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Cultura y sociedad

¿Cuánto tiempo más podrá resistir el ejército ucraniano?

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cuánto puede resistir el ejército ucraniano

Foto: Sgt. Adriana M. Diaz-Brown / U.S. Army, CC0 1.0, vía Wikimedia Commons.

Radiografía con datos de aguante del ejército ucraniano: artillería, drones, F-16 y Patriot, munición y moral para invierno clave en frente.

Ucrania está en condiciones de mantener su defensa durante el invierno de 2025–2026 si se cumplen tres condiciones muy concretas: que no baje el caudal diario de munición de artillería por debajo del umbral operativo, que sigan llegando interceptores para Patriot, NASAMS e IRIS-T a un ritmo continuo y que la rotación de brigadas alivie la fatiga acumulada. Con ese triángulo, el frente puede seguir siendo elástico, con pérdidas de terreno limitadas y reversibles en sectores de Donetsk y Zaporiyia, pero sin un colapso general. Hay margen. Es estrecho, sí, y está atado a decisiones políticas y a la capacidad industrial aliada, pero existe.

La presión rusa de los últimos días ha sido real —oleadas de drones y misiles, avances tácticos medibles— y Kiev, al mismo tiempo, espera luz verde para misiles de muy largo alcance que le den más profundidad de golpeo. La discusión sobre los Tomahawk se ha puesto sobre la mesa, pero su eventual llegada no es inmediata ni está garantizada. Hoy, el aguante ucraniano depende bastante más de artillería, defensa aérea y drones que de un arma milagrosa. Dicho en frío: semanas tensas por delante, un invierno exigente, y resistencia viable si no fallan los suministros clave.

Un frente bajo presión medible

Octubre ha dibujado un frente que se mueve sin romperse. Moscú empuja en el eje Pokrovsk–Kostiantinivka y hostiga la red eléctrica para erosionar la retaguardia civil antes del frío. No es el tipo de ofensiva de ruptura clásica, sino una campaña de desgaste: artillería, zapadores, pequeños golpes de mano y un uso cada vez más fino de drones de reconocimiento y ataque para abrir huecos. El resultado se ve en el mapa: ganancias rusas graduales en la última milla de Donetsk y una línea ucraniana que se estira, cede posiciones tácticas, vuelve a fijar la defensa unos kilómetros atrás y castiga la logística enemiga con ataques en profundidad.

Los datos de territorio ganado por Rusia durante septiembre y comienzos de octubre confirman esa tendencia a la progresión lenta. El ritmo de avance ha oscilado: hay semanas de 200 millas cuadradas acumuladas y otras en torno a 150, con picos y valles que responden al flujo de munición en ambos bandos, al clima y a la capacidad de rotar unidades. Pero incluso cuando Moscú suma terreno, el coste en bajas y material sigue siendo alto, especialmente cuando Ucrania consigue sostener tasas de fuego y una cúpula antiaérea operativa por encima de las ciudades y nudos ferroviarios.

En la guerra a distancia la foto cambia de tono. Ucrania ha multiplicado sus golpes de largo alcance contra refinerías, depósitos y plantas militares en territorio ruso —Crimea incluida— con enjambres de UAV que vuelan cientos y, en ocasiones, miles de kilómetros. Es una estrategia deliberada: desplazar la batalla a la retaguardia enemiga y forzar a Rusia a dispersar su defensa aérea, proteger más objetivos y gastar interceptores caros contra drones mucho más baratos. El intercambio funciona por volumen y por agotamiento.

Efectivos y rotación: el cuello de botella humano

La pregunta de cuánto puede resistir el ejército ucraniano no se resuelve solo con cañones. El factor humano manda. Kiev reformó su sistema de movilización en 2024, redujo la edad mínima a 25 años, digitalizó los registros y endureció la trazabilidad del servicio para cortar fugas y ausencias. En 2025 ese engranaje se ha afinado: más controles, sanciones más claras ante incumplimientos y, sobre todo, un esfuerzo por ordenar la rotación de brigadas para que las veteranas no se quemen en turnos de seis u ocho meses sin relevo.

