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¿Qué enfermedades se detectan con una electromiografía?

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paciente con una electromiografía

Electromiografía y conducción nerviosa: explican hormigueos, debilidad, dolor irradiado y guían diagnósticos y terapias con criterio clínico.

La electromiografía, casi siempre combinada con estudios de conducción nerviosa, identifica y delimita un amplio abanico de trastornos del sistema nervioso periférico y del músculo. Pone orden cuando hay hormigueos que no ceden, pérdida de fuerza, dolor que irradia por un brazo o una pierna, caídas de objetos sin explicación aparente, párpados que se vencen al final del día. Detecta neuropatías por atrapamiento —como el síndrome del túnel carpiano o la compresión del nervio cubital en el codo—, radiculopatías cervicales o lumbares, plexopatías postraumáticas, polineuropatías metabólicas o inmunes, enfermedades de la neurona motora como la ELA, miopatías inflamatorias o distróficas y alteraciones de la unión neuromuscular con la miastenia gravis como paradigma. No es un oráculo abstracto: sitúa el problema en el nervio, en la raíz, en el plexo, en el músculo o en la placa neuromuscular, y distingue si el daño es axonal o desmielinizante, reciente o antiguo, leve o severo.

Ese trazo fino se traduce en decisiones concretas. Localiza, mide y orienta. Permite prever recuperación en bloqueos de conducción, sospechar necesidad de cirugía en atrapamientos con pérdida axonal marcada, planificar inmunoterapia en polineuropatías desmielinizantes, elegir el músculo correcto para una biopsia en una miopatía, o comprobar que una lumbociática no es solo imagen en la resonancia sino lesión funcional de una raíz. En España se realiza de forma habitual en hospitales públicos y privados por especialistas en neurofisiología clínica, neurología o rehabilitación con formación específica. Es una prueba con impacto real en consulta, en quirófano y en la vida diaria de quienes llevan meses sin nombre para sus síntomas.

Cómo funciona realmente la electromiografía

La electromiografía (EMG) registra la actividad eléctrica de los músculos y de las motoneuronas que los gobiernan mediante electrodos de aguja muy finos. El especialista valora cómo se comporta el músculo en reposo —donde no debería haber actividad espontánea— y durante la contracción voluntaria. Si aparecen “fibrilaciones” o “ondas positivas agudas” en reposo, si cambian la duración y la amplitud de los potenciales de unidad motora o si el patrón de reclutamiento se desordena, el registro delata el origen del trastorno. A su lado, los estudios de conducción nerviosa o electroneurografía (ENG) exploran la velocidad y la amplitud con que viaja el impulso por los nervios motores y sensitivos, y detectan enlentecimientos, bloqueos parciales o pérdida de fibras.

Con ambos pilares se dibujan tres escenarios fisiopatológicos que explican la mayoría de informes. Primero, daño axonal: el nervio pierde fibras, el músculo queda parcialmente sin señal, aparecen signos de denervación y, con el tiempo, unidades motoras agrandadas por reinervación colateral. Segundo, desmielinización: la vaina aislante falla, la conducción se enlentece, el potencial se dispersa y puede bloquearse; la EMG de aguja puede ser poco llamativa, pero la ENG “canta”. Tercero, miopatía: el problema reside dentro del músculo; los potenciales son más cortos y de baja amplitud, con reclutamiento precoz pese a una fuerza reducida. La clave es que no se estudia “todo el cuerpo” sin criterio: se seleccionan nervios y músculos en función de la historia clínica y de la exploración, y se compara con el lado contrario cuando hace falta.

La técnica tiene tiempos. En lesiones muy recientes, el músculo aún no ha tenido tiempo de mostrar denervación; a partir de 2 o 3 semanas el rendimiento aumenta y la fotografía patológica se define mejor. Lo mismo ocurre en recuperaciones: la reinervación gradual deja un dibujo característico. Es una prueba dinámica, que cambia con la evolución y que, en cuadros complejos, conviene repetir para ver tendencia.

Diagnósticos frecuentes y qué aporta en cada uno

Atrapamientos nerviosos y neuropatías generalizadas

Cuando los dedos se duermen, duelen por la noche o cuesta abrochar botones, el pensamiento clínico se va al túnel carpiano. La conducción del nervio mediano, comparada con la de otros nervios de la mano, detecta enlentecimientos sutiles, diferencia cuadros leves de moderados o severos y evita confundir el síntoma con problemas cervicales o con artritis. En casos leves basta con documentar la afectación sensitiva; si el cuadro es más avanzado, la EMG de aguja valora si hay daño axonal motor, algo que condiciona tiempos de recuperación y urgencia quirúrgica. La misma lógica se aplica a la compresión cubital en el codo, al nervio peroneo en la cabeza del peroné o al síndrome del túnel tarsiano. En manos expertas, la comparación lado a lado y técnicas “focales” —estimular tramo a tramo (“inching”)— localizan el punto de atrapamiento con precisión milimétrica.

