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Historia

¿Quién es María Branyas y cómo llegó a los 117 años?

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maria branyas feliz en la playa

María Branyas, 117 años: biografía, hábitos mediterráneos y pistas científicas sobre su longevidad real. Un retrato útil y cercano para leer

María Branyas Morera, nacida en 1907 y fallecida en 2024, fue la persona más longeva del mundo durante año y medio y la española con mayor edad documentada. Hija de catalanes, vino al mundo en San Francisco y vivió prácticamente toda su vida en Cataluña, donde murió en Olot con 117 años. Fue una supercentenaria atípica por la lucidez, la ausencia de enfermedades graves asociadas a la vejez y la serenidad con la que atravesó el tiempo. El retrato público de su vida y los análisis realizados en torno a su caso dibujan una conclusión clara: la longevidad de María Branyas fue el resultado de una suma de factores que se reforzaron entre sí —biología, entorno, estilo de vida— y no de una fórmula milagrosa.

El secreto de María Branyas, si puede llamarse así, encaja con lo que hoy se entiende como envejecimiento saludable: inflamación crónica muy baja, un sistema inmunitario sorprendentemente funcional para su edad, metabolismo estable —sobre todo en la vía lipídica— y una microbiota intestinal que se mantuvo equilibrada durante décadas. A eso se añadieron hábitos sobrios: patrón mediterráneo coherente, raciones pequeñas, lácteos fermentados, calma en la rutina, paseos diarios, buena higiene del sueño y una red afectiva estable. Ningún extremo. Ninguna moda. Solo constancia y coherencia, que en su biografía adquieren un peso específico.

Una vida documentada que atraviesa tres siglos

Su historia personal no necesita adorno. María Branyas nació el 4 de marzo de 1907 en una familia catalana que había emigrado temporalmente a Estados Unidos; de niña regresó a España y creció entre ciudades catalanas. En la Guerra Civil, junto a su marido —médico—, trabajó en entornos sanitarios, una experiencia que la marcaría por su contacto temprano con el sufrimiento y la organización hospitalaria. Tuvo tres hijos, formó una familia amplia y llegó a conocer bisnietos y tataranietos. Desde el año 2000 residió en la residencia Santa Maria del Tura de Olot (Girona), donde pasó sus últimos años. En 2020 superó la infección por coronavirus con síntomas leves, una anécdota que entonces desconcertó por su edad. Cuando murió, en agosto de 2024, acumulaba una larga lista de efemérides vividas: dos guerras mundiales, la llegada del hombre a la Luna, la transición democrática, la digitalización, una pandemia. Su longevidad se certificó con rigor, algo imprescindible en estos récords.

Este hilo vital encaja con su carácter: orden y tranquilidad como brújula, humor seco, afectos cercanos, muy poco ruido emocional. No comulgaba con grandilocuencias. Prefería la rutina amable y el cuidado cotidiano. Una imagen sencilla la resume: una mesa con comida de toda la vida, un paseo corto pero diario, una siesta breve, lecturas, visitas que se espaciaban lo justo para no agotar, y una hora fija para dormir. Ese higienismo doméstico, tan mediterráneo y tan de otra época, quizá sea el dato más infravalorado de su biografía.

Claves probables de su longevidad: biología que envejece despacio

Resulta tentador buscar una causa única, pero en María el cuadro es sistémico. Varias piezas encajan con naturalidad y explican por qué una mujer alcanzó los 117 sin las patologías que suelen acompañar esas edades.

Genética protectora, sin determinismo

Los casos extremos de longevidad suelen compartir variantes genéticas que amortiguan riesgos muy prevalentes: cardiopatías, ciertos tumores, neurodegeneración o resistencia a la insulina. No hacen invulnerable a nadie, pero ponen el listón del daño más arriba. En su caso, todo indica que el perfil genético favoreció un corazón y un cerebro mejor protegidos, lo cual aumenta la probabilidad de llegar muy lejos con calidad. Importa subrayarlo: tener cartas buenas en la baraja no decide la partida, pero la hace más jugable. El secreto de María Branyas no fue “nacer con suerte” y ya; fue aprovechar esa ventaja genética con hábitos que no la boicotearon.