El problema no es únicamente reclutar, sino entrenar bien y a tiempo, algo que requiere instructores, polígonos, simuladores, munición para prácticas y, por supuesto, semanas de trabajo lejos del frente. Ucrania necesita masa entrenada para dar respiro a las unidades que han peleado desde Bajmut a Avdiivka y al eje de Robotyne. Cada ciclo de rotación que se alarga disminuye la capacidad de aguante. Cada rotación que llega a tiempo la aumenta.

Sobre bajas, la prudencia es obligatoria: las cifras públicas varían, las metodologías difieren y ambos bandos protegen sus datos. Con todo, el patrón es claro: pérdidas enormes en ambos lados, con Rusia compensando mediante movilización parcial permanente, contratistas y reclutamiento a un ritmo alto, y Ucrania cuidando el capital humano que tiene —por calidad y por necesidad—. La moral, que a veces se retrata en blanco y negro, está matizada: hay fatiga y deseo de paz en la sociedad ucraniana, pero también una voluntad muy extendida de no aceptar concesiones territoriales duraderas. De ahí que la pregunta operativa no sea “si” mantiene la resistencia, sino “con qué rotación” y “a qué coste”.

Artillería y drones: donde se decide la iniciativa

La columna vertebral del aguante ucraniano sigue siendo la artillería. Los 155 mm de estándar OTAN —alimentados por Europa y Estados Unidos— marcan la cadencia a la que se pueden frenar asaltos y castigar concentraciones rivales. La capacidad europea ha crecido de forma visible y ya apunta a dos millones de proyectiles anuales hacia finales de 2025, con contratos a varios años y plantas multiplicando turnos. En paralelo, Estados Unidos ha retrasado su meta de 100.000 disparos/mes hasta mediados de 2026, un dato frío que condiciona el “techo” de fuego que Ucrania podrá mantener a medio plazo.

Rusia, por su parte, sostiene la producción de 122/152 mm y ha reforzado su suministro con importaciones masivas desde Corea del Norte. Los rangos más solventes sitúan su salida anual en 2–2,7 millones de cartuchos en 2024, con la posibilidad de superar esa cifra en 2025 si nuevas plantas de explosivos entran a plena carga. Incluso admitiendo calidad irregular en parte del material importado, la masa le permite mantener periodos con volúmenes mayores que los ucranianos. El detalle que decide las semanas es la ratio de disparos: cuando Ucrania puede sostener del orden de miles de rondas diarias y llega suficiente carga de fumígenos, iluminación, contrabatería y de precisión, el frente tiende a congelarse; si cae por debajo de ese umbral durante quince o veinte días seguidos, crece el riesgo de retiradas locales.

La revolución de los drones ha trastocado la ecuación. Kiev ha pasado de la artesanía a la producción en serie: millones de FPV baratos que se estrellan contra blindados y fortines con cargas adaptadas; UAV de largo alcance capaces de atacar refinerías, plantas y depósitos a más de 1.500–2.000 kilómetros. El objetivo de compra pública para 2025 ronda 4,5 millones de FPV, con un ecosistema de fabricantes locales que respira en función de la financiación mensual. Es precisión de bajo coste que multiplica el efecto de la artillería y degrada la logística enemiga. Rusia, entretanto, también ha escalado su producción de drones y ha mejorado su guerra electrónica: inhibidores, enlaces reforzados, sistemas de rastreo y señuelos. La clave vuelve a ser el volumen sostenido y la adaptación semanal.

El cielo disputado: F-16, Patriot y trayectorias difíciles

El cielo es, probablemente, el elemento más volátil del tablero. Este año comenzaron a entrar en servicio los primeros F-16 donados por Países Bajos y Dinamarca —con más células comprometidas por Noruega y Bélgica—. No son una varita mágica, pero aportan sensores, enlace de datos y armamento occidental que se integra mejor con la malla de defensa aérea. El número es todavía limitado, y operar F-16 en un entorno saturado de sistemas SAM rusos y de guerra electrónica exige táctica prudente y misiones bien escogidas.

