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Cultura y sociedad

Incidentes en Vitoria ¿por qué estalló la tensión este 12-O?

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la Policía vasca, desplegada

Foto de www.viajar24h.com, en Wikimedia Commons, bajo licencia CC BY 2.0

Choques en Vitoria tras un acto de Falange: Ertzaintza protege perímetro, hay más detenciones, y agentes heridos y debate sobre kale borroka.

La mañana del 12 de octubre en Vitoria-Gasteiz acabó convertida en un episodio de alto voltaje: la Policía vasca, desplegada para proteger un acto autorizado de Falange, efectuó casi una veintena de detenciones tras varios lanzamientos de piedras, bengalas y sillas contra los cordones de seguridad. El dispositivo antidisturbios de la Ertzaintza contuvo la contraconcentración Antifaxista, abrió pasillos para evacuar y aseguró el perímetro del acto, que terminó bajo fuerte vigilancia. El balance provisional quedó en numerosos arrestos por desórdenes públicos, varios agentes lesionados de carácter leve y daños en mobiliario urbano. Lo esencial, sin rodeos: hubo choques, hubo cargas y la ciudad registró imágenes de alta tensión en un día simbólico, con festivo, banderas, cánticos y un clima político inflamable.

La secuencia fue reconocible desde el primer minuto. Un acto legal de Falange convocado por el Día de la Hispanidad, una contraprotesta con presencia de redes Antifaxista y siglas juveniles como GKS, y un dispositivo de la Policía vasca diseñado para impedir el contacto entre ambos bloques. El ambiente escaló cuando un grupo minoritario de la contraconvocatoria comenzó a arrojar objetos hacia los agentes. La Ertzaintza respondió con cargas para despejar, practicó detenciones selectivas —las llamadas “detenciones de binomio”— y consolidó un cordón operativo alrededor del acto. En cuestión de horas, en Vitoria el parte hablaba de arrestos, carreras, contusiones y una resaca política garantizada.

Una mañana de tensión: del cordón policial a las cargas

La coreografía de la jornada se activó temprano. Vallas, cinta, furgones con luces encendidas, megafonía avisando de la necesidad de respetar las distancias. El acto de Falange discurría con consignas y discursos breves, mientras la contraconcentración, separada por varios anillos de la Ertzaintza, entonaba lemas antifascistas. La tensión verbal no tardó en convertirse en tensión física: bengalas encendidas, piedras recogidas del suelo, sillas de terrazas desplazadas y convertidas en proyectiles improvisados. El sonido metálico de un impacto en un casco, el chasquido de una bengala al caer junto a los escudos, el humo en el plano corto; escenas conocidas, pero no por ello menos inquietantes.

En ese punto, el dispositivo dio un salto. Los antidisturbios, entrenados para contener y disuadir, realizaron avances rápidos de pocos metros, generando huecos y arrinconando a quienes se mantenían en primera línea. Hubo agentes con contusiones por los impactos, servicios médicos atendiendo golpes leves y varios identificados que acabaron esposados junto a una furgoneta. Mientras tanto, el acto de Falange siguió el guion hasta su cierre, protegido por un cordón compacto y sin contactos directos con la contraprotesta. El tráfico en los alrededores sufrió cortes puntuales, los comercios bajaron persianas por precaución y las terrazas quedaron desordenadas tras el paso de la kale borroka de baja intensidad.

El cierre operativo llegó con la disolución paulatina de la contramarcha. Los grupos más compactos se dispersaron por calles adyacentes, algunos encapuchados abandonaron la zona por portales y bocacalles, y la Policía vasca mantuvo retenes en cruces estratégicos para evitar rebrotes. Quedó el rastro habitual: restos de bengalas, algún contenedor movido, cristales, marcas de goma en la calzada, actas de intervención, y la sensación de que en Vitoria el festivo había mutado, durante horas, en tablero táctico.

