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Cultura y sociedad

¿De qué murió Esther Uría? Fallece la actriz de Cuéntame

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De qué murió Esther Uría

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Esther Uría muere a los 55 años tras una enfermedad de curso breve. Datos confirmados, trayectoria en TV y un legado sólido en la educación.

La intérprete vasca Esther Uría ha fallecido a los 55 años tras una enfermedad rápida y de curso breve cuya naturaleza concreta no ha sido comunicada por su entorno. La muerte se produjo en el Hospital Donostia, en San Sebastián, y fue confirmada por medios locales y compañeros de profesión. A esta hora, no hay un parte médico público ni una especificación del diagnóstico; lo que sí consta es que la evolución fue veloz, con un empeoramiento que derivó en el desenlace en pocos días.

La información disponible sitúa el deceso a finales de semana pasada y describe a Uría como una profesional que no había hecho pública ninguna patología previa. La familia ha pedido discreción y se ha ceñido a la fórmula de “breve enfermedad”. Este es, por tanto, el dato firme: murió por una dolencia de avance súbito, sin que se hayan aportado más detalles clínicos. Despejada la duda principal, conviene situar quién fue, qué hizo y por qué su nombre resuena con tanta fuerza en la televisión y el teatro de Euskadi y de España.

Una muerte inesperada y sin detalles médicos concretos

En la crónica de sucesos culturales, hay despedidas que descolocan por su carácter inesperado. Lo de Esther Uría (1970–2025) pertenece a esa categoría. En días recientes había actividad pública normal en su entorno profesional y académico, sin mensajes que anticiparan un problema de salud grave. El ingreso en el Hospital Donostia se produjo cuando la enfermedad ya estaba declarada. Los relatos coinciden en el carácter fulminante de la dolencia: un proceso corto, sin largos tratamientos previos, con un pronóstico que se torció en cuestión de jornadas.

Este tipo de comunicados —“tras una breve enfermedad”— es habitual cuando una familia elige preservar la intimidad sanitaria de la persona fallecida. No hay, de momento, confirmación de autopsia ni de que se vaya a difundir una causa de la muerte más específica. En ausencia de ese dato, la verificación de hechos se centra en el lugar del fallecimiento, la edad, la trayectoria y el calendario. Todo ello está fuera de discusión: 55 años, Donostia como lugar del adiós y una carrera que atraviesa tres décadas de escenarios y platós.

Trayectoria en televisión: de ETB a la ficción nacional

Quien vea su rostro recuerda enseguida ese perfil versátil que encaja tanto en drama como en comedia costumbrista. En la pequeña pantalla, Uría dejó su firma en producciones vascas y nacionales. En Euskadi, su nombre aparece asociado a ETB con títulos como “Pilotari” o “Euskolegas”, labor que la situó como uno de esos rostros familiares que sostienen la verosimilitud de los relatos cercanos. No fue una estrella de focos estridentes; fue, sobre todo, actriz de reparto solvente, de las que mejoran una secuencia con tres frases bien dichas.

Luego llegó el salto —o más bien la suma— a la televisión de alcance estatal, con apariciones en series que definieron una época: “El comisario”, “Hospital Central”, “Maitena: Estados alterados”, “Doctor Mateo” y, por supuesto, “Cuéntame cómo pasó”. En todas ellas desempeñó papeles episódicos o secundarios que humanizan las tramas: una médica de guardia que carga turnos imposibles, una vecina que entra y sale con naturalidad del cuadro, una maestra que aparece lo justo para dar verdad al aula que pisa el protagonista. El espectador tal vez no supiera su nombre, pero sí su rostro y su voz. Ese es un tipo de reconocimiento tan honesto como difícil de conseguir.

“Cuéntame cómo pasó” y una huella breve pero reconocible

En “Cuéntame”, la maquinaria de una producción coral como la de los Alcántara exige intérpretes que entren a tiempo, construyan y se retiren sin robar foco. Uría lo hacía con solvencia: su presencia era funcional y cálida, pura artesanía actoral. Quien haya trabajado en rodajes sabe que ese trabajo sostiene escenas, ajusta ritmos y deja un poso discreto en la memoria de la audiencia. La ficción histórica de TVE es, además, un registro exigente: cambia de época, modula tonos, obliga a la exactitud gestual. El resultado es un currículo donde la continuidad pesa más que la racha.