Inflamación baja y sistema inmune que aún responde

La inflamación de bajo grado —el inflammaging— es uno de los motores silenciosos del envejecimiento: deteriora el endotelio vascular, acelera la pérdida de masa muscular, desordena la comunicación hormonal y daña las sinapsis. En María, ese ruido de fondo se mantuvo inusualmente bajo para su edad. Lo demuestra su trayectoria clínica larga sin grandes sobresaltos y su manera de recuperarse de infecciones o baches de salud sin secuelas. Además, conservó un sistema inmune eficaz. No perfecto, pero lejos del colapso que a menudo aparece en mayores de 100 años. Menos inflamación equivale a menos desgaste, y menos desgaste se traduce en más margen para sumar años en condiciones aceptables.

Microbiota intestinal y alimentos fermentados

La microbiota es un actor principal. Con el paso del tiempo, suele empobrecerse y perder diversidad, lo que se asocia a mayor inflamación sistémica. María mantuvo durante décadas hábitos que alimentan a las bacterias “buenas”: verduras, legumbres, cereales integrales, fruta de temporada, aceite de oliva virgen extra, pescado frecuente y carnes en pequeñas cantidades. En su entorno se ha contado una costumbre muy concreta, casi doméstica: tres yogures al día. Tiene sentido desde la fisiología; los lácteos fermentados aportan bacterias vivas que, en personas con buen tolerancia a la lactosa, pueden contribuir a un ecosistema intestinal estable. No es un talismán —sin fibra y sin dieta real no hay milagro—, pero ayuda a explicar por qué su intestino sumaba en vez de restar.

Metabolismo afinado y órganos que resisten

La vía del colesterol, la gestión de triglicéridos, el control glucémico sin picos sostenidos, la salud hepática y renal… Todo ese engranaje metabólico parece haber funcionado con notable finura. No hay constancia de diabetes, ni de cáncer diagnosticado en vida, ni de demencia clínica. Eso no ocurre por casualidad a los 117. Se necesita una maquinaria interna que, pese a la edad, responda con cierta eficiencia. Incluso cuando los telómeros —los “capuchones” de los cromosomas— acortan inexorablemente, un organismo puede compensar ese desgaste si el resto de sistemas no colapsan al mismo tiempo.

Hábitos cotidianos que suman años sin hacer ruido

La biología explica una parte; la biografía hace el resto. En el día a día de María Branyas hubo una disciplina tranquila poco frecuente hoy. Comía raciones moderadas, sin obsesiones, con productos sencillos y próximos. El aceite de oliva como grasa principal, buen pan, potajes de legumbre, caldos, pescado azul cuando tocaba, fruta de temporada —no siempre, sino cuando había—. Rehuía los ultraprocesados por pura costumbre generacional. El azúcar, el justo; el alcohol, reservado a celebraciones. Nada de tabaco.

Se movía. A su ritmo, pero todos los días. La actividad era eminentemente funcional: pasear por el barrio, subir y bajar pequeñas pendientes, moverse en casa, participar en dinámicas sencillas de la residencia. Ese goteo diario de pasos previene la sarcopenia —la pérdida de músculo— y mantiene activo el sistema cardiovascular. Dormía bien, con horarios regulares y siesta corta. La higiene del sueño, tan maltratada, fue una de sus grandes aliadas silenciosas.

Hay otro ángulo que cuenta: el vínculo social. Su longevidad coincide con una red familiar amplia y con relaciones estables, sin grandes tormentas. También con un temperamento poco reactivo, que interpretaba los problemas con distancia y economía emocional. Envejece mejor quien reduce el estrés crónico y evita la soledad no deseada. Aquí, de nuevo, costumbres que parecen menores tienen un impacto real: llamadas periódicas, visitas sin agobio, conversaciones que aterrizan el día a día, pequeñas tareas con sentido. El cuidado mental no se improvisa a los 110; se construye durante décadas.

