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Historia

¿Por qué los políticos españoles son tan corruptos?

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manos bajo mesa pasando dinero

España encabeza rankings de corrupción en Europa: así se ha convertido en el quinto país más corrupto y qué soluciones reales podemos exigir.

La corrupción en España no es una anomalía aislada: se ha convertido en una constante institucional que condiciona la percepción ciudadana y debilita la confianza democrática. En el Índice de Percepción de la Corrupción 2024, España obtuvo un score de 55,8 sobre 100, colocándose en el puesto 46 de 180 países y como el quinto más corrupto de la Unión Europea.

Los escándalos recientes siguen acumulándose: desde la trama Gürtel —con más de 120 millones de euros desviados y condenas de hasta 33 años para el ex tesorero Luis Bárcenas, saldadas con una multa de 44 millones de euros— hasta operaciones regionales como Púnica, Nóos y los ERE andaluces, que suman billones en fondos malversados. Según fuentes judiciales, en España hay más de 2.000 personas pendientes de juicio por corrupción, lo que demuestra que este no es un problema del pasado, sino una crisis activa con consecuencias políticas, sociales y económicas.

La historia interminable: así se instaló la corrupción en la política española

De la transición a los noventa: cuando el poder aprendió a blindarse

Durante los primeros años de la Transición y hasta finales de los ochenta, España vivió un proceso de modernización y apertura política tras décadas de dictadura. Sin embargo, en medio del entusiasmo por construir una democracia, también se cimentó una práctica oculta pero poderosa: el blindaje del poder mediante redes clientelares y favores cruzados. Situaciones como la concesión de obras públicas a cambio de contratos menores, el uso de los recursos del Estado para afianzar posiciones partidistas y la creación de plazas administrativas “a dedo” ya eran moneda corriente.

En ese contexto, el caso Juan Guerra (1989)—en el que el hermano del entonces vicepresidente Alfonso Guerra ocupó un despacho institucional para impulsar negocios personales—no solo fue un escándalo político, sino también un síntoma temprano de cómo el acceso al poder permitía acceder a impunidad. A pesar de su repercusión, las condenas fueron escasas y la justicia tardía, lo que envió un mensaje claro: quienes estaban cerca del poder rara vez pagaban un precio real por sus abusos.

Los años dorados del pelotazo: dinero fácil, favores y silencio institucional

Al inicio de los noventa y especialmente con la entrada en la UE en 1986, irrumpió en España la primera oleada de grandes proyectos de infraestructura e inversiones. Fue entonces cuando el “pelotazo urbanístico” se transformó en un modelo de enriquecimiento exprés: recalificaciones, convenios express y venta de suelo público permitieron que promotores, políticos locales y familiares emergieran como ganadores de un sistema opaco.

En esas décadas surgieron tramas que, sin ser aún casos judiciales masivos, aconsejaban cautela a los recién llegados al traje político. El dinero fácil se alimentaba del silencio institucional: los tribunales estaban desbordados, la cultura jurídica no estaba preparada para abordar la magnitud de las nuevas redes de corrupción, y los partidos competían por repartirse las rentas del crecimiento, sin mirar mucho más allá de sus intereses inmediatos.

Los escándalos más sonados que marcaron una era

El caso Gürtel: la red que enredó al PP durante décadas

La trama Gürtel es, sin duda, uno de los mayores casos de corrupción política de la historia democrática española. Nacida en la sombra del Partido Popular, esta red operó durante años urdiendo un sistema de adjudicaciones fraudulentas, comisiones ilegales, viajes de lujo y facturación falsa por parte de empresas amigas del poder. Se calcula que el dinero desviado supera los 120 millones de euros, y la lista de implicados incluye a empresarios, altos cargos del PP y figuras clave como Luis Bárcenas, el ex tesorero, condenado a 33 años de prisión y a devolver 44 millones de euros.

