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Salud

Diferencia entre artritis y artrosis: así dejarás de confundirte

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anciano con artritis y artrosis

Inflamación o desgaste: diferencias entre artritis y artrosis, síntomas, diagnóstico y tratamientos, con ejemplos prácticos y pautas útiles.

La diferencia entre artritis y artrosis se resume en un trazo firme: la artritis es, ante todo, inflamación primaria de la articulación, a menudo de causa autoinmunitaria, infecciosa o por cristales; la artrosis es degeneración progresiva del cartílago y del resto de estructuras articulares con brotes inflamatorios secundarios. La primera enciende y ataca la sinovial desde el minuto uno; la segunda desgasta, remodela y, con el tiempo, duele y limita. Esa es la separación que ordena el diagnóstico y el tratamiento.

A partir de ahí, los caminos se bifurcan con claridad clínica. En artritis son típicas la rigidez matutina prolongada, la tumefacción visible, el calor local y un patrón a menudo simétrico en manos y pies; pueden concurrir cansancio, febrícula y afectaciones fuera de la articulación. En artrosis predominan el dolor mecánico que empeora con el uso y mejora con el reposo, la rigidez breve al “arrancar” y la pérdida de función a cámara lenta, con especial castigo a rodillas, caderas, manos o columna. En el laboratorio también hay huellas distintas: marcadores de inflamación y autoanticuerpos orientan hacia artritis; analíticas anodinas sugieren artrosis. Dos entidades emparentadas por el dolor, pero no son lo mismo.

Poner cada palabra en su sitio

Conviene fijar bien los términos para no confundir el mapa. Artritis no es una sola enfermedad: engloba más de un centenar de cuadros que comparten el denominador común de la sinovitis (inflamación de la membrana que recubre la articulación). Artritis reumatoide, espondiloartritis, artritis psoriásica, artritis por microcristales (como la gota) o artritis infecciosa son ejemplos conocidos. En su forma paradigmática, la artritis reumatoide es un proceso autoinmunitario: el sistema inmune reconoce como enemigo propio el tejido sinovial y desencadena una cascada que, sin control, erosiona el hueso y deforma las articulaciones. No se queda en un mal gesto; puede ser sistémica.

Artrosis —también llamada osteoartrosis u osteoartritis en la literatura científica— es la enfermedad reumática más prevalente. Ya no se entiende como un “desgaste pasivo” del cartílago, sino como una alteración estructural de todo el órgano articular: cartílago, hueso subcondral, sinovial, ligamentos, músculos periarticulares. Hay una inflamación de bajo grado que acompaña, pero no es el motor inicial. En el relato clásico, el dolor aparece con el uso, cede al reposo, reaparece con la carga; hay crujidos, limitación y, con los años, deformidad y pérdida de función. La distribución, además, no es caprichosa: rodilla y cadera encabezan el ranking, seguidas por manos y columna.

Ese encuadre semántico —inflamación primaria frente a degeneración con respuesta inflamatoria secundaria— no es un detalle académico: marca qué pruebas piden los clínicos, qué tratamientos cambian el curso y cuándo hay que acelerar una derivación. Nombrar bien, en este asunto, es decidir mejor.

Cómo se originan y por qué duelen

La artritis suele arrancar con un estímulo que prende la mecha inmunitaria. En la artritis reumatoide, linfocitos T y B, citocinas como el TNF o la interleucina 6 y autoanticuerpos —factor reumatoide o anti-CCP— protagonizan un ataque sostenido contra la sinovia. La membrana se engrosa, prolifera, infiltra la articulación, libera enzimas que degradan cartílago y muerde el hueso: de ahí erosiones y deformidades si no se corta a tiempo. Otras artritis viajan por rutas distintas pero con un mismo final inflamatorio: la gota deposita cristales de urato en la articulación y enciende un dolor súbito y feroz; una artritis séptica mete bacterias dentro de la cápsula articular y convierte la articulación en un foco caliente que reclama urgencia.