Lo que no es el secreto de María Branyas

Conviene desmontar malentendidos con claridad. El secreto de María Branyas no fue un suplemento, ni una pauta “biohacker”, ni una terapia de moda. No hay rastro de dietas extremas, ayunos arriesgados, megadosis de vitaminas, hormonas “rejuvenecedoras” ni protocolos sin evidencia. La longevidad no nace de atajos caros. Nace de hábitos sostenidos y, en su caso, de una genética amable. Cualquier intento de condensar su vida en una pastilla o en un remedio puntual falta a la verdad y roza el oportunismo.

Tampoco fue una historia de “resiliencia heroica” entendida como autosuperación constante. Hubo rutina y hubo cautela. El estilo de vida que practicó podría parecer austero, incluso poco atractivo en tiempos de promesas rápidas. Sin embargo, los datos poblacionales van en esa dirección: menos sedentarismo, menos ultraprocesados, sueño ordenado, vínculos sólidos. No vende titulares rimbombantes, pero funciona. Y si se observa su caso desde la salud pública, el mensaje es inequívoco: interven-ciones baratas, resultados grandes.

No faltará quien reduzca su trayectoria a la suerte. Sería ingenuo negar del todo el azar; cuenta, y mucho. Pero no explica por sí solo 117 años con tan poca morbilidad. El azar abre una puerta; el estilo de vida decide si se cruza y cuántas veces se vuelve a abrir.

España, territorio propicio: cultura alimentaria, clima y sanidad

La longevidad de María Branyas también se entiende mirándola desde el contexto español. España figura desde hace años entre los países con mayor esperanza de vida y menor mortalidad prematura por causas evitables. El patrón mediterráneo —rico en fibra, fitoquímicos y grasas monoinsaturadas— no es una marca gastronómica, sino un modelo de salud comprobado. A eso se suma una atención primaria que, con sus tensiones, sigue siendo un pilar fuerte en prevención cardiovascular y cribados oncológicos, y un clima que permite actividad al aire libre gran parte del año.

El entorno también importa cuando llega la gran vejez. Residencias medianas, con personal estable y arraigo local, favorecen lo que la ciencia llama entornos enriquecidos. No hace falta un catálogo infinito de servicios; bastan rutinas personalizadas, actividades significativas y una alimentación de cocina real. En Olot, donde vivió sus últimos años, esa combinación de escala humana y horizonte natural suma. Y se nota: personas muy mayores que aún encuentran aliciente en abrir la ventana para mirar al Montsacopa, oler la lluvia, charlar de lo que pasa en la plaza. Pequeñas anclas que estabilizan.

La parte cultural cuenta. En amplias zonas del país, la vejez no se vive como retirada sino como fase activa con independencia ajustada, tareas domésticas asequibles, relevos generacionales discretos y un papel social que no se diluye. Ese estatus cotidiano —no grandilocuente— reduce la sensación de irrelevancia y protege la salud mental. En un caso extremo como el de María, cada gramo de estabilidad suma años de vida funcional.

Qué puede aplicarse sin convertir un caso en dogma

Generalizar a partir de una sola persona es un error metodológico; usarla como farol para señalar rutas razonables, no. A partir de lo que se conoce del caso Branyas —biografía, hábitos, datos clínicos y análisis posteriores—, emergen varias líneas de acción útiles y prudentes.

Primero, blindar el músculo. La sarcopenia es uno de los grandes aceleradores del deterioro. Minimizarla exige actividad diaria —no hace falta gimnasio— y proteína suficiente repartida a lo largo del día. En patrones mediterráneos, aparece en legumbres, pescado, huevos, lácteos. El objetivo no son récords atléticos, sino sostener la autonomía funcional: andar con soltura, levantarse sin ayuda, mantener buen equilibrio.

Segundo, cuidar el intestino. La fibra es el combustible de la microbiota; sin fibra no hay ecosistema que aguante. Verduras, hortalizas, legumbres y fruta diaria deberían ser el marco. Los fermentados —yogur natural, kéfir— encajan bien, siempre que sienten bien. El caso de los “tres yogures” ilustra una idea mayor: la regularidad en los hábitos pesa más que los arrebatos puntuales. Un intestino que funciona reduce la inflamación y estabiliza el metabolismo.