En un hecho sin precedentes, el PP fue declarado “partícipe a título lucrativo”, lo que supuso un hito judicial y político que acabó provocando la moción de censura que tumbó al Gobierno de Mariano Rajoy en 2018. A pesar de la gravedad de las penas y la cobertura mediática masiva, apenas se ha recuperado una quinta parte del dinero defraudado, lo que refuerza la idea de que en España robar sale barato, incluso cuando el robo es masivo y está probado en sede judicial.

Los ERE de Andalucía: una maquinaria socialista de desvío de fondos

En el otro extremo ideológico, el PSOE protagonizó otro de los mayores escándalos de corrupción con el caso de los ERE. Durante casi una década, entre 2000 y 2009, la Junta de Andalucía distribuyó de forma fraudulenta al menos 679 millones de euros en ayudas a empresas y prejubilaciones que, en muchos casos, ni existían. Se trataba de una red institucionalizada que permitía desviar dinero público bajo el paraguas de programas sociales, con la complicidad de altos funcionarios y cargos políticos.

El caso salpicó a dos expresidentes autonómicos, José Antonio Griñán y Manuel Chaves, que fueron condenados por prevaricación y malversación. La sentencia reconocía la existencia de una estructura paralela al margen de los procedimientos legales. A pesar del eco social y político, y de que más de 220 personas fueron imputadas, a día de hoy la Junta solo ha logrado recuperar 28,5 millones de euros, una cifra que representa menos del 5 % del total expoliado. El caso ERE no solo fue un golpe demoledor para el PSOE andaluz, sino también una demostración de cómo la corrupción puede institucionalizarse durante años sin apenas consecuencias inmediatas.

Púnica, Lezo, Nóos y otros nombres propios del saqueo público

Más allá de los dos grandes casos nacionales, hay decenas de tramas que han desangrado administraciones públicas en todo el país. La operación Púnica, por ejemplo, desveló en 2014 una red de corrupción en Madrid y otras comunidades que habría adjudicado contratos irregulares por valor de más de 250 millones de euros, afectando a medio centenar de políticos y empresarios. Por su parte, el caso Lezo, centrado en el expresidente madrileño Ignacio González, reveló un saqueo desde el Canal de Isabel II con millones desviados a paraísos fiscales.

Otro caso especialmente simbólico fue el caso Nóos, que afectó de lleno a la familia real. Iñaki Urdangarin, cuñado del rey Felipe VI, fue condenado por malversación y fraude por utilizar una entidad sin ánimo de lucro para desviar más de seis millones de euros en contratos públicos. El impacto del caso fue tal que no solo se saldó con penas de cárcel, sino con la retirada total del apoyo institucional por parte de la Casa Real. Todos estos casos refuerzan la imagen de que la corrupción no ha sido una excepción, sino un patrón que ha atravesado todas las capas del Estado: desde el ayuntamiento más pequeño hasta la más alta representación institucional.

Las tramas actuales: Ábalos, Cerdán y los contratos opacos en plena democracia

Quien pensaba que los grandes casos de corrupción eran cosa del pasado, se equivocaba. En 2025, el caso que involucra al exministro de Transportes José Luis Ábalos y al exsecretario de Organización del PSOE Santos Cerdán ha vuelto a situar la corrupción en el centro del debate político. La llamada “trama Koldo”, vinculada a comisiones ilegales en contratos públicos de suministro durante la pandemia, habría canalizado más de cinco millones de euros en sobornos y mordidas en licitaciones opacas.

Lo que ha sorprendido en esta ocasión no ha sido tanto el volumen económico, sino la contundencia judicial: Cerdán fue enviado a prisión provisional sin fianza, algo poco habitual en casos que afectan a altos cargos políticos. Este caso ha impactado de lleno en el Gobierno, y ha reabierto la herida de una ciudadanía que sigue preguntándose si algún día dejará de ver cómo los políticos se benefician del dinero de todos. La gran pregunta no es si hay corrupción, sino cuánto hay, cuánto queda por salir a la luz y cuánto se está haciendo por frenarla.

hombres de negocios con maletines

¿Quién ha robado más: el PP o el PSOE?