La artrosis se cocina con una suma de factores: edad, genética, biomecánica, exceso de peso, ocupaciones o deportes con cargas repetidas, lesiones previas (menisco, ligamentos), alineaciones inadecuadas. El cartílago pierde su arquitectura, el hueso subcondral se esclerosa, aparecen osteofitos, la sinovial reacciona. El dolor tiene marcados acentos mecánicos: baja escaleras, arranca en frío y se alivia al sentarse. Con el tiempo, la articulación pierde rango de movimiento, el músculo se descondiciona y el círculo se retroalimenta. No es raro que haya brotes inflamatorios locales que confundan y hagan pensar en “artritis”; son parte de la propia biología de la artrosis, pero no su origen.

Hay, además, variables que sesgan la balanza. La artrosis aparece con más frecuencia a partir de la mediana edad, golpea más en mujeres tras la menopausia y se ve potenciada por la obesidad. La artritis reumatoide, por su parte, es más habitual entre los 30 y 60 años, también con predominio femenino, y mantiene vínculos conocidos con el tabaquismo y con ciertas predisposiciones genéticas. Un matiz clave: se puede tener artrosis de rodilla y, a la vez, artritis reumatoide en manos. No se excluyen.

Síntomas que marcan el camino

La clínica sigue siendo el faro principal para distinguir. La rigidez matutina ofrece una pista de gran valor: cuando dura más de media hora —a menudo más de una— y se acompaña de hinchazón visible y calor en varias articulaciones pequeñas de manos y pies, la probabilidad de artritis inflamatoria sube muchos enteros. Si la rigidez es breve, de minutos, y da paso a dolor con la actividad que mejora al descansar, suena a artrosis. No es una regla matemática: existen artrosis de manos con rigidez prolongada y artritis bien controladas con apenas rigidez. Pero, como guía clínica, funciona.

La distribución agrega pistas. La artritis reumatoide tiende a ser simétrica y prefiere muñecas e interfalángicas proximales, rara vez las distales. La artrosis de manos, en cambio, golpea las interfalángicas distales (los clásicos nódulos de Heberden) y la base del pulgar (trapeciometacarpiana), y puede deformar de manera visible. En las rodillas, la artrosis duele al bajar escaleras o al levantarse de una silla; en cadera, la rigidez la nota quien se viste o atarse los zapatos; en la columna, molesta tras bipedestaciones prolongadas y al final del día. En artritis, los brotes pueden acompañarse de astenia, febrícula o pérdida de apetito; en artrosis, la esfera general suele respetarse, aunque el dolor continuado termina por agotar.

Un punto subrayado en consulta es el curso temporal. La artritis puede debutar en semanas con dolor, rigidez, tumefacción y empeoramiento matutino llamativo. La artrosis acostumbra a avanzar a golpes: temporadas mejores, otras más torpes, siempre con una deriva lenta hacia la limitación si no se interviene de forma ordenada. Esa diferencia temporal condiciona estrategias: en artritis, empezar pronto con fármacos que modifican la enfermedad puede evitar erosiones; en artrosis, recuperar fuerza, perder peso y gestionar cargas a tiempo retrasa años la necesidad de tratamientos invasivos.

Pruebas y diagnóstico sin rodeos

Decidir qué pedir y cuándo evita retrasos y pruebas innecesarias. En artritis, las analíticas sirven para encajar piezas: proteína C reactiva y velocidad de sedimentación globular elevadas hablan de inflamación sistémica; la positividad del factor reumatoide y, especialmente, de los anticuerpos anti-CCP refuerza la sospecha de artritis reumatoide cuando la clínica acompaña. No son exclusivos ni obligatorios, y su interpretación aislada puede confundir. Mandan historia clínica y exploración. Otras artritis tienen señales propias: en gota, el urato elevado, los cristales en el líquido sinovial y un debut abrupto encajan como piezas de puzzle; en la séptica, la articulación roja, caliente y dolorosa, a veces con fiebre, demanda artrocentesis inmediata y antibióticos.

En artrosis, la analítica suele estar silenciosa. No hay marcadores específicos. Ese silencio no trivializa el dolor: simplemente indica que la inflamación sistémica no lidera el problema. Por eso, los clínicos ponen el peso en la clínica y en la imagen prudente. Radiografía para rodilla o cadera cuando vaya a mudar decisiones, ecografía si hay dudas con la sinovitis o para guiar infiltraciones, resonancia en situaciones complejas o cuando otras causas (necrosis, lesiones meniscales significativas) están sobre la mesa. La imagen no debería sustituir a la exploración; hay radiografías muy “feas” en personas que apenas refieren dolor y, al revés, imágenes modestas en casos con gran impacto funcional.