Tercero, un sueño ordenado. Acostarse y levantarse a horas parecidas favorece ritmos circadianos robustos, que a su vez impactan en glucosa, apetito, ánimo y memoria. Quien ha trabajado en geriatría lo sabe: dormir bien es una póliza de salud a largo plazo. María fue disciplinada con esto.

Cuarto, menos ruido. Menos ultraprocesados, menos azúcares libres, menos alcohol. Más cocina real. No hay virtudes mágicas en una ensalada de tomate; lo que la vuelve poderosa es comerla siempre y no solo después de una mala analítica. Este hilo de constancia aparece en cada esquina de su biografía.

Quinto, red social y propósito. No se trata de grandes causas; bastan los compromisos pequeños que sostienen el día: una conversación, una tarea sencilla, una lectura que acompaña. María, incluso en la residencia, mantuvo un mapa social activo en el que encajaban familia y amistades. La soledad amplifica la inflamación y erosiona el ánimo; combatirla es medicina preventiva.

Y un recordatorio que evita tropiezos: el secreto de María Branyas no cabe en una cápsula ni en un protocolo de moda. La tentación de imitar una anécdota aislada —“comer X”, “tomar Y”— suele acabar en decepción. Lo que sí puede imitarse es la coherencia de conjunto: comer de forma sencilla y predecible, moverse cada día, dormir a horas similares, cuidar los vínculos, huir de los excesos y del estrés sostenido. No hay glamour, pero hay resultados.

Investigación con sentido: qué aporta estudiar a una supercentenaria

Los casos extremos guían a la ciencia no porque establezcan reglas universales, sino porque señalan límites. Estudiar a una persona que llega a los 117 con una salud relativamente conservada permite identificar rutas biológicas de protección. En María, el foco ha apuntado a varias dianas: inmunosenescencia retrasada, inflamación controlada, microbiota estable, metabolismo lipídico eficiente y edad epigenética inferior a la cronológica. Cada una abre preguntas para la medicina de precisión que viene: cómo modular la inflamación con intervenciones dietéticas y de estilo de vida, cómo rejuvenecer un ecosistema intestinal deteriorado, cómo proteger cerebro y corazón con estrategias no farmacológicas basadas en estilos de vida, cuándo usar herramientas diagnósticas que capten edad biológica real y no solo años cumplidos.

Mirar estos casos con lupa tiene valor clínico y social. Clínico, porque ayuda a separar marcadores causales de simples correlaciones. Social, porque orienta políticas públicas que no requieren inversiones desorbitadas: ciudades caminables, comedores colectivos con patrón mediterráneo auténtico, apoyo a cuidadores, educación alimentaria desde la infancia y promoción del sueño como pilar sanitario. La vida de María, llevada a la escala de país, invita a destinar recursos a lo barato y eficaz.

Por supuesto, la cautela es imprescindible. Una sola persona no valida una intervención. Pero cuando la biografía de una supercentenaria encaja con décadas de evidencia sobre dieta, actividad y sueño, lo razonable es alinear prioridades. No es tanto crear una receta, como establecer un marco que no se contradiga: reducir inflamación, estabilizar metabolismo, preservar músculo, proteger cerebro y cultivar entramado social. El resto —píldoras, gadgets, terapias rutilantes— puede esperar.

Una longevidad con método, no con misterio

Al final, el caso de María Branyas revela algo más terrenal que mágico. La longevidad de María Branyas surgió de una biología propicia —genética y órganos que resistieron— combinada con rutinas sensatas y un entorno que no empujó en contra. Ni dogmas ni promesas ruidosas. Orden, tranquilidad, comida real, movimiento diario, sueño puntual, afectos cerca. Y, probablemente, una microbiota que acompañó, un sistema inmune que nunca se rindió del todo y un metabolismo que evitó los grandes desajustes.

Vivió en sintonía con su tiempo y a contratiempo de las prisas, ganó la batalla de los días sin grandes proclamas y, cuando tocó, se despidió mientras dormía. No dejó una receta, dejó un método: hacer sencillo lo importante y sostenerlo durante muchos años. Eso, más que un secreto, es una forma de entender la vida que —a la vista está— alarga la vida.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: RTVE, Europa Press, ABC, 20minutos, Onda Cero.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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