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Cultura y sociedad

¿Por qué la directora de la Guardia Civil se puso en pijama?

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una mujer militar vistiendose

Diseñado por Freepik

La polémica por el supuesto “pijama” de Mercedes González en un homenaje a los caídos reabre el debate sobre la imagen y el protocolo oficial.

La escena es real y el contexto también: un homenaje solemne a los guardias civiles caídos, celebrado en el patio de la Dirección General del Cuerpo, en Madrid, a comienzos de semana. La directora general, Mercedes González, acudió sin uniforme —no es mando operativo— y con un conjunto verde: jersey de pico y pantalón de cuadros en tonos verdes y blancos. Ese detalle, aparentemente menor, incendió las redes. La etiqueta “pijama” se expandió en cuestión de horas y saltó a titulares. ¿Qué hay detrás? Que la indumentaria elegida se percibió como demasiado informal para un ceremonial que la tradición castrense considera de máxima sobriedad. No hay rastro de que se tratara de ropa de dormir; sí de una polémica estética y simbólica que ha eclipsado el propósito del acto.

Lo verificable es sencillo: hubo acto institucional de homenaje a los caídos, con difusión en canales oficiales y presencia de la cúpula de Interior. La directora general vistió de civil con prendas verdes, línea cromática que viene utilizando en apariciones públicas desde que asumió el cargo de nuevo en 2024. Lo opinable es otra cosa: si ese conjunto encaja —o no— con la solemnidad de un homenaje a quienes perdieron la vida en acto de servicio. En esa grieta se ha instalado la discusión pública, con críticas acerbas y también con voces que restan dramatismo, recordando que no existe una norma que obligue a las autoridades civiles a vestir de una determinada manera en estos actos. Ese es el punto de fricción: más debate de protocolo social que infracción formal.

Lo contrastado del acto y la imagen que lo desbordó

El homenaje a los caídos de la Guardia Civil se celebra con un guion ceremonial estable: formación de una compañía, ofrenda floral, toque de oración, recuerdo a los nombres que faltan. Es un rito de memoria que el Reglamento de Honores Militares codifica en sus secuencias, toques y tratamientos. La imagen difundida esta semana muestra a la directora general avanzando junto a otras autoridades hacia la ofrenda, sin uniforme —porque no le corresponde— y con prendas de calle en verde, color institucional del Instituto Armado. El plano cerrado sobre el pantalón de cuadros alimentó las comparaciones con un pijama, exageración retórica que se volvió meme y, después, controversia política.

Sobre fechas y lugar, no hay misterio: patio de la Dirección General y jornada de lunes. En la pieza audiovisual se escuchan los elementos clásicos del homenaje y se ve a la compañía en formación. La discusión nace, pues, de un encuadre estético: el contraste entre una ceremonia sobria y una vestimenta que a muchos les pareció descontextualizada. Ese choque visual —no la vulneración de una regla escrita— explica la reacción.

Qué exigen las reglas y qué deja al criterio: el marco del protocolo

Conviene fijar el perímetro normativo. El Real Decreto 684/2010, que regula los honores militares, define el ceremonial: quién rinde honores, cuándo, de qué manera. Delimita cómo se ejecuta un homenaje a los caídos, con sus toques, sus formaciones y su liturgia. Ese texto no impone un código de vestimenta a las autoridades civiles invitadas o presentes. Las normas internas de uniformidad alcanzan al personal del Cuerpo, con sus categorías de uniforme, divisas y empleo, no a quienes no lo visten. Traducido: no hay una falta reglamentaria detectable en acudir de paisano a un homenaje, siempre que no se usurpe uniformidad u honores.

