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Economía

España crecerá un 2,9 % en 2025 ¿por qué lidera la Eurozona?

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España lidera la Eurozona en 2025

España encabeza eurozona en 2025: el FMI eleva el crecimiento al 2,9%, con inflación a la baja, paro en descenso y superávit sólido externo.

España crecerá un 2,9 % en 2025, cuatro décimas más de lo que estimaba el Fondo Monetario Internacional hace unos meses, y más del doble que la media de la eurozona, fijada en 1,2 %. El nuevo cuadro sitúa a la economía española en la parte alta de Europa, apoyada en indicadores de actividad sólidos tanto en servicios como en manufacturas y en un mercado laboral que, pese a mantener tasas de paro elevadas, sigue creando empleo. El diagnóstico llega con un matiz: 2026 asomaría con desaceleración hacia el 2 %, sin caída abrupta, como un aterrizaje suave si nada se tuerce.

El FMI dibuja, además, un escenario de inflación moderándose —en torno al 2,4 % en 2025 y 2 % en 2026—, superávit por cuenta corriente estable —2,7 % en 2025 y 2,6 % en 2026— y una tasa de paro que descendería desde el 11,3 % registrado en 2024 hasta 10,8 % en 2025 y 10,7 % en 2026. La revisión del Gobierno español a 2,7 % para 2025 queda ahora por debajo del organismo internacional, aunque fue anterior a la actualización del INE que elevó el crecimiento de 2024 al 3,5 %. Con ese punto de partida, el impulso de 2025 se explica mejor y la lectura del ciclo se vuelve más nítida.

Qué cambia con la nueva previsión del 2,9 %

Lo primero, el punto de partida. La revisión al alza de las cuentas nacionales ha reforzado el “efecto arrastre” con el que entra 2025: cuando el nivel del PIB del año previo es más alto, el promedio anual siguiente sube automáticamente si el pulso de la actividad se mantiene. Esa aritmética, sumada a un segundo trimestre con un avance del 0,8 % trimestral, empuja al FMI a reescribir su previsión. No es un salto coyuntural alimentado por un solo motor; es un patrón más equilibrado: turismo en máximos, consumo privado que resiste mejor que en 2023, cierta recuperación en manufacturas y una inversión pública y privada asociada a proyectos de digitalización y transición energética que empieza a notarse.

Lo segundo, la composición. La fortaleza del sector servicios se mantiene gracias a un turismo que no sólo recuperó volúmenes, sino que elevó el gasto medio por visitante y alargó la temporada con más viajes fuera de los picos tradicionales. La industria no vuela, pero los pedidos ligados a bienes de equipo, componentes para energías renovables y obras de rehabilitación energética han contenido el bache que provocaron la energía cara y los cuellos de botella logísticos de 2022. En paralelo, los salarios pactados han ido recomponiendo el poder adquisitivo perdido en la fase más aguda de la inflación, lo que ayuda a sostener el consumo sin disparar los precios.

Tercero, la percepción de riesgo. Un cuadro de inflación convergiendo y tipos de interés más estables reduce la volatilidad financiera y facilita la planificación de inversión de empresas y hogares. No se trata de volver a tipos ultrabajos, sino de que el precio del dinero deje de moverse a tirones. Con menos dientes de sierra en el euríbor y en las curvas de deuda, los costes de financiación son más previsibles. Eso, a su vez, disminuye las primas de riesgo exigidas para proyectos a varios años y eleva la visibilidad del flujo de caja futuro, algo clave para la inversión productiva.

Los motores que sostienen el avance

El consumo de los hogares ha resistido mejor de lo esperado. La moderación del IPC, el aumento progresivo de sueldos y una tasa de empleo elevada han permitido mantener el gasto en niveles altos sin agotar el ahorro embalsado de la pandemia. Se nota en comercio, restauración, ocio y, con un poco de retraso, en bienes duraderos. No es un boom, pero sí un suelo firme que aleja el riesgo de estancamiento. El crédito al consumo no crece a tasas de dos dígitos —los bancos siguen prudentes—, pero se normaliza con morosidad contenida.