La corrupción en España no es un asunto reservado para un solo color político: tanto el PP como el PSOE han protagonizado escándalos de gran magnitud. Aunque los mecanismos y la magnitud varían, ambas formaciones han protagonizado episodios que cifran el saqueo público en miles de millones de euros.

Corrupción estructural, no ideológica: dos formas de enriquecerse desde el poder

No se trata sólo de diferenciar entre derecha e izquierda, sino de entender que la corrupción ha sido estructural, más que ideológica. Mientras el PP desarrolló tramas con caja B, comisiones y adjudicaciones fraudulentas a través de redes como Gürtel y Lezo, el PSOE tejió su modelo de saqueo en Andalucía, contratos públicos y programas sociales. Ambas estrategias se apoyaron en servicios públicos considerados una oportunidad para beneficio personal.

Comparativa de delitos y dinero desviado: PP vs PSOE

A continuación, una visión comparativa de los principales casos de cada partido, con cifras evidentes y peso judicial:

PartidoCaso(s)Dinero desviado*Principales condenas
PPGürtel, Lezo, caja B, Púnica~150 M€ (Gürtel) + más de 3,8 M€ en otros casos + caja B (reforma Génova): ~50 M€Bárcenas: 33 años, multa 44 M€; Correa: 51 años; decenas de penas entre 3 y 37 años
PSOEERE Andalucía, Nóos, KoldoERE: ~679 M€; Nóos: 6 M€; “Koldo” y Cerdán: presuntos 5 M€Griñán y Chaves: varios años de inhabilitación y prisión leve; Urdangarin: 5 años; Cerdán: prisión preventiva por presunta trama

El PP habría manejado directamente fraudes por más de 150 millones de euros, solo contando Gürtel, sin sumar otras tramas como Lezo o caja B, lo cual llevaría el total hacia los 200 millones o más. En el caso del PSOE, los ERE suponen el fraude más voluminoso conocido, con al menos 679 millones, sin incluir Nóos, casos vinculados a la trama Koldo, o casos más pequeños pero numerosos.

La comparación no es una carrera: ambos partidos han protagonizado saqueos que han dañado las arcas públicas y la confianza ciudadana, lo que refuerza la idea de que la solución no pasa por cambiar siglas, sino por erradicar un modelo que alimenta la impunidad.

Las consecuencias reales de la corrupción en la vida de los ciudadanos

El coste para los servicios públicos, la economía y la democracia

La corrupción no es un problema abstracto: cuando los políticos se quedan con el dinero público, los servicios esenciales —sanidad, educación, infraestructuras— pierden calidad y eficacia. Cada euro malversado es un euro que deja de financiar hospitales, escuelas y redes de transporte. Un estudio de la Universidad Pablo de Olavide señala que el caso de los ERE andaluces pudo costar hasta 12.000 empleos directos, aparte del desborde económico de la región.

A nivel nacional, la pérdida de competitividad de España se traduce en que las empresas honestas compiten en desigualdad con quienes inflan precios o falsean documentos para acceder a contratos. El Fondo Monetario Internacional ha advertido que la corrupción puede restar hasta 1 punto del PIB cada año, limitando el crecimiento económico y generando ineficiencias en la inversión pública. En última instancia, lo que se pierde no es solo dinero, sino futuro y oportunidades.

La desconfianza política como secuela crónica

Como herencia permanente, la corrupción deja una desafección política profunda. Según el CIS de 2024, más del 70 % de los españoles cree que los políticos son corruptos o bastante corruptos, y apenas el 20 % confía en las instituciones. Ese sentimiento erosiona la democracia: baja la participación electoral, crece el escepticismo, se abren grietas hacia la abstención o los populismos.

Cuando votar ya no es una herramienta de cambio, sino una rutina formal, la política se vacía de sentido. La corrupción crea una brecha de legitimidad que tarde o temprano afecta las políticas públicas y dificulta la gobernabilidad. En resumen: cuando el engaño se convierte en norma, la democracia pierde su motor de renovación.

