que cuidan su trabajo vuelven dos o tres días después a reajustar, purgar y dejar la presión fina. Es normal y tiene explicación física.

Purgadores automáticos y desgasificación

Un circuito bien desgasificado transfiere mejor el calor, reduce consumo y estabiliza la presión. En colectores de suelo radiante, los purgadores manuales olvidados son fuente continua de problemas: un cuarto de vuelta donde toca, sin forzar, devuelve el silencio y el manómetro a sitio. Donde hay fangos o sedimentos, una limpieza química y un filtro magnético previenen que esas partículas acaben en válvulas, bombas o purgadores. No es accesorio: evita fallos de asiento y cierres imperfectos que se traducen, otra vez, en pérdidas de presión.

Seguridad, costes y pautas útiles para aguantar el invierno

La seguridad manda. Si hay olor a gas, no se enciende ni se purga nada: se ventila, se cierra la llave general y se avisa al servicio de emergencias. Si la presión sube a 3 bar en caliente o la válvula de seguridad descarga con frecuencia, la intervención ya no es de usuario. La combustión y los elementos de seguridad pertenecen a manos con carné. En viviendas con caldera de condensación, el sifón de condensados debe estar lleno para evitar retorno de gases; si se vacía tras un largo periodo sin uso, puede gotear por donde no toca y confundir el diagnóstico.

En el terreno económico, hay orden de magnitudes que ayudan a tomar decisiones. Un purgador o una llave de radiador cuestan poco y se cambian rápido. Una llave de llenado fatigada se sustituye sin vaciar toda la instalación, con corte y purga controlada. Un vaso de expansión nuevo —interno o externo— es una inversión modesta con un efecto enorme en la estabilidad del sistema. El intercambiador de placas, si resulta perforado, se lleva un pellizco mayor y conviene detectar la falla antes de que los golpes de presión castiguen al resto. Un sensor de presión o un manómetro con lectura errática se cambian con facilidad, pero exigen referencia exacta y prueba de estanqueidad. Todos esos trabajos, realizados una vez y bien, evitan rellenar cada semana y prolongan la vida útil de la caldera.

Lo que tiene sentido diario: ajustar siempre en frío, vigilar la descarga de la válvula de seguridad con la calefacción en marcha, observar el manómetro tras una purga importante, no mezclar la presión del agua sanitaria con la de la calefacción y no tocar el interior de la caldera más allá del mantenimiento usuario. Si el manómetro sube solo por las noches, la diana está en la llave de llenado. Si sube demasiado al calentarse y cae al enfriarse, el vaso. Si baja sin rastro y no hay descargas, busca purgadores y microfugas. Si varía sin patrón y nadie ha tocado, sospecha del intercambiador. No hace falta memorizar: se trata de relacionar síntomas con piezas.

Señales de urgencia y cuándo parar

Hay momentos en los que no se sigue. Si la caldera muestra códigos de error de presión, si la bomba hace ruido seco, si se detecta agua en el interior del aparato o si la válvula de seguridad chorrea de manera continua, el equipo debe quedar fuera de servicio hasta revisar. Trabajar con presión demasiado baja puede provocar cavitación, sobrecalentar el intercambiador y estresar sellos. Trabajar con sobrepresión es directamente inseguro. Si hay corrosión visible en la carcasa o en conexiones, mejor no tentar la suerte. Tampoco conviene forzar purgas girando válvulas que están “pegadas” por la cal; se rompen con sorprendente facilidad y el arreglo pasa de pequeño a serio.

El mantenimiento preventivo, sin ruido y sin titulares, rinde. Una revisión anual con limpieza del quemador, comprobación de vaso, verificación de válvulas y ajuste de combustión ahorra dinero y disgustos. En zonas de agua dura, un filtro en la entrada sanitaria y un tratamiento del circuito de calefacción frenan la incrustación que, a la larga, termina afectando a válvulas y asientos. No es afán de talleres, es que funciona.

Presión bajo control todo el invierno

La historia, al final, no tiene misterios.

Una caldera que pierde presión revela un desequilibrio físico: agua que sale donde no debe, un volumen de expansión que ha dejado de hacer su papel, una válvula que se abre cuando no toca o aire que ocupa sitio de agua. Con un ajuste en frío a 1–1,2 bar, una observación honesta del manómetro en caliente y una revisión de los puntos críticos —fugas visibles, tubo de descarga, vaso de expansión, llave de llenado, purgadores—, el diagnóstico llega. No hace falta convertirlo en epopeya. Se localiza la causa y se corrige.

Si hay vaso descargado, se precarga bien o se sustituye; si la llave filtra, se cambia; si la válvula no sella, se renueva; si hay intercambiador perforado, se reemplaza. Cuando cada pieza cumple, la caldera se olvida de nosotros y la presión se queda donde debe: estable, sin sustos, con margen en frío y sin carreras en caliente. Ese es el dibujo que se busca. Y el que permite que el invierno discurra sin mirar la aguja cada dos días.


🔎​ Contenido Verificado ✔️

Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: BOE, IDAE, OCU, Saunier Duval, Vaillant.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

Lo más leído