Del escenario a la universidad: la otra vida de Uría

Su biografía no se agota en el audiovisual. Nacida en San Sebastián, Uría se formó en la escuela Antzerti, una cantera imprescindible para entender el teatro vasco contemporáneo. Debutó con “La cacatúa verde” —en un montaje vinculado a Mario Gas— y desde ahí encadenó títulos como “La importancia de llamarse Ernesto” o “Como agua para chocolate”. El teatro fue durante años su casa profesional, la carpintería donde se doman el texto y la respiración, y el público está a dos pasos, no a una lente.

Y, sin embargo, a partir de 2008 da un giro que explica por qué su pérdida remueve también al mundo educativo. Uría retoma estudios universitarios, se diploma en Educación Especial y licencia en Psicopedagogía, ya con Premio Extraordinario y Premio Fin de Carrera. Completa un Máster de formación del profesorado y culmina una tesis doctoral en la UPV/EHU sobre el teatro como herramienta pedagógica para fomentar la convivencia en Secundaria. La investigación —por la que obtuvo distinciones académicas— se convirtió en práctica educativa: talleres, programas piloto, metodologías activas que integran recursos escénicos en el aula.

Ese doble perfil —actriz e investigadora— es menos frecuente de lo que parece. No se limitaba a “dar charlas”; construía material didáctico, evaluaba resultados, generaba evidencia. Fue invitada en residencias artísticas y académicas y colaboró con equipos que trabajan la coeducación y la resolución de conflictos a través del juego dramático. Hay una línea nítida que conecta su oficio de actriz con su labor docente: la palabra como herramienta, el cuerpo como instrumento, la escena como espacio seguro donde ensayar conductas y aprender a escucharse.

Cronología y contexto del fallecimiento

La cronología que hoy se maneja marca el ingreso hospitalario a mediados de la semana pasada y el fallecimiento a finales de semana, en el Hospital Donostia. El dato médico facilitado es escueto, deliberadamente contenido por respeto a la privacidad: “breve enfermedad”, “enfermedad rápida”. No hay registros que hablen de un proceso largo ni de una dolencia crónica divulgada con anterioridad. Esto excluye, a priori, la hipótesis de una patología conocida públicamente con campañas o mensajes de concienciación a su alrededor. En esa ausencia se entiende también el impacto emocional en su círculo profesional: nadie lo esperaba.

A partir del fin de semana, los mensajes de condolencia se multiplicaron: desde compañeros de reparto hasta compañías teatrales con las que trabajó en su etapa de tablas, pasando por productoras y responsables de programación. Algunas instituciones culturales del País Vasco han expresado su reconocimiento a una mujer que transitó con soltura de la práctica escénica a la reflexión pedagógica. También se han activado los protocolos funerarios habituales: velatorio en la intimidad, oficios en fechas próximas y, en su caso, previsión de un acto público de recuerdo a medio plazo, una vez superados los primeros días de duelo.

Hay un elemento adicional que explica la repercusión de la noticia: en los últimos años, Uría había mantenido un perfil híbrido entre los escenarios y la universidad, acompañando proyectos de innovación educativa y colaborando en programas culturales de proximidad. Ese anclaje en su territorio, sin dejar de trabajar puntualmente para la televisión nacional, la convirtió en una referencia local y, al mismo tiempo, en un rostro reconocible en toda España.

Eco en el sector: despedidas, recuerdos y legado

En el mundo de los actores de reparto hay una especie de cofradía silenciosa. No llenan portadas, pero llenan escenas. Son quienes defienden un personaje en dos jornadas de rodaje y se marchan dejando la sensación de verdad. Las despedidas que se han leído estos días destacan precisamente eso de Esther Uría: su profesionalidad, su buena disposición en el set, su capacidad para escuchar y proponer. Una virtud muy apreciada por directores de casting y realizadores: entrar en materia a la primera, aportar matices sin pedir foco.