Otra cosa es el protocolo social y la costumbre institucional, que en España suelen recomendar sobriedad y tonos oscuros en actos de memoria o luto. Ahí aparece el campo de lo adecuado: criterios compartidos, no siempre escritos, que fijan expectativas de decoro. Es ese terreno el que se ha tensado con el conjunto elegido. Muchos cuadros dentro del propio Instituto hablan de “coherencia simbólica”: si el homenaje apela a lo más serio —la vida entregada en servicio— se espera que la iconografía, también la vestimenta, acompañe. Quien defiende a la directora recuerda que, tratándose de una autoridad civil, los códigos de sobriedad no pasan por el blanco o el negro absolutos, sino por no desentonar con el tono de la ceremonia. Grises, azules, verdes oscuros, americana o abrigo clásico; ese sería el patrón habitual. ¿Choca un pantalón de cuadros contra esa pauta? Ahí está el meollo.

La prenda en cuestión: descripción, lectura simbólica y por qué pareció un “pijama”

El jersey de pico verde y el pantalón de cuadros verdes y blancos son, por sí solos, prendas perfectamente normales en un guardarropa invernal. Pero la percepción pública depende del contexto. En el plano medio del vídeo, los cuadros toman protagonismo y, asociados al color, evocan tejidos de descanso populares en el mercado low cost. De ahí a la etiqueta “pijama” hay un salto retórico que en redes se hace sin esfuerzo. Técnicamente, no era un pijama. Estéticamente, se pareció demasiado para una parte del público.

Quienes sostienen que la elección fue desacertada argumentan tres elementos: primero, el contraste con el uniforme —verdes oscuros, botas, correajes, boinas— que rodea a la autoridad civil; segundo, la simetría geométrica del cuadro, que llama la atención en un entorno de luto; tercero, la televisibilidad del acto: cualquier detalle visual tiende a magnificar su impacto cuando la pieza se recorta, se ralentiza o se congela en capturas virales. No es casual que los comentarios críticos se multipliquen precisamente en fotogramas donde la prenda ocupa el centro del plano.

En el lado opuesto, la defensa se apoya en dos claves. La primera: coherencia cromática con el verde de la Guardia Civil, una seña que la propia Mercedes González ha reforzado en sus apariciones —chaquetas, faldas, camisas— desde su retorno a la Dirección General en 2024. La segunda: ausencia de norma que imponga traje oscuro a una autoridad civil en actos de homenaje. Se puede considerar poco acertado el cuadro, dicen, pero no irrespetuoso por sí mismo. En este marco, la acusación de “pijama” suena a hipérbole partidista más que a crítica de protocolo.

La bola de nieve: del vídeo oficial a la tormenta en X y las portadas

El recorrido de la polémica ha seguido el libreto habitual de la era hipervisual. Primero, la difusión institucional del homenaje, con su texto y su clip. Después, el recorte de planos con énfasis en la vestimenta de la directora. A partir de ahí, X amplifica con una etiqueta —“pijama”— que encaja como un guante en la economía del meme. El salto a portales y agregadores llega con la inercia de las métricas: lo que perfora la pantalla entra en el radar editorial. Ya no se discute el acto —que transitó con normalidad y respeto— sino la imagen.

En ese circuito se han destacado tres tipos de voces. Están, por un lado, usuarios anónimos y cuentas políticas que exigen dimisiones y elevan la indumentaria a “falta de respeto a los caídos”. Se suman voces con nombre propio —desde escritores hasta abogados vinculados a asociaciones— que reprochan a la directora un “desencaje de solemnidad”. Y, en un tercer grupo, agentes y veteranos que contrastan el código del uniforme con el principio de decoro que esperan de la autoridad civil que preside. En respuesta, cargos y simpatizantes del ámbito gubernamental relativizan el episodio, subrayando que no hay regla vulnerada y que el verde —cuadros incluidos— dialoga con la identidad del Instituto Armado.

La directora, por ahora, no ha ofrecido una explicación pública detallada sobre la elección del atuendo, ni se ha anunciado ninguna revisión de protocolo en Interior a cuenta de lo ocurrido. Desde el entorno del Cuerpo no se ha emitido una protesta formal: el acto se celebró con los honores debidos y sin incidentes. El debate, como tantas veces, se libra en el espacio mediático y digital, no en el administrativo.

