Naturaleza
Cuánto dura el celo de una gata: calendario y datos reales

Un recorrido sensible y útil para entender cuándo y por qué tu gata entra en celo, cómo reconocerlo y cómo acompañarla sin perder su bienestar.
El celo de una gata no es algo que puedas marcar en el calendario como si fuera el cumpleaños de un amigo. No funciona así. Llega… cuando llega. Y no siempre avisa. Es un ritmo biológico que parece bailar al compás de la luz, de la temperatura, de las hormonas y —sí— incluso de la presencia de otros gatos que rondan por ahí.
Y cuando empieza, la casa cambia. No sé, se nota. Los maullidos se alargan hasta volverse casi canciones —o lamentos— que se cuelan por las habitaciones. La gata se frota contra las paredes, contra la mesa, contra ti… como si quisiera dejar su firma por todas partes. Los movimientos son distintos, más lentos y al mismo tiempo tensos, con esa curva del lomo que habla por sí sola. Si has vivido con una gata entera, sabes perfectamente de qué hablo.
Lo curioso —o lo agotador, según se mire— es que esto no son un par de días y ya. Una gata puede entrar en celo varias veces a lo largo de la temporada reproductiva y, si no queda preñada, la historia vuelve a empezar casi sin pausa. Así, mes tras mes. En la práctica, hay gatas que pasan buena parte del año así… y, créeme, no es fácil ni para ella ni para quien convive con ese vaivén.
Madurez sexual y primera vez en celo
Aquí no hay una fecha fija. Cada gata va a su propio ritmo. La mayoría entra en su primer celo entre los 4 y 12 meses, pero ya te adelanto que hay sorpresas: las razas orientales como el siamés se adelantan mucho —a veces antes de cumplir los cinco meses—, mientras que las de pelo largo, tipo persa, se lo toman con calma.
El cuerpo también manda. Una gata que no alcanza un peso y desarrollo mínimos puede retrasar ese primer ciclo, aunque “por calendario” ya le tocara.
En libertad, todo parece más ordenado: las gatas esperan a la primavera y al verano, cuando los días son largos y el aire tibio. Pero en un piso con luz artificial y temperatura estable todo se confunde. El cuerpo cree que la primavera nunca acaba. Y si la primavera es eterna… los celos también.
Duración real del celo en una gata
Si vamos a lo estrictamente biológico, la fase fértil —lo que solemos llamar “celo” a secas— dura, de media, entre 5 y 10 días. Aunque… siempre hay gatas que rompen la estadística: algunas pueden alargarlo hasta los 14 o 15 días. Es el período que los veterinarios etiquetan como estro, y es ahí cuando la gata acepta al macho y está lista para la ovulación. En los felinos, por cierto, esa ovulación no es automática: solo se activa tras la cópula. Le llaman ovulación inducida.
Ahora bien, si hablamos del ciclo completo, la película es más larga. El celo no es una única escena, sino varias, cada una con su papel.
Proestro: el preludio
Uno o dos días que parecen un ensayo general. La gata empieza a mostrar pequeñas pistas de lo que se viene: de repente, se frota más, ronronea con un tono distinto, se pasea con una calma tensa. Maúlla… pero no como siempre, hay un matiz nuevo, más profundo, como si estuviera llamando a alguien que solo ella sabe dónde está. Sin embargo, si un macho se acerca, lo aparta. No es el momento. Es como si la orquesta estuviera afinando y todavía no hubiera sonado la primera nota real del concierto.
Estro: el punto álgido
Aquí ya no hay ensayo: empieza la función. Entre 5 y 10 días en los que la gata vive en un estado de intensidad pura. Se arquea, ladea la cola, mantiene las patas traseras flexionadas como invitando… y los maullidos se vuelven largos, repetitivos, casi desgarradores en la noche. Hay personas que dicen que parecen llantos; otras, que son gritos. Y ambas tienen razón. Si un macho aparece y hay cópula, ovula. Si no, el cuerpo retiene esa energía… y la rueda sigue girando hasta el próximo acto.