Del lado del teatro, los recuerdos se detienen en su disciplina y en su gusto por el texto. Quien la dirigió en “La importancia de llamarse Ernesto” o compartió con ella lecturas dramatizadas en circuitos vascos subraya su afinación para el diálogo ingenioso, esa música de la comedia británica que, si no se coloca bien, queda plana. También se le atribuye una curiosidad poco común: iba a ver obra ajena, tomaba notas, preguntaba por iluminación, escenografía, métrica. Lo suyo no era solo interpretar, era pensar el teatro.

Y luego está la huella en la educación. Su tesis sobre teatro y convivencia no se quedó en una biblioteca. Se tradujo en talleres con adolescentes, en recursos para claustros, en una mirada que entiende el conflicto como escena: se escucha, se bloquea, se repite la acción, se prueba de nuevo. Quien ha visto —o conducido— ese tipo de sesiones sabe que funcionan porque tocan lenguajes que el aula tradicional a veces deja fuera. En eso, Uría aportó una metodología y una autoridad serena que muchos compañeros reivindican hoy.

Obras, series y personajes que componen su mapa

La filmografía y trabajos escénicos de Esther Uría no se miden por un único protagónico rutilante, sino por una constelación de papeles que sostienen universos de ficción. En televisión, su paso por “El comisario” y “Hospital Central” la situó dentro de dos buques insignia del procedimental español de los 2000, espacios donde el reparto debía reaccionar con naturalidad a ritmos de rodaje muy exigentes. “Doctor Mateo” le permitió explorar la comedia dramática de proximidad que tanto caló en la audiencia, con personajes que respiran pueblo y que exigen contener más que subrayar.

En el ámbito autonómico, ETB fue el primer escaparate donde ensayó esa identidad interpretativa de actriz “todo terreno”. “Pilotari” y “Euskolegas” conectan con un público que quiere verse en pantalla con acento propio, con códigos reconocibles, con humor que funciona por afinidad cultural. Uría aportaba esa mezcla: dicción clara, tempo preciso, comodidad con los dos registros —euskera y castellano— y respeto por la historia que se contaba.

En teatro, hay títulos que, sin ser grandes franquicias comerciales, pesan en la biografía de una intérprete: “La cacatúa verde”, “La importancia de llamarse Ernesto”, “Como agua para chocolate”. Son materiales que piden oficio: precisión en el diálogo, química con el reparto, elegancia para la comedia de enredo o el realismo poético. Uría era de las que suman sin levantar la voz, con un trabajo que se agradece más cuanto más cerca se está del escenario.

De los platós a las aulas: una metodología con sello propio

El tránsito a la investigación y a la docencia no fue un paréntesis; fue una ampliación de su oficio. Su trabajo académico sobre teatro aplicado se movió en un terreno fértil: convivencia, coeducación, habilidades socioemocionales. Quienes han leído sus materiales —o los han visto en práctica— insisten en una idea: no era teatro “para entretener”, sino para aprender. Escenas cortas, improvisación guiada, roles que rotan para entender el conflicto desde varias posiciones, y una evaluación que no se queda en “me ha gustado/no me ha gustado”, sino que mide cambios en la interacción del grupo. Esa combinación de rigor y cercanía le granjeó el respeto de claustros y de educadores culturales.

Lo que sabemos de su vida personal y su vínculo con Gipuzkoa

Sin invadir el terreno íntimo —del que apenas hay datos públicos porque así se eligió—, sí puede afirmarse que Gipuzkoa fue su anclaje emocional y profesional. Nacida en Donostia/San Sebastián, vinculada académica y laboralmente al entorno de la UPV/EHU, estableció una relación constante con espacios culturales del territorio. En ese tejido de compañías, escuelas y festivales pequeños se entiende por qué, al conocerse su muerte, las primeras reacciones llegaron precisamente de allí. En el País Vasco, el teatro y la televisión se nutren de una misma cantera: intérpretes que combinan euskera y castellano, que saltan de un plató de ETB a una producción nacional, y que, como Uría, devuelven a su comunidad parte de lo aprendido.