Quiénes estaban en la calle: Falange, GKS y el espacio Antifaxista

Para entender esta mañana conviene identificar actores. Por un lado, Falange —organización minoritaria pero veterana— que suele activar convocatorias en fechas de carga simbólica. Sus actos, con una audiencia reducida pero que cuida la puesta en escena, se anuncian con antelación y se comunican a la autoridad competente. Por otro, una contraconcentración con sello Antifaxista que mezcla colectivos, plataformas y jóvenes movilizados por redes sociales. En ese segundo bloque aparecen GKS y otras siglas de la órbita de la izquierda abertzale juvenil, que en los últimos tiempos han ganado visibilidad en calles y campus, con cartelería propia, estética reconocible —negro, capucha, pañuelo— y un repertorio de protesta que transita de lo simbólico a lo combativo según el día.

La contraprotesta no es homogénea. Hay perfiles que acuden a expresar rechazo de forma pacífica y otros que buscan el choque directo con la policía para boicotear el acto contrario. En su argot, cortar el paso, incomodar, “desbordar” a los dispositivos. El salto cualitativo de la jornada se produce cuando asoman los proyectiles: entonces ya no se habla de libertad de expresión frente a libertad de reunión, sino de desórdenes públicos y de integridad de las personas. La Ertzaintza, en ese marco, se ciñe a un principio operativo simple y a la vez discutido: proteger un acto legal, sea cual sea su ideología, y perseguir conductas violentas. Esa dualidad —custodiar a Falange mientras se dispersa a quienes intentan reventar la concentración— alimenta la tensión política posterior, pero es la base del Estado de derecho.

En este ecosistema, GKS funciona como un actor juvenil que articula discurso y presencia en calle con rapidez. No se trata de un partido clásico; opera en red, con nodos y afinidades. Cuando convoca o se suma a una convocatoria Antifaxista, activa a decenas de jóvenes capaces de ubicarse en primera línea. A su alrededor, marcas como Sare Antifaxista sirven de paraguas para difundir mensajes, unificar lemas y fijar puntos de encuentro. La jornada del 12-O en Vitoria encaja en ese patrón: dos concentraciones cercanas, un perímetro policial, el famoso “cuerpo a cuerpo” de consignas y, cuando alguien empieza a lanzar objetos, el paso a la confrontación física.

Cómo actuó la Policía vasca: protocolos, límites y lectura fría

El manual de la Policía vasca para situaciones de alto riesgo de fricción parte de una idea: el objetivo no es ganar una batalla en la calle, sino garantizar derechos y minimizar daños. Por eso los cordones se colocan de forma que el acto protegido tenga una salida segura, por eso se escalona el uso de la fuerza y por eso los avances son breves y medidos. En Vitoria, el esquema fue clásico: vallas y primera línea de escudos, unidades de apoyo en laterales, binomios especializados en detenciones, una retaguardia con equipos de análisis y transmisión para coordinar movimientos, y enlaces con servicios sanitarios y municipales.

Cuando empezaron los lanzamientos, la Ertzaintza ejecutó cargas de corto alcance. No se trató de grandes persecuciones, sino de abrir huecos, romper la compactación del grupo agresivo y extraer a individuos con conductas presuntamente delictivas. Hubo megafonía previa, hubo avisos, y hubo empleo de la fuerza en el nivel que marcan los protocolos: proporcionalidad, oportunidad y necesidad. El resultado, con ertzainas contusionados y un número relevante de detenciones, sugiere que los proyectiles fueron numerosos pero irregulares; piedras de pequeño y mediano tamaño, bengalas, objetos cotidianos convertidos en armas arrojadizas. Los equipos médicos atendieron cortes, golpes y molestias auditivas por detonaciones, sin constancia de lesiones de gravedad.

Al terminar, llegaron los pasos menos visibles pero decisivos: atestados, visionado de imágenes de cámaras urbanas y privadas, identificación por vestimenta y objetos incautados, revisión de rutas de entrada y salida de los grupos más activos. Es la parte fría del operativo, la que no sale en vídeos, pero de la que dependerá la sustanciación penal de los desórdenes. También es la fase en la que se valora el uso de la fuerza empleado y se generan informes internos para afinar procedimientos de cara a próximas convocatorias de riesgo.

