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La manzanilla es buena para la diarrea: qué dice la medicina

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la manzanilla es buena para la diarrea

Manzanilla y diarrea: alivio suave y seguro con pautas de rehidratación, dosis útiles y señales de alarma para actuar con criterio sin mitos.

La infusión de manzanilla puede ayudar en un cuadro leve de diarrea, sobre todo cuando aparecen retortijones y malestar abdominal. Sí, la manzanilla es buena para la diarrea como apoyo puntual en casa: alivia el espasmo del intestino, facilita beber líquido templado y mejora la tolerancia de un episodio que, por regla general, se resuelve solo. No “corta” la diarrea por sí misma ni sustituye a lo esencial: rehidratación con sales y glucosa para evitar la deshidratación, realimentación progresiva y vigilancia de señales de alarma. Si surge fiebre alta, sangre en las heces, dolor intenso, vómitos continuos o signos de deshidratación (sed marcada, boca muy seca, poca orina, mareo), se impone una valoración médica sin demoras.

Dicho de forma directa: como remedio casero razonable, el té de manzanilla para la diarrea aporta confort y un efecto antiespasmódico suave que reduce los retortijones y la urgencia de ir al baño. En niños, la mezcla de manzanilla con pectina de manzana ha demostrado acortar la evolución en ensayos clínicos, siempre como complemento del suero de rehidratación oral. En adultos, la evidencia específica es más limitada, pero las agencias europeas reconocen el uso tradicional de la flor de manzanilla para molestias digestivas leves y espasmos. Ese es su terreno natural: apoyo, no tratamiento principal. Lo que cambia el pronóstico sigue siendo beber bien y a tiempo, con solución de sales correcta.

Qué es realmente la manzanilla y por qué se utiliza en el intestino

Conviene precisar de qué planta hablamos. La “manzanilla” de las infusiones habituales es, sobre todo, Matricaria recutita (también llamada M. chamomilla), conocida como manzanilla alemana o común. Existe también la Chamaemelum nobile, la manzanilla romana. Comparten un perfil aromático familiar y una tradición de uso digestivo en Europa, con diferencias en su composición química, especialmente en el aceite esencial. El protagonismo recae en flavonoides como la apigenina y en componentes como el α-bisabolol, a los que se atribuye actividad antiespasmódica y antiinflamatoria.

El razonamiento fisiológico encaja bien con lo que se siente en una gastroenteritis leve. El músculo liso del tubo digestivo —el que ejecuta los “retortijones”— puede hiperactivarse ante una inflamación o irritación. La infusión de manzanilla, al relajar de forma suave este músculo, reduce la sensación de cólico y la urgencia que acompaña a muchas deposiciones líquidas. No borra la causa de la diarrea, pero modula el síntoma que más molesta en las primeras horas. Y suma una palanca simple: es líquido templado y agradable que invita a beber despacio, justo lo que se necesita para sostener la hidratación.

En Europa, la flor de Matricaria recutita cuenta con monografías oficiales que avalan su uso tradicional para molestias gastrointestinales leves, distensión por gases y espasmos. Ese reconocimiento no se concede a la ligera: exige una trayectoria de seguridad y resultados coherentes a lo largo del tiempo. No es una “licencia de curar”, pero sí un marco formal que sitúa a la manzanilla en el arsenal de coadyuvantes fiables cuando el cuadro es leve y no hay señales de alarma.

Qué puede aportar en una diarrea sin complicaciones

La manzanilla es buena para la diarrea cuando lo que domina es el espasmo y el malestar difuso del vientre. En estas situaciones, la taza caliente calma, ayuda a tolerar mejor el resto de medidas —rehidratación oral, dieta blanda inicial— y puede disminuir la percepción de urgencia. En niños, los datos más sólidos proceden de combinaciones de manzanilla con pectina de manzana: el gel de la pectina “da cuerpo” a las heces al atrapar agua y toxinas, mientras la manzanilla reduce el espasmo. En adultos, sin esa mezcla, el efecto esperado es sintomático, con un beneficio discreto pero valioso en términos de comodidad.

El papel exacto de la manzanilla, por tanto, se entiende mejor como pieza de un plan. Beber suero oral fría o templada cada pocos minutos es el pilar; alternar con manzanilla ayuda a mantener la ingesta líquida y, a la vez, alivia el retortijón. También evita el error habitual de hidratarse con refrescos, zumos muy azucarados o bebidas con gas que pueden empeorar la diarrea osmótica. La infusión, en cambio, no irrita y encaja con la pauta de pequeños sorbos frecuentes.

Dolor y espasmos: el terreno de juego

Donde la camomila (otra forma común de referirse a la manzanilla) muestra su mejor versión es en el cólico intestinal. El intestino en plena diarrea incrementa su peristaltismo y esa hiperactividad resulta dolorosa. Al reducir la contractilidad del músculo liso, la infusión disminuye los retortijones y da tregua entre deposiciones. En cuadros de colon irritable con predominio de urgencia y diarrea funcional, esa misma propiedad puede ser útil para mitigar picos de malestar, siempre como complemento a las medidas dietéticas y farmacológicas pautadas para el síndrome.

