Cultura y sociedad
¿Por qué Paige VanZant dejó la UFC por OnlyFans? El motivo

Foto de James K. McCann, vía Wikimedia Commons, licencia CC BY 2.0.
Paige VanZant dejó la UFC por dinero, control y riesgo; OnlyFans disparó sus ingresos y abrió un debate sobre ejemplo, valores, ética y rol.
Se marchó porque el dinero, la exposición y el control de su carrera estaban en otra parte. Ese es el núcleo, simple y áspero. Cuando terminó su contrato con la UFC tras la derrota frente a Amanda Ribas, comparó lo que generaba su imagen con lo que cobraba por pelear y no le salían las cuentas. Probó la agencia libre, firmó con Bare Knuckle Fighting Championship, amplió su presencia en televisión y, cuando abrió su espacio de suscripción de contenido, comprobó que allí el ingreso era inmediato, predecible y, sobre todo, muy superior al de una pelea —incluido el riesgo físico que conlleva toda noche de combate. El paso no fue un capricho: fue una decisión de negocio que reorganizó su vida profesional.
Hubo un factor más difícil de medir, pero determinante: el control. En la jaula, los contratos mandan; en una plataforma de suscripción, el dueño del canal es quien decide el calendario, el tono, el precio y la relación con su comunidad. VanZant lo resumió con franqueza en varias entrevistas: pelear podía seguir siendo un reto personal, incluso un hobby, pero las facturas se pagaban de otra forma. El tránsito UFC–OnlyFans no fue un salto al vacío. Fue un reposicionamiento: de atleta dependiente de una cartelera y un promotor a creadora con ingresos recurrentes, sin campamentos de ocho semanas ni cortes de peso dramáticos.
De la jaula al modelo de suscripción: una cronología con nombres propios
De promesa mediática a agente libre
VanZant llegó a la UFC muy joven, en 2014, con carisma y un estilo agresivo que conectó a la primera. No solo sumó victorias, también generó titulares, portadas, apariciones televisivas y una audiencia fiel en redes. Era una atleta que vendía. Y vendía mucho. El problema residía en que los contratos estandarizados de la empresa rara vez reconocen el valor de mercado de quienes no son campeones o aspirantes inmediatos. Tras varios años de altibajos y lesiones, cerró su etapa en la compañía con una derrota en 2020, quedó libre y se permitió negociar desde cero. Ese verano firmó con Bare Knuckle Fighting Championship (BKFC), una liga de boxeo sin guantes que venía pujando con cheques llamativos para perfiles mediáticos. Sobre la mesa, una oferta que reconocía su capacidad de arrastre y, a corto plazo, aseguraba mejores bolsas que su último contrato en la UFC.
Ese movimiento deportivo se solapó con otro, menos ruidoso y más estratégico: la construcción de su marca personal por vías propias. VanZant llevaba años cultivando audiencias en Instagram y otros canales, colaborando con patrocinadores y experimentando con la venta de contenidos exclusivos. Descubrió pronto algo que muchos atletas terminan aprendiendo a golpes contra la pared del calendario: una audiencia fiel, bien atendida, paga. Y paga a tiempo.
El salto a la suscripción digital
La transición a un sitio de suscripción y, más tarde, a OnlyFans, no fue una ruptura con el deporte, sino la consolidación de un modelo de negocio directo al fan. Allí el producto no es el KO ni el bonus de la noche, sino la proximidad. Fotos, vídeos, sesiones en vivo, entrenamientos, making of de sesiones fotográficas, una versión sin intermediarios del personaje público. El atractivo para una estrella de combate está claro: el ingreso no depende de que un matchmaker te haga hueco, ni de si hay lesión de última hora, ni de si una cartelera cambia de sede. Depende del trabajo del creador, de su capacidad para publicar con regularidad y de su habilidad para fidelizar a quien paga una suscripción mensual.
A diferencia de la economía del PPV, donde el ingreso se reparte entre una cadena de actores y a menudo queda reservado a campeones, el modelo de suscripción permite que quien tenga comunidad monetice cada mes —con picos por promociones, aniversarios o paquetes especiales—. VanZant vio rápidamente que en ese terreno ella partía con ventaja: una base de fans construida durante años, un perfil omnipresente en cultura pop y la estética de una celebrity que sabe estar delante de una cámara.