El diagnóstico diferencial se apoya en cuatro claves que, combinadas, despejan el panorama: dolor inflamatorio que empeora en reposo frente a dolor mecánico que mejora en reposo; rigidez larga frente a rigidez corta; analítica con señales frente a analítica plana; erosiones y sinovitis frente a estrechamiento del espacio articular y osteofitos. Cuando la frontera se difumina —y ocurre—, la derivación a Reumatología aporta certeza y, sobre todo, tiempo ganado.

Tratamientos que cambian el curso

El manejo deja de ser un catálogo de fármacos cuando se entiende cómo funciona cada entidad. La artritis exige control del fuego inmunitario; la artrosis, programa de ejercicio y autocuidado estructurado con analgésicos bien pautados. Reflejos distintos para frenos distintos.

En artritis reumatoide y en otras artritis inflamatorias, la piedra angular es comenzar de manera temprana con fármacos modificadores de la enfermedad (FAME o DMARDs). Metotrexato suele ser la primera elección salvo contraindicaciones, con ajustes o combinaciones si la respuesta no es suficiente. Los biológicos (inhibidores de TNF, IL-6, abatacept, rituximab, entre otros) y los inhibidores de JAK han ampliado el arsenal y permiten, en muchos casos, remisión o baja actividad sostenida que hace años resultaba impensable. Los corticoides se utilizan como puente a la dosis más baja posible y durante el menor tiempo razonable, para apagar brotes mientras los FAME alcanzan plena eficacia. A todo esto se le suman fisioterapia, terapia ocupacional, educación y manejo de comorbilidades, con especial atención al riesgo cardiovascular aumentado en cuadros inflamatorios crónicos. En artritis por cristales, la estrategia cambia: control del brote (AINE, colchicina, corticoide) y descenso sostenido del urato cuando está indicado, con alopurinol o alternativas. Cada diagnóstico impone su guía.

En artrosis, el pilar no es un analgésico, es un programa bien armado. Ejercicio regular y estructurado —fuerza para cuádriceps y glúteos en rodilla y cadera, aeróbico de bajo impacto, propiocepción, higiene de cargas— y pérdida de peso cuando corresponde mejoran dolor y función de forma sostenida. El calzado estable, los dispositivos de apoyo adecuados (bastón bien usado, plantillas en desalineaciones concretas) y el entrenamiento del movimiento cierran el núcleo duro. En farmacología, los AINE tópicos tienen un papel en rodilla y mano; los AINE orales se reservan para brotes con gastroprotección cuando haga falta y valoración del riesgo renal y cardiovascular; paracetamol queda como opción limitada en beneficio de seguridad, con efecto modesto. Las infiltraciones bien seleccionadas pueden dar alivio temporal en algunos escenarios; los ácidos hialurónicos y otras terapias intraarticulares tienen evidencia mixta y no se recomiendan de rutina. Las prótesis de rodilla o cadera son últimas cartas cuando el dolor y la limitación persisten pese a un manejo conservador optimizado y hay criterios funcionales y radiológicos que lo respaldan.

El hilo común en artrosis es otro: moverse mejor duele menos. La idea de “guardar reposo” se ha demostrado contraproducente. La pérdida de masa muscular, la rigidez y el miedo al movimiento agrandan el problema. Un plan de fuerza progresiva y cardio de bajo impacto, supervisado cuando es posible, vale más que tres frascos de suplementos. La información honesta evita frustraciones: si se decide probar condroitín, glucosamina o colágeno, conviene hacerlo con expectativas realistas y un periodo de prueba acotado, midiendo si compensa o no.

Entender la diferencia cambia el plan

El matiz entre inflamación primaria y degeneración articular no es un juego de palabras: cambia decisiones. A partir de ese eje se decide qué prueba suma, qué fármaco toca, qué hábitos mueven la aguja y cuándo hay que acelerar una intervención. Quien presenta rigidez matutina de larga duración, hinchazón y calor en articulaciones pequeñas, a menudo en patrón simétrico, encaja en el perfil de artritis y se beneficia de tratamiento modificador precoz para evitar erosiones y pérdida de función. Quien convive con dolor mecánico, rigidez corta, crujidos y una biografía de carga acumulada se alinea con artrosis y necesita un programa de ejercicio, pérdida de peso si hace falta, analgésicos bien pautados y, en fases avanzadas, valorar técnicas intervencionistas o cirugía.