Las neuropatías generalizadas tienen otra cara. En la diabética o urémica hay una pérdida gradual de fibras, a veces primero sensitivas; en las inmunomediadas predomina la desmielinización y aparecen bloqueos de conducción; en las hereditarias conviven rasgos de ambos mundos. Saber qué domina no es un capricho: marca tratamiento y pronóstico. Una polineuropatía desmielinizante inflamatoria crónica (CIDP) puede mejorar con inmunoglobulinas, corticoides o plasmaféresis; una axonopatía tóxica obliga a retirar el agente causal y ajustar medidas de rehabilitación. La ENG establece el subtipo y la EMG de aguja aclara si hay sufrimiento muscular secundario por pérdida de unidades motoras.

En síndromes agudos como el Guillain-Barré, el electrodiagnóstico no solo ayuda a confirmar el patrón (desmielinizante o axonal), también aporta valor pronóstico. Repetirlo a las dos o tres semanas deja claro si el bloqueo era funcional —con mayor probabilidad de recuperación— o si la pérdida axonal es franca y la rehabilitación deberá planificarse a más largo plazo. Cuando la clínica y el laboratorio se mueven en la ambigüedad, el registro eléctrico ancla.

Radiculopatías y plexopatías: del dolor irradiado a la lesión demostrada

Una radiculopatía cervical o lumbar se vive en forma de dolor irradiado, hormigueos y pérdida de fuerza en un territorio concreto. La resonancia magnética muestra anatomía; la EMG cuenta si esa anatomía lesiona de verdad la raíz que duele, en qué fase está la lesión y con qué severidad. Los paravertebrales, a veces olvidados, son músculos diana que aumentan la exactitud al señalar la lesión proximal. Si aparecen signos de denervación activa —fibrilaciones y ondas positivas— el momento es “agudo”; si predominan unidades motoras gigantes con reclutamiento pobre, la lesión es “crónica” y el cuerpo ha tratado de reinervar. Esta información cambia decisiones: tratamiento conservador, infiltración selectiva, cirugía o fisioterapia con objetivos realistas.

El plexo braquial o lumbosacro añade complejidad. Tras un estiramiento violento en un accidente de tráfico o tras una cirugía que deja secuelas neurológicas, el estudio electrofisiológico cartografía qué fascículos han quedado comprometidos y en qué nivel. Esa cartografía es clave para plantear injertos, transferencias nerviosas o para ajustar el calendario de una reintervención. Las lesiones por radioterapia o por infiltración tumoral dejan patrones diferentes de los traumáticos, y la EMG permite distinguirlos sin rodeos. En el terreno laboral —lesiones por sobreesfuerzo o posturas mantenidas—, el dato objetivo evita diagnósticos al tuntún y crea una base sólida para la recuperación.

Enfermedades de la motoneurona: la pieza que faltaba en ELA

En la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) la clínica manda, pero la electromiografía de aguja es el instrumento que demuestra pérdida de neurona motora inferior en regiones que aún no dan síntomas, algo decisivo para encajar los criterios diagnósticos. La ENG, por su parte, suele preservar respuestas sensitivas mientras se alteran las motoras, lo que ayuda a diferenciar la ELA de neuropatías que también cursan con debilidad. En un contexto de dudas —temblores fasciculatorios sin pérdida de fuerza, calambres aislados— la EMG separa el “ruido” de los hallazgos que cuentan. No reemplaza la valoración neurológica ni las pruebas de imagen, pero sin ella el diagnóstico se vuelve incierto y el acceso temprano a terapias se retrasa.

Miopatías: cuando el músculo es el origen del problema

La debilidad proximal que dificulta subir escaleras o levantar los brazos por encima de la cabeza no siempre es nerviosa. En las miopatías inflamatorias (polimiositis, dermatomiositis) y en muchas distrofias musculares, la EMG dibuja un patrón “miopático”: potenciales de unidad motora de baja amplitud y corta duración, con reclutamiento precoz pese a que la fuerza cae. Esa firma permite elegir el músculo más adecuado para una biopsia —evitando zonas ya fibrosadas que podrían confundir el análisis— y diferenciar una verdadera miopatía de una debilidad “por desuso” o secundaria a dolor. Hoy la genética y la resonancia magnética muscular han ganado protagonismo, pero la EMG conserva su sitio por disponibilidad, rapidez y capacidad de orientar con precisión el siguiente paso.