Lo que aportó OnlyFans, más allá de la caja
No fue solo el dinero. Fue también la previsibilidad. Las peleas son inciertas por definición. Un campamento puede fracasar por una lesión, un corte, un virus o simplemente por mala suerte.
El pago se difiere, los gastos se acumulan —nutricionista, fisioterapeuta, entrenadores, sparrings— y el resultado deportivo puede condicionar el siguiente contrato. En una plataforma de suscripción, la volatilidad se reduce. Se planifica el contenido con antelación, se mantiene un calendario, se paquetiza lo especial. VanZant aprendió a trabajar con su comunidad como con un club de miembros: ofrecer acceso, cultivar la relación, escuchar. Y eso, para alguien con una exposición mediática tan sólida, se traduce en una base de ingresos sostenida.
El dinero y el riesgo: economía real del deporte de combate
El coste de subirse a la jaula
Una pelea profesional no son 15 minutos en el octágono. Son entre seis y diez semanas de campamento, viajes, dietas, médicos, material, equipos. Muchos atletas cubren gran parte de estos costes de su bolsillo, con la esperanza de que la bolsa —y, con suerte, el bonus— compense. La realidad es que solo la élite asegura ingresos que, por sí solos, permiten una vida sin sobresaltos. Para el resto, la ecuación es delicada: bolsa por aparecer, bolsa por ganar, primas puntuales, algo de patrocinio y, si hay suerte, una renegociación al alza. Todo pendiendo de resultados. Y de la salud.
VanZant no es una campeona histórica ni pretende serlo. Es una profesional que hizo números y concluyó que su marca valía más en el escaparate digital que en la jaula. El planteamiento puede resultar frío, pero es honesto: ¿por qué soportar campamentos duros, golpes y cirugías, cuando la vida le ofrecía otra vía para monetizar una fama labrada precisamente por pelear? En ese espejo se miran ya muchos atletas.
El modelo OnlyFans para una figura mediática
OnlyFans permite tres palancas que, combinadas, explican su atractivo para perfiles como VanZant: suscripciones mensuales, venta de contenidos bajo demanda y propinas. Es decir, ingreso recurrente más picos de liquidez. Para una deportista con millones de seguidores, convertir un porcentaje pequeño de esa masa en suscriptores es suficiente para generar cifras de cinco o seis dígitos al mes. Y con una ventaja crucial: la propiedad sobre la narrativa. Puede decidir qué enseña, cómo lo enseña y con qué frecuencia. También puede modular la línea entre lo sensual y lo explícito, un punto que suele encender el debate público sobre los límites, la “dignidad” y eso de que no todo el dinero es bueno.
Imagen, patrocinio y control de la narrativa
La marca personal como negocio principal
VanZant entendió pronto que su principal activo no era solo su récord, sino quién era para la audiencia. Una luchadora reconocible, fotogénica, accesible en redes, con naturalidad delante de un micro de televisión, capaz de competir y de vender. Cuando esa combinación se explota con inteligencia, el deporte deja de ser el único motor de negocio. Pasa a ser un pilar más, junto con la publicidad, las apariciones, las colaboraciones y, ahora, la suscripción.
El patrocinio tradicional suele exigir disponibilidad, ciertas reglas de imagen y una dependencia de terceros (marcas, promotores, calendarios). La suscripción reduce intermediarios y devuelve el timón al creador. Se puede jugar con formatos, temporadas, colaboraciones con fotógrafos de prestigio, piezas detrás de cámaras, clases técnicas, entrenamientos. Todo suma. En el caso de VanZant, además, el crossover con el entretenimiento —desde realities hasta apariciones en shows de lucha libre— amplió su público. La suma de audiencias hizo el resto.