Interestro o metaestro: el descanso breve
Ocho, quizá quince días de respiro relativo. Las hormonas bajan un peldaño y el comportamiento vuelve, poco a poco, a la normalidad. La gata duerme más, come mejor, parece más tranquila. A veces incluso da la falsa sensación de que el ciclo terminó… pero es solo una pausa técnica. Y justo cuando uno se acostumbra a esa calma, el cuerpo de la gata vuelve a encender la maquinaria.
Anestro: la pausa larga
Esta sí es la verdadera tregua. En gatas que viven fuera, llega con el frío y los días cortos: el organismo interpreta que no es momento de criar y frena el ciclo durante varios meses. Es el descanso que necesita. Pero en interiores, con luz artificial que engaña al reloj biológico, esa pausa muchas veces ni aparece. Y entonces sí, el calendario natural se rompe… y el celo puede convertirse en algo casi constante.
Calendario reproductivo anual
En la naturaleza, el reloj de una gata está afinado con las estaciones. Son poliéstricas estacionales, un término técnico que básicamente significa que tienen varios celos dentro de la misma temporada reproductiva. Esa “temporada” en el hemisferio norte suele ir de febrero a septiembre, cuando los días son largos, el sol calienta y la comida es más abundante.
Durante esos meses, si la gata no queda preñada, el cuerpo no se rinde: puede entrar en celo otra vez cada 2 o 3 semanas, como si insistiera en que es ahora o nunca. Traducido a cifras, una gata sin esterilizar podría tener entre tres y cinco camadas en un solo año. Y hablamos de un animal que, biológicamente, está preparado para criar… pero no siempre para que eso no pase factura a su salud.
En casa, la historia cambia. Luz artificial, temperatura estable… y el calendario natural se distorsiona. Para el organismo, la “primavera” no se acaba nunca. Sin ese parón invernal que en exterior actúa como freno, el ciclo puede volverse casi continuo. Y ahí el problema no es solo el ruido o la inquietud: los celos prolongados desgastan. Cansan el cuerpo, alteran el ánimo y, con el tiempo, pueden abrir la puerta a problemas reproductivos serios.
Los 4 factores que influyen en la duración del celo
No existe un único reloj biológico que marque el celo de todas las gatas por igual. Cada una sigue su propio compás, influido por una mezcla de genética, entorno y estado físico.
La raza tiene un peso enorme. Las orientales —siamés, balinés, abisinio— suelen ser más “precoces”: entran en celo antes y lo repiten con más frecuencia. Las de pelo largo, como las persas o las maine coon, suelen ir más despacio, con ciclos un poco más espaciados.
La edad también cuenta. Una gata joven, recién estrenada en la madurez sexual, puede tener ciclos irregulares al principio, como si su organismo estuviera probando el engranaje. Con los años, ese patrón tiende a estabilizarse… aunque siempre hay excepciones.
El entorno es clave. La luz —natural o artificial— marca el ritmo. La temperatura influye. Y la simple presencia de un macho cerca (incluso sin contacto físico) puede adelantar el siguiente celo. Basta con que la gata perciba su olor o lo escuche para que el cuerpo se active.
Luego está el estado de salud. Una gata con bajo peso, estrés crónico o alguna enfermedad puede ver alterada la frecuencia y duración de sus celos. Y, al contrario, una condición física óptima, combinada con un entorno “primaveral” constante, puede disparar el número de ciclos al año.
Es un equilibrio delicado. A veces basta con cambiar un pequeño detalle del entorno para que el calendario reproductivo de una gata dé un giro inesperado.
Señales claras de que una gata está en celo
Quien lo ha vivido una vez, lo reconoce siempre. Es difícil confundirlo con otra cosa.
Los maullidos cambian. Se alargan, se repiten, se vuelven casi una melodía insistente… o un lamento, según cómo lo escuches. A veces suben tanto de tono que parecen un grito; otras, bajan hasta ser un murmullo ronco que vibra en la garganta.