Cuando se trata de gastroenteritis vírica típica —la de 24–72 horas de duración—, esa sensación de calma digestiva es, a menudo, la diferencia entre lograr beber lo suficiente y no conseguirlo. La taza templada, tomada sin prisas, facilita la rehidratación continuada, clave absoluta del manejo.

Cómo tomarla bien: dosis, preparación y formatos

La preparación clásica funciona. La referencia más extendida sitúa 2–3 gramos de flores secas por taza de 150–200 mililitros, infundidas en agua recién hervida durante 5–10 minutos con el recipiente tapado para no perder compuestos volátiles. El resultado es una infusión aromática, de sabor ligeramente amargo. Se puede tomar tres o cuatro veces al día si se tolera. Si la amargura incomoda, una pizca de miel puede suavizar el perfil, siempre sin abusar de azúcares libres.

Las bolsitas comerciales suelen acercarse a esa dosis, aunque la calidad varía. La intensidad del aroma suele delatarlo: una manzanilla “pobre”, que huele a paja y sabe a poco, probablemente aporta menos principios activos. Cuando se compra a granel, conviene preferir proveedores con controles y evitar mezclas muy viejas. En el ámbito doméstico, un gesto simple marca la diferencia: taparla al infusionar para retener los aceites esenciales.

Existen otras presentaciones —extractos líquidos, tinturas, cápsulas estandarizadas— con dosis definidas por el fabricante. Si se elige una forma distinta a la infusión tradicional, lo razonable es respetar el prospecto y comunicarlo en la próxima consulta si se toman fármacos de uso crónico. Las presentaciones concentradas pueden tener interacciones que la infusión, por su menor carga, apenas plantea.

En paralelo, lo determinante es lo que ocurre fuera de la taza. La reposición de líquidos debe apoyarse en soluciones de rehidratación oral (SRO), que combinan sodio, potasio, cloro y glucosa en proporciones que favorecen la absorción de agua en el intestino. En adultos, es lógico plantear pequeños sorbos continuados con el objetivo de mantener una orina clara y regular; en niños, las pautas habituales establecen cantidades por kilo de peso y recomiendan reforzar con volúmenes tras cada deposición o vómito. La manzanilla acompaña, no desplaza, a las SRO. Y conviene insistir: agua sola puede no ser suficiente para corregir pérdidas intensas; los zumos concentrados o refrescos, peor idea.

La alimentación se retoma pronto. El viejo dogma de “ayuno hasta que se corte” ha quedado atrás. Funciona mejor volver a comer poco a poco con alimentos habituales poco grasos y nada picantes. Arroz, patata cocida, zanahoria, pan blanco, yogur natural si sienta bien, compota de manzana con poca azúcar. La pectina de la manzana ayuda a dar consistencia a las heces; no hace falta convertir la dieta en un monográfico de manzana, pero incluirla es sensato.

Seguridad y precauciones que importan de verdad

El perfil de seguridad de la manzanilla es favorable. Aun así, hay casos en los que conviene pensar dos veces. Si existe alergia conocida a compuestas (ambrosía, crisantemos, margaritas), puede haber reactividad cruzada; la prudencia indica evitarla. En embarazo y lactancia, la infusión tradicional en cantidades moderadas no suele plantear problemas, pero no se recomiendan preparados concentrados sin consejo profesional por la falta de datos robustos. En bebés, no se aconseja ofrecer infusiones fuera de las recomendaciones pediátricas y, desde luego, no como sustituto de una SRO.

Las interacciones merecen un capítulo breve y claro. Se han descrito interacciones con anticoagulantes como la warfarina, potencialmente relevantes en dosis altas o con extractos. También se sospechan interacciones con sedantes y con fármacos metabolizados por ciertas vías del hígado. Quien toma anticoagulantes, antiagregantes o benzodiacepinas debería informar a su médico si consume preparados concentrados de manzanilla de forma regular. En el contexto de una gastroenteritis de dos días, una taza de infusión no suele tener trascendencia clínica, pero conviene no trivializar los extractos líquidos y cápsulas.

Otro aspecto de seguridad tiene que ver con la higiene del preparado. La manzanilla no debe infusionarse con aguas potencialmente contaminadas ni mantenerse horas a temperatura ambiente sin tapa. En un episodio de diarrea, la microbiota está alterada y conviene no añadir más riesgos. Preparar la taza en el momento y consumirla templada, sin reutilizar restos, es lo correcto. Por razones similares, conviene evitar bebidas alcohólicas y limitar la cafeína alta, que pueden irritar la mucosa y empeorar la pérdida de líquidos.