¿Por qué España es hoy el quinto país más corrupto de Europa?

El índice que avergüenza a una democracia avanzada

España aparece en 2024 ocupando el puesto 46 de 180 países en el Índice de Percepción de la Corrupción (CPI) de Transparency International, con una puntuación de 56 sobre 100 (siendo 0 muy corrupto y 100 muy limpio). En el contexto de la Unión Europea, esto significa que ocupa la alarmante quinta posición entre los países con peor percepción de corrupción, muy por debajo del promedio de la región, que ronda los 66 puntos. En comparación, naciones como Dinamarca y Finlandia superan los 88 puntos, lo que sitúa a España en una zona de sombra institucional apenas mejor que países como Bulgaria o Rumanía.

Esta posición no es meramente simbólica: muestra una brecha profunda entre cómo España se percibe a sí misma como democracia moderna, y la forma en que el resto del mundo la valora. A pesar de contar con un sistema de separación de poderes formal y amplias libertades civiles, la percepción de impunidad y la frecuencia de escándalos dejan a España en un lugar comprometido.

Lo que dice Europa (y lo que España prefiere ignorar)

El informe de la Unión Europea sobre el estado de derecho destaca que los procedimientos contra la corrupción política en España han sido lentos y en muchos casos ineficaces. Se señalan dos fallos estructurales: por un lado, la lentitud judicial prolonga la impunidad; por otro lado, la recuperación de caudales públicos malversados por corrupción apenas llega al 20 % en los grandes casos.

Europa también subraya que, en contraste con otras democracias avanzadas, la fiscalización de fondos regionales y autonómicos es débil. Países nórdicos, como Dinamarca o Suecia, publican cada contrato público en tiempo real, y sus organismos de control gozan de autonomía y recursos. Esa transparencia es vista como la base de una cultura de rendición de cuentas institucionalizada, algo que España aún no ha logrado consolidar.

En el debate público español, estos datos a menudo se justifican con explicaciones parciales: hablamos de excepciones, de errores aislados o de «persecución mediática», pero en realidad el problema es sistémico. Y mientras se mira hacia otro lado, el país sigue sumido en una zona gris de falta de credibilidad institucional que dificulta tanto la inversión como la cohesión social.

¿De dónde viene esta cultura de la impunidad?

Un sistema político heredado que nunca se reformó

La impunidad que rodea sistemáticamente a la corrupción política en España tiene raíces profundas en su transición democrática. Con la Constitución de 1978, se adoptó un marco legal que, en teoría, reforzaba el Estado de derecho; sin embargo, ese mismo sistema arrastró estructuras de caciquismo y clientelismo procedentes del franquismo.

En una frase, se heredó un poder distribuido en redes informales, familiares y territoriales que funcionaban al margen de la ley. A lo largo de las décadas, estos mecanismos fueron naturalizados: nombramientos directos, adjudicaciones sin concurso público y acuerdos opacos se fueron institucionalizando con escasa regulación o control real, consolidando una cultura donde el acceso al poder se traduce en acceso al botín.

Religión, clientelismo y obediencia: los tres pilares del silencio

España es un crisol de tradiciones diversas, pero tres elementos socioculturales han jugado un papel relevante en la tolerancia frente a la corrupción. Primero, el legado de obediencia jerárquica, tanto religioso como cívico, ha creado una predisposición a no cuestionar decisiones de las élites locales. Segundo, el clientelismo político —la promesa de trabajo o recursos a cambio de apoyo electoral— convirtió la administración pública en un canal para el reparto de favores.

Y tercero, la conservadora cultura del silencio y de protección al propio, reforzada en muchas familias y organizaciones, ha protegido durante años a quienes se beneficiaban de estas prácticas. En suma: una sociedad educada para no intervenir frente al abuso y una élite acostumbrada a salirse con la suya sin rendir cuentas.