El turismo es el segundo gran pilar. España ha recuperado la afluencia pre-COVID y la ha superado en ingreso, por un cambio en la mezcla de mercados, por el encarecimiento de vuelos de largo radio que favorece el destino peninsular e insular, y por la desestacionalización. Más viajes en primavera y otoño, más escapadas urbanas, más gasto en cultura y gastronomía. La mejora no viene sólo del volumen sino de la calidad del ingreso: estancias algo más largas y tickets medios más altos, con una oferta que se mueve hacia segmentos de mayor valor añadido.

La inversión cierra el triángulo. Los proyectos vinculados a energías renovables, movilidad eléctrica, rehabilitación de edificios y digitalización han ganado tracción. Tardaron en despegar, sí; la tramitación administrativa y la búsqueda de socios retrasan obras y adjudicaciones. Pero empiezan a filtrarse a las series de contabilidad nacional y a los balances empresariales. Esa capilaridad es relevante, porque extiende el impulso más allá de grandes adjudicatarias y arrastra a pymes de servicios y subcontratas industriales. Cuando se observa la formación bruta de capital, la mejora en bienes de equipo y construcción no residencial confirma que la inversión productiva aporta algo más que ruido.

Un apunte sobre el empleo. Aun con una tasa de paro que seguirá por encima del 10 %, la reconfiguración del mercado laboral tras la reforma ha consolidado más contratos indefinidos, reduciendo la rotación intensa de 2019-2021. Ese patrón suaviza los vaivenes del consumo y da más estabilidad a la recaudación. Se nota, además, en la afiliación: curvas menos serradas y mayor continuidad en sectores estacionales. No corrige el problema estructural —paro de larga duración, brecha juvenil, desajuste de habilidades—, pero amortigua el ciclo.

Inflación moderándose y paro a la baja, sin euforia

El FMI proyecta que la inflación media se sitúe en 2,4 % en 2025 y alcance el 2 % en 2026. Esa senda de desinflación gradual es compatible con un crecimiento sólido si los servicios —tradicionalmente más pegajosos— continúan enfriándose y los bienes se mantienen tranquilos tras el shock energético. No hay margen para triunfalismos: la subyacente todavía puede rebotar si los salarios vuelven a apretar o si el petróleo se encarece por episodios geopolíticos. Pero, en el escenario central, el paso a un régimen de precios más estable permite a los bancos centrales normalizar su lenguaje y a los mercados anticipar menos sobresaltos.

¿Y los tipos de interés? El escenario que acompaña estas proyecciones es el de estabilidad. No más subidas, no un ciclo de bajadas agresivo: una meseta que da tiempo a que la transmisión de la política monetaria acabe de desplegarse. Con un euríbor menos volátil, las hipotecas variables respiran y las nuevas operaciones pueden cerrar a precios más previsibles. Aun así, la comparación histórica pesa: financiarse no volverá a ser tan barato como en 2018-2019 y, por tanto, la selección de proyectos será más exigente. Es sano para la productividad si la inversión se concentra en iniciativas con retorno claro.

El mercado laboral encaja con ese guion: 10,8 % de paro en 2025 y 10,7 % en 2026. Es una mejora respecto a 2024, pero revela una inercia estructural que España arrastra desde hace décadas. La parte positiva: más estabilidad contractual y empleo a tiempo completo en ramas donde antes dominaba la temporalidad. La menos buena: la escasez de perfiles en sectores técnicos y en cuidados, que convive con paro de larga duración. Resolver ese desajuste —formación, itinerarios de recualificación, políticas activas con incentivos a la contratación efectiva— es clave para que la desinflación no se traduzca en menor dinamismo salarial a medio plazo.

En paralelo, el salto de productividad sigue pendiente. Crecer al 2,9 % con inflación contenida es una excelente noticia; sostener tasas cercanas al 2 % más allá de 2026 exige ganancias de productividad y tamaño empresarial. El tejido productivo ha hecho avances en digitalización, pero el escalado desde micro a pequeña y de pequeña a mediana empresa se topa con barreras regulatorias y de financiación. Si se liman, el ciclo actual podría alargar su vida útil.

