Economía
¿Qué queda en pie en la zona cero de la DANA un año después?

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Valencia tras la DANA: el 85% de la zona cero sigue activo. Datos, casos y ayudas que retratan la recuperación y los retos que persisten aún.
La fotografía fija, doce meses después de las riadas del 29 de octubre, es contundente: el 85 % de las empresas situadas en los polígonos de los 14 municipios valencianos más castigados está hoy activo. El tejido productivo, tan dañado entonces, ha recuperado pulso y ritmo. No todo vuelve a ser igual —nunca lo es tras un golpe así—, pero la actividad industrial y comercial se ha normalizado en términos de energía consumida, contrataciones y afiliación a la Seguridad Social, con señales adicionales como el repunte en las matriculaciones de vehículos industriales, que apuntan a reactivación.
El reverso existe y conviene mirarlo sin pestañear: el 5,8 % de las empresas cerraron por la dana y otro 9,2 % bajó la persiana por razones ajenas al temporal. También persisten trámites abiertos: cuatro de cada diez compañías siguen pendientes de recibir alguna ayuda. Aun así, el balance general del informe presentado por la Cámara de Comercio de Valencia deja un mensaje nítido: la “zona cero” trabaja, factura y contrata. Y, aunque el ecosistema cambia, el mapa productivo de l’Horta y su entorno ha resistido mucho mejor de lo temido en las primeras semanas.
Dónde golpeó y cómo quedó el tejido productivo
La crecida del 29 de octubre partió el área metropolitana en varios cortes, desde los barrancos hasta los accesos a parques comerciales y polígonos que conviven pared con pared con áreas residenciales. Catorce municipios fueron señalados como “zona cero” por la intensidad de las inundaciones en sus áreas industriales. Aldaia aparece en la memoria colectiva porque Bonaire, uno de los mayores centros comerciales de España, quedó arrasado, con imágenes de locales anegados y maquinaria flotando; Benetússer se hizo símbolo por la determinación de pequeños negocios como la librería Somnis de Paper, que llegó a contabilizar más de 8.000 libros perdidos antes de levantar la trapa de nuevo. La lista se completa con municipios de l’Horta y comarcas colindantes que concentran polígonos estratégicos para logística, metal, alimentación, comercio mayorista y talleres.
Aquella mañana quedó claro que las zonas de borde —entre huerta, vías rápidas y naves— son especialmente vulnerables cuando una dana descarga por encima de las capacidades de drenaje. No es un accidente urbanístico, es el resultado de décadas de crecimiento alrededor de grandes infraestructuras y de una orografía plana donde el agua busca el camino más corto. Cuando las lluvias remitieron, los parques empresariales eran un tablero de barro, stocks dañados, cuadros eléctricos inutilizados y oficinas convertidas en almacenes de emergencia. La pregunta evidente era cuántas empresas podrían volver y, dentro de esas, a qué velocidad.
Un año después, la fotografía comparada ofrece una tasa de supervivencia alta para un episodio de esta magnitud. Ocho de cada diez compañías no sólo han reabierto, sino que desarrollan actividad con niveles de producción y ventas normalizados; algunas incluso han aprovechado la remontada para modernizar procesos y actualizar equipamientos. Entre las que no han seguido, hay cierres derivados directamente de la dana —maquinaria irrecuperable, pérdidas de género imposibles de absorber, daños estructurales— y cierres por otras causas —reestructuraciones, jubilaciones sin relevo, concursos previos— que el temporal aceleró o hizo inevitables.
Termómetros de actividad: luz, empleo y flota industrial
La recuperación no se mide solo con persianas abiertas. Lo que distingue un rebote técnico de una reactivación real es lo que consumen, contratan y desplazan las empresas. El consumo eléctrico es un indicador adelantado de la actividad: cuando las naves vuelven a llover vatios, significa que las líneas de producción, las cámaras frigoríficas, los compresores y las cintas logísticas están en marcha. Los registros energéticos de los polígonos de la zona cero reflejan ese regreso a ritmos previos, con picos que se acercan a las curvas de un octubre sin sobresaltos. En paralelo, las contrataciones ya superan las de 2024, dato que casa con más afiliación a la Seguridad Social en los municipios afectados.
Otra señal medible es la matriculación de vehículos industriales, tractores de la economía real: furgones, rígidos y cabezas tractoras nuevos o de segunda mano que sustituyen flota dañada o refuerzan capacidad. Ese movimiento, que no se hace por capricho, apunta a expectativas de carga, a rutas que vuelven a cerrarse con regularidad y a libros de pedidos que no se pueden servir sólo con lo que había en el garaje.