La justicia lenta, ineficaz y permeable al poder

Si el sistema se construyó con cojinetes de impunidad, la justicia ha sido el lubricante que ha hecho que no chirríe. Primero, España mantiene un sistema de aforamientos que protege a miles de cargos públicos, que solo pueden ser investigados por tribunales especiales y suele implicar largas dilaciones (más de 216 días para juzgarlos, frente a 88 en el norte de Europa, según CEPEJ) .

Segundo, el Estado ha sido constantemente advertido por el Grupo de Estados contra la Corrupción (Group of States against Corruption) y el Consejo de Europa por tener procesos judiciales excesivamente lentos e ineficaces, beneficios que refuerzan la percepción de impunidad.

Finalmente, la justicia no solo ha sido lenta, sino también susceptible a influencias externas, con numerosos ejemplos donde causas importantes no llegaron a sentencia, o lo hicieron años más tarde, con pocos responsabilizados y escasa recuperación del dinero público. El resultado es una mirada ciudadana que concluye: robar en España no es tan grave si se puede dilatar el caso hasta que prescriba.

hombre ofrece dinero en euro a otro

¿Qué hacen diferente los países del norte de Europa?

Transparencia real, meritocracia y castigo ejemplar

Si en España la corrupción parece enquistada, en países como Dinamarca, Finlandia, Suecia o Noruega la realidad es diametralmente opuesta. No es casualidad que estas naciones encabecen año tras año los rankings de transparencia y buen gobierno. ¿Cuál es la diferencia fundamental? Que allí los mecanismos de control funcionan de verdad, y los delitos se pagan sin excusas ni retrasos.

En estos países, cada contrato público, cada gasto institucional y cada nombramiento está sujeto a sistemas de auditoría independientes. La transparencia es radical: cualquier ciudadano puede consultar cómo se gasta hasta el último euro público, lo que reduce drásticamente las oportunidades de fraude. Además, la meritocracia rige el acceso a la administración pública: no hay plazas a dedo ni colocaciones por simpatía política. Y cuando hay irregularidades, la justicia actúa con rapidez y sin distinciones, como ocurrió en Noruega en 2022, donde un ministro fue condenado a prisión por usar fondos públicos para gastos personales por valor de apenas 4.000 euros. En estos sistemas, la ejemplaridad no es decorativa: es norma de conducta.

La presión social que no tolera el más mínimo privilegio

Pero más allá de leyes o mecanismos formales, lo que marca la diferencia real es la presión cultural y social. En los países nórdicos, la corrupción no es solo ilegal: es inaceptable moralmente. La ciudadanía exige comportamientos éticos y actúa con contundencia frente a cualquier desviación. Un político que comete una irregularidad, por pequeña que sea, sabe que no solo será investigado: será repudiado por su propio entorno y perderá su carrera política.

El sentido de lo público está tan arraigado que usar recursos del Estado para beneficio personal se considera una traición directa a la comunidad. La prensa actúa con independencia, los parlamentos fiscalizan con eficacia y los votantes no perdonan. Esta presión constante crea un ecosistema donde la corrupción no encuentra refugio posible.

El contraste con España no podría ser más evidente: mientras aquí la corrupción se banaliza o incluso se relativiza (“todos lo hacen”, “es lo que hay”), en el norte de Europa es una mancha que ningún cargo público puede permitirse. Esa diferencia cultural es tan poderosa como cualquier reforma legal, y puede ser la clave para imaginar otro futuro posible también para nuestro país.

¿Cómo se puede acabar con la corrupción en España?

Fin de los aforamientos: que todos respondan ante la ley

Uno de los grandes obstáculos para combatir eficazmente la corrupción en España es el sistema de aforamientos, un privilegio legal que impide que muchos políticos —más de 2500 cargos públicos— sean juzgados por tribunales ordinarios. En lugar de pasar por la misma justicia que cualquier ciudadano, solo pueden ser procesados por el Tribunal Supremo o los Tribunales Superiores de Justicia, que suelen estar saturados y más sujetos a presiones políticas.