España en el espejo europeo

El contraste con la eurozona es contundente: 1,2 % de avance en 2025 y 1,1 % en 2026. Alemania, Francia e Italia apenas despegan el próximo año —0,2 %, 0,7 % y 0,5 %, respectivamente— y aceleran unas décimas en 2026. España, en esa foto, destaca por la tracción de su demanda interna, por el sostén del turismo y por una ejecución de inversiones que empieza a filtrarse a la economía real. Liderar el crecimiento no implica inmunidad. Significa, sencillamente, que el mix de factores coyunturales y estructurales juega hoy a favor.

La resiliencia europea que subraya el FMI tiene costes. Para mantener el pulso en 2025, varios países incrementarán el gasto en inversión y defensa, lo que empeora el saldo fiscal a corto plazo y empuja la deuda pública del conjunto del área al alza en los próximos años. España, con una ratio elevada, necesita aprovechar cada décima de crecimiento para estabilizar la deuda y consolidar un déficit estructural más bajo. Es más fácil hacerlo ahora que el viento sopla a favor que cuando la economía se frene a 2 %.

Otro ángulo europeo es industrial. Alemania ajusta su modelo, Francia reequilibra gasto y fiscalidad, Italia depende más de impulsos transitorios. En ese entorno, España puede ganar cuota si afianza su cadena de valor en renovables, almacenamiento, componentes eléctricos y servicios avanzados. El diferencial con la eurozona podría sostenerse si esos proyectos pasan de anuncio a producción material y si las interconexiones energéticas —electricidad, gas, hidrógeno— avanzan lo suficiente como para monetizar el excedente renovable.

Sector exterior: reequilibrio del comercio y superávit

El informe resalta un patrón que conviene tener en el radar: menos exportaciones de bienes a Estados Unidos desde las principales economías europeas y más comercio dentro de Europa. Factores múltiples se combinan ahí: reorganización de cadenas de suministro, tensiones arancelarias latentes, preferencias de compra de grandes compañías que apuestan por cercanía y resiliencia. Para España, ese giro se compensa con servicios potentes —turismo, consultoría, ingeniería, tecnologías de la información— que permiten mantener un superávit por cuenta corriente alrededor del 2,5–3 % del PIB.

El riesgo es que la debilidad industrial en países clave termine contagiando a proveedores españoles de bienes intermedios. Si Alemania tarda más en recuperar el pulso, si Italia retrasa decisiones de inversión, la facturación de industrias locales que venden a ese núcleo puede acusarlo. Ahí entra en juego la diversificación: más UE, sí, pero también más Latinoamérica, Magreb y Oriente Medio para bienes de consumo y bienes de equipo. El superávit externo se sostiene mejor cuando los servicios tiran y los bienes no se quedan atrás.

Hay también una palanca energética. Con precios del gas y la electricidad más bajos que en 2022, la competitividad de costes mejora. Y la mayor penetración renovable reduce la factura de importación de hidrocarburos, lo que da aire a la balanza por cuenta corriente. La asignatura pendiente es el almacenamiento y la gestión de redes: sin baterías, bombeo y refuerzos en la red de transporte, parte de la producción renovable se desperdicia y la factura no baja tanto como podría. Eso afecta a la industria electrointensiva y, en cadena, a las exportaciones.

Qué vigilar en política económica en los próximos meses

Con el 2,9 % en la mano, el margen para actuar es mejor que hace un año. En política fiscal, el reto es consolidar sin frenar. Proteger la inversión pública con mayor multiplicador, revisar gasto ineficiente y ampliar bases tributarias más que subir tipos ayuda a cuadrar las nuevas reglas europeas sin ahogar el ciclo. Cada décima extra de crecimiento abarata el ajuste, pero sólo si se convierte en ingresos estructurales y no en ingresos transitorios.

En el lado de la oferta, la prioridad es atacar el estancamiento de productividad y el tamaño empresarial. Simplificar escalas regulatorias que penalizan el salto de micro a pyme y de pyme a mediana, favorecer la competencia en servicios profesionales, impulsar la I+D orientada a resultados (patentes, licencias, escalado) y conectar la formación con las vacantes persistentes —sanidad, cuidados, STEM, oficios industriales— puede reducir el paro estructural y elevar el crecimiento potencial.