Más decisiva a corto plazo es la defensa antiaérea: Patriot, NASAMS, IRIS-T y las municiones que los alimentan. Alemania y otros socios han anunciado nuevos paquetes con baterías completas, lanzadores y misiles, y Washington ha facilitado vías de cofinanciación para acelerar entregas. Cada paquete de interceptores que cruza la frontera ucraniana compra semanas de energía estable, producción industrial y vida urbana sin apagones. Cada retraso abre ventanas para ataques combinados de drones y misiles que degradan subestaciones, transformadores y centros logísticos.

La conversación sobre Tomahawk —misiles de crucero con alcance de más de 1.500 km— sirve como termómetro político y militar. De aprobarse su transferencia, Ucrania ganaría opción de golpear muy en profundidad mandos, radares y depósitos críticos, con el consiguiente efecto disuasorio. Hoy, esa puerta está entreabierta, no más. La pata de largo alcance sigue descansando en ATACMS, Storm Shadow/SCALP y, sobre todo, UAV diseñados y fabricados en casa. Con ellos se está consiguiendo algo que parecía improbable en 2022: que Moscú tenga que defender su retaguardia con recursos que antes dedicaba en exclusividad al frente.

Blindados, zapadores y guerra electrónica en tierra

La irrupción masiva del FPV ha convertido el campo abierto en un lugar muy hostil para el blindado que se expone sin cobertura. Rusia ha reducido el uso de carros en asaltos frontales y confía más en zapadores, artillería y drones para “despejar” posiciones antes de empujar. Parte de su parque es nuevo —T-90M—, pero una fracción sustancial son modernizaciones y reconstrucciones que vuelven al frente tras pasar por talleres. Ucrania, por su lado, cuida su inventario acorazado, lo emplea en contraataques limitados y lo protege con barreras de FPV y guerra electrónica.

El detalle técnico que no se ve en los titulares: la ingeniería de combate. Donde se detiene un ataque suele haber cinturones de minas, trincheras encadenadas, casamatas y un uso quirúrgico de observación aérea para dirigir tanto el fuego de tubos como a los FPV. Es un ajedrez de metros, no de decenas de kilómetros. Esa microgeografía explica por qué, a igual volumen de munición, un sector queda congelado y el contiguo retrocede una aldea.

La guerra electrónica es la tercera pata de esa mesa. Inhibidores, cortinas de espectro, antenas de respaldo, enlaces por fibra en los últimos metros, y software que aprende en días cómo neutralizar tal o cual modelo de dron. Ucrania ha innovado rápido; Rusia, con más masa y tiempo, ha industralizado soluciones. La ventaja es relativa y cambia por sectores y semanas. Por eso el aguante no es una línea recta: depende de quién adapte más deprisa, dónde y a qué escala.

Industria y ayuda: la carrera de reposición

La respuesta honesta a cuánto tiempo podrá aguantar Ucrania pasa por su economía de guerra y la de sus aliados. Europa ha dado el salto: cada vez menos envíos desde arsenales y más compras directas a industria con contratos multianuales. El objetivo de capacidad de 2 millones de proyectiles al año para finales de 2025 no es una cifra política en el aire: está respaldada por plantas abiertas, líneas automatizadas y acuerdos a largo plazo con fabricantes. Ese músculo europeo, si se consolida, sostiene a Kiev incluso en escenarios de incertidumbre en Washington.

Estados Unidos, por su parte, atraviesa una curva de aprendizaje industrial. Las nuevas fábricas de 155 mm encienden máquinas, pero los 100.000 disparos mensuales se han ido al primer semestre de 2026. Es tarde para un invierno, pero útil para el siguiente. Mientras tanto, el Pentágono mantiene la entrega de ATACMS y munición diversa, y explora nichos en los que Ucrania ha tomado la delantera, como los drones de consumo militarizados y los FPV de alto rendimiento.