¿Kale borroka 2.0? Claves de un patrón que regresa a ráfagas

La palabra kale borroka resuena en Euskadi desde hace décadas. No se trata de equiparar la escala de los noventa con episodios actuales —no lo son—, pero sí de constatar un patrón que asoma a ráfagas: protestas políticas o identitarias donde aparece un núcleo combativo capaz de llevar el escenario a la violencia callejera de baja o media intensidad. En ese patrón encaja Vitoria: grupos jóvenes con estética común, coordinación ligera por redes, uso de elementos urbanos como munición, lectura de la ciudad como tablero en el que una esquina, un pasillo, una plaza importan tácticamente.

Hay tres rasgos que ayudan a entender esta versión 2.0. Primero, la logística digital. Los puntos de encuentro se difunden por canales cerrados, las consignas temporales se actualizan sobre la marcha, y la gestión de riesgos (dónde hay cámaras, por dónde retirarse, cómo evitar ser identificado) se comparte con rapidez. Segundo, la fragmentación: no hay una única estructura jerárquica, sino microgrupos que confluyen en una misma franja horaria y lugar. Eso dificulta la prevención y obliga a dispositivos más flexibles. Tercero, la performatividad del choque. La escena —cascos, bengalas, carreras— se convierte en contenido que circula en minutos, alimenta relatos y polariza. El impacto político, a veces, importa tanto como el resultado en la calle.

En Vitoria, los vecinos han visto ya varios episodios con ingredientes parecidos. La diferencia es el contexto de cada jornada: un festivo nacional, una organización ultranacionalista en el centro, el recuerdo de símbolos que agrandan la brecha. El resultado vuelve a poner la expresión en Vitoria en titulares y notificaciones móviles, junto a términos como Ertzaintza, Policía vasca, kale borroka, Falange, GKS o Antifaxista. Son palabras que cargan significado y, a la vez, funcionan como palabras clave de una conversación pública que rebota entre platós, tertulias y redes.

El mapa legal y las diligencias en curso

La fotografía penal de un día como este se organiza alrededor de varios ejes. Primero, el derecho de reunión y la libertad de expresión, que amparan tanto a quien convoca un acto legal —aunque su mensaje resulte ofensivo para muchos— como a quien convoca una contraprotesta igualmente comunicada. Ese es el marco que legitima que la Policía vasca proteja a quien ejerce su derecho, sea Falange o cualquier otro actor. Segundo, la línea roja delictiva: los desórdenes públicos. Los lanzamientos de objetos, los daños al mobiliario, la alteración de la paz pública y, en su caso, el atentado a la autoridad, activan una cadena que va de la detención a la puesta a disposición judicial, con medidas cautelares en función de antecedentes y del grado de implicación.

Las diligencias habituales incluyen toma de declaraciones, reconocimientos en rueda si procede, y análisis de vídeos. En los últimos años, el uso de grabaciones de particulares y de establecimientos —barras de bar, portales, comercios— se ha vuelto central para apuntalar las imputaciones. También pesan los partes médicos de los ertzainas lesionados, que riegan de pruebas la instrucción. En paralelo, el consistorio y los servicios municipales suelen valorar los daños para, llegado el caso, reclamar su resarcimiento. No es la primera vez que un ayuntamiento en Euskadi se persona como acusación particular para reclamar el coste de contenedores, cristales o mobiliario.

La experiencia indica que, tras un episodio de este tipo, los juzgados de guardia pueden ordenar libertades con cargos y, para los casos considerados más graves, medidas como prohibición de acudir a manifestaciones de riesgo, órdenes de alejamiento de determinadas zonas o, excepcionalmente, ingreso cautelar si concurren supuestos de reiteración y violencia acreditada. La clave, como siempre, está en el material probatorio y en la nitidez de cada atestado.

Qué dice Vitoria cuando mira lo ocurrido

Hay lecturas políticas, claro. Para el Gobierno autonómico, asegurar actos y orden público a la vez es un equilibrio delicado, con coste mediático garantizado cada vez que una imagen de casco y porra protagoniza la portada. Para el espacio Antifaxista, la jornada reabre el debate sobre los límites de la contraprotesta: hasta dónde es legítimo presionar un cordón policial, cuándo el gesto simbólico se convierte en violencia que erosiona la causa. Para la derecha, el episodio sirve para subrayar una tesis recurrente: “no se puede tolerar que se intente reventar un acto legal”. Para la izquierda abertzale, pesa la sombra de la kale borroka, incluso cuando insiste en vías institucionales y en movilización pacífica.

