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Cultura y sociedad

¿Cómo pretende Irán reconstruir su programa nuclear?

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Irán anuncia que reconstruirá sus plantas nucleares dañadas con mayor capacidad tras junio, bajo lupa del OIEA y en pleno pulso diplomático.

Irán ha puesto una fecha implícita a su retorno nuclear: reconstruir lo destruido en la guerra de 12 días de junio y hacerlo “con mayor capacidad”. Lo ha dicho en público el presidente Masud Pezeshkian ante los altos responsables del sector atómico. El plan arranca con una idea fuerza —el conocimiento no se bombardea— y se traduce en tres líneas de trabajo: volver a levantar edificios e infraestructuras críticas, rearmar la cadena de centrifugadoras avanzadas y reordenar el perímetro de seguridad en torno a los complejos más sensibles. En paralelo, el Gobierno insiste en su tesis: programa civil, no militar, amparado en la fatua del líder supremo, Ali Jameneí, que declara prohibidas las armas atómicas.

El relato oficial llega con números y cicatrices. Israel atacó primero el 13 de junio; el 22, Estados Unidos bombardeó tres instalaciones nucleares. Teherán responde ahora con una promesa que busca calmar a los suyos y enviar un mensaje al exterior: la infraestructura se repone, el talento se queda. En esa hoja de ruta, el margen de maniobra depende de dos imponderables: el acceso que recupere el OIEA para verificar la contabilidad nuclear y la gestión del material enriquecido al 60 % que las autoridades iraníes aseguran que quedó bajo los escombros. El resto —plazos, ritmos, volumen— será mecánica, ingeniería y política.

Reconstrucción con más capacidad: hoja de ruta inmediata

El primer tramo es físico. La prioridad es restablecer edificios, galerías, subestaciones eléctricas, líneas de alta tensión y sistemas de ventilación. En bombardeos de alta precisión, los cuellos de botella acostumbran a estar en la energía, las salas de control y los nudos de acceso. De ahí que en Teherán hablen de reforzar redundancias: centros de transformación duplicados, líneas soterradas, generadores de respaldo y anillos de seguridad con mayor resistencia a impactos. No es cosmética. Sin un flujo eléctrico estable, el enriquecimiento se resiente, la instrumentación falla y una cascada de centrifugadoras puede entrar en inestabilidad.

El segundo tramo es tecnológico. Irán tendrá que volver a montar y calibrar centrifugadoras IR-2m, IR-4 e IR-6, recuperar la producción de rotores de fibra de carbono, realinear bombas de vacío, compresores y sistemas de control, y certificar que las cascadas cumplen parámetros de presión y vibración. Son máquinas que giran a velocidades extremas; una microfuga o una vibración fuera de tolerancia se paga con pérdidas de eficiencia. La promesa de “mayor capacidad” sugiere dos movimientos: aumentar el número de unidades en paralelo y elevar el rendimiento de cada línea. Ese salto requiere utillaje de precisión, técnicos con experiencia y una cadena de suministro que, bajo sanciones, se vuelve una operación logística delicada.

Tercer tramo: blindaje y dispersión. Las últimas semanas han mostrado la vulnerabilidad de instalaciones conocidas y cartografiadas. El manual que circula entre ingenieros y estrategas en Teherán habla de profundizar túneles, mejorar puertas blindadas, endurecer cubiertas y distribuir equipos en módulos. La intención declarada es doble: reducir la superficie de ataque y acortar tiempos de recuperación si hay nuevos daños. Es un equilibrio complicado; cavar más hondo encarece y ralentiza, dispersar duplica equipos y procesos. Pero es el precio de un programa que pretende seguir en pie en un entorno de alta presión.

Qué se dañó en junio y cómo se repone

La ofensiva abrió cráteres, cortó suministros y dejó salas de control inutilizadas. Los impactos más disruptivos, según coinciden analistas de imágenes y fuentes locales, afectaron a infraestructura eléctrica, accesos y edificios auxiliares. Golpear una planta nuclear no es solo demoler un edificio; es romper la cadena que mantiene el enriquecimiento: electricidad estable, sistemas de vacío, instrumentación, logística interna y rutas de mantenimiento. Un corte en cualquiera de esos puntos derrama efectos al resto. El resultado fue una red desarticulada en varios nodos, con personal evacuado, inventarios por verificar y equipos críticos fuera de tolerancia.

El cálculo de tiempos es menos fotogénico que un cráter, pero más relevante. Restituir subestaciones y cuadros eléctricos, tender cableado y reprogramar SCADA puede tardar semanas si hay piezas a mano; meses si hay que importar componentes bajo restricciones. Volver a montar cascadas de IR-6 a niveles previos al conflicto exige rotación de técnicos veteranos y pruebas repetidas. No es ciencia ficción para un país con décadas de experiencia, pero sí un trabajo de orfebrería industrial. La aceleración que promete el Gobierno depende de cuánta maquinaria de precisión se salvó o se movió a tiempo, y de cuánta quedó inservible.