Todo ello, por supuesto, tiene matices. Los sectores más intensivos en stock y con mayor exposición a la inundación han tardado algo más en afinar su recuperación. El calzado, el comercio mayorista de alimentación y algunas ramas del metal sufrieron pérdidas en materias primas y en existencias listas para servir, lo que obligó a reordenar cadenas de suministro y a negociar ampliaciones de plazos con clientes. La logística de última milla y la reparación de vehículos reaccionaron con agilidad por necesidad: había que mover repuestos, llegar a hogares y negocios afectados, recomponer rutas. En paralelo, los servicios auxiliares —limpieza industrial, obra civil ligera, electricidad y fontanería— soportaron una sobrecarga temporal que se fue normalizando trimestre a trimestre.
La visión de conjunto es clara: la economía local volvió a latir y los indicadores de uso real —no los discursos— dicen que la zona cero trabaja. Queda, sin embargo, un suelo irregular: trámites encallados, peritaciones complejas y proyectos de mejora que dependen de obras que no se levantan con una firma.
Ayudas y seguros: quién paga la cuenta
Ninguna empresa reabre a pulmón puro después de una riada que derriba tabiques, arruina géneros y compromete infraestructuras. El informe de la Cámara de Comercio subraya dos secuencias temporales. En las primeras semanas, la caja propia y las donaciones privadas fueron determinantes para limpiar, achicar, comprobar instalaciones y reanudar actividad mínima. Es el dinero que llega primero: del socio, del familiar, del proveedor que fía un pedido para que no se pare la cadena. Ese impulso evitó que la parálisis total se cronificara.
A partir de ahí entró el capítulo público, con ayudas que, según el estudio, se han dispuesto con una celeridad inédita en España y en Europa. Las líneas se desplegaron en varias capas —subvenciones directas para reparación y sustitución, préstamos blandos, exenciones fiscales, apoyos a la contratación— y con ventanillas autonómicas, estatales y locales intentando coordinarse en tiempo récord. El Consorcio de Compensación de Seguros y las aseguradoras articularon el otro brazo, imprescindible, con peritaciones masivas y pagos que en algunos casos permitieron arrancar máquinas en meses.
Ahora bien, no todo expediente llega a la meta a la vez. El mismo informe destaca que cuatro de cada diez empresas están todavía pendientes de algún cobro. No siempre hablamos de cantidades gigantescas; a veces se trata de tramos finales de subvención que requieren justificaciones de inversión, certificados técnicos o visitas de comprobación. Otras veces el nudo está en conflictos con valoraciones periciales o en solicitudes que cruzan más de una administración. El impacto de esa espera no es anecdótico: un ciclo de cobros retrasado impone costes financieros, quita margen y obliga a priorizar gastos con una prudencia que no siempre ayuda a crecer.
Por eso, en muchos polígonos se escucha un mensaje doble. De un lado, reconocimiento a la rapidez con la que se encendieron los mecanismos tras la dana. Del otro, insistencia en que las últimas millas del proceso —el cierre de expedientes— son decisivas para que la recuperación sea completa y no se pierda tracción. En empresas pequeñas, una ayuda pendiente equivale a un furgón nuevo o a una línea de estanterías; en medianas, puede ser la diferencia entre abrir un turno y quedarse con el horario recortado.
La letra pequeña que decide plazos
En toda catástrofe, la letra pequeña de pólizas y convocatorias hace de bisagra. Coberturas por inundación, límites de capital asegurado, franquicias, exclusiones en semisótanos o en aparcamientos… son detalles que, tras un evento extremo, afectan directamente a tiempos y cantidades.
En paralelo, las subvenciones obligan a documentar con precisión qué se repone, a qué precio, con qué homologaciones y en qué plazos. Muchos empresarios descubrieron que llevar inventarios digitales actualizados y fotografiar procesos reduce dudas y acorta peritaciones. Es un aprendizaje que ha quedado incorporado a la gestión diaria en 2025.
Vidas y negocios: del Bonaire a la librería de Benetússer
Más allá del dato agregado, la recuperación tiene nombres propios. Bonaire volvió a abrir tres meses y medio después del temporal. No es sólo un hito simbólico; hablamos de cientos de locales, miles de empleos directos e indirectos y una locomotora de tráfico que empuja al comercio del entorno. El rearranque escalonado fue quirúrgico: limpieza a gran escala, maquinaria de climatización sustituida, sistemas eléctricos reconstruidos, protocolos de evacuación revisados. Cuando la galería volvió a llenarse, una parte del público la interpretó como la señal de que la zona empezaba a respirar.