Una ausencia que deja hueco en dos mundos

Hay pérdidas que afectan a un sector; esta toca, como mínimo, dos: el audiovisual y el educativo. En el primero, porque se va una actriz fiable, con esa rara economía expresiva que tanto se agradece en un rodaje con prisas. En el segundo, porque faltará una voz con experiencia real en escena cuando se hable de metodologías activas o de teatro aplicado en los institutos. Su trabajo de los últimos años —docencia, transferencia, acompañamiento de proyectos— dibuja una línea de continuidad que ahora otros deberán seguir.

Es inevitable preguntarse qué proyectos quedaron a medias: quizá nuevos talleres de convivencia, quizá una publicación que sistematizara todo lo aprendido, quizá la vuelta a un papel recurrente en una serie. Lo cierto es que a 55 años estaba en un momento maduro de su carrera, con solidez para sostener personajes y autoridad para formar a otros. Por eso duele así: porque perdura la sensación de que había todavía trabajo que ver y alumnos a los que tocarles el hombro y decirles “esa réplica, mejor aquí”.

Qué significa decir “breve enfermedad” cuando no hay más datos

La fórmula “breve enfermedad” ha suscitado, como siempre, preguntas. En términos informativos, significa exactamente eso: que la persona ha muerto por causas naturales o patológicas cuyo recorrido ha sido corto y que la familia no desea —o no considera necesario— entrar en detalles clínicos. Puede ser un proceso infeccioso que se complica, un evento vascular, un fallo orgánico agudo o la descompensación de una patología no diagnosticada. Todas son hipótesis razonables en abstracto, pero ninguna puede afirmarse en este caso sin un parte médico. Por eso, la información responsable se detiene en el perímetro disponible: enfermedad rápida, fallecimiento en Donostia, 55 años, trayectoria conocida.

Insistir en esa prudencia no es una coartada; es rigor con la memoria de la actriz y con la calidad de los datos. A menudo, cuando en días posteriores surgen nuevas precisiones —si es que han de surgir— se hacen llegar a través de familiares o instituciones cercanas, o en los esquelas oficiales. Hasta entonces, conviene no aventurar diagnósticos ni atribuirle a Uría una historia clínica que no ha sido pública.

Datos confirmados hasta ahora

Nombre y edad: Esther Uría, 55 años.
Lugar: Hospital Donostia (San Sebastián).
Motivo comunicado: enfermedad de evolución breve/rápida, sin especificación del diagnóstico.
Perfil profesional: actriz de televisión y teatro; formadora e investigadora en teatro aplicado a la educación.
Trayectoria televisiva: apariciones en “Cuéntame cómo pasó”, “Hospital Central”, “El comisario”, “Doctor Mateo”, “Maitena: Estados alterados”, con trabajos previos en ETB.
Formación: Antzerti (Arte Dramático), Educación Especial, Psicopedagogía, Máster de Profesorado, doctorado en la UPV/EHU con reconocimiento académico.

Un adiós con obra hecha

La historia de Esther Uría no se mide solo por la tristeza de su final, sino por la obra que deja: escenas en pantalla que resisten el paso de los años y aulas en las que mejoró la convivencia con herramientas de teatro. Falta información médica pormenorizada, sí; lo que hay es suficiente para trazar un perfil coherente, rico y necesario en la memoria cultural reciente. En el mapa de la ficción española, su nombre quedará asociado a esa especie de honradez interpretativa que no necesita aspavientos. En el de la educación, a la idea de que enseñar también es saber escenificar: escuchar, entrar, mirar, decir y salir a tiempo. Eso hacía en los platós. Eso enseñó en las aulas. Y por eso, hoy, se la va a seguir nombrando.


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Este artículo se apoya en publicaciones contrastadas y de referencia del ámbito estatal. Fuentes consultadas: AS, 20Minutos, La Razón, Telecinco, Diario de Sevilla, El Diario Vasco.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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