La otra pregunta, más delicada, es qué se hizo con el inventario antes y durante los ataques. Irán sostiene que parte del uranio enriquecido al 60 % quedó enterrado bajo estructuras bombardeadas y que está contabilizado. Si ese material es recuperable y vuelve a estar bajo control, los plazos de reactivación se acortan; si se pierde una fracción significativa, se impone volver a producir. Concentrar existencias en pocos puntos las vuelve más vulnerables; dispersarlas aumenta la seguridad, pero complica la trazabilidad que exigen los inspectores. Ese es el rompecabezas que se juega en los sótanos, no en los discursos.

Uranio al 60 %, existencias y tiempos de ruptura

El número que sobrevuela todas las conversaciones es 400 kilos de uranio enriquecido al 60 %. Ese nivel está a un paso técnico del 90 % necesario para uso militar, aunque pasar de un grado a otro no es trivial: exige reconfigurar cascadas, afinar ritmos de alimentación del UF6 y sostener el proceso con estabilidad. Aun así, la presencia de material al 60 % reduce en teoría el “tiempo de ruptura”, el lapso necesario para purificar hasta grado de armamento. Aquí la ingeniería se cruza con la política. Si Irán quiere convencer de que su programa es civil, lo verosímil es fijar límites verificables a ese stock y permitir contabilidad y cámaras que despejen dudas.

En términos técnicos, la remontada pasa por reinstalar cascadas eficientes, minimizar fugas, asegurar vacío estable y controlar vibraciones. Hay otro parámetro menos visible: la pureza del gas de alimentación, porque impurezas o humedad afectan a la eficiencia. La calidad de los rotores de fibra de carbono también es crítica: cualquier defecto de fabricación multiplica el riesgo de avería. Lo que se juega, por tanto, no es solo cantidad, sino calidad y estabilidad del proceso. La promesa de “más capacidad” suena a ampliar número de unidades y a mejorar coeficientes de separación. Para lograrlo, hace falta tiempo en banco de pruebas, piezas de repuesto y trazabilidad sobre cada componente clave.

El contexto internacional no ayuda. Sanciones financieras, restricciones a la importación de materiales compuestos, válvulas criogénicas o sistemas de control alargan plazos y encarecen cada solución. Teherán conoce el camino: talleres propios, diseños domésticos y una red de proveedores que mezcla industria nacional, intermediarios y rutas grises. La cuestión es si ese modelo, bajo presión y con inspecciones pendientes, permite volver a los niveles previos al conflicto sin encender alarmas adicionales.

Religión, ley y política: la línea roja que invoca Irán

Pezeshkian y su gabinete han repetido una idea central: la fatua de Jameneí prohíbe las armas nucleares. El liderazgo iraní la presenta como barrera ética —no fabricar, no poseer, no usar— y como pilar de su narrativa ante el exterior: programa civil con fines médicos, energéticos e industriales. En el interior, ese discurso ordena lealtades y da coherencia a una estrategia de resistencia. En el exterior, convive con el escepticismo de países que piden hechos verificables más que declaraciones.

Hay un marco jurídico que nadie puede ignorar: el Tratado de No Proliferación (TNP) y las salvaguardias del OIEA. Sin un acceso sostenido de inspectores, sellos, cámaras y balances de material, la confianza se evapora y el precio diplomático sube. Irán sabe que abrir la puerta al OIEA alivia presión y facilita oxígeno económico, pero también que toda inspección implica un nivel de transparencia que se percibe como riesgo estratégico en un entorno hostil. Esa tensión es estructural y explica por qué cada gesto —una visita, una cámara reactivada, una aclaración de inventarios— tiene lectura política inmediata.

Negociación posible: qué quieren y qué ofrecen

En el tablero diplomático hay una frase que resume posiciones: Irán está dispuesto a negociar para despejar dudas sobre la naturaleza de su programa, pero no directamente con Estados Unidos y sin tocar su programa de misiles. Lo ha explicitado el ministro de Exteriores, Abás Araqchí, que coloca una línea roja más: no aceptar “cero enriquecimiento”. Traducido: Teherán acepta discutir límites, garantías y verificación, pero no entregar la herramienta que considera soberana. Para abrir ese canal, Omán sigue siendo el mediador preferido. Ya lo fue en rondas previas; lo vuelve a ser ahora, con ida y vuelta de mensajes discretos.

Washington, por su parte, quiere garantías duras: límites cuantitativos al enriquecimiento, inspecciones intrusivas, acceso a instalaciones y freno a vectores que aumenten la preocupación regional. Israel presiona para que el resultado deje muy atrás la capacidad de Irán de producir material sensible. Europa, con su propia agenda energética y de seguridad, busca estabilidad y previsibilidad. Sobre ese triángulo se dibuja el intercambio de siempre: alivio sancionador a cambio de límites verificables. La diferencia respecto a otros momentos es que el cruce de ataques de junio ha erosionado la confianza, y los incentivos ahora son más tácticos que estratégicos.