Lo que se gana y lo que se arriesga
No hay decisión sin coste. Al entrar con fuerza en el negocio de la suscripción, VanZant asumió críticas y una relectura de su figura: de deportista a celebridad que explota su imagen con contenido para adultos en una plataforma estigmatizada por parte del público. El beneficio económico vino acompañado de un peaje reputacional en ciertos segmentos. Patrocinadores más conservadores pueden dudar; promotores deportivos quizá prefieran perfiles menos polémicos. Del otro lado, marcas vinculadas a estilos de vida, fitness, moda o cosmética pueden ver en su perfil una oportunidad de alcance masivo y engagement real, con métricas medibles al minuto.
Ese equilibrio es cada vez más común. El deporte profesional y el entretenimiento se han fundido. El algoritmo premia lo personal, lo íntimo, lo espectacular. Quien consigue manejarlo con consistencia construye un colchón de independencia frente a resultados deportivos adversos. VanZant puso esa independencia en el centro de su estrategia.
¿Decadencia de valores o cambio de reglas? El debate incómodo
El argumento del mal ejemplo
Cuando una deportista con la visibilidad de VanZant se pasa a un canal de contenido erótico o de alto voltaje, aflora enseguida el discurso del “mal ejemplo”. Se acusa al fenómeno de empujar a jóvenes atletas hacia una idea peligrosa: que la vía rápida al dinero consiste en erotizar la imagen y vender acceso. El reproche suele sumar otra capa moral, la del “decadimiento” de los valores del deporte: sacrificio, meritocracia, respeto, superación. Se sugiere que la ecuación se invierte: en lugar de entrenar más para ganar más, bastaría con exponerse más.
Ese argumento existe, es ruidoso y, en determinados sectores, cala. Señala riesgos reales: la presión por monetizar el cuerpo, la vulnerabilidad frente a la piratería y el acoso digital, el impacto psicológico de sostener una identidad pública permanentemente sexualizada. Y subraya el peligro de convertir la carrera deportiva en un decorado que sirve para alimentar otra actividad.
La respuesta desde la autonomía y el mercado
Hay otra mirada, menos moralizante y más pragmática: cada atleta es una empresa. Decide su producto, su posicionamiento y su relación con los clientes. Si el mercado paga con entusiasmo por proximidad y sensualidad, ¿por qué sería más “puro” cobrar por un combate que por un contenido? ¿Quién determina qué trabajo es “digno” y qué trabajo no, si ambos son legales y consentidos? La defensa de la autonomía, en este caso, recuerda que VanZant no abandonó el deporte por fracaso, sino por optimización: multiplicó ingresos, redujo riesgo físico y ganó control. De paso, expuso las costuras de un sistema de pago en el que, salvo excepciones, pocos ganan su verdadero valor mediático.
Ese contrapunto incluye un matiz incómodo pero necesario: el deporte de combate es violencia reglada que genera dinero precisamente por esa violencia. No es un taller. Tampoco una oficina. Quien lo practica asume un coste físico y una incertidumbre laboral que no tienen equivalencia en casi ningún otro sector del entretenimiento. Señalar que un canal de suscripción es “dinero fácil” quizá ignora este contraste. VanZant comparó riesgos y decidió. Es difícil discutir la lógica.
Doble rasero y exposición del cuerpo
En el caso de las deportistas, el debate se agrava por un doble rasero persistente. Se acepta que un luchador capitalice su figura en campañas de ropa interior o en sesiones fotográficas provocativas; se cuestiona con mayor dureza cuando lo hace una mujer. Se aplaude el emprendimiento en redes si es un vlog de entrenamiento o una marca de suplementos; se reprueba si la monetización pivota sobre la sensualidad. El punto no es negar los dilemas éticos, sino reconocer que la vara de medir ha sido —y sigue siendo— desigual.
VanZant, que siempre manejó bien el escaparate, eligió un camino que amplifica ese debate. Y lo hizo en un contexto en el que otras deportistas —desde boxeadoras a futbolistas— empiezan a explorar vías directas de ingreso en plataformas de pago. No todas optan por el contenido para adultos, ni es imprescindible: la suscripción admite mil formatos. Pero el morbo manda. Y con él, la polémica.