Al otro lado del espectro, Somnis de Paper, una librería de Benetússer, decidió reabrir después de perder más de 8.000 libros. El gesto no se mide en metros cúbicos de agua sino en determinación: recomponer catálogo, mobiliario, proveedores y clientela a base de voluntad, donaciones y pequeños apoyos. Este tipo de historias, que se repiten con talleres, bares de polígonos, ferreterías o imprentas, explican por qué el 85 % no es un número vacío. Detrás hay familias, proyectos y plantillas que volvieron a poner en marcha rutinas y horarios.
En ese camino, hubo cambios estratégicos. Empresas que subieron maquinaria a altillos, que reubicaron stocks en estanterías elevadas, que instalaron compuertas anti-retorno en arquetas y que ajustaron pólizas con coberturas más precisas. Otras apostaron por digitalizar compras y ventas para agilizar justificaciones y controlar flujos en tiempo real. En logística, se adelantó un proceso que venía de lejos: vehículos con mayor estanqueidad, sistemas de localización robustos y protocolos para rutas alternativas si un tramo queda inutilizado por agua.
El factor humano fue, y es, determinante. Plantillas que se organizaron por turnos de limpieza, proveedores que aplazaron pagos, clientes que aceptaron demoras. También ayuntamientos que facilitaron licencias para reparaciones urgentes y servicios municipales volcados en bombear, desatascar y señalizar. El resultado es una red más consciente del riesgo, con planificación que hace un año no existía o no estaba afinada.
Los flecos: expedientes pendientes y cicatrices ocultas
A estas alturas, el relato triunfalista sería engañoso. Las cifras globales son buenas, pero no ocultan los flecos. Uno es el tiempo: no todas las empresas llegaron igual de rápido al punto de equilibrio. Pequeños comercios con menor músculo financiero se han quedado en el camino o circulan con lo justo, a expensas de cobros que no terminan de llegar. Autónomos del sector servicios —talleres de reparación, montadores, distribuidores— han soportado meses de trabajo intenso con márgenes ajustados y ritmos que no siempre se traducen pronto en liquidez.
Otro fleco es la seguridad jurídica de algunas actuaciones de emergencia. Retiros de escombros, apeos provisionales, instalaciones eléctricas reconstruidas en plazos imposibles han requerido regularizaciones posteriores. Nadie cuestiona la necesidad de actuar rápido; la administración tampoco ha puesto trabas insoportables. Pero ordenar papeles después de superar lo urgente consume tiempo y recursos que no siempre están disponibles.
Queda también la duda razonable de cómo respondería la zona si un episodio similar llegara demasiado pronto. Algunas mejoras están en marcha, otras completadas, y varias penden de obras mayores que no corren al ritmo de una factura. Motores de bombeo adicionales, canales de alivio, tanques de tormenta o redes separativas en ámbitos urbanos e industriales marcan la diferencia entre una inundación que anula semanas de trabajo y una incidencia que se resuelve en horas. La reflexión no es local: las danas han pasado de ser episodios ocasionales a amenazas recurrentes en el Mediterráneo.
Un apunte más, menos visible pero importante: salud mental y fatiga. Equipos que han vivido meses de incertidumbre, jefes de planta que han encadenado jornadas sin descanso, autónomos con trauma derivado de volver a ver llover fuerte. Las empresas no funcionan sólo con cuentas de resultados; funcionan con personas. En 2025, programas de apoyo y acompañamiento empiezan a estar presentes en mutuas y servicios de prevención. No resuelven el barro, pero ayudan a no romperse por dentro.
Qué cambia para el futuro inmediato
La dana de 2024 ha dejado tres lecciones operativas que ya influyen en cómo se trabaja en los polígonos de la zona cero. La primera es planificar para lo excepcional. Hasta hace poco, los planes de contingencia contemplaban fallos eléctricos, impagos o cortes de suministro. Hoy incorporan mapas de cota, protocolos de elevación de equipos, cierres perimetrales temporales, rutas de evacuación de mercancías y acuerdos cruzados entre empresas vecinas para compartir almacenes o muelles en caso de inundación. Ese cambio cultural no se ve, pero se nota.
La segunda es invertir con criterio. Hay menos paciencia para equipos obsoletos, estanterías en planta baja y cableado que no soporta humedad. Se imponen materiales y soluciones más resistentes, mantenimientos preventivos y sensores. Incluso las pólizas han evolucionado: en renovaciones se aprecia mayor especificidad de coberturas y franquicias que premian prevención y mejoras constructivas. La banca y las sociedades de garantía han afinado igualmente sus criterios de riesgo: primas y tipos reflejan medidas mitigadoras que no estaban en el radar hace dos años.