En Teherán se repite otro mensaje: lo que no se consiguió con la guerra, no se logrará con presión política. No es una bravuconada gratuita; es la forma de cerrar filas internas y de decir a los mediadores que el margen existe, pero no bajo imposiciones públicas. Dentro de esa ventana, el espacio para acuerdos parciales —congelar niveles de enriquecimiento, ampliar acceso del OIEA, liberar fondos y petróleo— vuelve a la mesa. Si algo enseñó el gran acuerdo de 2015 es que la verificación crea tiempo. Si algo enseñó su ruptura es que el tiempo, sin verificación, se vuelve sospecha.

Efectos colaterales: economía, energía y seguridad regional

Reconstruir no es barato, y las cuentas públicas de Irán están tensionadas. Las sanciones frenan inversión, encarecen repuestos y condicionan el ritmo de obras. Una vía de oxígeno, mientras no cambien las reglas, es vender más crudo en Asia y estirar la red de aliados políticos y comerciales. El precio del petróleo, sensible a cualquier sobresalto en Ormuz, añade volatilidad. A Europa le importa: menos oferta o más riesgo elevan las primas y alteran balances energéticos.

En seguridad, la arquitectura regional ha entrado en otra fase. Israel demostró que puede golpear instalaciones críticas y que su defensa puede encajar —con costes— un aluvión de misiles y drones. Irán respondió para reafirmar capacidad, no para prolongar una guerra abierta. Los países del Golfo miden ahora distancias y alianzas con calculadora en mano: nadie quiere un espiral que dañe comercio, turismo y flujos financieros. Desde Beirut a Bagdad, actores interpuestos interpretan los acontecimientos y ajustan sus líneas rojas.

En lo doméstico, la reconstrucción tiene un componente psicológico. Mostrar trabajos en marcha, técnicos entrando, luces encendidas, ayuda a recomponer moral tras un choque que dejó más de mil muertos en Irán, según recuentos oficiales, y alrededor de una treintena de fallecidos en Israel por los ataques de represalia. Esas cifras, más allá de su uso político, ponen el foco en el coste humano que subyace a una disputa tecnológica y estratégica.

Verificación pendiente: el papel del OIEA en la salida

Casi todo lo que importa pasa por una palabra: verificación. El OIEA necesita acceso regular, cámaras activas y balances de material que cierren cada línea de una contabilidad compleja: cuánto uranio enriquecido hay, qué grado tiene, dónde está. Sin ese esqueleto, las dudas se multiplican y el espacio de negociación se reduce a declaraciones. Irán, que reivindica su derecho al átomo civil, tiene en el retorno de inspectores un instrumento para ganar tiempo y alivio. Washington y las capitales europeas, que piden garantías, solo ceden si hay métricas verificables.

La verificación no es un trámite. Activar cámaras, acordar protocolos de acceso, definir qué se puede inspeccionar y cuándo, elegir el nivel de intrusión, exige meses de trabajo técnico y confianza mínima. Si llega ese marco, el programa iraní podrá operar en un corredor más seguro, con ritmo industrial y menos sobresaltos financieros. Si no llega, el aumento de capacidad que promete Teherán se verá permanentemente rodeado de sanciones, dudas e incidentes.

Lo que se decide en las próximas semanas

El mensaje de Pezeshkian —reconstruir con mayor capacidad— marca la pauta de lo inmediato y la clave de lo próximo. Lo inmediato es hormigón, cable y acero: poner de nuevo en marcha instalaciones, reparar cuadros eléctricos, calibrar centrifugadoras. Lo próximo es política: abrir o no la puerta a un formato de inspección robusto, aceptar límites cuantificables y recuperar un canal de diálogo, previsiblemente indirecto y con Omán como buzón. Entre uno y otro plano hay un puente: la gestión del inventario al 60 % y la transparencia para probar qué se dañó, qué se salvó y qué se repuso.

Irán juega su credibilidad en dos tableros. Dentro, mostrar resiliencia y que la ciencia —esa consigna repetida— sigue ahí. Fuera, convencer de que el programa sigue siendo civil, con aplicaciones médicas, industriales y energéticas, sin derivar a opciones prohibidas. Israel y Estados Unidos han demostrado que mantienen palancas militares para dañar instalaciones si lo consideran necesario. El Golfo observa, Europa calcula, el petróleo fluctúa.

El guion no está escrito. Un retorno del OIEA con margen de maniobra puede aliviar sanciones, estabilizar el vecindario y dar a Teherán tiempo para recomponer su músculo industrial. Un cierre de puertas prolongado endurecerá la respuesta internacional y devolverá el pulso a la lógica del choque. Entre ambas orillas, la frase “con mayor capacidad” es tanto ambición técnica como compromiso a examinar. La diferencia, esta vez, no la marcarán los micrófonos. La marcarán las cámaras de verificación, los sellos, el inventario y el ruido —o el silencio— de las centrifugadoras cuando vuelvan a girar.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Agencia EFE, RTVE, Reuters, IAEA, El País, AP News.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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