Lo que enseña el caso VanZant sobre la industria
Del contrato cerrado al porfolio de ingresos
El caso deja una lección de economía. Hace una década, una atleta de MMA dependía casi por completo del promotor y de la publicidad tradicional. Hoy, un porfolio bien trabajado combina pelea, patrocinios, seminarios, apariciones en televisión, suscripciones y venta directa de productos. VanZant se movió antes y mejor que otros, tal vez porque entendió antes que su fortaleza no era el récord puro, sino el engagement. No es un juicio de valor, es un diagnóstico de mercado: si tu nombre vende más que tu última actuación, planifica para que ese “más” te pertenezca.
Ese enfoque reduce la vulnerabilidad ante las lesiones, protege la liquidez y permite renegociar, si se desea, el regreso a carteleras en mejores términos. De hecho, el paso por BKFC —con combates puntuales, bien vendidos y acompañados de una narrativa de “reto personal”— encaja en esa lectura. Pelea, sí; pero en sus condiciones, sin depender de si una promotora decide si encajas o no en un plan anual.
La transparencia económica como detonante
La decisión de VanZant también encendió otra mecha: la conversación sobre salarios en deportes de combate. Desde su salida de la UFC, cada entrevista en la que comparaba ingresos multiplicó titulares y provocó respuestas airadas o evasivas. Cuando alguien con nombre y rostro afirma que gana en 24 horas lo que antes en toda su carrera, el foco se mueve de inmediato a la estructura de pago. ¿Cuánto vale realmente generar ruido mediático, vender camisetas, atraer audiencias? ¿Quién se queda esa porción del pastel? Son preguntas incómodas para cualquier promotor.
A la larga, esa transparencia —aunque sea interesada— empuja a las ligas a revisar incentivos. Mejores bolsas para quienes venden más, acuerdos de reparto más flexibles, bonus ligados a métricas verificables. Nada de esto cambia de un día para otro, pero el goteo de figuras que monetizan mejor fuera que dentro del circuito presiona.
El papel de los medios y la potencia del relato
Un último ángulo: la narrativa. VanZant transitó de peleadora a icono pop porque supo contar una historia atractiva sobre sí misma. El deporte ofrece la trama básica (entrenamiento, sacrificio, victoria o derrota); la cultura pop hace el resto (estilo, música, estética, cercanía). En la UFC aprendió el valor de una cámara y un titular. En la suscripción, los explotó. El resultado es una figura híbrida —atleta y creadora— que encaja con el paisaje mediático actual, donde cada protagonista posee su propio canal de distribución.
“No todo el dinero es bueno”: límites y matices de una elección
Reputación, privacidad y desgaste
Aceptar que la monetización del cuerpo puede ser la vía más rentable no disuelve riesgos. La piratería de contenidos, el acoso, la vigilancia intrusiva y el reproche moral permanente componen un ecosistema hostil que desgasta. No todo es “dinero por fotos”: hay horas de planificación, edición, atención a la comunidad y, sobre todo, una exposición emocional que pocos calculan. La calle pasa factura. Y el algoritmo nunca duerme. La presión por mantener el ritmo de publicaciones, por superar el último pico de ingresos, por no “bajar el listón” en un mercado hipercompetitivo, amenaza la salud mental de cualquiera.
En este mapa, “no todo el dinero es bueno” adquiere sentido concreto. No por santidad, sino por coste de oportunidad: un ingreso alto puede llevar asociado un precio en privacidad y tranquilidad que algunos no están dispuestos a pagar. VanZant, al menos por ahora, acepta ese intercambio. Lo hace con oficio y con resultados, aunque pague el peaje de ser un símbolo en debates que superan su caso.
El impacto sobre el vestuario y el ejemplo interno
La elección de una figura conocida repercute en el vestuario. Compañeras y compañeros observan, comparan, hacen números. Algunas ajustan su estrategia en redes; otras redoblan la apuesta por el rendimiento puro. Los entrenadores, los mánagers y los promotores toman nota. Se reordenan prioridades. Nadie es ajeno a un mercado cambiante donde la atención es el recurso más valioso. En ese sentido, VanZant funciona como un barómetro de hacia dónde respira parte de la industria: menos dependencia del promotor, más explotación directa de la audiencia.