Reacciones internas y externas: quién dijo qué y qué pesa de verdad

En el ecosistema policial y guardia civil coexisten sensibilidades diversas. Algunas asociaciones profesionales y juristas de referencia han afeado la elección, no por infracción reglamentaria, sino por oportunidad simbólica. Otros cuadros —hoy en activo o en retiro— conceden que el pantalón de cuadros fue “poco prudente” en un homenaje, pero rehúsan elevarlo a categoría política, pidiendo no desviar el foco del propósito del acto: recordar a quienes murieron en servicio.

La política, inevitablemente, interviene. Oposiciones autonómicas y nacionales han aprovechado para golpear a Interior, convertir el “pijama” en marca de desidia y cohesionar a los suyos. En paralelo, comentaristas con línea editorial crítica amplifican el caso como símbolo. No faltan quienes están cansados de estas batallas de vestuario y piden bajar el volumen. ¿Qué pesa más? La imagen configura percepciones y, en la comunicación política, cada cuadro cuenta. La fotografía del homenaje —con uniforme a un lado y cuadros al otro— se queda.

Qué dice la tradición: el homenaje a los caídos y su gramática visual

El homenaje a los caídos concentra, en minutos, un alfabeto de símbolos con décadas de sedimentación: formación en orden cerrado, estandarte en vanguardia, corona de laurel, toque de oración, silencio, “La muerte no es el final” cuando procede. En esa gramática, la sobriedad visual siempre ha sido clave: no tanto la dureza cromática —que también— como el respeto en cada gesto, cada paso, cada vestidura. Por eso, el debate sobre la adecuación del atuendo civil aparece una y otra vez cuando las autoridades no uniformadas presiden o acompañan.

La práctica comparada ofrece matices. En muchas ceremonias, ministros, secretarios de Estado y delegados acuden en traje oscuro, abrigo sencillo en invierno y complementos discretos. Se admiten variaciones si el acto no es duelo —por ejemplo, celebraciones de Patrona o aniversarios—, pero cuando se trata de memoria de caídos, el manual no escrito invita a moderar texturas y estampados. Dicho esto, también es verdad que no existe en España un código unificado para autoridades civiles en actos castrenses. Esa zona gris explica que, de tanto en tanto, se abra un fuego cruzado como el de estos días.

Quién es Mercedes González y por qué el verde se ha convertido en su marca

La protagonista de la polémica no aterrizó de nuevas. Mercedes González (Madrid, 1975) fue concejala en la capital, delegada del Gobierno en Madrid y, tras un paréntesis de cambios en Interior, retornó a la Dirección General de la Guardia Civil en 2024. Desde entonces, ha construido una estética reconocible: verdes en distintas gamas, tejidos lisos y de cuadros, piezas de línea recta que —a ojos de su equipo— dialogan con la identidad del Cuerpo sin usurpar el uniforme. En inauguraciones de cuarteles, patronas o jornadas operativas, esa paleta se repite.

La defensa más benévola a su elección en el homenaje se apoya en esa coherencia cromática. No sería, sostienen, un “pijama”, sino una continuidad de su marca visual. Los críticos replican que la coherencia no suple la pertinencia: si el acto exige luto simbólico, conviene apagar los estampados y oscurecer el tono. Para completar el cuadro, quienes la respaldan subrayan que la directora no se disfraza de mando —evita prendas que se confundan con el uniforme— y que, precisamente por eso, prefiere una paleta civil que no invada el terreno castrense. Otra vez, la discusión estética ancla en percepciones políticas.