La frontera, a veces, no es nítida. La artrosis se acompaña con frecuencia de sinovitis de bajo grado y puede confundir; hay brotes que parecen más inflamatorios de lo esperado. La artritis, bien tratada, puede ocultar su cara y dejar un resto de dolor mecánico por daño estructural. De ahí que el diagnóstico clínico y la reevaluación periódica —si cambian los síntomas, si se añaden signos sistémicos, si aparece limitación nueva— sean tan relevantes. La imagen y los marcadores no sustituyen al juicio clínico, lo apoyan; y la educación sanitaria bien planteada ayuda a reconocer señales de alarma: articulación roja y caliente con fiebre, dolor que impide el apoyo, debut poliarticular con rigidez de horas, síntomas sistémicos llamativos. Son escenarios que aceleran la valoración especializada.

En la práctica cotidiana, hay decisiones concretas que ilustran el enfoque. Una mujer de 58 años con dolor de rodilla al bajar escaleras, rigidez de cinco minutos al levantarse, radiografía con pinzamiento femorotibial y sobrepeso moderado encaja en artrosis. Un plan con fuerza de cuádriceps y glúteo medio, aeróbico de bajo impacto, pérdida de 6–8 kilos y AINE tópico en brotes transforma el día a día: menos dolor, más confianza, más pasos dados. Un hombre de 42 años con dolor súbito y enrojecimiento en la primera metatarsofalángica, urato elevado y cristales en líquido sinovial presenta una artritis por microcristales: el manejo va por otra ruta, con colchicina o AINE, y, a medio plazo, descenso del urato cuando está indicado. Otro caso: mujer de 36 años, fumadora, con rigidez matutina de más de una hora, tumefacción en metacarpofalángicas de ambas manos y anti-CCP positivos; ahí el inicio de metotrexato con seguimiento estrecho evita erosiones y conserva función. Tres escenas distintas, tres decisiones orientadas por una idea central que no falla: identificar bien qué proceso hay detrás del dolor articular.

Quedan, por último, algunos mitos que conviene despejar. “La artrosis no inflama”: falso, lo hace, aunque con otro tono y papel en la película. “Si duele por la noche es artritis”: no necesariamente; la artrosis avanzada, con carga diurna intensa, desvela. “La artrosis es cosa de mayores”: cada vez se observa más artrosis postraumática en personas jóvenes tras lesiones de ligamentos o menisco; la preparación física y la dosificación de cargas importan. Tampoco ayuda confundir osteoartritis (anglicismo extendido) con artritis en sentido estricto: en castellano, hablar de artrosis evita equívocos.

La ruta para no perderse es sencilla de enunciar, aunque requiera constancia: escuchar la clínica, explorar, ajustar pruebas a lo que cambia el manejo, iniciar el tratamiento que toca en el tiempo correcto y revisar objetivos de forma realista. En artritis, medir actividad de la enfermedad y apuntar a remisión es viable con las herramientas disponibles. En artrosis, fijar metas funcionales —más pasos diarios, poder bajar escaleras sin dolor incapacitante, recuperar una rutina de fuerza— es más útil que perseguir analíticas perfectas. Con ambos enfoques, la calidad de vida mejora y el sistema se ahorra intervenciones evitables.

La diferencia entre artritis y artrosis no se queda en un enunciado didáctico: organiza la estrategia, ahorra tiempo, evita pruebas innecesarias y, sobre todo, cambia el pronóstico. Entendida esa bifurcación, el resto encaja: diagnósticos más certeros, tratamientos más afilados, expectativas mejor calibradas. Y una idea final, sencilla y práctica, que sostiene todo el texto: inflamación primaria frente a degeneración articular. Nombrar bien. Actuar en consecuencia.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Sociedad Española de Reumatología, GuíaSalud, Ministerio de Sanidad, Junta de Castilla y León.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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