La energía es el tercer frente. Acelerar la tramitación de proyectos renovables viables, reforzar la red y desplegar almacenamiento para aplanar precios; avanzar en hidrógeno donde tenga sentido industrial y logístico —corredores y demanda asegurada—; y cerrar interconexiones con Francia y Portugal que permitan aprovechar el exceso de generación cuando sople el viento o brille el sol. Menos volatilidad energética significa menos volatilidad de inflación y más margen para tipos de interés estables.

También conviene cuidar el entorno regulatorio y la seguridad jurídica. La inversión —nacional y extranjera— fluye cuando las reglas son claras, las decisiones se cumplen y las modificaciones se explican con previsibilidad. Hay batazos que restan más de lo que suman: un cambio de norma mal calibrado puede frenar proyectos que sostienen el 2,9 % y restar décimas cuando más se las necesita para bajar deuda.

Señales a seguir durante 2025

Los PMI de servicios y manufacturas seguirán siendo termómetro adelantado. Unos meses por encima de 50 en manufacturas confirmarían que la recuperación industrial gana tracción. La afiliación a la Seguridad Social, por su frecuencia y cobertura, ofrecerá pistas tempranas sobre empleo y salarios. En precios, la inflación subyacente —especialmente la componente de servicios— será la guía más fiable para anticipar decisiones de política monetaria.

En el crédito, el coste efectivo de financiación a pymes y hogares mostrará si la estabilidad de tipos se transmite a la economía real. Un abaratamiento moderado, sin burbujas, ayudaría a sostener la inversión y el consumo duradero. En el sector exterior, el pulso de exportaciones a la UE frente a EE UU delimitará si el patrón descrito por los analistas —más intraeuropeo, menos transatlántico— se consolida o es transitorio. Y, de fondo, el precio de la energía: un repunte brusco del gas o del petróleo por tensiones geopolíticas puede ensombrecer el cuadro en semanas.

Hay un factor estadístico a no perder de vista. Las revisiones del INE —cada vez más frecuentes y transparentes— pueden mover la narrativa con meses de retraso. Conviene leer las cifras con paciencia, distinguir niveles de tasas, y no construir castillos con un único dato. La media móvil de varios trimestres es mejor brújula que un pico aislado. El FMI, al actualizar su previsión, está, en el fondo, integrando justo eso: datos más recientes que cambian el punto de partida y recomponen la trayectoria.

Un 2025 fuerte, con deberes pendientes

El 2,9 % es un buen titular y, esta vez, también buen contenido. España entra en 2025 con motores encendidos, inflación a la baja, empleo resistente y un sector exterior que, gracias a los servicios, sostiene superávit. La comparación con Europa sale favorable: dobla la tasa de la eurozona y se sitúa por delante de las tres grandes economías del entorno. La foto, sin embargo, no elimina las asignaturas que arrastra el país: productividad sin despegar, paro estructural alto, deuda pública que obliga a orden fiscal, dependencia de energía importada mientras se completa la transición.

El margen que da este ciclo hay que aprovecharlo. Consolidar el terreno ganado, acelerar proyectos que conviertan inversiones en capacidad productiva, blindar la seguridad jurídica y estabilizar las cuentas. Si las reformas van a la par del crecimiento, 2026 puede ser un aterrizaje suave y no un frenazo. Si se confunde viento de cola con victoria permanente, el diferencial con la eurozona puede esfumarse con la misma rapidez con la que hoy sorprende al alza.

De cara al próximo año, el mapa es claro: inflación contenida, tipos más previsibles, demanda interna sólida y servicios en la cresta de la ola. Si el comercio exterior de bienes recobra aliento con una Europa algo más dinámica y los costes energéticos no se desmandan, España liderará la tabla otra vez. No es un brindis al sol ni una promesa hueca; es la traducción razonable de los datos que hoy están sobre la mesa. El FMI aporta la pista con su 2,9 %. Ahora toca que el terreno —la economía real— mantenga la tracción.


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Este artículo se ha elaborado con datos contrastados de fuentes oficiales y medios españoles de reconocido rigor. Fuentes consultadas: EFE, RTVE, INE, La Moncloa.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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