La tercera es trabajar en red. La cooperación entre asociaciones empresariales, cámaras, ayuntamientos y consellerias dejó de ser un formalismo. Después de un año de mesas técnicas, mesas de seguimiento y oficinas posdana, la zona opera con más información compartida y menos silos. Cuando un polígono tiene problemas de drenaje, el resto está alerta y mueve recursos. Cuando hay que cortar una vía, los transportistas reciben rutas alternativas en tiempo útil. Ese tejido de coordinación no garantiza que no haya daños, pero acorta plazos y reduce costes.
Un terreno de juego que pide obras
La pieza que falta —y que gana prioridad— es la obra hidráulica y urbana. Hay proyectos redactados, otros en licitación y algunos en ejecución para aumentar capacidad de drenaje, proteger puntos negros y reordenar vertientes. No son actuaciones vistosas, no inauguran edificios, pero evitan desastres.
En los polígonos que ocupan zonas de antigua huerta, cada centímetro de cota importa; cada badén y cada cuneta bien calculados restan centímetros de lámina de agua en el interior de las naves. La coordinación metropolitana —rio, barrancos, red secundaria y alcantarillado industrial— es el examen clave. Sin esa partitura común, cada lluvia intensa volverá a poner a prueba lo conseguido.
Lectura final del 85 % activo
A estas alturas, ya no es un titular, es un punto de apoyo. Que el 85 % de las empresas de la zona cero esté activo un año después significa varias cosas a la vez. La primera, resiliencia. No una palabra vacía, sino la capacidad práctica de continuar produciendo, vendiendo y generando empleo tras una inundación histórica. La segunda, aprendizaje. Porque esa vuelta no se ha hecho en el mismo lugar ni con los mismos hábitos: se ha elevado maquinaria, reubicado stock, revisado pólizas, digitalizado procesos y acordado protocolos. La tercera, alerta permanente. El clima en el arco mediterráneo no concede treguas largas y la empresa lo ha incorporado a su cuadro de mandos.
También significa que el 15 % restante necesita soluciones o cerrar capítulos. Entre negocios que no han vuelto y expedientes por cerrar, hay personas que han puesto lo suyo y esperan respuesta. Atender ese último tramo no es un gesto, es política industrial en pequeño: completar pagos, agilizar peritaciones complejas y rematar obras que bajan el riesgo. En términos de competitividad, una zona que aprende y reduce vulnerabilidades es más atractiva para inversión y empleo que otra que cruza los dedos.
La experiencia de Bonaire y de la librería de Benetússer condensa la doble escala de esta historia: macro y micro. Un centro que arrastra tráfico y empleo y un comercio de proximidad que sostiene comunidad. Entre ambos extremos se mueve la economía real que hoy escribe la posdana en la provincia de Valencia. No hay épica, hay oficio. Empresas que hicieron cuentas, pidieron ayuda y se pusieron a trabajar. El resultado está a la vista: naves con luz, talleres en marcha, camiones cargados y contratos firmados.
Conviene quedarse con otro detalle: la rapidez con la que confluyeron fondos propios, donaciones y ayudas públicas. Ese tridente redujo el tiempo de parada, que suele ser letal tras un desastre. Si en la próxima dana —cuando llegue— esa coordinación y esa capilaridad se reproducen igual o mejor, las pérdidas serán menores y la recuperación aún más corta. La economía no puede asegurar el cielo, pero sí puede preparar el suelo.
Porque lo esencial ya se ha demostrado: la zona cero está en marcha. Produce, compra, vende, contrata, y se blinda con obras y hábitos para que el agua no vuelva a frenar meses de trabajo. Es la noticia detrás del número, el dato que se traduce en turnos, tiendas, facturas y nóminas. Hoy, esa es la diferencia entre sobrevivir y sostener el futuro.
Una posdana con pies de barro… y de acero
La posdana valenciana camina sobre barro —el recuerdo de lo que pasó y lo que aún falta— y sobre acero —la infraestructura que se refuerza y la industria que empuja—. Ocho de cada diez empresas están en velocidad de crucero; una de cada diez quedó por el camino por motivos ajenos a la riada; algo menos de una de cada veinte no pudo sobrevivir al golpe del agua. No es un final feliz, es un balance honesto.
El tejido ha respondido, la ayuda ha llegado, la inversión crece y la planificación se toma en serio. Queda rematar expedientes, acelerar obras y no perder el aprendizaje. Si algo ha enseñado este año es que la resiliencia no es un eslogan: es una rutina hecha de decisiones pequeñas, pólizas leídas, tornillos apretados y personas que no se rinden cuando vuelve a llover. En la zona cero, esa rutina ya no se negocia. Se practica. Y se nota.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Agencia EFE, Cámara de Comercio de Valencia, Europa Press, El País, ABC, Cadena SER.

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