La gata busca contacto constante. Te roza las piernas, se sube encima, se pasea a tu alrededor con la cola erguida y la punta temblando. Se restrega contra las esquinas, las patas de la mesa, el sofá… o directamente contra el suelo, como si quisiera impregnarlo todo con su olor.
Hay un gesto muy característico: la postura de lordosis. Se agacha, arquea la espalda, aparta la cola hacia un lado y eleva la pelvis, dejando claro —en su lenguaje corporal— que está lista para el apareamiento.
Y algo más: intentará salir. Incluso gatas que jamás han mostrado interés por la calle pueden pasar horas maullando frente a la puerta o buscando cualquier resquicio para escapar. Es puro instinto.
No todas muestran todos los signos, ni con la misma intensidad. Pero cuando se combinan varias de estas señales, el mensaje es bastante evidente: está en celo.
Consecuencias de celos prolongados
El celo no es solo un par de días de maullidos y desvelo. Es un desgaste real para el cuerpo y la mente de la gata cuando se repite una y otra vez, o cuando se alarga más de lo normal. Esa tensión constante altera su equilibrio interno: el estrés se dispara, el apetito baja, el peso empieza a caer sin que te des cuenta. Y con menos reservas, el sistema inmunitario se debilita, dejándola más expuesta a cualquier enfermedad.
Pero lo más preocupante está en lo que no se ve. Cada ciclo sin gestación aumenta el riesgo de que el útero desarrolle piometra, una infección grave y potencialmente mortal, y de que aparezcan tumores mamarios. Son problemas que no siempre dan señales claras al principio… y cuando lo hacen, a menudo ya es tarde.
Por eso, la mayoría de veterinarios coinciden: si una gata no está destinada a criar, lo más seguro para su salud es esterilizarla antes del primer celo o justo después. No es solo una cuestión de comodidad para quien convive con ella; es una decisión que puede ahorrarle dolor, enfermedades graves y hasta salvarle la vida.
Manejo y cuidados durante el celo
Si optas por no esterilizarla, prepárate para cuidarla de un modo diferente esos días. El objetivo es que esté segura y tranquila. Evita que salga de casa —el instinto de buscar macho es fuerte, y puede llevarla a desaparecer durante horas o a meterse en líos—.
Reduce estímulos que la exciten: si hay machos cerca, mantenlos separados; si suele asomarse a ventanas abiertas, limita el acceso. Y no subestimes la importancia de jugar con ella: el juego no elimina el celo, pero ayuda a canalizar parte de esa energía acumulada y a disminuir la ansiedad.
Dale espacios de descanso donde pueda retirarse. A algunas les ayuda estar en un cuarto tranquilo; otras buscan tu compañía constante. Es cuestión de observar y adaptarse.
Algunos cuidadores usan feromonas sintéticas en difusores o sprays. No cortan el ciclo, pero pueden suavizar la tensión y ayudar a que lo lleve mejor. Y, aunque suene obvio, la paciencia es clave: el celo es pasajero, aunque en esos días parezca eterno.
Más que fechas: entender el ciclo para cuidarla mejor
El celo de una gata no es una simple cifra anotada en un calendario. Es un proceso vivo, que se siente, que cambia su forma de comportarse, su manera de relacionarse contigo y hasta su estado físico. Puede durar de 5 a 10 días, repetirse cada pocas semanas y, sí, a veces parece interminable. Pero no es un dato frío: es una pieza clave para decidir cómo cuidar de ella, cómo prevenir problemas y cómo mejorar su calidad de vida a largo plazo.
El calendario es solo un mapa. Lo que de verdad importa es aprender a leer las señales, escuchar ese lenguaje que no usa palabras, entender el ritmo que marca su cuerpo y actuar en consecuencia. Porque un celo bien gestionado no se trata solo de evitar molestias en casa: es una forma de decirle, sin palabras, “te cuido, me importas”.
Y en el fondo, ahí está todo: respeto, responsabilidad y la certeza de que, cuando conoces a tu gata y entiendes su ciclo, puedes acompañarla de la mejor manera posible.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Tiendanimal, Purina España, UNAM, Clínica Animal.

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