¿Es un mal ejemplo? Depende de a qué se llame “ejemplo”. Si se plantea como desvío de la meritocracia deportiva, las objeciones son comprensibles. Si se define como una jugada de independencia económica en un entorno duro, la mirada cambia. El matiz no es menor.
Lo que hay detrás del titular: razones, consecuencias y horizonte
La razón de su salida de la UFC hacia OnlyFans fue económica y de control. Las consecuencias han sido claras: más ingresos, más autonomía, más ruido mediático y una conversación abierta —y a veces áspera— sobre valores, sexualidad, deporte y dinero. En medio, una trama que el mercado entiende demasiado bien: quienes poseen una comunidad capaz de pagar por cercanía suelen optar por el modelo que mejor monetiza esa cercanía. Si además reduce el daño físico y flexibiliza la agenda, pocos incentivos quedan para volver al punto de partida.
Para la industria, el caso VanZant actúa como espejo. Las promotoras ven cómo una parte del talento con tirón se fuga hacia modelos propios en los que la plataforma es la herramienta, no el empleador. Los atletas aprenden que antes de pelear conviene medir qué vendes realmente: técnica, sí; victoria, sí; pero también personaje, relato, acceso. Y los patrocinadores recalculan, con una pregunta incómoda sobre la mesa: ¿vale más una marca que lucha por títulos o una que garantiza audiencias encendidas a golpe de notificación?
El tiempo dirá si el camino de VanZant se convierte en norma para quienes ocupan el espacio intermedio entre la élite deportiva y la celebridad pura. De momento, su decisión revela un desplazamiento de poder hacia el creador que va más allá del MMA. Lo vemos en el fútbol femenino con jugadoras que explotan su imagen en redes, en el tenis con canales premium de entrenamiento, en el ciclismo con vlogs de temporada y patrocinios directos. Cada disciplina negocia su frontera entre rendimiento y espectáculo. En ese mapa, la elección de VanZant no es una excentricidad: es un síntoma.
Entre el octágono y la pantalla: balance de una decisión
Paige VanZant dejó de ser una peleadora a tiempo completo y pasó a ser una creadora-empresaria que pelea cuando le cuadra. Lo hizo porque la matemática es incontestable: donde la UFC —y en general el deporte de combate— le ofrecía ingresos condicionados por resultados y riesgo físico, la suscripción le ofreció liquidez recurrente, margen creativo y control de tiempos. Esa es la respuesta corta, sin adornos. La larga incorpora aristas: el debate moral, las dudas sobre el ejemplo que proyecta, el coste psicológico de exponer la intimidad, el doble rasero que pesa sobre las mujeres deportistas y, de fondo, la pregunta por la sostenibilidad del modelo de pago a los luchadores.
Su caso no niega el valor del deporte. Lo reubica. Para VanZant, el octágono ya no es el centro del negocio, sino una pieza de una marca que vive, sobre todo, en la relación digital con sus seguidores. Puede gustar más o menos, pero explica su decisión con claridad: allí donde el mercado paga mejor y la vida se deteriora menos, allí es donde se tiende a ir. Ese movimiento, con sus ganancias y sus sombras, perfila el futuro inmediato de muchas carreras en el deporte-espectáculo. Y obliga a los grandes promotores a preguntarse si el talento con audiencia propia seguirá aceptando contratos que no reconozcan el valor real de quienes, por carisma o por historia, mueven la aguja.
En suma, VanZant eligió el camino que mejor encajaba con su momento vital y con el ecosistema mediático de 2025: directo al fan, sin intermediarios, con caja mensual, con polémica incluida. Puede ser un espejo incómodo para quienes defienden un ideal romántico del deporte. Puede ser un recordatorio práctico de que el negocio —también en la pelea— ya no se juega solo dentro de la jaula. Donde haya audiencia, habrá ingresos. Y quienes sepan construirlos de forma sostenida, como ella, dictarán el ritmo de la conversación.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de medios españoles fiables y publicaciones concretas. Fuentes consultadas: 20minutos, Relevo, El Español, Diario AS.

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