También hay miopatías metabólicas (déficits enzimáticos), tóxicas (por fármacos como las estatinas en casos seleccionados) o endocrinas (hipotiroidismo severo) que cambian el patrón electrofisiológico; saber reconocerlo evita exploraciones innecesarias y focaliza el estudio etiológico. En los cuadros hereditarios, la EMG contribuye a estratificar afectación y a seguir la evolución en ensayos clínicos o en controles periódicos.

Fallo de la unión neuromuscular: miastenia gravis y otras transmisiones fatigadas

Cuando el problema está en el “enchufe” entre nervio y músculo, la clínica fluctúa: caída del párpado al final del día, visión doble que va y viene, voz nasal tras hablar un rato. La miastenia gravis se confirma con técnicas específicas. La estimulación repetitiva (RNS) muestra un decremento progresivo de la respuesta muscular ante trenes de estímulos, y la electromiografía de fibra única mide el “jitter” —variación en el tiempo de activación entre dos fibras— con una sensibilidad altísima. Estas herramientas son especialmente valiosas cuando los anticuerpos no aparecen o cuando el inicio es puramente ocular. Junto a la imagen del timo y a la respuesta terapéutica, el electrodiagnóstico cierra el círculo con datos objetivos. También en síndromes miasténicos congénitos o en toxicidades neuromusculares por ciertos antibióticos, el patrón en las pruebas de transmisión aclara el mecanismo y, por tanto, el tratamiento.

Precisión, límites y seguridad

Como toda técnica diagnóstica, no es infalible. En radiculopatías, la sensibilidad es moderada: mejora cuando se exploran paravertebrales y varios músculos del mismo miotoma y se interpretan los hallazgos junto a la clínica y la imagen. En atrapamientos habituales —túnel carpiano, cubital—, los estudios de conducción bien protocolizados alcanzan precisión alta, y su combinación con EMG de aguja añade valor en la estratificación de gravedad. El “timing” cuenta: demasiado pronto, las lesiones pueden pasar desapercibidas; con semanas de evolución, la prueba gana potencia diagnóstica. Y, sobre todo, el rendimiento depende de quién la hace. Los resultados mejoran de forma tangible cuando los estudios se planifican a medida y se ejecutan por profesionales con experiencia, con equipos calibrados y protocolos contrastados.

En términos de seguridad, la EMG no requiere sedación. Puede molestar: un pinchazo breve, algo de fatiga en el músculo explorado y, de forma ocasional, un pequeño hematoma superficial. Las contraindicaciones absolutas son raras; se toman precauciones en pacientes con anticoagulantes, dispositivos implantados o infecciones cutáneas en la zona de estudio. La duración típica va de 30 a 60 minutos, aunque estudios amplios o complejos —por ejemplo, una plexopatía extensa— se alargan algo más. Tras la prueba se puede hacer vida normal, sin recomendaciones especiales más allá del sentido común.

La variabilidad fisiológica también existe. Hay personas con anomalías benignas en la conducción o con temperaturas cutáneas frías que enlentecen la señal; por eso es importante calentar la extremidad, estandarizar la distancia entre electrodos y —en fin— controlar el entorno. Cuando el informe es “normal” pero la clínica insiste, el especialista reevalúa estrategia: ampliar el número de nervios o músculos, repetir estudio en el momento adecuado o dirigir la investigación hacia otro mecanismo. El valor predictivo de la EMG y la ENG crece cuando se integran con historia, exploración y pruebas complementarias.

Interpretar un informe sin perderse

Los informes de electromiografía pueden resultar crípticos, aunque siguen una lógica clara que conviene desmenuzar sin miedo. Si el texto habla de “potenciales de fibrilación” u “ondas positivas agudas” en reposo, está describiendo denervación activa, el sello de una lesión relativamente reciente o aún vigente del nervio que alimenta ese músculo. Cuando aparecen “potenciales de unidad motora de gran amplitud y larga duración” con “patrón de reclutamiento reducido”, suele expresar que hubo daño axonal y que el sistema ha intentado reinervar reorganizando unidades motoras de mayor tamaño. Si, en cambio, insiste en “latencias distales prolongadas”, “bloqueo de conducción” o “dispersión temporal”, el problema principal es desmielinizante. Finalmente, un “patrón miopático” —potenciales cortos y de baja amplitud con reclutamiento precoz— apunta a enfermedad muscular primaria.