La manzanilla, por último, no debe retrasar una consulta necesaria. Si hay sangre en las heces, fiebre por encima de 38,5 °C, dolor abdominal que no cede ni entre deposiciones, vómitos persistentes que impiden beber o signos de deshidratación evidentes, la prioridad es la atención sanitaria. En personas mayores, en pacientes con enfermedades crónicas o con tratamientos complejos, el umbral para consultar es más bajo. Aquí la camomila no estorba, pero no resuelve.

Acciones que sí cambian la evolución de una diarrea

En el manejo práctico, la jerarquía es clara. Primero, rehidratar. Las soluciones de rehidratación oral —caseras o comerciales— son el estándar. El truco está en fraccionar: sorbos frecuentes, pausas si aparecen náuseas, reiniciar a los pocos minutos. El objetivo visible es orinar con normalidad y notar la boca húmeda. Segundo, realimentar. No se trata de comer “desabrido” durante una semana, sino de volver pronto a la dieta habitual con prudencia, evitando grasas, picantes y exceso de fibra insoluble en los primeros compases. Tercero, vigilar. Si la evolución no mejora en 48–72 horas o si los datos se agravan, toca consulta.

En cuanto a medicamentos, conviene precisión. Loperamida reduce el número de deposiciones al frenar el tránsito intestinal, útil en adultos sin fiebre ni sangre en heces cuando la diarrea es muy molesta y no hay sospecha de infección invasiva. Racecadotrilo actúa como antisecretor intestinal y puede disminuir la pérdida de agua en heces. Su empleo se valora caso a caso, con lectura del prospecto y atención a contraindicaciones. Antibióticos, rara vez. No son útiles en la inmensa mayoría de gastroenteritis agudas y, mal empleados, prolongan el cuadro o añaden complicaciones. Si hay factores de riesgo, viajes recientes o clínica llamativa, el criterio médico decide.

¿Y los probióticos? Los fermentos lácticos presentes en algunos yogures o suplementos pueden ayudar, según cepas y dosis, a acortar levemente la duración de episodios virales. No son mágicos ni intercambiables, y no desplazan la rehidratación oral, pero forman parte del mapa de opciones, especialmente cuando la diarrea aparece tras un ciclo de antibióticos. La manzanilla encaja aquí como coadyuvante: favorece la ingesta de líquido, alivia espasmos y no interfiere con estas medidas.

En niños, además de las pautas por kilo para SRO, es útil recordar que la lactancia materna no debe suspenderse. Leche y comidas se reintroducen pronto según tolerancia, y la mezcla de manzanilla con pectina puede considerarse como apoyo si el pediatra lo valora oportuno. En ningún caso se usan bebidas deportivas adultas como sustituto de sueros; la composición no es la adecuada. Y un recordatorio práctico: un niño que no orina en varias horas, que está decaído o que vomita todo lo que bebe necesita ser revisado.

En adultos mayores y pacientes con patologías crónicas, una diarrea puede descompensar cuadros previos, elevar el riesgo de hipotensión o interaccionar con tratamientos de base. Mantener una línea de hidratación constante, revisar la toma de diuréticos si está pautado y pedir ayuda si la evolución no es favorable en 24–48 horas es prudente. En estos grupos, la manzanilla es un aliado amable, pero la brújula sigue marcando rehidratación y control clínico.

Un apunte final sobre el mito del BRAT (plátano, arroz, puré de manzana y tostadas) entendido como dieta exclusiva durante días. Las recomendaciones actuales privilegian la vuelta paulatina a la alimentación normal, con alimentos bien tolerados, mientras se mantiene el suero oral. El plátano y la compota de manzana —por su pectina— pueden formar parte de esa transición, igual que el arroz o la patata cocida, pero no existe obligación de restringirse a ese menú ni de prolongarlo más allá de la fase aguda. En esta fotografía, la camomila aporta confort y sensación de control sin cargar de azúcar ni de gas el estómago.

Una taza sensata en un plan completo

Lo esencial ya ha aparecido entre líneas y, a estas alturas, se puede ordenar sin rodeos. La manzanilla es buena para la diarrea leve porque reduce el espasmo, acompaña la hidratación y mejora la tolerancia de un episodio que, por regla general, dura poco. No compite con el suero oral, lo acompaña.

En niños, la combinación con pectina ha mostrado beneficio clínico, siempre bajo paraguas pediátrico. En adultos, la evidencia directa de acortar la diarrea con infusión sola es limitada, pero su perfil de seguridad y su uso tradicional la respaldan como coadyuvante.

Lo que sí cambia la evolución, una y otra vez, es rehidratar con sales y glucosa, volver a comer sin miedo cuando apetece y detectar a tiempo las señales de alarma. La taza de manzanilla —bien hecha, sin exageraciones, con criterio— encaja en ese plan como un gesto sencillo que suma. Y cuando el abdomen da tregua y el suero cumple su papel, el episodio se va como vino: sin dramatismo, con calma, con la sensación de que lo importante se hizo a tiempo.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Asociación Española de Pediatría, Ministerio de Sanidad, Portalfarma, Murciasalud.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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