¿Hubo vulneración o solo mal juicio? Lo que explican los juristas de protocolo

Voces de protocolo consultadas en estas horas convergen en un punto: no hay infracción reglamentaria cuando una autoridad civil acude de paisano al homenaje a los caídos. Ni el Reglamento de Honores ni las órdenes de uniformidad del Instituto Armado imponen a un director general civil traje y corbata o tonalidades concretas. Otra cosa es el criterio de prudencia: cuando la ceremonia recuerda a fallecidos en servicio, “mejor pasarse de sobrio” que incurrir en una textura llamativa. El pantalón de cuadros cruza esa línea para parte del público.

Desde el punto de vista institucional, no hay indicios de que se vaya a modificar normativa alguna por este episodio. Lo que sí es probable es que las unidades de protocolo ajusten sus recomendaciones de vestimenta en futuras convocatorias donde coincidan uniforme y autoridades civiles. Esa solución de bajo voltaje —recomendación, no imposición— suele evitar choques posteriores y desdramatiza una polémica más ruidosa que sustantiva.

La política del detalle: por qué un pantalón puede marcar la agenda

Que el debate nacional pivote, por unas horas, sobre un pantalón de cuadros dice tanto de la política contemporánea como de la televisión. En un ecosistema saturado de estímulos, la iconografía manda. Un gesto, una prenda, una paleta de colores pueden desplazar —que no anular— la sustancia de un acto. Ocurre en todas las latitudes y con todos los signos. La etiqueta “pijama” encaja en la lógica de los marcos: etiqueta simple, fácil de compartir, potente en imagen. A partir de ahí, cada actor usa la etiqueta según su interés.

Para la Guardia Civil, estas polémicas tienen un efecto colateral: opacan el reconocimiento a los caídos, el mensaje central del rito. Para Interior, abren un flanco menor pero ruidoso que obliga a medir el código visual de sus altos cargos. Para la oposición, regalan un marco eficaz para criticar al Gobierno sin entrar en expedientes operativos o presupuestarios. Y para el público, funcionan como símbolo condensado de un estado de cosas: desencaje, descuido o hipersensibilidad según se mire. La vida pública va, cada vez más, de imágenes.

Qué viene ahora: gestos posibles, lecciones previsibles

En la práctica, lo más probable es que este episodio se cierre con gestos discretos y aprendizajes internos. La unidad de protocolo tomará nota y recomendará futuras elecciones cromáticas más sobrias cuando se trate de homenajes o funerales. La directora general —o su equipo— cuidará la televisibilidad de los conjuntos cuando haya uniformes alrededor. Y la conversación pública saltará al próximo asunto con la misma velocidad con que llegó el “pijama”, dejando detrás capturas y memes para hemeroteca.

En paralelo, sigue el trabajo de fondo: el apoyo a las familias de quienes fallecen en acto de servicio, la mejora de la seguridad vial tras siniestros que golpean a la Agrupación de Tráfico, las inversiones en cuarteles y equipamiento. En la práctica, ese es el núcleo que el homenaje pone en primer plano, con independencia del vestuario de quien lo presida.

Un cierre que mira al fondo del asunto: memoria, símbolos y contención

El homenaje se celebró con normalidad, los honores se rindieron y el recuerdo quedó fijado. Todo lo demás son símbolos. La elección de un pantalón de cuadros no es un delito ni una falta reglamentaria, pero abre un debate razonable sobre la congruencia estética en actos de memoria. Un director general, ministro o alcalde sabe que cada pixel cuenta. Y asume —conviene asumirlo— que, en ceremonias que invocan el sacrificio, la contención es un lenguaje en sí mismo.

Si la pregunta es qué pasó, la respuesta ya está: una elección de vestuario desajustada al tono para muchos, defendible para otros porque no rompe norma alguna. Si la pregunta es qué debería pasar, la conclusión es más prosaica: recomendaciones claras, prudencia en la paleta y foco donde debe estar. En los nombres que faltan. En el sonido del toque. En la memoria que no se discute. Y que no debería quedar tapada por unos cuadros.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y medios confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Heraldo de Aragón, Vozpópuli, Libertad Digital, ABC.

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