El informe debería detallar qué nervios y músculos se han estudiado y por qué, y, si procede, comparar con el lado opuesto. En atrapamientos, es habitual encontrar asimetrías claras; en polineuropatías, la afectación suele ser longitud-dependiente (más en pies que en manos) y afecta varios nervios a la vez. En una miastenia gravis, la mención a “decremento significativo” en la estimulación repetitiva o a “jitter patológico” en fibra única no es floritura: es el dato que confirma el fallo de transmisión. Ese lenguaje técnico, bien traducido, permite entender el para qué del tratamiento propuesto: férula nocturna y ergonomía para un túnel carpiano leve, infiltración o cirugía cuando la pérdida axonal aconseja no esperar, inmunoterapia si la polineuropatía lo pide, rehabilitación dirigida cuando el daño es crónico pero estable.

Hay, además, detalles prácticos que marcan diferencia. En una lesión nerviosa traumática por corte o estiramiento, la EMG y la ENG ayudan a decidir cuándo operar y qué esperar de la recuperación espontánea; en lesiones iatrogénicas (tras una prótesis de cadera, por ejemplo) orientan el pronóstico de dorsiflexión del pie. En medicina del trabajo, una compresión crónica del nervio cubital por apoyo mantenido en el codo o del peroneo por posturas repetidas se documenta de forma objetiva, lo que permite intervenir sobre el puesto y seguir la mejoría con medidas cuantificables. La métrica no sustituye a la clínica, pero la corrige y la afina.

Preparación, logística y contexto español

La preparación es sencilla. Conviene evitar cremas el día del estudio —alteran la conductividad de la piel—, avisar si se toman anticoagulantes o si hay marcapasos o desfibriladores, y acudir con ropa cómoda que permita descubrir brazos y piernas. No se precisa ayuno ni cambios en la medicación habitual salvo indicación expresa. En la práctica, los resultados se comentan el mismo día o en unos días, según la organización del centro. En el Sistema Nacional de Salud, la neurofisiología clínica es una especialidad consolidada y la disponibilidad de EMG y ENG es amplia; en algunos hospitales con alta demanda, se priorizan los casos urgentes (lesiones nerviosas agudas, síndromes compresivos severos, sospecha de Guillain-Barré).

La calidad del estudio depende de protocolos homogéneos, electrodos adecuados, calibración de equipos y experiencia. No todos los laboratorios hacen lo mismo de la misma manera, y esa variabilidad explica algunos informes “equívocos”. Por eso es deseable que la prueba la realicen profesionales acreditados, con volumen suficiente de casos y capacidad para adaptar el protocolo a cada situación. De ese ajuste fino —qué nervios estimular, qué músculos pinchar, cuántos sitios comparar— salen los matices que cambian el rumbo de una historia clínica.

También crece el uso de ecografía neuromuscular en paralelo al estudio eléctrico. Visualiza el nervio, mide su sección transversal, detecta cambios estructurales y comprime tiempos diagnósticos en atrapamientos. En polineuropatías, la ecografía suma datos sobre engrosamientos difusos que ayudan a perfilar causas. A la larga, la integración de imagen y fisiología no solo confirmará diagnósticos: optimizará tratamientos quirúrgicos y percutáneos, elegirá mejor dianas en infiltraciones y mejorará la planificación de transferencias tendinosas y nerviosas.

El mapa que orienta el tratamiento

Al final, lo que importa es que esta herramienta reduce incertidumbre. No se trata de una prueba “misteriosa” ni de un trámite inevitable que alguien firma por inercia. Es un mapa funcional que muestra, con nitidez, que enfermedades se detectan con una electromiografía y con qué alcance: neuropatías por atrapamiento que reclaman férula o bisturí según el daño, radiculopatías que se confirman o descartan sin dar vueltas, plexopatías que se cartografían para planificar cirugía, ELA que necesita una base firme para abrir acceso a recursos y ensayos, miopatías que se seleccionan para biopsia o genética, miastenias que se certifican cuando los anticuerpos callan. Bien pedida y bien hecha, marca la diferencia entre intuir y saber, entre alargar tratamientos a ciegas y acertar a la primera.

Esa es la noticia, el hecho tangible: una técnica que transforma síntomas difusos en diagnósticos concretos y decisiones accionables. Si los dedos se entumecen por la noche, si una pierna ya no empuja, si la visión se dobla al final de la tarde o si un dolor lumbar se dispara por la pierna y nadie halla el porqué, esta combinación de EMG y conducción nerviosa ofrece respuestas que permiten actuar. Sin estridencias. Con datos. Con un grado de detalle que, desde la consulta a la cirugía, mejora la medicina cotidiana.


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Este artículo se apoya en información contrastada y reciente de instituciones sanitarias españolas. Fuentes consultadas: Hospital Clínic de Barcelona, Hospital Universitario de La Princesa, Gobierno de Navarra, Hospital La Fe.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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