La ciudad, mientras tanto, hace su balance cotidiano. Comerciantes que tuvieron que bajar persianas, terrazas desordenadas, padres que cambiaron de ruta para volver a casa, turistas que se encontraron un festivo con sirenas. No es un drama nacional, pero sí un desgaste. Cada episodio de este tipo recorta unos milímetros la confianza en el uso cívico del espacio público. Y, sin embargo, la convivencia en Vitoria resiste: la tarde cae, las calles se vacían, los operarios recogen, la policía se repliega y el lunes se abre con su rutina. Esa resistencia, por cierto, también es noticia, aunque no haga ruido.

En lo operativo, la Ertzaintza tomará nota. La evaluación posterior —qué valla faltó, qué calle quedó débil, qué sección llegó tarde, dónde funcionó el pasillo de evacuación— se comparte dentro de la unidad. En lo político, el episodio nutrirá discursos y, quizá, propuestas de endurecimiento de sanciones administrativas contra quienes alteren gravemente el orden en manifestaciones. No sería la primera vez que un episodio concreto sirve de palanca para ajustar ordenanzas, ampliar zonas de videovigilancia o redefinir protocolos con la Policía Local.

Lo esencial que deja Vitoria este 12 de octubre

El 12-O en Vitoria deja un puñado de certezas y varias preguntas abiertas para el ámbito institucional. Certezas: un acto de Falange comunicado y protegido, una contraconcentración Antifaxista que en su flanco más activo recurrió a la violencia con objetos arrojadizos, la intervención de la Policía vasca con cargas y detenciones, un balance de agentes lesionados leves y daños materiales. En paralelo, la constatación de que la etiqueta kale borroka no ha desaparecido del vocabulario vasco; se presenta a trozos, menos densa que antaño, pero reconocible, con un núcleo juvenil que opera en red y que convierte una mañana de festivo en un choque que dura lo que dura la mecha.

Preguntas para el ámbito institucional: cómo compatibilizar sin fisuras la protección de actos legales altamente polémicos con el derecho de contraprotesta; cómo aislar a los grupos que cruzan la línea de la violencia sin criminalizar movilizaciones pacíficas; qué herramientas preventivas son eficaces en el centro de una ciudad un sábado o un festivo; cómo reforzar la identificación posterior sin invadir la privacidad más allá de la legalidad vigente. Nada de esto es sencillo, y menos en un terreno donde la simbología encrespa los ánimos y el pasado pesa.

Queda también una evidencia que conviene enunciar sin eufemismos: en Vitoria, cuando vuelan piedras, bengalas y sillas contra un cordón policial, el debate no es ideológico, es penal. A partir de ahí, cada actor hará su lectura. La Ertzaintza defenderá que cumplió su mandato —proteger un acto autorizado, extraer a los violentos, minimizar daños—. Los organizadores del acto señalarán que, pese a estar amparados por la ley, terminan cercados por la presión de la calle. Los colectivos Antifaxista denunciarán que su protesta es legítima y que los excesos son de unos pocos, aunque el resultado de esos “pocos” proyecte una sombra alargada sobre todo el bloque. Y GKS, señalado por su papel dinamizador entre los jóvenes, se moverá entre la reivindicación política y el desgaste reputacional que deja cada imagen de kale borroka.

El poso final no es literario, es práctico: reforzar las garantías para que quien convoca un acto legal pueda celebrarlo, reservar el espacio público a la protesta pacífica y arrinconar a quienes confunden la causa con el lanzamiento de objetos contra un agente. La jornada del 12-O deja claro que cada vez que esa frontera se cruza, la ciudad entera pierde un poco. Y que el único camino para evitar repetir la escena —bengalas encendidas, sillas volando, escudos alzados— pasa por un consenso mínimo: ni un milímetro para la violencia, sea cual sea la bandera que la envuelva.


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Este artículo se ha elaborado con información contrastada y vigente procedente de medios y fuentes oficiales en España. Fuentes consultadas: Ertzaintza, RTVE, El País, ABC, elDiario.es.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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