Este escudo legal genera lentitud procesal, falta de transparencia y, en muchos casos, impunidad de facto. La eliminación del aforamiento político no solo es una demanda ciudadana: ha sido recomendada en múltiples ocasiones por organismos europeos como el GRECO (Grupo de Estados contra la Corrupción). Si todos los políticos respondieran ante la justicia común, como cualquier otro ciudadano, se reducirían drásticamente los incentivos para delinquir desde el poder. Porque el primer paso hacia la regeneración institucional es claro: la ley debe ser igual para todos, sin peros ni excepciones.

Penas ciertas y devolución íntegra de lo robado

Otro gran problema es que las penas por corrupción en España son laxas, tardías o simbólicas. Muchos condenados entran en prisión durante unos meses… o ni siquiera llegan a hacerlo, gracias a reducciones, indultos o prescripciones. Esto ha alimentado la percepción de que “robar sale barato” si uno tiene un escaño o un buen contacto en el partido.

Para que el sistema funcione de verdad, las penas deben ser contundentes, proporcionales y cumplidas en su totalidad. Además, debe garantizarse la devolución completa del dinero público robado, algo que rara vez ocurre hoy en día: según informes del Tribunal de Cuentas, menos del 25 % del dinero malversado se recupera. En otras palabras, a día de hoy, un político puede robar millones, devolver una fracción y salir de prisión años después con un colchón económico asegurado. Romper esa lógica es vital: sin castigo ejemplar, no hay disuasión efectiva.

Auditoría pública, contratos abiertos y educación ética

Pero las soluciones no son solo punitivas. Para evitar que se robe, hay que hacer que robar sea difícil. Eso implica crear sistemas de auditoría independientes, con capacidad real de fiscalizar cuentas públicas a todos los niveles, desde un pequeño ayuntamiento hasta los grandes ministerios. Es crucial también avanzar hacia una contratación pública abierta, trazable y en tiempo real, como ya hacen países del norte de Europa: cualquier ciudadano debería poder consultar en una web cómo y a quién se ha adjudicado cada euro.

Por último, ninguna reforma será suficiente sin una educación cívica y ética profunda. La corrupción también se combate en las escuelas, en la cultura del respeto a lo público y en la exigencia de ejemplaridad que una sociedad demanda a sus representantes. Sin una ciudadanía vigilante, ningún sistema es incorruptible. El cambio empieza desde abajo, pero también necesita instituciones valientes y limpias desde arriba.

De país saqueado a país vigilante — el giro que aún es posible

España no está condenada a ser un país corrupto. Aunque los titulares y las cifras parezcan dictar lo contrario, la transformación es posible, y de hecho, ya hay señales —aunque tímidas— de que algo empieza a moverse. La presión social ha crecido, la ciudadanía está más informada y conectada que nunca, y la tolerancia cero ante los abusos de poder gana espacio en los medios, en los debates públicos y en las urnas.

Pasar de un país saqueado por redes políticas y empresariales a un país vigilante y exigente requiere valentía institucional, pero sobre todo, voluntad ciudadana. No basta con reformas cosméticas ni con campañas de imagen: hace falta un compromiso real con la transparencia, la justicia y la rendición de cuentas. Y ese compromiso no se decreta: se construye desde la base, con educación, participación activa y una sociedad que sepa que lo público es suyo… y que no permitirá que se lo roben más.

La corrupción no es una maldición genética. Es una estructura, un sistema, una cultura… que puede desmontarse. España no tiene por qué resignarse a estar en la lista negra de Europa. El giro aún es posible. Pero para lograrlo, hace falta mirar al poder de frente —y decirle, sin miedo, que ya no nos creemos nada. Y que ahora, por fin, vamos a mirar con lupa, a exigir con fuerza y a votar con conciencia. Porque la democracia no se defiende sola. Se defiende vigilando.


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Este artículo ha sido elaborado basándose en información de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Transparency InternationalEl PaísABCCadena SERWikipedia.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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