Rusia no ha parado: construye y amplía instalaciones de explosivos de alto poder lejos del alcance habitual de drones ucranianos, reorganiza cadenas de suministro, compra en terceros países y cada trimestre presume de incrementos. Esa inversión, unida a las importaciones norcoreanas, alarga su capacidad de mantener el volumen de fuego durante campañas enteras. La conclusión práctica no es catastrofista: la batalla industrial está empatada en el marcador y se decidirá en 2026. Pero el próximo semestre —el que llega ahora— es el puente que Ucrania necesita cruzar con munición e interceptores suficientes.

Tres escenarios realistas de resistencia

Ocho–doce semanas. Rusia intenta explotar el clima templado que queda, golpea infraestructuras y busca desbordes locales en Donetsk. Ucrania aguanta en líneas principales, rota brigadas calientes y castiga depósitos y refinerías con drones. Métricas a vigilar: tasa de interceptación de misiles balísticos en ciudades clave, stock de misiles para Patriot y NASAMS, y caudal diario de 155 mm. Si este cae por debajo de un umbral operativo durante semanas, veremos repliegues tácticos; si se mantiene, el frente se estabiliza.

Invierno 2025–2026. Si los Patriot y sus interceptores llegan al ritmo anunciado, si la capacidad europea de 155 mm se consolida y si los F-16 ganan horas de vuelo sin sufrir pérdidas inasumibles, Ucrania resiste el invierno con apagones manejables y sectores del frente viscosos que neutralizan asaltos mecanizados. El riesgo mayor está en un déficit de interceptores: sin ellos, ataques rusos degradan energía e industria y, con ello, la producción local de drones y munición.

Primavera-verano de 2026. Aquí se juega el tiempo largo. Si Estados Unidos alcanza la meta industrial de 155 mm y Europa mantiene dos millones de proyectiles al año, Ucrania recupera un margen operativo: más contrabatería, más mínimos avances locales, mayor coste para cualquier intento ruso de penetración. Si, por el contrario, el flujo de munición flojea y la defensa aérea se agota, la ventaja de masa rusa irá empujando el frente, kilómetro a kilómetro. No una ruptura relámpago, pero sí progresión sostenida.

Un horizonte de resistencia plausible

La respuesta directa a la cuestión de cuánto puede resistir el ejército ucraniano es menos grandilocuente de lo que a veces se cuenta. Puede resistir. Puede hacerlo durante los próximos meses, más allá del invierno, si cobra en tiempo munición e interceptores y si consigue que su rotación de efectivos sea real y no retórica. Tiene herramientas para compensar la desventaja en masa —drones baratos, precisión en profundidad, defensa aérea escalonada— y aliados con capacidad industrial para sostener el esfuerzo. También tiene límites: fatiga social, una economía en guerra que necesita aire, y una dependencia de suministros que, si se corta, duele el día uno.

Rusia presiona, aprende y produce, con ayuda de terceros. Ucrania innova, se adapta y pega lejos. La línea entre ambas realidades —esa franja de barro, minas y trincheras— se mueve poco porque un metro cuesta acero, cable, baterías y personas que vuelven a la trinchera semana tras semana. Ahí está el verdadero aguante. Si el caudal de 155 mm no se seca, si los Patriot no se quedan mudos y si los drones ucranianos siguen encontrando objetivos en la retaguardia rusa, no habrá colapso ucraniano este invierno. Habrá, más bien, esa resistencia obstinada que desespera al atacante porque convierte cada kilómetro en un año. Y eso, hoy, vale tiempo. Tiempo para que la maquinaria industrial aliada coja velocidad de crucero. Tiempo para que Kiev consolide su defensa aérea. Tiempo, en definitiva, para que la pregunta que hoy nos hacemos deje de ser un reloj de arena y pase a ser una gestión de recursos. Porque la respuesta, al final, no es un titular: es logística, rotación y cadencia. Y Ucrania, de momento, las conserva.


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Este artículo se ha elaborado con información contrastada de medios españoles y fuentes abiertas de reconocido prestigio. Fuentes consultadas: El País, RTVE, La Vanguardia, ABC, El Confidencial, Europa Press.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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